García Márquez: El periodista, una pasión insaciable

  •  El periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad.
  • Recopilación de pensamientos sobre el oficio periodístico elaborada por RMC.
Foto: "Gabriel Garcia Marquez" por José Lara @ Wikipedia

Foto: «Gabriel Garcia Marquez» por José Lara @ Wikipedia

Reflexiones de Gabriel García Márquez

Publicado originalmente en RMC 59

Maestros del ejercicio periodístico, Gabriel García Márquez y Riszard Kapuscinski en diversas ocasiones se han sumergido en los intercticios filosóficos o vitales o cotidianos o existenciales o profesionales de su más arraigado oficio, al que dignifican y ennoblecen con su obra y con las siguientes reflexiones que RMC  rescató de múltiples fuentes.

El periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no lo haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso, podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente.

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El periodismo es mecánica, hay tuercas y tornillos, pero se aprende. Hay que tener orgullo de oficio.

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En la carrera en que andan los periodistas, debe haber un minuto de silencio para reflexionar sobre la enorme responsabilidad que tienen.

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Los reporteros se hacen en la universidad de la vida y es ahí donde logran su maestría en el conocimiento y la cultura, y su doctorado en la calle, entendiendo la humanidad que los rodea.

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Debemos ser conscientes de que los periodistas tenemos el poder y las armas para cambiar algo todos los días.

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El mal periodista piensa que su fuente es su vida misma –sobre todo si es oficial– y por eso la sacraliza, la consiente, la protege, y termina por establecer con ella una peligrosa relación de complicidad, que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de la segunda fuente.

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Toda la formación del periodista debe estar sustentada en tres pilares maestros: la prioridad de las aptitudes y las vocaciones, la certidumbre de que la investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición, y la conciencia de que la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón.

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Parece que el oficio informativo no logró evolucionar a la misma velocidad que sus instrumentos, y los periodistas se extraviaron en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro.

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El mejor recurso literario es la verdad.

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Escribir es un acto hipnótico, un acto de envenenamiento: cuando la prosa cojea, el lector se despierta y te abandona. Por eso hay que cuidar cada detalle, cada palabra.

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Las salas de redacción hoy son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante.

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La buena noticia no es la que se da primero sino la que se da mejor.

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En realidad, el género de la entrevista abandonó hace mucho tiempo los predios rigurosos del periodismo para internarse con patente de corzo en los manglares de la ficción. Lo malo es que la mayoría de los entrevistados lo ignora, y muchos entrevistados cándidos todavía no lo saben. Uno y otros, por otra parte, no han entendido aún que las entrevistas son como el amor: se necesitan por lo menos dos personas para hacerlas, y sólo salen bien si esas dos personas se quieren. De lo contrario, el resultado será un sartal de preguntas y respuestas de las cuales puede salir un hijo en el peor de los casos, pero jamás saldrá un buen recuerdo.

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La grabadora es la culpable de la magnificación viciosa de la entrevista. La radio y la TV, por su naturaleza misma, la convirtieron en el género supremo, pero también la prensa escrita parece compartir la idea equivocada de que la voz de la verdad no es tanto la del periodista que vio como la del entrevistado que declaró.

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La grabadora oye pero no escucha, repite –como un logro digital– pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón, y a fin de cuentas su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas del interlocutor, las valora con su inteligencia y las califica con su moral.

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Para muchos redactores de periódicos, la transcripción es la prueba de fuego: confunden el sonido de las palabras, tropiezan con la semántica, naufragan en la ortografía y mueren por el infarto de la sintaxis. Tal vez la solución sea que se vuelva a la pobre libretita de notas para que el periodista vaya editando con su inteligencia a medida que escucha, y le deje a la grabadora su verdadera categoría de testigo invaluable.

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El manejo profesional y ético de la grabadora en el periodismo está por inventarse.

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Uno ha de creerse lo que hace. El aburrimiento del reportero es el aburrimiento del lector. Hay que dar humanidad al texto, dolor y alegría al protagonista, describir el ambiente, el carácter.

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El reportaje es en realidad la reconstitución minuciosa y verídica del hecho. Es decir: la noticia completa tal como sucedió en la realidad para que el lector la conozca como si hubiera estado en el lugar de los hechos.

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El reportaje es el cuento de lo que pasó: un género literario asignado al periodismo para el que se necesita ser narrador esclavizado a la realidad.

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El reportaje con tono humano es el que hace grandes a los periódicos.

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Es un consuelo suponer que muchas de las transgresiones éticas, y otras tantas que envilecen y avergüenzan al periodismo de hoy, no son siempre por inmoralidad, sino también por falta de dominio profesional.

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En el oficio de reportero se puede decir lo que se quiera con dos condiciones: que se haga de forma creíble y que el periodista sepa en su conciencia que lo que escribe es verdad. Quien cede a la tentación y miente, aunque sea sobre el color de los ojos, pierde.

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