De la cerrazón de ayer a la apertura de hoy

  • Las nuevas generaciones de compatriotas ni siquiera imaginan lo que fue vivir en la cerrazón democrática de ayer pero gozando el llamado «milagro mexicano».
  • México no tiene más que recurrir a las reformas estructurales que tanto obstaculizaron los priistas.
  • Nada más falta que a la llegada de otros empresarios al espectro televisivo, nos deje con un palmo de narices.
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English: Alfredo Ruiz del Rio y Luis Echeverría Álvarez Español: Alfredo Ruiz del Rio y Luis Echeverría Álvarez (Photo credit: Wikipedia)

José Luis Esquivel Hernández

Las nuevas generaciones de compatriotas ni siquiera imaginan lo que fue vivir en la cerrazón democrática de ayer pero gozando el llamado «milagro mexicano», gracias a los buenos oficios de un funcionario público en la Secretaría de Hacienda como don Antonio Ortiz Mena, hasta que el sexenio desastroso de un demagogo tercermundista como Luis Echeverría Álvarez echó por tierra todo lo sembrado, culminando en 1976 con una perversa devaluación del peso frente al dólar, lo cual no ocurría desde 1952.

Pero faltaba completar el cuadro de la ignominia presidencial al apuntar el «dedazo priísta» a favor de José López Portillo que compitió sin rivales enfrente y pasó a la historia con el tufo pestilente de la corrupción, al grado de cerrar el ciclo político de  gobernantes revolucionarios a fin de dar paso a los tecnócratas encabezados por Miguel de la Madrid y principalmente por Carlos Salinas de Gortari.

Antes de estos cuatro estadistas, admirábamos a los artífices del «desarrollo estabilizador» de un México que en 12 años (de 1958 a 1964) tenía una inflación promedio de 2.8 por ciento anual y un crecimiento asombroso de 6.8 por ciento al final en cada diciembre, el más alto que se haya registrado en nuestra historia para un período tan prolongado, y más los admirábamos por la completa estabilidad que disfrutamos, aunque a un precio muy alto: el dominio asfixiante de un partido hegemónico, casi único, y la falta de libertad por vivir en una dictadura que el escritor Mario Vargas Llosa calificó de «perfecta», ya que los ciudadanos no la percibíamos y la llamábamos «democracia dirigida».

La situación boyante de México era la envidia de medio mundo, como Corea del Sur, que en 1970 tenía un producto per cápita a la mitad del de nuestro país y estaba sumida en la pobreza y el subdesarrollo.

Pero –¡sorpresas que da la vida– entre 1970 y 2004 México logró tan sólo 1.5 por ciento de crecimiento promedio anual en su producto por habitante, en tanto que Corea del Sur registró una tasa real de 6.1 por ciento y se catapultó como un gigante asiático, en competencia directa con Japón. Los mexicano nos fuimos para atrás en lo económico y los coreanos en 2004 se pusieron al doble que nosotros en crecimiento.

Ante semejante estancamiento y la cruda realidad de un aumento en la población: de 25.7 a 112.3 millones de mexicanos entre 1950 y 2010, con el sello de pobreza en todo el territorio nacional además del dinero en unas cuantas manos monopólicas y el corporativismo sindical, el clamor de reformas estructurales no se ha hecho esperar a fin de dar el estirón hacia otro «milagro mexicano» como el de las décadas de 1950-70, especialmente al ver a nuestro país rezagado en la cobertura escolar entre adolescentes y jóvenes de 15 a 19 años de edad, ya que es apenas de 53.8 por ciento contra el 74.8 por ciento de Chile, el 76.4 por ciento de Brasil, el 86.8 por ciento de Finlandia y el 95.7 por ciento de Irlanda.

Y si a ello le agregamos que en las pruebas de calidad educativa de la Organización para el Crecimiento y Desarrollo Económico (OCDE) estamos en el último lugar, caemos en la cuenta que el problema no es de dinero sino de reformas estructurales y de cambios profundos, pues Corea del Sur aplica el 15.3 por ciento del gasto público a la educación, mientras que nuestro gobierno ostenta un 20.3 por ciento, contra un 4.8 por ciento de su Producto Interno Bruto (PIB) que la República Checa dedica a la educación, con resultados sorprendentes.

Así es que al perder terreno en otros rubros internacionales significativos, México no tiene más que recurrir a las reformas estructurales que tanto obstaculizaron los priístas en los dos gobiernos del PAN (de Vicente Fox y de Felipe Calderón, con la oposición sistemática del PRD en este terreno) y que ahora los mismos priístas están apurando en el famoso Pacto por México alegando que les faltó oficio político a sus antecesores para llegar a acuerdos en algo tan fundamental para el desarrollo social.

 

La apertura en telecomunicaciones

En esta tesitura, el campanazo gubernamental en el México de hoy ha sido la voluntad política de recuperar la rectoría de Estado en el desarrollo y la autoridad pública ante la desbordada soberbia de los poderes fácticos dentro de un modelo neoliberal y de mercado que impulsó Salinas de Gortari desde su puesto en el sexenio de Miguel de la Madrid a partir de 1982 y que consolidó durante su mandato a partir de 1989.

Con todo y figurar el concepto de «rectoría de Estado» en el artículo 25 de la Constitución a partir del 3 de febrero de 1983, lo cierto es que se trataba de una mera «pantalla» porque la privatización  de cuanta entidad pública realizó Salinas de Gortari y la cesión de poder a favor de las élites económicas de México, nos dejaron entrampados en las leyes del mercado y en una maraña de poderes fácticos, que el italiano Luigi Farragoli identifica como «poderes salvajes», sin pelos en la lengua.

Por eso  la gran noticia del lunes 11 de marzo de 2013 fue la apertura en telecomunicaciones anunciada por Enrique Peña Nieto, al buscar el endurecimiento de las concesiones y frenar el apetito feroz de Telmex, temas muy sensibles para los citados «poderes fácticos», pues es proverbial la resistencia de Televisa y de TV Azteca a la competencia de otras televisoras, cuyos intentos de llegar a las masas cautivas habían sido abortados y sus promotores satanizados o exhibidos en reportajes trabajados exprofeso para documentar denuncias de todo tipo.
Así pues, la iniciativa de reforma constitucional en materia de telecomunicaciones y radiodifusión es de gran calado al publicarse el 11 de junio por abrir ambos sectores a la competencia y por plantear el reforzamiento y autonomía de los reguladores, al crear el Instituto Federal de Telecomunicaciones y la Comisión Federal de Competencia Económica, aunque falta aún que el ejecutivo federal emita los lineamientos para la política de inclusión digital universal y presente el presupuesto que permita concluir el apagón analógico en 2015.

Sin embargo, en la reacción de los poderes fácticos en México surge aún el germen de la duda sobre el éxito de esta reforma pues puede haber «mano negra» en la designación de los candidatos para ocupar los cargos de comisionados y la confirmación de parte del Senado de quienes integrarán los plenos del Instituto Federal de Telecomunicaciones y de la Comisión Federal de Competencia Económica.

Aún hay un trecho por andar para la conformación del Consejo Ciudadano a cargo del cual quedará la operación del Organismo Descentralizado de Radio y Televisión Pública, antes de que en enero de 2014 el Congreso expida la legislación que haga las adecuaciones pertinentes a las leyes a fin de empatarlas a la nueva normatividad, incluyendo la Ley Convergente de Telecomunicaciones y Radiodifusión.

La nueva Ley Federal de Competencia Económica y la Ley Orgánica del Organismo Descentralizado de Radio y Televisión Pública son un reto para los legisladores, igual que la Ley Reglamentaria del Derecho de Réplica, así como las reformas a las Leyes de Autor.

Y qué decir de la Ley Federal de Amparo reglamentaria de los artículos 103 y 107 constitucionales porque se trata de prohibir la suspensión de resoluciones de la Comisión Federal de Competencia Económica (Cofeco) que son distintas a las multas y desincorporación de activos.

Los poderes fácticos, siendo verdaderos poderes, tienen también un lapso para tratar de seguir llevando agua a su molino especialmente con su «telebancada» cuando se traten las reformas al Código Penal Federal para sancionar conductas anticompetencia, y la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal.

Las nuevas generaciones de hoy, y los que quedamos de otras generaciones, deseamos vivir, con ésta y otras reformas, un nuevo «milagro mexicano» en lo económico y en lo social pero sin la cerrazón democrática de los dinosaurios priístas, sino con la apertura total que exigen los tiempos del México de hoy, con pleno respeto a la libre competencia y a la multiplicidad de voces en nuestro mosaico multicultural, así como a la pluralidad de preferencias de todo orden.

Nada más falta que a la llegada de otros empresarios al espectro televisivo, nos deje con un palmo de narices, lucrando con el entretenimiento bajo de las masas en la pantalla sin dejar ni una pizca a la conformación de programas que eleven la cultura y contribuyan a la exaltación de los valores cívicos así como a elevar el nivel de conocimientos formales de todas las comunidades.

Dicen que el que con leche se quema hasta al jocoque le sopla, pues vaya palmo de narices que nos llevamos con Ricardo Salinas Pliego y sus abusos, cuando esperábamos que fuera una verdadera alternativa de los Azcárraga a raíz de la compra que realizó en 1993 de Imevisión, con dinero prestado nada más u nada menos que de Raúl, el hermano incómodo de Salinas de Gortari.

Por favor, que no tengamos que lamentar a otros aguafiestas ahora que la apertura de las telecomunicaciones y la radiodifusión nos hacen esperar mejores expectativas que les que concibimos cuando nació TV Azteca.

 

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