Sociedad del conocimiento y capitalismo cibernético

Introversiones sobre la cibernética como ciencia del control

Los importantes sucesos de reconfiguración mundial durante y después de las dos grandes guerras del siglo pasado, arrojaron simiente para la emergencia de una nueva ciencia del control: la cibernética. Este trabajo propone releer este concepto desde las consideraciones intelectuales de un colectivo anónimo: Tiqqun y de un filósofo contemporáneo de reflexión ágil: Byung-Chul Han.

Foto: Moisés Pablo / Cuartoscuro

Por Marco Antonio Millán Campuzano

A modo de introducción

Los importantes sucesos de reconfiguración mundial durante y después de las dos grandes guerras del siglo pasado, arrojaron simiente para la emergencia de una nueva ciencia del control: la cibernética. Se puede buscar su origen (véase mi estudio en Lizarazo, 2013) y ponderar su importancia, cosa que ya ha sido hecha en la literatura conocida, pero es aún más urgente resituar el poder de la cibernética en los nuevos escenarios de una sociedad que se digitaliza. Wiener fue uno de sus protagonistas destacados -quizá el que más- y aunque hoy se estudian sus modelos a manera de ejemplos ilustrativos para entender el fenómeno de la información y el control por el cálculo, hace tiempo que no son invocados y provocados en un sentido de actualización de cara al mundo de la digitalización, los cibergobiernos, el consumo selectivo-uniformizador, los agrupamientos sociales a manera de enjambres que se mantienen unidos por causas controlables y previsibles (movimientos sociales, les llaman algunos) y la “falta de tiempo” para hacer actividades “libremente”, entre otras. Este trabajo propone releer la idea de cibernética desde las consideraciones intelectuales de un colectivo anónimo: Tiqqun y de un filósofo contemporáneo de reflexión ágil: Byung-Chul Han.

 

Tiqqun: la revuelta del pensamiento anónimo intempestivo y la crítica a la razón cibernética

Nuestra sociedad contemporánea no es vanamente asumida como del conocimiento y la comunicación, pero quizá sí lo sea si consideramos su performatividad colectiva acrítica. Nos movemos en ella, como en sus dispositivos digitales, asumiendo sus desideratas y códigos de manera tan normalizada que, como cualquier otra sociedad en otro tiempo, perdemos de vista sus condicionamientos solapados y asumidos a prisas. Esto no es raro, es lo común en toda época, solo que en la nuestra creemos estar despertando a un nuevo llamado a la conciencia por el embrujo seductor de la información-a-la-mano, aunque ésta pueda ser un espejismo. Y lo sería no solo por los datos contundentes de la brecha digital y las desigualdades de acceso, sino justo porque el ideal informático es cerrar esa brecha e igualar las oportunidades de acceso donde convenga hacerlo. ¿Qué encierra el ideal de acceso y transparencia? ¿Qué gato encerrado hay detrás de la idea de ejercer el control sobre el que controla? (Digamos, para entendernos en esta última pregunta que, hoy por hoy, se cree que si quien detenta el poder no es transparente y no transparenta su control –por ejemplo, político-, entonces el ciudadano será quien ejerza el control cibernético del que controla). (Y, digamos, para entendernos en el paréntesis anterior que, si bien en la actualidad todo es vigilado, en principio todo mundo puede vigilar a todo mundo y reclamar con justicia o no tales o cuales sucesos… y eso está bien, o al menos en apariencia lo está, tanto que hay una entusiasta cantidad de nuevos estudios sobre “movimientos sociales” que no dejan de ser precarios, por decir lo menos, en sus premisas en cuanto a la optimización de las nuevas tecnologías, como se verá más adelante).

La sociedad del conocimiento es una sociedad Smart. Los sujetos de la sociedad del conocimiento rigen las coordenadas de su existencia por dispositivos Smart, que los localizan, los ayudan a transportarse, les permiten leer sus pdf de teorías de la comunicación, entre otras muchas cosas más. El debate no se abre solo para distinguir qué significa “conocimiento” en la “sociedad del conocimiento”, sino para ver hasta dónde y por qué motivos Wiener parecía tener razón al sostener que el futuro de nuestra civilización iba a depender de nuestra incursión irremediable en los procesos informáticos que todo lo renovarían. Incluyendo nuevas formas de gobierno, sin los espejismos de “primaveras árabes” y demás “movimientos sociales”, claro está. La sociedad del conocimiento, Smart, es la sociedad del capitalismo cibernético.

Los dispositivos son imparables en su performatividad, siempre están en progreso, pero el dispositivo que ya permite todo tipo de conexión no necesita ser inventado por nadie: somos nosotros mismos. En este sentido en fuck off Google, Tiqqun señala que:

“Tras la promesa futurista de un mundo lleno de personas y objetos totalmente conectados, en el que los coches, los refrigeradores, las aspiradoras y los consoladores estarían directamente conectados entre sí, y también a internet, hoy tenemos algo que ya es directamente observable: el sensor más polivalente de todos: yo. Hice footing e, inmediatamente, compartí mi ruta, mi tiempo, mi rendimiento y la evaluación de mi carrera. Siempre posteo fotos de mis vacaciones, mis veladas, mis revueltas, mis colegas; de lo que voy a comer y a quién me voy a follar. En apariencia no hago otra cosa; sin embargo, produzco un torrente continuo de datos” (Tiqqun, 2015).

Pensemos al respecto que, por ejemplo, si un grupo por algún motivo, loable o no, convoca a una marcha pública o a una propuesta de desagravio ignominioso y lo hace a través de plataformas cibernéticamente custodiadas desde centros operativos que muy probablemente pertenezcan a los mismos que sustenta el poder contra los que se sublevan los marchistas, entonces ¿qué diferencia hay, en cuanto a la dotación de datos libremente ofrecidos, entre quien trota o va al cine y quien postea en las redes sus récords y hábitos personales? La respuesta no es de fácil elaboración ni admite, de fondo, separar a la ligera una cosa de la otra. La sociedad cibernética crea el enjambre adecuado de la interconexión inteligente de la que se nutren lo mismo los “indignados” que los miembros de comisiones del capitalismo mundial de la “Open government initiative”, pues ambos grupos, en apariencia opuestos en sus objetivos, confían en el futuro informático y en su transparencia por igual. Apuestan por el control, la ciencia de la cibernética y la reducción del ruido.

Tiqqun sostiene que a los nuevos gobiernos cibernéticos no les interesan los individuos por sí mismos, sino la aglutinación de comportamientos que revela todo tipo de implicaciones posibles:

“Al gobierno cibernético ya no le interesa lo individual, lo presente o lo acabado, sino exclusivamente aquello que hace posible determinar las líneas de fuga potenciales de sus gobernados” (Ibid).

Los gobernados, por otra parte, nunca considerarían que están siendo regidos por una mera artificialidad (ciencias de lo artificial, como diría Simon), porque nunca nadie se percata, en lo inmediato, del dominio de los artefactos, sino que se usan como un proceso cultural normalizado. Nuestra época es de la tecnología y su sentido es el de la cibernética, es decir, el del control por el cálculo. Nuestro capitalismo no es más liberal o neoliberal, sino cibernético o si se quiere: neocibernético (no olvidemos que el control cibernético depende siempre del feedback). “Gobernar será inventar una coordinación racional de los flujos de informaciones y de decisiones que circulan en el cuerpo social” (Ibid). Siendo este el caso, dentro de la ciber-política actual, ¿Qué de extraño tiene que algún joven gane una elección municipal gracias a una plataforma cibernética? Podríamos desarrollar implicaciones en binomios inseparables, por ejemplo: socio-cibernética, antropo-cibernética, informática-cibernética, ingeniería social-cibernética. Y, claro está: globalización-cibernética. Los límites de este trabajo no permiten desarrollar esas implicaciones por ahora.

Los primeros ideólogos del capitalismo cibernético hablan de abrirse a una gestión comunitaria del capitalismo por abajo, a una responsabilización de cada cual gracias a la ‘inteligencia colectiva’ que resultará de los progresos de las telecomunicaciones y la informática” (Ibid).

Los años setenta del siglo XX acuñaban entusiasmos como los vertidos en la cita, aunque ya desde el siglo XIX (El de La vuelta al mundo en ochenta días, de Verne), podría rastrearse la idea de un capitalismo del corte, digamos, de beneficios sociales (véase, también, Sloterdijk, 2007). Entretanto y hasta nuestro siglo XXI, el socialismo habría sucumbido a la fuerza cibernética digital de última generación (la “última” generación siempre es la primera en sucumbir a la siguiente “última” y así sucesivamente). En el inter la irrupción de los tecnócratas y la emergencia reciente de jóvenes supravalorados desde la idea de “creatividad” y sus diseños informáticos, van a ir tejiendo el fondo de realidades emergentes de la nueva empleabilidad, las nuevas mercancías, el glamour, las apuestas educativas y el papel de la enseñanza pública y privada (que, por cierto, fueron rápidamente seducidas por la “educación a distancia”, sin más resultados visibles que contribuir a las nuevas demandas –donde las haya- de una sociedad vertebrada cibernéticamente).

De esta forma no vivimos más en colectividades, sino en conectividades intranquilas, despiertas, pasajeras y clarividentes.

 

El olvido de la demora en una sociedad acelerada. Algunas perspectivas desde las ideas de Byung-Chul Han

Los ensayos de Han se caracterizan por ser breves piezas de reflexiones contundentes. Detrás de ellos se adivina, sin problemas, una pluma educada y una mente solícita. Sus temas no podrían ser más oportunos para recuperarlos hacia nuestras intenciones. Han disecciona mordazmente lo que él denomina la sociedad de la transparencia. Una sociedad donde todo aparece de manera “positiva” y donde se oculta el elemento “negativo”, digamos, donde todo pretende ser claro sin admitir imperfecciones ni borraduras, donde todo brille, resplandezca y sea deseable como objeto: “Las acciones se tornan transparentes cuando se hacen operacionales, cuando se someten a los procesos de cálculo, dirección y control (Han, 2013. Negritas nuestras). Resaltamos ya de entrada la referencia al “cálculo, la dirección y el control”, puesto que son los términos que habremos de seguir encontrado como articuladores de sentido de lo que aquí llamamos capitalismo cibernético. La sociedad de la transparencia es una de las regiones predilectas, decimos por nuestra parte, de ese capitalismo cibernético. No sobra recordar que estamos entendiendo esa “transparencia” como parte estratégica, cuasi imperceptible, de los mecanismos de control que son inherentes a una sociedad que se constituye desde la información que se controla, que nos controla y que controlamos. En todas direcciones: hacia ninguna parte.

Reencontrémonos con esta reflexión: si el control por el cálculo (datos, perfiles, imágenes, aficiones, repulsiones, consumos, etc.) lo detentan grandes concentradoras de información (por ejemplo Google, tal como ya fue referido arriba en las observaciones del colectivo Tiqqun) que almacenan, seleccionan y jerarquizan, justo lo que cada usuario voluntariamente envía y así despliegan una estrategia de transparencia competitiva en los más diversos planos (económicos, mercantiles, sociales, laborales, sentimentales, entre muchos más), es perfectamente plausible que aquello que se cree que desde ahí ha encontrado nuevos cauces de organización colectiva, simplemente viva en un espejismo de autorreferencia, que parece no parará en un buen lapso de tiempo. Más claramente dicho: no se puede prescindir del control desde los mismos mecanismos que el control nos ha dispuesto para controlar(nos). Nueva servidumbre voluntaria en el todo del ideal de la transparencia positiva como otra forma de pornografía ilimitada en contundentes primerísimos planos y marchas callejeras.

Han considera que el pensamiento, las letras, el arte, el erotismo, se niegan a ser pura transparencia, porque más bien siempre se permiten reservar algo al misterio de lo oculto, de lo inefable u oscuro. Este lado “negativo” tiende a paralizar el fluir de datos en una sociedad que ha abandonado toda posibilidad de dialéctica y hermenéutica, para solo reclamar likes de aceptación o retuiteos en donde no pasa nada que no pueda ser ignorado en lo inmediato por más trascendente que sea o parezca. Lo oscuro, lo de difícil trato, lo que reclama atención y des-ocultamiento (digamos como una hermenéutica de la verdad), no suele aportar dividendos económicos por no ser de fácil acceso. Por ello nuestra sociedad de internet es positiva y accesible, por ser redituable en términos de ganancias del capitalismo cibernético. Es una sociedad transparente donde habita el cálculo soslayado:

“Transparencia y verdad no son idénticas. Esta última es una negatividad en cuanto se pone o impone declarando falso todo lo otro. Más información o una acumulación de información por sí sola no es ninguna verdad. Le falta la dirección, es decir, el sentido. Precisamente por la falta de negatividad de lo verdadero se llega a una pululación y masificación de lo positivo. La hiperinformación y la hipercomunicación dan testimonio de la falta de verdad, e incluso de la falta de ser. Más información, más comunicación no elimina la fundamental imprecisión del todo. Más bien la agrava” (Han, 2013. Negritas nuestras).

Las referencias de Han a la “verdad” y al “ser” no deben de considerarse a la ligera, pues en ellas se guarda un amplio programa de referencias sistemáticas al pensamiento de Heidegger. No obstante, podría decirse, brevemente, que si “verdad” ha de ser entendida como aletheia (de acuerdo con el dictum heideggeriano), es decir, como des-ocultamiento, ocurre que para el ideal de transparencia de la sociedad informatizada del capitalismo cibernético, todo debe de resultar claro, preciso, deseable. Sin polemos, pero con porno en una sociedad que aspira a la nitidez, sin accidentes, como superficie brillante de iPhone. Y si “ser” ha de entenderse de cara a lo que hay como tiempo, a nuestra humanidad arrojada al ahí, entonces “falta de ser” también significa falta de tiempo, de decisiones oportunas, de tiempo para demorarse en la contemplación. No hay tiempo para nada, excepto para la transparencia que disloca, que nos sorprende fuera de lugar. Una sociedad sin distancia, que todo lo acerca tecnológicamente. Que nada medita, que todo absorbe al instante. A eso le llamamos, con y sin paradojas, sociedad del conocimiento.

Improntas cibernéticas y ontológicas se aprecian en estas observaciones del filósofo coreano: “El poder como medio de comunicación consiste en elevar la probabilidad del sí ante la posibilidad del no. El sí es por esencia más carente de ruido que el no” (Han, 2014). Y nos llevan, asimismo, a la reflexión. Si el fluir de la información, desde que Wiener lo tematizó en el horizonte de nuestra época, consiste en controlar el acierto y reducir el ruido, ello no solo abona a la conformación de una sociedad de la transparencia, sino que inyecta en la médula social la alta posibilidad de aceptar lo positivo para ser controlable y calculable en términos monetarios. ¿Los “movimientos sociales” o de los “indignados” serán objeto (o ya están siendo) de alguna forma de control capaz de ofrecer dividendos futuros al capitalismo cibernético? Han ofrece unas líneas que se prestan al debate inmediato: “Las olas de indignación son muy eficientes para movilizar y aglutinar la atención. Pero en virtud de su carácter fluido y de su volatilidad no son apropiadas para configurar el discurso público, el espacio público. Para esto son demasiado incontrolables, incalculables, inestables, efímeras y amorfas”(Ibid). Atendamos la insalvable cuestión: si los reclamos de los “indignados” intentan -como es evidente que lo hacen- producir la aceptación de un determinado discurso público o generar políticas públicas (como sugieren muchos ingenuos académicos), necesitarían ser más estables, menos efímeros y más conformados, pero a cambio serían también más controlables, más calculables y, supongamos sin exagerar, más intercambiables y más mercantilizables. No lo damos por hecho, ni creemos que Han lo haga, pero no deseamos pasar por alto la ocurrencia de esa alta posibilidad de positivar la “indignación” de los “movimientos sociales” que se engendran al interior y bajo la lógica del capitalismo cibernético.

Otrora hablábamos de las masas y Le Bon, Canetti u Ortega, venían a nuestra mente en lo inmediato. Esas “masas” de esos teóricos observadores se caracterizaban por seguir a líderes carismáticos e ideales utópicos de emancipación del viejo capital. Hoy esas “masas” no son las mismas de hace medio siglo. Han llama a las nuevas masas enjambres digitales. Aunque dicho “enjambre” no es ninguna “masa”, “porque no es inherente a ninguna alma, a ningún espíritu. El alma es congregadora y edificante. El enjambre digital consta de individuos aislados” (Ibid). Ante la ausencia del nosotros y de los otros, adviene la suma, la mera adición de individuos. Sus acciones colectivas aspiran a la fiesta carnavalesca, pero no a la vinculación. El individuo actual aspira a ser su propio jefe y tener su propia empresa, para que nadie lo explote, salvo sí mismo y dejar hacer a cada cual lo propio. Fin de las mediaciones y de los medios: nadie re-presenta nada, todo es presencia inmediata. ¿Cómo puede engendrarse colectividad en el todo de los negocios de nuevo cuño a través del enjambre de la red de redes? ¿Qué clase de conciencia laboral se genera así? ¿Qué clase de derechos sociales se gestan así? Nos lo preguntamos a partir de las provocaciones del pensador coreano.

Otro tema de profundo calado se atestigua cuando Han elabora una ontología del tiempo. El tiempo y el espacio no son más categorías de la razón pura, sino fenómenos que acompañan nuestra senso-corporalidad real y viviente. Si pensamos el tiempo en términos de instantes sucesivos que transcurren incesantes, unos tras otros; y si pensamos el espacio bajo el aspecto de la medida y el cálculo para explotación de los recursos naturales, estaríamos ante dos conceptos que, desde la tradición del pensamiento moderno occidental, alimentan vitalmente al capitalismo cibernético. Es así como el tiempo se convierte en lineal y sucesivo y el espacio en algo que debe ser explotado: todo es progresivo. De ahí que Wiener pueda escribir una historia de la invención en términos de progreso lineal, aceptando, tácitamente, una concepción del tiempo y el espacio, metafísicamente determinada por la ciencia moderna (véase Wiener, 1995). La sociedad del capitalismo cibernético, como la llama Tiqqun, o bien la sociedad de la transparencia, como la denomina Han, está fincada sólidamente sobre estas coordenadas espacio-temporales de la modernidad ilustrada. Veamos una breve elaboración del formidable esfuerzo teórico de Han por situar esta sociedad contemporánea de cara a los fenómenos del tiempo, el espacio y el ser.

La aceleración no es el síntoma de mayor relevancia en las sociedades del control cibernético, sino la dispersión temporal misma. No hay un orden de lo temporal como, por ejemplo, el cíclico natural (o la originaria idea de revolución), sino que todo sucede en un mismo tiempo atomizado. Ese sucederse de las cosas en múltiples direcciones y al mismo tiempo, las hace escapar a un orden sereno, rítmico, y eso genera la sensación de vivir tiempos cada vez más acelerados y, además, se crea una identidad con lo efímero, lo superficial, lo claro, lo positivo. ¿Se crea? ¿Quién la crea? La dispersión de lo temporal se ancla en los enjambres de la indiferencia. La indiferencia como dislocación significa que nadie está en su lugar, salvo en su propio ensimismamiento entusiasta por novedades del momento, la curiosidad y las habladurías (Heidegger dixit).

“La concepción del tiempo de la ilustración se libera del estar arrojado y de la facticidad. El tiempo será desfactizado (defaktiziert) y, a la vez, desnaturalizado (entnaturalisiert). Ahora es la libertad la que determina la relación del hombre con el tiempo. Ya no está arrojado al final de los tiempos ni al ciclo natural de las cosas. La historia está animada por la idea de la libertad, del ‘progreso de la razón humana’. El sujeto del tiempo ya no es un Dios dirigente, sino el hombre libre, que se proyecta en el futuro. El tiempo no depende del destino, sino de su diseño” (Han, 2015).

El progreso no admite demora, dice Han. Progreso y dispersión van de la mano camino a lo uno indiferenciado. No solo debe admitirse el sentido de lo arriba citado porque lo diga el filósofo coreano, sino porque desde un sentido común debe de aceptarse que progreso y demora en el tiempo, nunca han sido compatibles para las reglas del desarrollo comercial del capitalismo cibernético. Y tampoco para la vida cotidiana rodeada de imágenes y dispositivos para la dispersión y donde nadie tiene más tiempo para nada, salvo para las novedades que se desplazan en lo inmediato, como el progreso en el tiempo lineal. El tiempo lineal es el tiempo de la información que se dispersa en múltiples direcciones. “En realidad, la información presenta un nuevo paradigma. En su interior habita otra temporalidad muy diferente. Es una manifestación del tiempo atomizado, de un tiempo de puntos (Punkt-Zeit)” (Ibid). Ese tiempo atomizado explicaría por qué no puede existir la demora (como forma de habitar un tiempo puntual), ya que el afán de novedades impide la demora contemplativa. Tiempo de informaciones donde no hay tiempo para la demora en las informaciones, a riesgo de que uno quede desfasado, desplazado u obsoleto.

¿Qué tanto se ha reflexionado desde los estudios de la comunicación acerca del espacio? ¿Qué es el espacio en la trama que nos ocupa? Veamos en primer lugar, un enunciado de fuerte carga ontológica: “La técnica moderna aleja al hombre de la tierra” (ibid). La tele-tecno-ciencia mantiene lejos al hombre de la tierra en la tierra misma. Es decir, no se trata solo de afirmar que la técnica ha alejado al hombre de la tierra en el sentido de viajar más allá de la atmósfera, sino en el sentido de que, aun permaneciendo en ella, gracias a los nuevos dispositivos, lo más cercano se nos aleja. Si para la crisis ecológica (incluyendo a los teóricos de la ecología mediática) se buscará otra explicación a su catástrofe, desde aquí podría ser elaborada.

Internet y el correo electrónico hacen que la geografía y la propia Tierra desaparezcan. El correo electrónico no lleva ninguna marca que permita reconocer desde dónde se ha enviado. No tiene espacio. La técnica moderna destierra (entterranisiert) la vida humana” (Ibid).

No es difícil deducir a partir de esto que la pérdida de tierra natal, las migraciones y el crimen organizado, parecen tener denominadores comunes: la pérdida del espacio, la ausencia del pensar en la demora y la tecnología informática. ¿Qué es a final de cuentas Google Maps?

 

Breves conclusiones provisionales

Pensar no es una cuestión de aceleración, ni de control ni de cálculo. Pensar no es una cuestión que le importe a la dispersión y velocidad del capitalismo cibernético. La sociedad cibernética, parafraseando a Hölderlin, está llena de méritos, pero está ausente del habitar de la tierra. Esta ausencia del pensar se hace notoria en las concepciones del tiempo y el espacio que se tienen al interior de los enjambres digitalizados, donde el olvido de lo más cercano y del tiempo natural enceguecen tecnológicamente y contribuyen a lo que, bien entendido, es el auténtico olvido del ser.

 

Referencias

Han, B-C. (2015). El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse. Barcelona: Herder.

Han, B-C. (2014). En el enjambre. Barcelona: Herder.

Han, B-C. (2013). La sociedad de la transparencia. Barcelona: Herder.

Heidegger, M. (2014). La proveniencia del arte y la determinación del pensar, en Experiencias del pensar (1910-1976). Madrid: Abada.

Heidegger, M. (2003). Ser y Tiempo. Madrid: Trotta.

Heidegger, M. (2002). Serenidad. Barcelona: ediciones del Serbal.

Lizarazo, Millán y otros. (2013). Símbolos digitales. México: Siglo XXI-UAM.

Millán, M. (2013). El acontecimiento de la comunicación. México: E-Dae.

Onfray, M. (2011). Política del rebelde. Tratado de resistencia e insumisión. Barcelona: Anagrama.

Sloterdijk, P. (2015). Los hijos terribles de la edad moderna. Sobre el experimento antigenealógico de la modernidad. Madrid: Siruela.

Sloterdijk, P. (2007). En el mundo interior del capital. Para una teoría filosófica de la globalización. Madrid: Siruela.

Tiqqun. (2015). La hipótesis cibernética. Madrid: Acuarela Libros.

Tiqqun. (2013). Primeros materiales para una teoría de la jovencita- Hombres-máquina modo de empleo. Buenos Aires: Hekht.

Wiener, N. (2007). Dios y golem, S.A. México: Siglo XXI.

Wiener, N. (1995). Inventar. Sobre la gestación y el cultivo de las ideas. Barcelona: Tusquets. 

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