Vicente Leñero y su timidez mal entendida

  • Entrevista con el autor de Los periodistasLos albañiles.
  • El periodista no desea celebrar su 80 aniversario
  • Su novela Los Periodistas es un ícono de las letras acerca del absurdo «Golpe a Excélsior» por el entonces presidente Luis Echeverría en julio de 1976 y que dio ocasión a que Leñero fuera cofundador del semanario Proceso, con Scherer García y otros colegas expulsados de la cooperativa del diario capitalino.
Vicente Leñero - Fotografía de Conaculta

Vicente Leñero – Fotografía de Conaculta

Por José Luis Esquivel Hernández

Vicente Leñero nació en Guadalajara el 9 de junio de 1933, pero desde ahora se ha propuesto no celebrar su 80 aniversario de vida, e inclusive está pensando «esconderse» en fecha tan significativa porque no es partidario de festejos ni homenajes en su día.

«No voy a hacer nada ni voy a aceptar que otros me feliciten por algo tan simple como cumplir años», afirma contundente en una entrevista forzada, sin dar importancia a cerrar un ciclo existencial que es motivo de fiesta para otros personajes célebres.

«A mí no me gusta, y punto», expresa ante la insistencia de que la comunidad cultural pudiera organizarse para homenajearlo por su larga trayectoria y sus frutos en el campo del guionismo, la dramaturgia, la literatura y el periodismo. «Mejor ahí lo dejamos», subraya.

Al final de cuentas sonríe espontáneamente cuando se le pregunta si es capaz de esconderse en esos días de junio, y no niega que puede hacerse el «perdedizo» o irse de viaje porque no tiene la mayor importancia para él llegar a los 80 años de edad, aunque reconoce que todo lo emocional del evento debe quedar en familia, con su esposa, la psicóloga Estela Franco y sus hijas, yernos y nietos.

Es de suponerse que Vicente Leñero en el fondo de su alma se siente agraciado y agradecido con Dios de recibir tan grande don de una larga vida, pero al mismo tiempo está impactado por la cercanía del 9 de junio de 2013 y recorrer la película de los años idos que no sólo son objeto de nostalgia sino también de asombro.

-Déjese querer, maestro -le digo al oído con respeto y un tono de afecto que él agradece con una sonrisa-. Ya quisieran otros, a los 80 años, tener el vigor físico y la lucidez mental de los que usted hace gala todavía-. Y vuelve a sonreír ahora algo incómodo.

Así, hace honor a su fama de una timidez mal entendida y de ser huraño o aislado de protocolos sociales, y ya no desea más tocar un asunto tan personal e íntimo. Pero en lo que no se muestra huraño Leñero es en hablar de su último libro editado a fines del año 2012 por el Fondo de Cultura Económica y que lleva por título su más grande pasión: «Vivir del teatro«.

Es una recopilación de las memorias escritas en los dos primeros tomos que aparecieron hace algunos años más el compendio de las últimas crónicas de las obras compuestas por tan acreditado dramaturgo, y que son un suclento banquete de Textos porque Leñero retrata a cabalidad los altibajos, los sinsabores y las recompensas de una vida dedicada al teatro, donde se necesita perseverancia para no sucumbir ante la adversidad, como se asienta en la solapa del libro.

Nuestro entrevistado acepta como determinante en su vocación el impulso que recibió en casa desde su infancia, pues siempre estuvieron a su lado su padre, un hombre extrovertido y amante del teatro, y su madre, una mujer que nació a principios del siglo XX y era ferviente católica, admiradora de León Toral y de la Madre Conchita, acusados éstos de la muerte de Álvaro Obregón en julio de 1928 por querer reelegirse como presidente de México.

Al llegar, niño, de Guadalajara a la ciudad de México, el pequeño Vicente y su hermano mayor Armando, y Luis, su otro hermano, pronto encontraron el camino hacia los foros al construir uno para títeres de alambre y, con su primo Héctor, consiguieron arreglar con tablas y cajones inservibles un mejor escenario al que llamaron «Teatro La Mariposa», por haber dibujado al frente una mariposa de alas abiertas bajo cuyo cuerpo de cartón se ocultaban los alambres del sóquet para el foro.

El papá alentaba con fe ese gusto infantil y se ponía también a enseñarles cómo se podía levantar uno, maravilloso, sobre la cama matrimonial , amontonando almohadas y cojines, además de que el buen hombre prestaba su voz a los títeres para hacerlos hablar.

-Era un agasajo convivir con mi padre que lo mismo declamaba versos en reuniones familiares, como El Idilio, de Gaspar Núñez de Arce que llevarnos a mis hermanos y a mí a visitar las Grutas de Cacahuamilpa, por la carretera a Cuernavaca-Taxco, o platicarnos de la revista musical de principios del siglo XX, Chin Chun Chan , y tarareando aquellas tonadillas pícaras del coro de las telefonistas que él oyó cantar a Esperanza Iris y a las tiples de su tiempo -evoca el afamado escritor.

Otro hecho relevante en la carrera del futuro dramaturgo lo constituyó su encuentro con Las Noches Blancas, de Fedor Dostoyeski, que su tío Enrique, el mayor de los hermanos de su padre, le pidió que le leyera en voz alta cuando lo fue a visitar a Cuautla, en los años 40, por encontrarse enfermo lo que hizo se quedara dormido a mitad de la obra, pero Vicente se fue «picado» a consumirla completa en un cuarto del hotel Vasco, que compartía con sus hermanos.

La novela de Dostoyevski lo marcó en su romanticismo de adolescente, a tal grado que empezó a ver a Nástenka por dondequiera: en la parada de un camión, tras los vidrios de una ventana o en la callecita de un parque, además de «clavarle» en la mente la recomendación de su tío Enrique de que fuera escritor, como él lo hubiera querido ser.

No obstante, parecía que esa recomendación se quedaría en el olvido porque en 1953 Vicente Leñero se inscribió en la Facultad de Ingeniería de la UNAM, a pesar de que la semilla del periodismo la llevaba en la sangre pues al cursar la primaria y secundaria en el Colegio Cristóbal Colón, de los lasaillistas, llegó a ser colaborador de planta de La Fragua, el periodiquito que dirigía Carlos Chanfón.

 

Algún día, algún día…

-Ese año de 1953 me ocurrió algo curioso al ir a ver Las Cosas Simples, de Héctor Mendoza, en el teatro Ideal, pues al aplaudir delirante la obra vi al autor entrar en el foro para agradecer la ovación y el impacto fue mayúsculo. Aquel muchacho tenía 21 años, sólo uno más que yo y había escrito aquello; carambas, cómo. Mientras yo garabateaba pastorelas y comedias insulsas, él fue capaz de armar una obra en serio que ahora merecía tamaño aplauso. La admiración, la envidia, el contagio se mezclaron en un solo sentimiento. A solas, en el tranvía en que regresé a mi casa, me propuse convertirme en dramaturgo. Yo también, algún día…

No obstante, ese año de 1953 no deparó nada bueno en ese campo a Vicente, pues sólo escribió una pequeña pìeza en un acto llamada Timidez y que representaban sus hermanos y algunos amigos en la sala de su casa, en presencia de parientes y conocidos.

Lejos, muy lejos se sentía de Héctor Mendoza, pero mucho más de sus admirados Emilio Carballido, Luisa Josefina Hernández, Héctor Azar, Juan García Ponce o de Magaña. Pero en sus adentros no dejaba de repetrise el estribillo: «Algún día…»

Y fue entonces cuando conoció a Juan José Arreola, después de sesudas lecturas de buenos libros y de estudios de periodismo en la escuela Carlos Septién García, donde se tituló en 1956, mismo año en que tuvo oportunidad de ir a estudiar a Madrid un curso de periodismo en el Instituto de Cultura Hispánica.

-Algún día -les decía entonces a unos compañeros becarios-. Algún día, tal vez, escribiré para el teatro-. Y ellos me alentaban: -No sólo escribirás teatro, sino que unas de tus obras se representará aquí… (Y 36 años después, La Noche de Hernán Cortés, de Vicente Leñero, se presentó en San José de Costa Rica, en Bogotá, en Managua, en Puebla, en Cádiz, España y, por supuesto, en un teatro de Madrid).

Su matrimonio con Estela Franco y el nacimiento, en 1960, de su primera hija, Estela (ahora también consumada dramaturga), hicieron que Vicente cambiara los números de la ingeniería por las letras, pues había ganado un concurso universitario de cuento en 1958 con el seudónimo de Gregorio y tenía ante sí el reto de ser escritor por la febril entrega que puso en el taller de Juan José Arreola, en donde trabó amistad con José Agustín, hoy por hoy conocido por sus éxitos literarios como La Tumba.

Y fue así como, paso a paso, Leñero hizo realidad la esencia de aquella promesa que se hizo a sí mismo: «Algún día…» Porque en 1961 el Centro Mexicano de Escritores le concedió una beca que aprovechó para empezar a dar forma a Los Albañiles, que terminó en 1962, con la asistencia amorosa de su esposa Estela, teniendo ella que soportar la carga familiar y aplazar su realización como psicóloga.

Pero al principio le hicieron el feo a esa primera gran obra de Vicente y no fue sino hasta el 11 de noviembre de 1963 cuando don Joaquín Diez-Canedo le envió un correograma para que se presentara en la editorial Joaquín Mortiz a fin de ultimar los detalles para la publicación de la novela, ya que había sido aprobada, e inclusive ese año ganó el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral en Barcelona, tras de que en 1962 lo había ganado el afamado Mario Vargas Llosa con La Ciudad y los Perros.

La vida llevó a Leñero a tener que buscar un sueldo en 1964-65 escribiendo telenovelas para el canal 2 de Telesistema Mexicano, a las órdenes de Ernesto Alonso y Luis de Llano, y luego a trabajar en la revista Claudia, «junto con el desmadroso José Agustín», afirma el también célebre guionista.

«Algún día…» se convirtió también en palpable realidad cuando Leñero lanzó otras dos novelas: Estudio Q, en 1965, y El Garabato, en 1967, y, sobre todo, cuando dio a luz su primera obra de teatro en 1968, Pueblo Rechazado, y en 1969 pudo adaptar Los Albañiles para ser representada en el «Antonio Caso» y luego en el «Virginia Fábregas», pero sin poder vivir esclusivamente como escritor pues su fuente de ingresos estaba en el periodismo.

-No me siento periodista, de ninguna manera -sentencia Vicente Leñero-. Pero es imposible disociar su nombre de trabajos extraordinarios en la prensa de su época, sobre todo cuando llegó a Siempre!, de José Pagés Llergo, y a Revista de Revistas, de Excélsior, donde tuvo la fortuna de comocer a Julio Scherer García y aprender mucho más del llamado por Gabriel García Márquez, «el mejor oficio del mundo».

De hecho su novela Los Periodistas es un ícono de las letras acerca del absurdo «Golpe a Excélsior» por el entonces presidente Luis Echeverría en julio de 1976 y que dio ocasión a que Leñero fuera cofundador del semanario Proceso, con Scherer García y otros colegas expulsados de la cooperativa del diario capitalino.

Es autor de los primeros apuntes que dieron lugar a un Manual de Periodismo -«que luego me robó Carlos Marín», indica sin pelos en la lengua-, y también de Talacha Periodística conocido ahora como Periodismo de emergencia y que reune textos suyos publicados a lo largo de varios años, y no se puede pasar por alto sus investigaciones hechas libros monumentales sobre México en cien entrevistas, México en cien reportajes, México en cien crónicas publicados por la Productora e Importadora de Papel (PIPSA).

 

Colorín colorado…

-En mi infancia fui al teatro con mi familia a ver solamente Don Juan Tenorio; en la pubertad escenifiqué con mis hermanos Don Juan Tenorio en un teatro casero de marionetas; en la adolescencia memoricé todo el primer acto de Don Juan Tenorio; en la adultez me puse a estudiar la vida y obra del autor de Don Juan Tenorio; al iniciar la vejez escribí una obra sobre José Zorrilla y su Don Juan Tenorio. Cumplí así el ciclo de una obsesión -asienta Vicente Leñero.

Y habrá que agregar por nuestra cuenta: -Fue fiel a la estrella de la vocación que le mostró su padre desde sus primeros años además de cumplir la recomendación de su tío Enrique para que fuera escritor, lo que hace ver como un ejemplo que los sueños, si se cree en ellos y se es perseverante, pueden llegar a ser realidad «algún día…

Lástima que Vicente Leñero crea que en esta etapa ya no hará más obras de teatro y se resista a dejar su timidez y aislamiento al grado de no desear ni un homenaje en el 2013 con motivo de sus 80 años de vida. Allá él…

 

P. D. Es un mérito enorme llegar a viejo, mi estimado Vicente. Pero más mérito es no sentirse viejo. Así es que sigue disfrutando la vida: leyendo, escribiendo, viajando y amando a los tuyos.

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2 comentarios a este texto
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