¿Sólo mostrar o indagar y explicar?

  • La primicia de la nota: Prioridad de los medios de comunicación.
  • El uso de las nuevas tecnologías y el uso de la noticia como mercancía.
"Newspaper fire orange". Jon S @Flickr

«Newspaper fire orange». Jon S @Flickr

Por María de Lourdes Romero Álvarez

Publicado originalmente en RMC 82

El afán por ganar la noticia es, ahora, la prioridad de los medios. Conseguir esta victoria tiene su precio: la rapidez con la que se presenta la información repercute en la calidad de lo transmitido. El trabajo del periodista responsable es más complejo: debe interpretar la realidad.

Hace pocos meses fuimos testigos de la demostración de impunidad más descarada del país que se cree poseedor único de la responsabilidad y la autoridad como policía mundial. Durante más de un mes, las 24 horas, los medios de comunicación presentaron la materialización de tal impunidad. Cuando me sentaba ante el televisor y veía la construcción de la realidad que me presentaban los medios, aparecían, inmediatamente en mi mente, los planteamientos que Jean Baudrillard desarrolla en su libro El crimen perfecto1. Efectivamente: los fragmentos de realidad descontextualizados y acompañados de comentarios burdos, torpes e incoherentes, productos más de la emotividad que de la investigación y la reflexión, estaban asesinando a la realidad, ante la vista, la venia y la bendición de millones y millones de espectadores.

Al presenciar tal situación y sin caer en el dramatismo que critico, resulta necesario enfrentar el problema para desenmascarar a quienes pretenden hacernos creer que, por mandar a corresponsales al lugar de los hechos, nos presentan la realidad objetivamente.

 

Indefinición del tiempo

Las transmisiones en vivo y en directo, gracias a los avances tecnológicos, han permitido trastocar el tiempo, es decir, hacernos creer que nos enteramos de los hechos en el momento mismo en que están ocurriendo. Sí, hacernos creer porque, efectivamente, la realidad no es tan simple como ver unas imágenes: es más compleja.

Reflexionemos al respecto. A la luz de la teoría2 de la enunciación, existen básicamente dos tiempos: el del contar o de la enunciación y el contado o el del enunciado. El tiempo del contar es, por definición, presente; en cambio, el del enunciado es pasado. Por ello es normal el desfase que se da entre el tiempo en que sucedió el hecho noticioso y el tiempo en que lo estamos viendo en los medios electrónicos.

La posibilidad de que coincidan el tiempo de la historia con el tiempo del relato es poco usual. Los medios de comunicación luchan por  lograr la isocronía o, por lo menos, dar la  impresión de que así lo hacen.

El presente que constituye la referencia común del telespectador se obtiene de los medios, presente mismo que está constituido por sucesos de un pasado inmediato que incide en la mente de los receptores como si fuera el presente.3

Otra característica de la temporalidad del relato en relación con la de la historia es la referente al orden en que se presentan los acontecimientos narrados. El tiempo del relato, como dice Todorov4, es lineal, el de la historia es pluridimensional. En la historia, es decir en la vida real, los acontecimientos suceden simultáneamente; en cambio, en las transmisiones en directo, la cámara sólo puede proporcionar al telespectador un fragmento de esa realidad. El camarógrafo ante un suceso debe seleccionar, de una multitud de posibilidades, aquellas tomas y encuadres que considere importantes: es él quien decide qué grabar y qué omitir. También es él, o el editor, quien decide qué orden dará a las tomas. Evidentemente, aunque se quisiera relatar lo acaecido en la realidad siguiendo su orden natural e integral, la linealidad de la imagen y el espacio del encuadre no se lo permitirían. Conocer las limitaciones de la imagen en lo que se refiere a tratar de reproducir la realidad es muy importante, pues nos permite apreciar el grado de manipulación que se hace del material.

 

Noticia como mercancía

La revolución de las tecnologías ha provocado un cambio radical en la actividad periodística; los medios de comunicación se han multiplicado. La información se asume abiertamente como mercancía cuya venta y difusión proporciona importantes beneficios. Esta condición de mercancía hace que la información se rija por las leyes del mercado más que por criterios periodísticos. Así, el mundo de los media empieza a vivir por sí mismo, como una entidad autosuficiente.

La guerra interna entre los grupos mediáticos –dice Kapuscinski– es una realidad más intensa que la del mundo que les rodea. Importantes equipos de enviados especiales recorren el mundo. Forman una gran jauría en el seno de la cual cada reportero vigila al otro. Hay que tener la información antes que el vecino. El scoop o la muerte. Por eso, aunque varios acontecimientos se producen simultáneamente en el mundo, los media sólo cubrirán uno: el que haya atraído a toda la jauría.5

Kapuscinski recuerda algunas de sus vivencias como parte de esa jauría: en 1979, en la captura de rehenes norteamericanos en Irán, la jauría estuvo en Teherán por meses, aunque prácticamente no pasó nada. Posteriormente, en 1991, los periodistas se trasladaron a cubrir la Guerra del Golfo, donde tampoco pudieron hacer nada porque los norteamericanos prohibían acercarse al frente. En ese mismo año, en diciembre, Kapuscinski fue testigo de algo similar en Rusia, cuando se intentó derrocar el primer gobierno de Yeltsin y de restaurar el comunismo: los periodistas y sus equipos televisivos se encontraban en Moscú y los acontecimientos tuvieron lugar en Leningrado, hoy San Petersburgo.

En la última guerra, la de Irak, los testigos fuimos nosotros. Las cadenas televisivas enviaron a sus corresponsales lo más cerca posible de donde ocurrían los hechos y se lo permitían las partes en conflicto, para mantenernos bien informados, según nos decían. Pero a los medios, más que intentar explicar la realidad, les interesaba competir con sus rivales.

También fuimos testigos de que los enfrentamientos se daban en diversos lugares al mismo tiempo y que no podían ser cubiertos por los corresponsales a quienes no se les permitía el acceso al frente de batalla. La información que nos llegaba, básicamente, era la proporcionada, diariamente, por el representante del Comando Central de Estados Unidos en las conferencias de prensa, en Doha, lugar especialmente habilitado para ello y alejado de donde ocurrían los hechos noticiosos. También en esta ocasión tuvimos, afortunadamente, otro tipo de información, la que proporcionaba la contraparte: los canales de televisión árabe, entre los que se encontraba Al Jazira.

Hoy, los medios de comunicación se mueven como manadas. Por ello, la información que se transmite en todos los canales televisivos del mundo es igual: las mismas imágenes, los mismos comentarios. Sólo nos enteramos de lo que sucede en donde se concentra la jauría, no hay razón alguna para enviar personal a otros lugares a cubrir otros acontecimientos. En los demás lugares del mundo, si no está la jauría, para los medios, no pasa nada. Recordemos cómo la información sobre Irak acaparaba todos los noticiarios.

¿Por qué sucede este fenómeno? La respuesta es sencilla: los medios no pueden permitirse que les gane su rival, y necesitan competir con él. ¿Por qué deben preocuparse los medios por informar responsablemente si la competencia los desbancará?

 

Instantaneidad versus calidad

El afán por ganar la noticia es, ahora, la prioridad de los medios. Conseguir esta victoria tiene su precio: la rapidez con la que se presenta la información repercute en la calidad de lo transmitido.

La réplica instantánea de un acontecimiento, de un acto o de un discurso, su transcripción inmediata –dice Jean Baudrillard–, tiene algo de obsceno, porque el retardo, la postergación, el suspenso son esenciales a la idea y a la palabra.6

El papel del enviado especial se transforma: antaño buscaba la información, la descubría, la verificaba, la seleccionaba, le daba forma y la enviaba como podía. Ahora, ya no es un mediador, es un simple transmisor de lo que ve, de lo que oye, de lo que le dicen. No tiene por qué investigar más. El trabajo del reportero se desdibuja, pierde su posición de guía frente al receptor. No sabe más de lo que ve, y por ello no puede ofrecernos una explicación de los acontecimientos. El emisor sabe lo mismo que el telespectador. Su papel habitual, el de aquél que da sentido, que investiga, que capta e interpreta los acontecimientos, desaparece. ¿Para qué investigar, si sólo hay que mostrar lo que se ve?

La instantaneidad y la transmisión en directo han cambiado las condiciones del periodismo de investigación. Lo importante es ganar la noticia, no importa cómo se dé. Los acontecimiento que vemos en los noticiarios se nos presentan como hechos cerrados en sí mismos, despojados de sus conexiones con otros hechos precedentes y coetáneos. Describir un acontecimiento no es tan sencillo: los hechos no se encuentran aislados, están relacionados unos con otros, tienen causas y consecuencias y se encuentran inmersos en un contexto. Pretender dar a conocer un acontecimiento de manera descontextualizada es, por lo menos, una aspiración ingenua y poco responsable por parte del periodista y de los dueños de los medios de comunicación.

Pensar que los medios se limitan exclusivamente a informar tal y como sucedieron los hechos es una peligrosa simplificación de la realidad. Este planteamiento ofrece una visión reduccionista del trabajo periodístico y hace creer que es posible trasladar el hecho noticioso al receptor sin ninguna mediación.

El trabajo del periodista responsable es más complejo: debe interpretar la realidad. El primer paso para la interpretación se presenta cuando el periodista selecciona de la realidad compleja los hechos y los identifica como significativos y trascendentes, dignos de ser comunicados en forma de noticias. Una vez seleccionado el hecho, la interpretación continúa a través de una serie de operaciones que lo interrelacionarán con su contexto, porque los hechos no se encuentran aislados ni se producen descontextualizados de una situación económica, social y política concreta. Todo hecho está ligado a otros, los que lo originaron y los que él produce. No obstante, la conexión de hechos no constituye en sí misma una historia7, es necesario que esté relacionada con algo o alguien a quien acontezca para que se establezca una coherencia que la convierta en historia. Pero tal coherencia no se da por sí misma: más bien se necesita una mente –la del periodista– capaz de percibirla y comprenderla.8

Producir, pues, una noticia es un proceso complejo que da como resultado la versión de alguien sobre un acontecimiento, pero de ninguna manera constituye la verdad sobre un hecho.

 

La historia telefalsificada

Las versiones que se difunden en las transmisiones en directo se han convertido en las fuentes de información de miles y miles de espectadores; desgraciadamente, lo que reciben es, a menudo, una versión falsa y sin fundamento.

El telespectador de masas, al filo del tiempo –dice Kapuscinski–, no conocerá más que la historia telefalsificada, y sólo un pequeño número de personas tendrán conciencia de que existe otra versión más auténtica de la historia.9

En ocasiones es evidente la ignorancia de los enviados especiales sobre el tema que reportan. Creen que estar en el lugar sustituye el trabajo de investigación que deben realizar para poder captar lo que realmente está sucediendo. Aunado a la falta de investigación, se presenta otro importante problema: el desconocimiento del idioma del lugar en donde se encuentra el enviado. Las entrevistas con los nativos no pueden realizarse y raramente se dispone de algún traductor. Por ello es usual construir la historia basándose sólo en una percepción visual, la cual, si se carece de contexto, puede producir una versión simplista y muy alejada de la realidad, tal y como sucedió con mucha de la información que recibimos sobre la reciente masacre que se cometió en Irak.

Ahora, no es necesario que el periodista se convierta en un especialista; también soy consciente de las limitaciones a las que se enfrenta en su trabajo; pero sí debe ejercer su profesión de manera responsable. Es decir: no sólo debe ser testigo en el sentido de que presencie lo que acontece, sino constituirse, intencionalmente, en un sujeto que vigile e investigue la situación para atestiguar sobre los acontecimientos que observa y dar un panorama lo más amplio y completo sobre el asunto relatado.

 

Notas

1) Jean Baudrillard, El crimen perfecto, Barcelona, Anagrama, 1996, 203 pp.

2) Emile Benveniste, “De la subjetividad en el lenguaje”, en Problemas de lingüística general, Siglo XXI, México, 1976, vol. I. pp. 179-187.

3) Lorenzo Gomís, Teoría del periodismo. Cómo se forma el presente, Barcelona, Paidós, 1991, p. 33.

4) Tzvetan Todorov, “Las categorías del relato literario”, en Roland Barthes, Análisis estructural del discurso, Ediciones Coyoacán, México,  1996, pp.179-180.

5) Ryszard Kapuscinski, “¿Reflejan los media la realidad del mundo? Nuevas censuras, sutiles manipulaciones”, en El colombiano, Colombia, sábado 14 de septiembre de 2002.

6) Jean Baudrillard, op. cit., p. 52.

7) La palabra historia se considerada en este contexto como la narración o el relato de los hechos.

8) Véase: María de Lourdes Romero Álvarez, “Una visión actual de la actividad periodística”, en Libro colectivo de la AMIC, 2003.

9) Ryszard Kapuscinski, op. cit., p.5

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