La aventura errante de Rafael Cardona en el periodismo

  • “El principal enemigo del periodismo mexicano es la incultura”, sentencia en entrevista con RMC.
  • “Un periodista debe tener como cualidades: capacidad de provocación y mala leche”.
  • “Los columnistas deberían tener código de ética… y los alacranes deberían tener alas y los pescados deberían tener patas”.
  • “Yo soy mi trabajo, soy lo que hago, lo que escribo, lo que digo, lo que pienso en radio o televisión”.
Foto: “Rafael Cardona, otro talentoso periodista mexicano.” por gacetapoliticas @Flickr.

Foto: “Rafael Cardona, otro talentoso periodista mexicano.” por gacetapoliticas @Flickr.

Por Abraham Gorostieta

Rafael Cardona es un periodista que se formó en las redacciones. Conoció a periodistas que marcaron con su trabajo el quehacer periodístico en México, para bien o para mal: Manuel Buendía, Julio Scherer García, Jacobo Zabludowsky.

Su trayectoria en el diarismo ha dejado huellas que se quedaron archivadas en las hemerotecas y bibliotecas. El periodismo mexicano es no sólo la historia de los diarios, o de sus grandes exponentes, y sus relaciones con el poder político, es también la historia de sus reporteros, de las imprentas, de las redacciones.

Nieto, hijo, sobrino de periodistas

Rafael Cardona proviene de una familia donde todos han sido periodistas: su abuelo, Rafael Cardona; su padre, Rafael Cardona; él mismo, Rafael Cardona. El rastro de los Cardona se puede registrar en la Hemeroteca. La obra periodística de este reportero abarca nueve lustros, huella indeleble en las páginas de los diarios mexicanos. Su transitar en los medios le ha ganado adeptos y rivales. Pocos son los periodistas que trascienden su trabajo. Cardona lo ha hecho, su quehacer periodístico es parte de la Historia del periodismo mexicano. Libros lo mencionan y le echan una mirada a su trabajo: Prensa vendida, de Rafael Rodríguez Castañeda; Los periodistas, de Vicente Leñero; La terca memoria, de Julio Scherer; La prensa de los jardines, de Raymundo Riva Palacio, entre otros.

Rafael Cardona es un hombre culto, de vocabulario amplio, palabras exactas y muchas veces jocosas. Llega en su elegante, lujoso e impecable automóvil, impecable su traje, impecable su reloj, impecables sus anteojos. Su padre trabajó en la XEQ y en la XEW. Trabajó para Emilio Azcárraga Vidaurreta. En la radio su padre era una especie de productor. Don Rafael cuenta sobre su padre:

Mi padre fue una persona de medios. Trabajó en dos áreas de la radiodifusión: En la primera, como director artístico cuando en México la radio musical se hacia en los estudios de radio. Le tocó la época de Agustín Lara grabando en vivo con todo y su piano. Estaban también las radionovelas, verdaderos culebrones que las señoras oían en sus radios mientras lavaban y planchaban o cuidaban a los niños. Mi padre era director artístico. Él  decidía quién cantaba y quién no. O qué canción se cantaba. Se llama Rafael Cardona. Y la segunda, se dedicó después a la producción radiofónica en general haciendo noticiarios, programas especiales, deportivos, etcétera. Trabajó en la XEQ y luego en la XEW, en el IMER. Trabajó 60 años en eso.

“Vivir el periodismo es vivir con los ojos abiertos, vivir con intensidad, claridad e inteligencia” ha dicho el veterano periodista en distintas entrevistas; más aún: explica que “un periodista no se aburre nunca de nada y eso está a toda madre”. Su primer trabajo fue en el diario La Prensa, cuyo director general era Mario Santaella y en donde trabajó el periodista Manuel Buendía. Rafael Cardona en distintas entrevistas ha reconocido que el destino lo hizo periodista y nuevamente lo reafirma en esta entrevista:

Yo no decido ser periodista. El periodismo decide por mí. Tenía la influencia de mi padre, por supuesto, pero yo no vivía con él, sino con mi abuelo que era periodista. Trabajó en el periódico El Nacional, en Excélsior y al final de su carrera en La Prensa. Yo traía una crisis vocacional tremenda. Me aburrí de la carrera y me salí de la universidad. Estudiaba Sociología, Antropología, Administración Pública y Arquitectura, en la Universidad Iberoamericana. Mi abuelo, para que yo no estuviera de ocioso, me llevó al periódico La Prensa y me dijo “Ahí te estás y haber que se te ocurre hacer”. Así empecé, comprando tortas y refrescos, haciendo “la guardia”, yendo a la Cruz Roja en las noches.

Así se incursionaba en el periodismo a mediados de los años cincuenta, y así empezó Rafael Cardona. Las escuelas de periodismo no existían o eran muy recientes. Ni siquiera estaban formadas todas las facultades en la Universidad Nacional Autónoma de México. Quien aspiraba ser periodista tenía que llegar a las redacciones de los periódicos y aprender desde abajo. En el argot periodístico se decía que era empezar de “hueso”: el mandadero.

Cardona se reconoce en ese pasado tan común de los periodistas de la vieja guardia. Explica: “De hueso, hueso, hueso realmente debí haber estado dos semanas. Me ascendieron a ayudante del reportero de guardia. Luego ascendí a reportero de la patrulla nocturna, lo cual me permitió salir a la calle. Reporteaba choques, incendios, balaceras”, narra mientras sonríe un poco. El siguiente nivel jerárquico después de ser hueso  es ser cartílago: el ayudante de reportero.

Me caigo muy bien y  soy muy chingón

–Don Rafael, con 44 años dándole a la tecla, seguro usted tiene una definición propia sobre lo que es el periodismo. ¿Me puede decir que es el periodismo para usted?

–El periodismo es un oficio cuyo ejercicio permanente se convierte en una forma de vida. Lo interesante del periodismo es la manera como uno vive. De lo que uno vive se van derivando las cosas que uno percibe o la forma como uno percibe las cosas.  Eso te lleva a varios caminos: te puede llevar a una actitud totalmente romántica; te puede llevar a una actitud revolucionaria; a una actitud meramente profesional o te puede llevar a una actitud lúdica en la cual tu vida se convierte en una aventura personal llena de matices, personajes, escenarios, diversiones; te puede convertir en un desencantado de la vida o, también, en un hombre que vive la vida con gusto, con alegría, que conoce lo de arriba, lo de abajo y lo de enmedio. Puedes lograr un sano escepticismo y a veces un honesto cinismo en la vida.

–Usted ha sido jefe de información en la revista Proceso, jefe de redacción en el Unomásuno de Becerra Acosta y tiempo después director del diario, director de la revista Época; es decir, tiene bastante experiencia. Para usted, ¿cuáles son los vicios del periodista a la hora de hacer su chamba?

–Depende de cada periodista. Hay algunos que no tienen vicios, simplemente son pendejos.

El principal enemigo del periodismo mexicano es la incultura. Los periodistas no leen, no se informan, no les gusta saber ni buscar conocimientos. Mientras más auge tienen los medios electrónicos, más inculto es el medio.

Hay unos que no saben escribir, está bien, se aprende, pero hay otros que no saben ni hablar, entonces ni preguntar saben.

Los periodistas no crecen porque no se cultivan. El 90 por ciento de los periodistas que conozco son unos asnos. Los jóvenes reporteros no se hacen responsables de su propia formación profesional, cultural, educativa. Lo que da la Universidad es sólo una decima parte de lo que necesitas, pero a los jóvenes no les interesa eso.

Hace años que no guardo un recorte de periódicos o una columna. ¡Años! Los mexicanos nunca han tenido buenos medios de información, porque la información es una superestructura. ¿Cómo quieres tener buena información en un país que tiene vocación por el analfabetismo? Si yo ahorita junto a diez compañeros de tu generación y los pongo a escribir no pasa ni uno solo. ¡Ni uno!, en serio. Cuando yo era director de Unomásuno  a mi llegaban tus compañeros de la UNAM, de la UAM, de la Ibero  con su currículum a pedir chamba. Los ponía a escribir, ya no me importaba lo que escribieran, si había sintaxis o concordancia, no me fijaba en eso sino simplemente en la ortografía. ¡Eran peor que mis nietos!, que son pequeños.

–Usted mantiene una columna desde hace varios años, en el diario Impacto, de Juan Bustillos y en La Crónica de Hoy, de Jorge Kahwagi Gastine, su nombre es El cristalazo, un poco violento el nombre me parece. ¿Qué le quiere decir al lector con un nombre como el de su columna?

–El nombre de mi columna se lo puso Pepe Cárdenas, así me anunciaba en su programa de radio. Luego ya se convirtió en una marca. El nombre es sonoro, hace ruido, es una violación de la intimidad.

Mi columna se llamaba originalmente El zoológico de cristal. Yo decía que los políticos son como los animales: la grilla, los búfalos, la caballada flaca y un día dije algo en radio que a Pepe le pareció muy agresivo y dijo que eso era un cristalazo. Aparte, él iba en su coche para llegar a Radio Fórmula y mientras estaba un semáforo en alto unos bandidos le dieron un chingadazo a la ventana del auto de Pepe y le robaron su reloj. Entonces traía el cristalazo aquí en la cabeza y de ahí el nombre que a mi me pareció atractivo: El cristalazo.

–Y para usted, ¿Qué significa ser columnista en México?

–Pues mira, por una parte significa una gran autonomía editorial porque el columnista escribe lo que quiere, de quién quiere y cómo quiere y puede ir construyendo su propio mundo de relaciones personales sin que nadie lo llame a cuentas; es decir, no tiene que escribir lo que le encargan –un editorialista tiene que escribir lo que la compañía en donde trabaja le pida–. En cambio el autor de la columna escribe de lo que quiere, puede hacer sus propias defensas, sus propios impactos, sus propias campañas.

–¿Todo mundo puede ser columnista o nada más los reporteros?

–Para ser periodista hay que ser reportero. El que no es reportero no pertenece a este oficio. Y reportero no es solamente trabajar como tal, sino pensar como reportero.

¿Cómo piensa un reportero? Pues un reportero debe tener un detector de mierda. Manuel Buendía  –que fue mi padrino de bodas y era mi amigo– decía que una buena columna se hace después de mil reportajes. Solamente un buen reportero puede hacer una buena columna porque tiene una visión muy amplia del país, porque lo conoció a pie. Ya lo conoció, ya hizo reportajes de los indígenas, de los tarahumaras, de los tzotziles, de todos. Ya cubrió varias giras presidenciales. Varias caídas sindicales, huelgas. Ya entrevisto a una cantidad generosa de intelectuales, escritores, pintores, poetas, etcétera. Un reportero ya salió del país a hacer esto o aquello, es decir: un columnista primero debe ser un reportero y después de mucho trabajo ya está completo.

–Hábleme sobre el detector de mierda, ¿Qué son las noticias para usted?

–Las noticias son… sólo es noticia aquello que transgrede la normalidad. Un niño sano, con dos ojos, dos rejas, una boquita muy linda, un niño que camina, en fin todo eso, pues ese niño no es noticia.

Un niño monstruoso con cuatro ojos, eso si es noticia. Un periodista debe tener como cualidades: capacidad de provocación y mala leche. Si no-es-mala-leche no puede ser periodista. No puede. Porque no vería las cosas malas de la vida y las cosas malas de la vida son las noticias.

Un puente que no se cae no se publica. Un puente que si se cae, si se publica. Bueno, cayó el puente y se murieron cuarenta personas. Muy bien, ahora vamos averiguar por qué se cayó ese puente. Los puentes no se caen solos. Se cayó porque estaba mal construido. Vamos a ver quién fue el constructor. Y siempre vas a terminar con un negocio chueco. El compadre del gobernador, dueño de la compañía propiedad del hijo del gobernador fue quien la construyó. Lo hizo inflando los precios del material y ocupó los más baratos. Siempre es así. El periodista debe tener un detector de mierda en la nariz.

–Don Rafael, ¿Los columnistas escriben para el poder o para sus lectores?

–Mira, en general los medios de comunicación no son medios de información social. Los medios de comunicación son herramientas de información entre diferentes grupos de poder. El público, los lectores, los televidentes y los radioescuchas son en términos generales, personas que en el nombre de las cuales se hacen cosas que a ellos ni les importa pero como se las ponen en los periódicos o en la televisión, pues termina por importarles.

Ahora, todo el periodismo financiero que hay en este país y que deja mucho dinero, ¿a quién chingaos le importa? ¿A quién le importa fundamentalmente si el señor Autrey ganó o no la licitación de Satmex? ¿A quien le importa? Le importa a él: es su negocio. Y si él esta enviando notas a los columnistas financieros para que se sepa que tiene mucha lana y que va a comprar o ganar la licitación, pues lo está haciendo para avisar, o fintar, y entonces el señor Alemán –que también quiere comprar Satmex–  lee la columna y dice: “ah, Autrey le va a meter lana a esto”, entonces levanta el teléfono y dice a algún columnista financiero: “oye, yo le voy a meter el doble, ¡eh!”

Donde se dirimen las pugnas de los negocios es en las columnas financieras, y lo mismo pasa con las columnas políticas.

–Entonces, ¿cómo debería ser una columna periodística?

–En términos generales, una buena columna periodística debe tener una buena dosis de investigación. Una columna no es únicamente una opinión. Una columna debería ser el tratamiento crítico de hechos que  puedes contrastar a partir de tus hallazgos profesionales.

Una columna debe mostrar algo, no debe de ser el terreno para que tú opines de lo que quieras, para eso está el artículo de opinión, cosa muy distinta a la columna. Una columna debe tener cierta dosis de nota informativa, más que opinión, capacidad de abstracción:  cómo comparas determinado hecho con otro. Una columna debe vincular asuntos que aparentemente no están conectados: es una gran labor de ingeniería de datos, y esto es, por lo general, lo que no hacen los columnistas. Hay columnas que están llenas de confeti, que sirven para anunciar, avisar, decir, proponer, hacer campaña…

–¿Los columnistas deberían tener código de ética?

–Pues sí, los columnistas deberían tener código de ética… y los alacranes deberían tener alas y los pescados deberían tener patas.

–¿Usted tiene código de ética?

–No, yo no tengo código de ética. Yo actúo en mi trabajo de acuerdo con mi conciencia, y el tamaño de mi conciencia es algo que sólo yo conozco. Yo creo mucho en los diez mandamientos. Yo no le robo nada a nadie. No publico mentiras ni ataques racistas.

Yo no le rindo cuentas a nadie. Yo me expongo al desmentido. Yo me expongo a que un señor me diga: “eso que tú publicaste es falso”. Si me dice que es falso, yo le doy el espacio para que lo demuestre. Pero yo no escribo falsedades o al menos en los 44 años que tengo de escribir y decir lo que yo creo, nunca nadie me ha dicho que yo he mentido. Nadie me ha desmentido en toda mi vida. Nunca.

–Dígame que piensa: ¿Los códigos de ética deben ser personales o es el medio el que lo debe imponer?

–¿Cuál medio? El medio no existe. No hay, no es cierto. ¿Cuál es el código de ética de El Universal?, ¿el que tienen publicado? También tienen un águila cargando al mundo y eso no quiere decir que eso sea cierto. ¿Cuál es el código de ética de La Crónica, o de Televisa? El código de ética de los dueños de los medios es ganar dinero, punto.

–¿Y de los periodistas?

–Ver si les toca algo. De ahí perciben su salario.

Scherer fue un autócrata

Sus inicios en el periodismo se registran en La Prensa. El joven reportero de 19 años, Rafael Cardona, entrevista al Nobel de Literatura Octavio Paz. Frescos los acontecimientos del 2 de octubre de 1968. Fresca la renuncia del poeta a su cargo de embajador en la India, a manera de protesta. La entrevista no fue publicada. El director argumentaba frente al reportero: “No se publica. Ese señor (Octavio Paz) está meado de zorrillo. No se puede hablar mal del Presidente. Además, el Presidente viene a despedirse de esta casa editorial. No podemos hacerle una majadería de ese tamaño. ¿Entiende?”. El joven Cardona aceptó.

Su propia juventud lo hacia rebelarse, como fuera. El día que Gustavo Díaz Ordaz fue a despedirse de la redacción de La Prensa, el joven Cardona, al darle la mano, no le diría “señor presidente”, sino licenciado. Iría de corbata negra. El día llegó, Díaz Ordaz se despidió de mano de cada uno de los reporteros y redactores, incluido el jovencito de corbata negra. Paso de largo. Ni lo escucho. “Ahí aprendí que los periodistas no le importamos al poder, ni lo que digas, ni lo que escribas, porque el gobierno no censura periodistas; el gobierno desprecia a  medios”.

De La Prensa se traslada a Excélsior, “Catedral de la información”, le decían. El periodista narra:

A Excélsior me invita Enrique Loubet. A él lo conocí donde los periodistas se conocían antes: en la cantina. Me dijo: “vente a trabajar acá” y fui. Fue y le dijo a Scherer y Scherer pidió conocerme y después de entrevistarme me quedé en Excélsior. Llegué en 1970. El mundial de futbol lo cubrí para La Prensa, al igual que el festival de Avándaro y el último Grand Prix que hubo en México. En Excélsior cubrí el terremoto de Nicaragua, así empecé a trabajar ahí.

Y en Excélsior  se distingue como reportero. De aquellos años, el periodista reconoce el impacto que tenía el periódico en la vida nacional. Pero no está del todo de acuerdo con quienes sostienen que el diario cambia de viraje, se torna más crítico, bajo la dirección de Julio Scherer. Pronto aclara: “Excélsior cambia y no cambia. Mira: antes de Scherer, Excélsior era el mejor periódico de México; después con Julio Scherer, Excélsior siguió siendo el mejor periódico de México. La potencia de Excélsior en los medios no se le debe a Julio Scherer, de ninguna manera”.

Abunda sobre el diario “de la vida nacional”, antes de la llegada de Scherer a la dirección del diario: “Don Manuel Becerra padre llega a la dirección de Excélsior por las luchas intestinas de los cooperativistas, que siempre fueron conflictivas en esa casa, como toda institución donde se administra la cercanía con el poder y el poder mismo. Rodrigo de Llano ya no puede seguir y comienza un jaloneo y Becerra Acosta llega al poder y enseguida muere. Es entonces cuando  Julio Scherer asciende a la dirección”.

Rafael Cardona ha escrito que Julio Scherer es un hombre de La Historia. No hay duda de ello. Lo es. Ahora hace un acercamiento sobre el Julio Scherer, director de Excélsior:

Julio Scherer es un periodista que entendía muy bien su profesión, pero entendía muy mal su papel como director de una empresa. Excélsior no era un periódico nada más. Era una sociedad cooperativa. Era una gran unidad de producción cuya finalidad era generar dinero para repartirse entre los cooperativistas. A Julio Scherer se le olvidó eso. Él sólo pensaba en las noticias, en el periodismo, en las páginas editoriales y en la preservación de sus ideas. En ese sentido Scherer fue un autócrata que no entendió a la Cooperativa y la Cooperativa lo echó.

De aquellos años hay varios testimonios de sus propios protagonistas. A la renuncia de Eduardo Deschamps a Excélsior, Julio Scherer buscó quien se encargará de las páginas de Espectáculos del periódico. Mandó a llamar a Rafael Cardona.

En el libro Los periodistas, testimonio de Vicente Leñero sobre el golpe a Excélsior, el escritor narra: “Cardona era de aquellos reporteros de la nueva hornada a quienes Manuel Mejido ponía como ejemplo de las injustas preferencias del director general a favor de los jóvenes y en demerito de los experimentados. Sin embargo Cardona había dado muestras de ser un buen periodista. Le interesaban además los espectáculos. Lo haría bien”.

En los días álgidos antes del “golpe” a Excélsior, Scherer y Hero Rodríguez fueron llamados a una sesión –otra más–  del consejo de administración de la Cooperativa. Cuenta Leñero: “Los consejeros y comisionados saltaron como fieras a la agresión directa contra el director y el gerente. En base a un memorándum turnado al consejo de vigilancia por Ricardo Perete y Raúl Vieyra donde acusaban al director de haber impuesto al reportero Rafael Cardona como coordinador de las páginas de espectáculos (…), los consejeros y comisionados aprovecharon la ocasión para llamar dictador a Julio Scherer, para gritarle déspota, injusto, arbitrario”, refiere el escritor.

Rafael Cardona abunda sobre este hecho en el suplemento cultural Confabulario, de El Universal, en agosto de 2007. Testigo privilegiado de su propia vida, el periodista narra:

Entré a la oficina del director general como reportero y salí como coordinador de las páginas de Radio, Cine y Televisión. Tenía la encomienda, entre otras cosas, de parar todas las fotos y notas de discos y actricitas y actores balines “chayoteadas” en beneficio de los jefes de esas planas. Por una parte, la caída hacia arriba me hacia sentir bien. El día que cumplí 26 años recibí de regalo un cargo de responsabilidad en el diario, pero por la otra: “¡Ah! Como será usted pendejo, pajón”, me dijo Manuel Mejido tiempo después. “No se dio cuenta: lo sacaron de la redacción, lo arrinconaron para sacrificarlo”.

Rafael Cardona mostraba sus dotes como periodista. Prueba de ello es la siguiente anécdota en donde, como dice Guillermo Ochoa: “Scherer estaba en todo”. El 12 de febrero de 1976, Mario Vargas Llosa derriba de un puñetazo a Gabriel García Márquez durante una exhibición privada para algunos periodistas de la cinta La Odisea de los Andes en la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica. Vargas Losa reclamaba furioso al escritor colombiano: “¡Cómo te atreves a querer abrazarme después de lo que hiciste a Patricia en Barcelona! ¡No quiero volver a saludarte siquiera, porque no es bien nacido aquel que trata como tú lo hiciste a la esposa de un amigo…! ¡Y sobre todo en la situación en que Patricia y yo nos encontrábamos en Barcelona!”

García Márquez no respondió. Vargas Llosa decía al editor Guillermo Mendizábal: “¡Saquen de aquí a este majadero!” Y nuevamente al escritor: “Y ni siquiera le has dado disculpas todavía”.

Testigo de esto fue Rafael Cardona quien cuenta:

Vargas Llosa me habló con voz de jefe:

–Tú te encargas de que esto no se publique.

–Mario, eso es imposible. Ven, si quieres te pongo en el teléfono a Julio Scherer y se lo pides tú. Yo no me atrevo.

Enmedio del barullo salimos enfrente, a la esquina de Sinaloa y Oaxaca, a un restaurante alemán con duendes de cerámica pintados como enanos de Walt Disney y lamparitas verdes en la entrada.

–Don Julio, mire, déjeme decirle  –y le conté todo a gran velocidad.

–¿Y qué espera para escribirlo, don Rafael?

–Bueno, mire, aquí está Vargas Losa y quiere decirle algo.

El célebre autor de Conversación en la Catedral comenzó otra conversación. Apenas murmuraba un “bueno, Julio, sí, pero … sí, no me digas”. Terminaron de hablar.

–¿Qué pasó, Mario?

–Me jodió… Me dijo: “Cuando no quiera que las cosas se publiquen, don Mario, no las haga en público”. Eso fue todo.

En el libro La terca memoria, el periodista Julio Scherer escribe: “Tuve presente que para mí no habría más tema Echeverría. Fue el protagonista del atentado contra el periódico 30 años atrás, mató, traicionó, fue hombre vil”. En efecto, Luis Echeverría ha sido el tema inagotable del octagenario periodista. Rafael Cardona cuenta un “chiste”: Julio Scherer nunca se va a morir sin ver morir antes a Luis Echeverría y Echeverría no le va a dar gusto a Scherer.

Hay estampas sobre lo sucedido en ese episodio de la historia del periodismo contemporáneo. Cardona ha aportado una pincelada más que completa el cuadro que aún no se termina de pintar:

Abril de 1976.

–“Don Julio”  –le dije a Scherer en la oficina del tercer piso de Excélsior–, vengo a decirle algo importante.

–Dígame, dígame, don Rafael, dígame…

–Anoche nos reunimos un grupo de reporteros y pensamos…

–¿Quiénes, don Rafael, quiénes?

–Pues estábamos Reveles, Andrade, Mora, Carballo, Elías… y bueno, me eligieron para que yo le comente lo que hablamos; es decir, que sabemos lo que está pasando aquí, que se está preparando un golpe de Estado y queremos ayudarle, queremos que nos diga qué debemos hacer; estamos de su lado; sería bueno que nos imponga tareas políticas en la cooperativa. No sé…

–Don Rafael, mire… –me detuvo secamente, como si la confesada actitud solidaria e incondicional de los reporteros jóvenes le molestara–: los tiempos en que podían echar un paracaidista aquí y empapelar con billetes las paredes del periódico, ya pasaron, don Rafael…

Mientras hablaba se iba acercando al escritorio. A media frase final marcó y habló rápido:

–Ven por favor, ordenó secamente.

Los nudillos golpean. El picaporte cede. Por la puerta aparece un hombre rollizo, sanguíneo; en mangas de camisa y con la corbata floja: Regino Díaz Redondo.

–Regino, hermano, casi gritó Scherer. Ambos me miran.

–Aquí don Rafael dice que me quieres dar un golpe de Estado, ¿verdad que no, hermanito?, dile, dile.

El recién llegado me miró con una mezcla de sorpresa y furia. Se contuvo y sin alterarse explicó que estaba por cerrar la edición de La Extra, que no tenía tiempo para perderlo con esas cosas:

–Si no tienes nada más que tratar, Julio, te dejo, con permiso –ojos de lumbre.

–¿Ya ve don Rafael? ¿Vio cómo Regino me obedece?

El 8 de julio de 1976 Rafael Cardona no aparece en la famosa foto de Juan Miranda. No aparece atrás de Julio Scherer, ni junto a Abel Quezada ni junto a Gastón García Cantú. “No aparezco porque mientras ellos andaban en el desfile yo estaba renunciando”, acota el periodista quien narra:

La tarde del 8 de julio es como una película de Kurosawa. Es el Rashomon de todos. Ahí íbamos en una bola heróica cuyo movimiento anticlimático se dio al llegar afuera del Hotel Francis, en la esquina de Morelos. En ese lugar nos arracimamos y de ahí salimos a distintos lugares.

La vida es un carrusel

Al salir de Excélsior, Rafael Cardona busca trabajo como todos los periodistas que apoyaban a Scherer. Días, semanas después se irán perfilando dos proyectos: El periódico Unomásuno que encabezaría Manuel Becerra Acosta y, la revista Proceso que dirigiría Julio Scherer. Cardona trabaja en las dos.

Lo primero que hizo Scherer y su grupo fue crear una agencia de noticias. Cuenta Leñero sobre esos días:

A las plazas que Julio Scherer consiguió para sus reporteros en la UNAM, en la Secretaría de Educación Pública, en el Instituto Mexicano del Seguro Social, se agregaron trabajos redentores –conseguidos también por conducto de Julio Scherer– en la elaboración de la Enciclopedia de México o en algunas otras dependencias. Con esos trabajos y con la puesta en marcha al fin de la agencia noticiosa, una vez obtenidas dos máquinas de télex y los respectivos contratos de una docena de periódicos de provincia, se consolidó un grupo de reporteros entre quienes destacaron, desde el principio: José Reveles, Carlos Marín, Rodolfo Guzmán, Federico Gómez Pombo, Roberto Vizcaíno, Miguel Ángel Rivera, Elías Chávez, Rafael Cardona…

–No, Rafael Cardona se quiere ir  –dijo José Reveles a Julio Scherer en la terraza.

–No deje que se vaya, don Pepe.

–Se quiere ir.

–Ofrézcale la jefatura de información de la agencia, don Pepe.

José Reveles y otros reporteros ofrecieron a Rafael Cardona la jefatura de información de la agencia de noticias.

–¿Pero cuánto me pueden pagar a mí?  –alardeó Rafael Cardona sujetándose con las manos las solapas del saco, a la altura de las clavículas- -¿Cuánto?

–Poco, lo que a todos –dijo Carlos Marín–.Cinco mil pesos.

–¿Cinco mil pesos?  –Rafael Cardona hizo un gesto de asco.

Julio Scherer organizó un desayuno con los reporteros y convenció a Rafael Cardona de que aceptara el puesto. No resistió mucho tiempo. Una semana después ya estaba trabajando con Jacobo Zabludowsky en 24 horas: ¿lo ven? Pero tampoco ahí se mantuvo. Lo relegaron. Tronó. Renunció.

–Merecido se lo tiene, dijo Rodolfo Guzmán.

El periodista tiene su propia versión:

La agencia es en esos días un desorden. El amateurismo del asunto no permite hacer muchas cosas. Los reporteros hemos sido casi excluidos del proyecto de la revista. Los “intelectuales” secuestran a Julio. Yo me harto y un día tiro el instrumento. Tanta santidad me agobia.

Así se lo digo a Scherer. Ahí está el arpa, ya no toco. Me voy. Jacobo me rescata.

Rafael Cardona agrega sobre su salida de Proceso: “A mi Jacobo Zabludowsky me llamó a trabajar la primera vez en 1969. Era y es amigo de mi padre. Me invita a trabajar en la televisión. Yo estaba muy chavo y trabajaba en La Prensa. El director de La Prensa me dijo que no podía estar en la televisión y en el periódico. Me tenía que decidir por una u otro. Fui con Jacobo y le expliqué que estaba en la disyuntiva obligatoria de decidirme y él me dijo: ‘por lo pronto quédate en el periódico pues aquí ahora no hay nada interesante que pueda ofrecerte, pero te prometo que cuando haya algo que valga la pena te voy a llamar’”.

El veterano periodista sigue narrando: “Salí de Proceso siendo Jefe de Información, y lo hice porque no estaba de acuerdo con el proyecto ni hacia donde iba ni como lo manejaban. Simplemente me fui. No tenía trabajo. Un día de esos llegó la llamada que Jacobo me debía desde hace mucho tiempo y me dijo: ´Ahora sí te puedo ayudar, vente a trabajar acá o ¿tienes otra chamba?`, Entré a trabajar a Televisa. Estuve tres o cuatro meses con Jacobo porque me aburrí; no me gustó y me salí”.

En su texto publicado en Confabulario, Rafael Cardona nos regala otra estampa:

Muchos años después bebo café con Scherer. Suena mi celular y hablo unos minutos.

–Adiós, Jacobo –digo.

–¿Era Zabludowsky? –Sí, respondo.

–Es un hijo de la chingada, don Rafael.

–Él no opina eso de usted.

–¿Y qué opina?

–Nada.

Al salir de 24 Horas, el periodista Manuel Buendía lo llamó. Rafael recuerda: “Buendía me llevó a trabajar a El Sol de México con Benjamín Wong a quien, sin embargo, corren al mes de que yo llegué y me salgó con él. Así que en menos de un año había renunciado a Proceso, Televisa y El Sol”.

Sin chamba en un periódico, el reportero Rafael Cardona consigue trabajo en una Agencia de Publicidad. Es en ese momento cuando lo busca el periodista Manuel Becerra Acosta hijo, director del innovador Unomásuno. Cardona relata:

“Becerra Acosta me habla por teléfono y me invita a Unomásuno. Yo trabajaba en la agencia de publicidad y le entro al proyecto. De la agencia de publicidad me jalo a una amiga que salió conmigo de El Sol y la invito al Unomásuno: Carmen Lira, ahora directora de La Jornada. En  Unomásuno fui subjefe de información. Tenía una columna sobre temas de la ciudad. Estuve bien un rato. Después, el proyecto se empezó a mover para ciertas áreas que a mí no me gustaban. Como Manuel Becerra Acosta era mi compadre y entre compadres siempre termina uno a mentadas de madre, así terminamos: el se fue por su lado y yo me fui por el mío”.

Rafael Cardona describe al periodista Manuel Becerra Acosta, su compadre:

Era un tipo talentoso, explosivo, un poco autodestructivo. En ese sentido se parecía un poco a Carlos Denegri, pero no hay duda de algo: era un talento, un absoluto talento. Escribía muy bien, entendía muy bien la información. El arranque de Unomásuno estoy seguro de que nadie lo esperaba. Sin Unomásuno no se podría entender hoy lo que es el periodismo en México. Se dice fácil, pero no lo fue. Becerra Acosta sí innovo el periodismo mexicano. Logró reunir una gran cantidad de talento, no sólo editorialistas o escritores, sino reporteros buenísimos que empezaban o que ya tenían unos añitos, pero talentosos todos ellos.

Una enorme capacidad de innovación significó Unomásuno. Sin ese periódico, tan abierto a la pluralidad y sin su criterio abierto, en este país la mitad de los derechos civiles y sociales que se han ganado, no habrían sido posibles.  Estos derechos se tardaron 20 años en llegar y lucharse por ellos, pero sin ese periódico hubieran tardado 30 o más años. Las libertades sexuales, los derechos a decidir, todo, se empezó a discutir en serio en ese periódico, y nos adelantamos a muchos acontecimientos. Yo me adelante 14 años al levantamiento zapatista en Chiapas, por ejemplo. 

Nuevamente, errante consumado, Rafael Cardona sale del diario. Él lo explica así: “Salgo de Unomásuno porque me bronqueo con Becerra Acosta y me vuelvo a quedar sin nada. Pero entonces sucede el milagro: la Revolución Mexicana se da cuenta que uno de sus hijos está desvalido y me voy a trabajar con el Presidente de la República, Miguel de la Madrid, todo un sexenio. De ahí me voy un año y medio con Manuel Camacho al gobierno de la Ciudad de México”.

Antes de ser funcionario, Rafael Cardona se aventuró en un proyecto llamado Centenario. Al comenzar la década de los ochenta, nacieron dos publicaciones: El Financiero y Centenario. Este último apareció primero en 1981, cuyo director era el periodista Antonio Andrade y en su cuadro directivo figuraban Marco Aurelio Carballo, Rafael Cardona y Guillermo Mora Tavares, los cuatro, estrellas emergentes en el Excélsior de Scherer. Cuenta Raymundo Riva Palacio que “malos manejos administrativos hicieron de Centenario un fracaso antes de tres meses”.

El propio Cardona enfatiza: “Centenario fue una aventura de un amigo mío que se llamaba Antonio Andrade, quien quiso hacer un periódico financiero sin que ninguno de nosotros supiera de finanzas. El periódico duró un año y murió. Y después de que murió el periódico, murió el que era el subdirector y luego el director y ya. Fue un periódico divertido. Yo era el subdirector editorial. Hicimos algunas cosas que funcionaron y otras que no”.

Rafael Cardona trabajó bajo las órdenes de Manuel Alonso, director de Comunicación Social en el sexenio de Miguel de la Madrid. Cardona era Director de Información. Los periodistas que entran a ser funcionarios gubernamentales no son bien vistos por sus pares en los diarios. Los testimonios, en este caso, así lo reflejan.

En el libro Prensa vendida, de Rafael Rodríguez Castañeda se consigna: “Desde 1983, en las páginas editoriales de Excélsior aparecía la firma de Pedro Baroja, en artículos que semanalmente se dedicaban a la defensa de la persona y de la política del presidente De la Madrid. En los medios periodísticos y políticos nadie sabía ofrecer datos acerca del autor. A fines de 1985 se empezó a develar el misterio: se trataba de un seudónimo que ocultaba al verdadero articulista, Rafael Cardona, director de Información de la Coordinación de Comunicación Social de la Presidencia y atrás de él, por supuesto, Manuel Alonso”.

En la columna Plaza Pública de Miguel Ángel Granados Chapa, el 30 de diciembre de 1984, el periodista escribió: “Hace dos semanas, la periodista Isabel Arvide presentó un libro firmado por ella, en ceremonia presidida por Rafael Cardona, empleado de la oficina de Alonso, y a quien se reputa como el autor de la mayor parte de columnas escritas bajo el nombre de Pedro Baroja, un seudónimo con el que la oficina de prensa de la Presidencia rebaja el nivel de ésta agraviando a los contradictores de las políticas presidenciales”.

En el propio Excélsior, la poetiza Margarita Michelena aportó: “El señor Rafael Cardona, que firma en estas páginas con el seudónimo de Pedro Baroja y escribe por encargo del Gobierno (…) Obras son amores y no buenas razones, así sean las del señor Cardona o Baroja, a quien probablemente le den por allá arriba, donde presta sus servicios, auto, chofer, y, claro, gasolina”.

Manuel Alonso, al terminar el sexenio de De la Madrid, fue nombrado director de la Lotería Nacional y después de un tiempo fue designado cónsul general de México en Nueva York, todo durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari. También Alonso compró lo que fue uno de los grandes diarios de México: el Unomásuno. Becerra Acosta exiliado en España. Rafael Cardona fue director del periódico hasta que nuevamente fue vendido. Manuel Alonso llegó a ser vicepresidente de Televisa.

En el periodismo hay que divertirse y vivirlo

Al concluir el sexenio de Miguel de la Madrid, Rafael Cardona continúa su carrera como funcionario, esta vez en el gobierno de Manuel Camacho Solís, regente de la Ciudad de México. Pero un periodista no puede estar por mucho tiempo en una oficina. Cada quien decide sus propios juegos, ha sentenciado el propio Cardona a lo largo de la entrevista.

Alternando sus ocupaciones como funcionario, Rafael Cardona encuentra espacio en Radio Trece con el apoyo de su amigo José Cárdenas. Ahí también mantiene la amistad de largos años con el periodista Abraham Zabludowsky. Cardona relata: “Con mi amigo Abraham fundamos una empresa y hacemos una revista que dura 11 años y que dirijo todo ese tiempo”. La empresa fue la revista Época.

El 10 de junio de 1991 salió el primer número del semanario Época, precedido de una gran campaña de difusión en Televisa. Su presidente era Abraham Zabludowsky, y su director general, Rafael Cardona Sandoval. En el primer número su editorial explica su inicio en el “transito por los caminos del periodismo nacional”, Época  razonaba así su existencia:

Fuera de interpretaciones académicas o economicistas, Época buscará explicar con sencillez, sensatez y claridad el porqué de muchos de los aparentemente incompresibles fenómenos de la economía, sus repercusiones en la vida doméstica y en el entorno social de la población del país (…)  Época establece las líneas generales de su oferta y compromiso, con respeto a la dignidad de los sujetos de la información, con una clara afinidad con quienes buscan cotidianamente el progreso y la libertad; sin ataduras ni tutelas, con simpatías, pero sin odios, con una conciencia clara. Una publicación para la nueva Época de México.

La revista tuvo once años de vida. Al salir de la revista Rafael Cardona dirige el diario Unomásuno, y al ser vendido el periódico Cardona nuevamente comienza su aventura errante: “Salgo de Unomásuno y veo que estoy sin medios y que tengo que hacer los propios”, explica.

Rafael Cardona seguía con su programa de radio. Es ahí donde conoce al comediante Víctor Trujillo, que trabajaba en Canal 40 y que destacaba por su actitud contestataria frente al poder y, desde luego, frente al monopolio de Televisa.

Narra el propio Cardona: “A mí me parecía que Víctor Trujillo era un tipo muy talentoso. Me interesó conocerlo y lo invité a mi programa que se transmitía a las 9 de la noche. Justo cuando ya entrabamos al ‘aire’ me habla Víctor y me dice ‘Estoy atorado en el periférico y no voy a poder llegar a tu programa’. A mi me vale madres si podía llegar o no. Le dije: ‘hagamos una cosa: simulamos dos llamadas telefónicas, y vas a llamar primero como Brozo y luego como la Beba Galván, y vas a decir que si llega esta señora, tú –Brozo– no vas y simulamos eso y hacemos tiempo para que llegues. Mientras hablamos con la Beba y cuando llegues, entras ruidosamente y simulamos que Brozo saca a patadas y cachetadas a la Beba y te entrevisto’ y así le hicimos. Salió un muy buen programa”.

Siendo director de Unomásuno, Rafael Cardona invitó a Víctor a colaborar: “Me dijo que no podía porque tenía un contrato con Reforma”, describe el periodista y prosigue: “Le dije: ‘Pero ellos son ojetes y yo soy tu cuate’. ‘Sí, son ojetes, pero  tengo un contrato con ellos; te prometo que algún día tú yo vamos a hacer cosas chingonas juntos’. Pasaron los años y cuando él ya estaba en Televisa haciendo un programa, me invito a dar mi opinión, y a partir de ese día se le ocurrió que hiciéramos una mesa de análisis. Al tiempo se hizo Foro tv y me invito”.

Y sin dudarlo sentencia: “El programa más serio en el que yo he colaborado es el de Víctor Trujillo. Si a ese programa le quitas la imagen del payaso, o sea, lo oyes en radio, es un programa serio. Es el único programa de Foro tv en el que medio se dicen cosas. Y no porque no se quieran decir completas, sino porque los espacios de televisión son eso, de televisión. No son la Cámara de Diputados, ni del Senado ni la Santa Inquisición, no es el Tribunal Superior de Justicia ni el IFE, es un programa de televisión en donde se alternan las nalgas de la reata con la opinión de senadores, diputados, periodistas”, explica.

Sólo un huevón no escribe bien

–¿Don Rafael, me podría regalar una estampa sobre Carlos Denegri?

–Carlos Denegri era un hombre muy talentoso, culto, sin escrúpulos que vivió siempre haciendo la comparsa del poder. Denegri no era el hombre que escribía todo el contenido de sus columnas. Su paso por el columnismo mexicano  –él fue el primer gran columnista, en el sentido de anticipar movimientos políticos, presentar madruguetes, de decir quiénes subían y quiénes bajaban–  no se debía a su talento ni a su cultura, que las tenía, se debía a que era un empleado del poder, un vocero. Su línea de conducción era Francisco Galindo Ochoa quien fue el hombre que manejó la grilla periodística y política en México de los tiempos de Ruiz Cortínes a López Portillo.

–¿Cómo se ve usted? ¿Qué percepción tiene de si mismo?

–Yo me veo muy bien, me caigo muy bien. Soy muy chingón, me caigo a toda madre. Soy muy buen amigo mío, soy mi mejor amigo.

–Enrique Loubet y José Alvarado escribían y mostraban su talento: ganas de escribir bien. Usted continúa la tradición que comenzó José Alvarado de escribir sus textos sin la conjunción “que”…

–Todos los días escribo mi columna sin la conjunción “que” como lo hacía Pepe Alvarado y Enrique Loubet, es muy fácil. Pepe personalmente me enseñó y es tan fácil que solo un huevón no lo hace.

–Hábleme sobre Enrique Loubet.

–Enrique Loubet fue mi amigo. Era un hombre que tenía interés por la excelencia. Cuando se lo proponía era muy divertido, mundano, y cuando se lo proponía era insoportable, su carácter no le ayudaba. Debería tener un mejor lugar en el panteón de los periodistas, debería estar mejor catalogado y valorado. Tiene un par de libros que recogen sus entrevistas y textos, ambos editados por el Fondo de Cultura Económica y ahí hay ejemplos de lo que ya no se hace: periodismo. Alguien tuvo la mala ocurrencia de inventar las grabadoras y ese día se acabaron las entrevistas. Se acabaron. Como el día que se inventó el matrimonio, se acabo el amor. Se acabó.

–¿Le gusta su trabajo?

–Me encanta mi trabajo. Miguel Unamuno decía “Yo soy mi lengua”. Era un escritor. Yo soy mi trabajo, soy lo que hago, lo que escribo, lo que digo, lo que pienso en radio o televisión. Es lo que me permite saber lo que sé y lo sé por esto. Conocer a quien conozco. Mis amigos que he tenido, los que voy a tener, las experiencias que ya tuve, las que me faltan. Las ciudades del mundo que he conocido. El dinero que he ganado y que me falta por ganar. Todo lo he hecho porque me gusta mi oficio, porque lo hago todo el día, porque a los 63 años trabajo con la misma intensidad que cuando empecé a los 19.

–¿Le gusta trabajar con Raymundo Riva Palacio?

–Me gusta trabajar con Raymundo Riva Palacio, escribo en su diario.

–¿En La Crónica de hoy?

–Con Guillermo Ortega también. Yo no mezclo la personalidad ni los compromisos de los demás con mi trabajo. Yo hago lo mío y mientras yo pueda hacer lo que yo quiera, no tengo por qué sudar calenturas ajenas. Si fulano o sutano anda metido en negocios así o asado, no me interesa. A mi no me llamaron a una cofradía ni a una mafia, y si me llaman, ya veré sí me convence y si me conviene le entro y si no, pues no.

3 comentarios a este texto
  1. Las alabanzas a Calderón, al que llamó hombre de estado por entrevistarse con Sicilia, y las que dedicó a Osorio Chong por haber hecho lo que debía,dialogar con los del Politécnico, me dejaron mal sabor de boca respecto a Cardona. Me dejan ver un tipo marrullero.

  2. Este señor Cardona es un enciclopedista … Escuchar sus comentarios editoriales es un agasajo, … De su estatura periodística hoy solo Jacobo, Rocha o Guillermo Ochoa

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