La investigación anárquicamente rutinaria: Entrevista con Raúl Fuentes Navarro

  • Para el doctor Raúl Fuentes Navarro, lo más importante es el desarrollo de la capacidad metodológica, la capacidad de relacionar conceptos con datos y los datos con referentes, con hechos:
  • “Ese es el arte de la investigación y en comunicación me parece fundamentalmente importante con una dimensión adicional que no suelen tener otras disciplinas. Justo eso es una práctica de comunicación: la comunicación es metacomunicación o viceversa”.

Por Vicente Castellanos 

¿Por qué hacemos las cosas que hacemos? ¿Por qué investigas?

—Porque estoy en el campo, sería la respuesta sintética. La decisión fundamental, crítica, fue cuando tenía 18 años (estoy hablando de 1970). En el haberme inscrito como estudiante de una cosa que se llamaba Ciencias dela Comunicaciónes donde está el origen. Desde hace casi tres décadas se ha acumulado una experiencia profesional y personal muy rica, pero todo viene de allí. Es el afán cultivado durante mucho tiempo al que ahora puedo ponerle nombre y explicación. Antes no. Un campo abierto de aventura intelectual. Cuando fui estudiante y luego egresado nunca estuvo presente la idea de ser investigador, ni siquiera académico: la fui descubriendo poco a poco y muy fortuitamente. Y ya reconvertido en el plano académico, hace 30 años, llegó un momento en que la tensión entre si además de profesor, podía ser un investigador o no, se fue haciendo una cuestión crucial.

En 1980 fui a la primera reunión nacional de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicaciónen la UAM Xochimilco.Yo  iba con la conciencia de que no era un investigador y que era un intruso en un campo al que yo no pertenecía, pero que me interesaba conocer. Con toda necesidad pregunté si además de participar y de la ponencia y de esto y de lo otro podría inscribirme en la AMICy se rieron. Poco después entendí por qué se reían de ese ingenuo provinciano que hacía ese tipo de preguntas. A partir de entonces empecé a trabajar de una manera muy poco satisfactoria, demasiado fácil, demasiado gratis. Alcancé a tener una respuesta más sólida, más satisfactoria en  1996. Transcurrieron 16 años para ingresar al Sistema Nacional de Investigadores. Fue cuando me dije: sí, soy un investigador no porque me lo imagine sino porque lo afirma el SNI. No te doy los porqué si no te doy los hitos a lo largo de muchos años: asumí que ser investigador era una parte de mi vida profesional en 1996.

Se trató de una aventura intelectual porque tomé la decisión de estudiar Ciencias dela Comunicaciónsin tener ningún referente y tras convencer a mi madre y a mi familia de que eso era algo menos loco de lo que parecía. Por eso es que lo atractivo era decir: no hay una definición establecida, hay que hacerla y puede resultar.

A lo mejor, la formula de la anécdota precisa es más clara. Yo  vine y primero pregunté: “¿Qué es eso de Ciencias dela Comunicación?” Más tarde, el súper yo me obligó a hacer la pregunta crucial: “Oiga, disculpe –‘que ya te dije que no me hables de usted´–, perdón, una última pregunta, ¿si estudio esto me voy a morir de hambre?”  Esa era la preocupación de mi madre. La respuesta fue genial porque me dijo: “Probablemente sí. Ahora déjame devolverte la pregunta: ¿de qué depende si te mueres de hambre o no? ¿Dependerá de qué carrera estudies? ¿Tú crees que de eso depende  el que vayas a morirte de hambre o no?” “¡Ah!, pues no, ¿verdad? ¿Dónde firmo?”, respondí.

En ese sentido hay que crear el mundo en el que parece que hay promesas.

—¿Cuál es tu método de trabajo, las condiciones psicológicas y ambientales que necesitas para investigar? ¿Eres muy metódico? ¿Necesitas una hora del día para ponerte a escribir? ¿Precisas de una situación particular para hacer investigación?

—Tengo una combinación aparentemente contradictoria entre ser muy rutinario –si no sigo mis rutinas cotidianas no puedo funcionar– y ser muy anárquico, en el sentido de que no puedo programar cuándo voy a hacer qué. Creo que las dos cosas me ayudan a hacer cualquier cosa en la vida.

Una buena parte de la vida es el trabajo profesional que nunca he  sujetado a horarios, a calendarios o a esas cuestiones, aunque sí a rutinas. Generalmente mastico mucho los asuntos (las preguntas) durante el mayor tiempo posible sin hacer nada más que tenerlos presentes y tratar de encontrarle asociaciones con lo que sea.  En ese proceso de masticar las ocurrencias o las preguntas o lo que sea, hay momentos en que se te ocurre una manera de formularlo, y entonces, sólo entonces, puedo empezar a trabajar con eso en el papel o en el teclado para  empezar a darle forma. Ahí es donde comienza el oficio. Es muy azaroso porque no puedo responder a una demanda inmediatamente: necesito rumiarlo, masticarlo, pensarlo…

Cuando hay fecha para entregar un texto, para preparar un curso, para cualquier cosa, dos terceras partes del tiempo del plazo que tengo, los dedico a masticar, a rumiar, y me confío en el oficio para –una vez pasada esa etapa– realizarlo con cierta rapidez. O sea, puedo resolver o escribir un texto en un día o en día y medio enterito.

 

Pensar en triadas

—¿Haces notas mientras estás en ese proceso?

—No, todo es mental. Yo nunca he acostumbrado tomar notas. A veces tomo notas cuando es una cuestión más bien política, que debo fijar muy bien ciertos términos para usar en cierto tipo de procesamiento.

Generalmente leo de diversas maneras y muchas cosas al mismo tiempo. No  me concentro en leer un libro a fondo, metódicamente hasta terminarlo y luego empezar otro; ese es el sentido anárquico que aprendí o cultivé desde estudiante de la carrera porque ésta era enormemente estimulante; era una carrera de todo y para cumplir mi compromiso empecé a trabajar medio tiempo desde el primer semestre; tenía mis cuatro horas en la mañana dedicadas a trabajar y una buena parte del tiempo de todos los días dedicado a platicar, a vagar, a especular, a esa parte de la experiencia universitaria que es totalmente extracurricular. Entonces no me quedaba tiempo para hacer las tareas de lectura, de escritura, que era bastante intenso y las hacia como podía; aprendí a hacer eso y a no preocuparme cuando faltaban quince minutos para entregar las tareas.

Desde entonces empecé a aprender –no a improvisar–  a optimizar los recursos de oficio para poder cumplir. Años después eso me sirvió mucho para hacer mi tesis de licenciatura, de maestría y de doctorado en casa con la familia, sin encerrarme. Generalmente se necesita concentración y te encierras y aíslas durante un tiempo. Yo soy esa combinación entre lo rutinario y lo anárquico. En ese sentido, realmente trabajo en ese proceso 24 horas al día.

—¿Tienes alguna manía muy particular y que te haya dado resultados en una investigación?

—Muchas, muchas manías. Una positiva es estar permanentemente asociando lo que oigo, lo que dicen, lo que me piden con otras cosas.  Estar haciendo asociaciones es una manía propia. La inmensa mayoría de las veces no van para ningún lado, pero es una manía positiva porque cuando sí conecta con algo pertinente, te sitúa en un plano de claridad o de seguridad en: qué sigue, cómo tomar una decisión. La investigación como oficio consiste en tomar decisiones bastante difíciles de definir, como cuáles son las opciones convenientes. En tal sentido esa manía me sirve mucho.

Otra  también positiva es pensar todo en triadas: organizarlo todo en divisiones de tres. Esto  me divierte mucho. Creo que es positiva porque te aleja un poco del maniqueísmo. Tengo algunos alumnos que me conocen lo suficiente como para decir: sí pero no ¿verdad? Así como dirías tú: sí pero no. Exactamente, sí pero no: esa es otra manía largamente cultivada y que por lo menos tiene la virtud de que permite otro tipo de acercamiento con la gente para que se burlen de ti y eso ya es mucho. Es una gran bendición para un profesor que sus alumnos se atrevan a burlarse sanamente de él.

—¿De qué manera entiendes la creatividad en la investigación? Porque los manuales suelen hablar muy poco de este tema.

—La creatividad y el manual son antípodas. El sentido de fondo que tiene para un sujeto trabajar en una pregunta es donde sí hay creatividad. Tengo muchísimos ejemplos de soluciones creativas a problemas irresolubles en todos los niveles, en una situación de bajo nivel de estructuración institucional del campo y de desbordamiento de los recursos intelectuales para abarcar o nombrar los objetos que tenemos la obligación de conocer, además de las carencias materiales e institucionales, etcétera. En esa situación, las respuestas creativas son absolutamente necesarias y se hacen indispensables para sobrevivir en este campo.

Un ejemplo es cómo resolver un asunto teóricamente obscuro en un texto de los que leemos usando no los recursos obvios (preguntarle al profesor o hacer una consulta en Internet a ver qué se ha dicho sobre cualquier cosa), sino yendo más allá de eso que acaba de ser más o menos extraordinario. He visto muchos pero muchos casos de que esa desviación, de que ese pensamiento divergente es precisamente lo que te permite regresar al punto por donde ibas: esa me parece que es una buena definición de creatividad porque implica establecer unos vínculos, unos links que no estaban, que los probaste y te dieron un resultado y que ya quedaron por lo menos para ti establecidos más en el camino de ser un método.

Entre mis maestros o mis contemporáneos o mis alumnos, veo desarrollo y chispazos permanentes. Esa es una de las cosas más alentadoras que hay en este campo, más que las realizaciones, los recursos que desarrollan los sujetos para seguir trabajando, para seguir avanzando aunque no sea por las vías ortodoxas. Esa manera heterodoxa de trabajar no siempre da resultados óptimos, pero muy frecuentemente sí.

—¿Cómo logras hacer preguntas pertinentes, relevantes, interesantes que conduzcan a una investigación?

—Es un proceso muy largo: tiene que ver con ese “masticar” que te refería. Yo me quedo especialmente insatisfecho con la manera de formular una pregunta que ya te mete a trabajar, pero que no acaba de tener la precisión o la agudeza necesaria y, por lo tanto, después hay que volver a ella. Para poder terminar de trabajar la respuesta, hay que regresar a la formulación de la pregunta, pero lo que queda en ésta es el sentido de la respuesta, no tanto la formulación precisa. Hay que regresar porque no puedes quedarte en el nivel más vago del sentido tan abierto; es decir, sí, el código académico te exige el mayor grado de precisión en el manejo del lenguaje y en el procedimiento expuesto, pero es preciso regresar y no hay método cierto para cultivar las preguntas, no puede haberlo.

Siempre parte de una pregunta. ¿Y cómo se hace eso?, es mi primera pregunta. No, no hay manera. Por eso, desde hace mucho, para la filosofía de las ciencias lo que podemos analizar es el contexto de la justificación, el contexto del descubrimiento, qué es lo que generan las preguntas. Es imposible de analizar.

 

Capacidad metodológica

—¿Cómo concibes el trabajo de campo? Quizás aquí hay un proceso que puede ser muy estimulante…

—Nos acostumbramos y aprendimos a discutir sobre la investigación sin hacerla. Afortunadamente en los últimos años hemos ido un poco superando esa situación. La investigación es cada vez más una práctica que tiene sus reglas, que requiere del desarrollo del oficio y no un discurso separado de una práctica discursiva, pero nada más. A mí me ha servido mucho el implacable desprecio –vamos a ponerlo así– de gente como Enrique Sánchez Ruiz con quien he trabajado muy cercanamente. He aprendido por él en Standford y muy bien cultivado y decir: bueno, ese discurso suena bien o no suena bien o lo que sea, pero a ver: evidencias, contenido empírico; la cercanía y discutir con él me fue contagiando de esa necesidad de privilegiar la operación empírica sobre la operación teórica. Creo que esa acaba siendo una revisión muy sabia, aunque no sea sabiduría tal cual pero muy aguda, muy práctica.

Lo más importante es el desarrollo de la capacidad metodológica, la capacidad de relacionar conceptos con datos y los datos con referentes, con hechos: ese es el arte de la investigación y en comunicación me parece fundamentalmente importante con una dimensión adicional que no suelen tener otras disciplinas. Justo eso es una práctica de comunicación: la comunicación es metacomunicación o viceversa, y aprende uno doble si descubre esa manera de abordar las cuestiones y no puedes flagrantemente abstraer sin pagar las consecuencias. Cuando uno enseña, cuando uno escucha, cuando uno propone, cuando uno escribe y tiene presente eso, está el impulso para intentar no separar la operación, la práctica de su modelo. Nos hace muchísima falta capacidad de analizar y de interpretar datos empíricos; producimos muy pocos datos empíricos; creo que por ahí tenemos una carencia histórica, estructural, enorme que hay que ir trabajando: en dónde están los datos y qué relación tienen esos datos con los hechos, con cualquier cosa que quieras llamar realidad; tenemos que trabajar en la construcción de datos y en la interpretación de la relación de esos datos que le den cierta coherencia; eso es la investigación y está tan flojamente estructurada, hay tan pocos modelos para hacerlo y tan pocas evidencias de que sirva para lo que debería de servir, que entonces te refuerza la necesidad de seguirlo haciendo al tiempo que buscas haya más; es decir, la práctica de la investigación y la docencia son inseparables.

—¿Cómo definirías o describirías tu estilo de investigar?

—Tengo varios estilos porque en mi historia  –digamos–  ha habido la necesidad de trabajar en distintos niveles de abstracción. Me interesa muchísimo el trabajo epistemológico y el trabajo más abstracto. Tengo un estilo que no sé cómo definirlo pero sí un tipo de acercamiento a ese campo que no corresponde con mi formación ni con mi experiencia porque yo nunca he estudiado filosofía, no he estudiado matemáticas. Nunca he estudiado ni tengo una formación para el discurso abstracto, pero me interesa, me gusta. Necesito moverme a veces en ese plano y en varios otros hasta llegar en el otro extremo a hacer mucho trabajo de documentación: es un trabajo de infraestructura, no de investigación; es un trabajo de infraestructura para la investigación y para el aprendizaje, para la docencia.

En mi práctica profesional me identifico más como docente que como investigador en el sentido estereotipado de alguien que se dedica exclusivamente a la generación de conocimiento. Por eso tengo distintos niveles de trabajo, porque dependen en buena medida de lo que vas adoleciendo: en el trabajo cotidiano, con los estudiantes, pero también en el contacto permanente y constante con lo que hay en otras instituciones y en otros países con los colegas.

(Vicente Castellanos).

 

Raúl Fuentes Navarro

Profesor e investigador en el Departamento de Estudios Socioculturales del ITESO y en el Departamento de Estudios dela Comunicación Socialdela Universidadde Guadalajara. Coordinador del Doctorado en Estudios Cientifico-Sociales del ITESO. Licenciado y maestro en Comunicación por el ITESO y doctor en Ciencias Sociales porla Universidadde Guadalajara. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Miembro regular dela Academia Mexicanade Ciencias. Autor de varios libros y publicaciones académicas sobre el campo académico de la comunicación en México, la enseñanza y la investigación de la comunicación en América Latina. Otros de sus campos de conocimiento son Estudios socioculturales y postdisciplinarización; Información, comunicación y difusión académicas vía Internet; y Difusión científica y cultural: modelos metodológicos y estrategias de comunicación.

 

2 comentarios a este texto
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  2. Coincido, la asociación es como un hábito adquirido, que con el paso del tiempo trae una serie de ventajas para llegar a la raíz de cualquier tema a investigar.Incluso, más de lo esperado.=)
    Publicado originalmente en Revista Mexicana de Comunicación:La investigación anárquicamente rutinaria: Entrevista con Raúl Fuentes Navarro | Revista Mexicana de Comunicación
    Twitter: @MexComunicacion

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