El rumor como estrategia de desarticulación social

Golpe de Estado, violencia y otras formas del rumor

La espontaneidad de la organización social suele ser foco de alerta roja. No saber cómo decodificar la espontaneidad, es una angustia para todo ser humano. Lo es también para el poder político. Y eso fue precisamente lo que se estaba presentando en los primeros días del 2017, por lo que había que echar a andar lo que fuera necesario para romper esa espontaneidad. Para deformarla, darle otro cauce, llevarla en sentido contrario a lo que originalmente pretendía.
Ahí entró el manual del rumor que por décadas han usado los gobiernos mexicanos. Para este texto, citaremos uno en particular con el que este autor se encontró en una de las más de tres mil cajas de la Secretaría de Gobernación y que guarda el Archivo General de la Nación (AGN): En relación con el rumor.

FOTO: JUAN PABLO ZAMORA – CUARTOSCURO

 

Por Jacinto Rodríguez Munguía

 

La transmisión de los hechos de boca en boca –el fenómeno del rumoreo– es el mejor medio de difusión pública, porque es de todos los instrumentos de propaganda el que mejor activa la imaginación individual y tiende a desorbitarla. Además, la idea se siembra y nadie atina a precisar de dónde salió.
En relación con el rumor1.

Que en los cuarteles militares se estaba preparando un golpe de Estado, que el saqueo y la violencia se había desatado, que el primo de un amigo vio a la policía vestida de civil cómo disparaba, que hombres de negro y encapuchados en motocicletas asaltaban tiendas, que una tía vio cómo caían los muertos en las calles…

Rumor y más rumor

En los primeros días del 2017 una serie de espontáneas protestas sociales comenzaron a aparecer en varias ciudades, incluidas la Ciudad de México. La causa de éstas, el rechazo a las alzas en los precios de la gasolina que, además de afectar directamente a los consumidores de ese combustible, traería una escalada de precios en todos los productos de consumo de la población. La puerta de una crisis económica se abría temerosa.

Pero justo cuando esas espontáneas protestas sociales parecían tomar fuerza y quizá convertirse en un algo trascendente, a través de las redes sociales se comenzaron a esparcir mensajes bien diseñados para romper el tejido de esa espontánea alianza social que estaba germinando.

Como pocas veces en la historia reciente de México, asistimos in situ y en tiempo real, a mirar y analizar una de las herramientas de las que el poder político suele echar mano cuando de romper las estrategias sociales se trata. Como pocas veces, vimos cómo actúa la estrategia del rumor y cómo funciona de manera tan efectiva.

Me parece que ni en el 68 estudiantil llegó a tener tal efectividad como lo que vivimos al inicio de este 2017. Hay que decirlo: el rumor como mecanismo de disolución social, al menos a inicios de este 2017, le funcionó, y bien, al poder político.

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Tal como lo sabían desde hace años los aparatos de inteligencia, no podía haber mejor momento para probar los efectos del rumor, que los tiempos de tensión social. Los demás son solamente ensayos, pero la prueba de ácido es cuando los actores sociales entran en fase crítica. Cuando el poder sabe o al menos percibe, que la espontaneidad es una rendija por donde se puede meter un huracán social imparable.

A pesar de todos los mecanismos y aparatos de control social con los que cuenta el Estado a través de sus instituciones civiles y armadas para espiar y prevenir conflictos; es la espontaneidad de la organización social la que suele ser foco de roja alarma. No saber cómo decodificar la espontaneidad, es una angustia para todo ser humano. Lo es también para el poder político.

Y eso fue precisamente lo que se estaba presentando en los primeros días del 2017, por lo que había que echar a andar lo que fuera necesario para romper esa espontaneidad. Para deformarla, darle otro cauce, llevarla en sentido contrario a lo que originalmente pretendía.

Ahí entró el manual del rumor que por décadas han usado los gobiernos mexicanos. Para este texto, citaremos uno en particular con el que este autor se encontró en una de las más de tres mil cajas de la Secretaría de Gobernación y que guarda el Archivo General de la Nación (AGN): En relación con el rumor.

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Y funcionó.
Miedo, paranoia, angustia, incertidumbre y más miedo.
No salgas a la calle. No expongas a tu familia. Cuida tu hogar. Ya viene la revolución… En pocas palabras, vandalizar-criminalizar cualquier protesta social. Romper, vía el miedo, la cohesión popular frente a la crisis social y política que amenazaba con desbordarse a raíz del aumento a la gasolina y la secuela en el alza de precios.
Este era uno de los textos que corría por las redes sociales:

“ALERTA ROJA:
CIERRAN LOCALES, TIENDAS, MERCADOS, PAPALERÍAS ETC… LAS ESTÁN ASALTANDO! TIPOS VESTIDOS DE NEGRO, ENCAPUCHADOS Y CON MOTOS ESTÁN PASANDO A ROBAR A MANO ARMADA. NO LO IGNORES, COMPÁRTELO.
EL DÍA DE HOY SAQUEARON MUCHAS TIENDAS, INCENDIARON CASAS Y GASOLINERAS Y HUBO MUCHOS HERIDOS Y ALGUNOS MUERTOS.
GUARDEN PERTENENCIAS Y EVITEN SALIR A TIENDAS GRANDES. EL BIENESTAR DE TUS HIJOS, FAMILIA, HERMANOS, AMIGOS, ESTÁN EN PELIGRO” (Sic).

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Estos rumores no constituyen un hecho nuevo. Al menos existe una circunstancia semejante en la historia cercana: sucedió al final de la presidencia de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976).

Aunque en contextos sociales semejantes, los momentos muestran una diferencia sustancial: durante el primero, la presidencia no era solo un símbolo; por el contrario, actuaba como una institución sólida y poderosa; en el 2017, la presidencia de Enrique Peña Nieto mostraba facetas de suma fragilidad y era, a esas alturas, una institución altamente vulnerable.

Regresemos a 1976, a fines del sexenio de Echeverría Álvarez. Un rumor recorre las tiendas, las peluquerías, las tortillerías, se cuela en las oficinas, en las casas, en la mente de los ciudadanos: “Dicen que se está planeando un golpe de Estado contra el presidente Echeverría…”.

El gobierno de Echeverría sabe de qué se trata. Si alguien conoce el arte del rumor como arma de propaganda y ejercicio político es ese hombre que antes de llegar a Los Pinos ha ejercido un aplastante poder desde la Secretaría de Gobernación.

Ahí se ha elaborado un documento que establece dos condiciones básicas para que el rumor funcione y circule:
a) El asunto en cuestión debe revestir importancia.
b) El rumor debe contener diversos grados de ambigüedad.

El rumor, define el texto, es una voz que corre entre el público, es una versión vaga, sorda y continuada. Naturalmente, se explica, la ambigüedad es inducida por la ausencia o parquedad de la información, por su naturaleza contradictoria o por la desconfianza hacia los hechos.

De esta forma, el rumor se lanza y continúa su trayectoria preferentemente en un medio social homogéneo, en virtud de los intereses que intervienen en su transmisión. La influencia de estos intereses exige que el rumor sirva como elemento de racionalización; es decir, que explique, justifique y le atribuya significado, aunque carezca de veracidad. “En México la falta de información propicia la ambigüedad, la confusión y el rumor”, se lee textual.

Cada rumor tiene su público. Los de índole financiera corren principalmente entre quienes, por ejemplo, pueden ver afectadas sus fortunas por los altibajos del mercado monetario. Los de naturaleza política circulan sobre todo entre la clase política actuante y la que está en espera de actuar. El rumor más efectivo, obviamente, es el que llega de manera casi simultánea a todos los estratos de la sociedad.

El rumor se emplea de modo coyuntural y, en el caso de México, se encuentra muy ligado a los índices de credibilidad del gobierno entre la opinión pública. El rumor representa un desgaste para el sistema y está ligado a los niveles de politización e información de la ciudadanía.

Dado que una buena parte de la sociedad mexicana está desinformada o mal infor-mada, dispone de pocos elementos fundamentados de juicio a partir de los cuales pueda discernir y calificar las noticias o los rumores.

De ahí que la anécdota, el chisme y el rumor constituyan fuentes importantes de la información –en particular de la información política– de que dispone el mexicano. La consecuencia es natural: existe una predisposición de la sociedad a aceptar y transmitir el rumor.

Por lo tanto, y debido a que en México los canales de información política son fundamentalmente informales, los rumores no son solo frecuentes, sino normales.

La predisposición a aceptar y transmitir el rumor es aún mayor en un ambiente de intranquilidad social, de información contradictoria o cuando la credibilidad de los agentes informativos se ha deteriorado de modo notable.

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La propagación acelerada de las más varias versiones respecto de las medidas económicas del gobierno de Luis Echeverría y del futuro del país comenzó con la devaluación del peso de agosto de 1976.

El enfrentamiento con los empresarios y las acusaciones y veladas amenazas que cruzaron ambos bandos, además de las dificultades económicas y la incapacidad del gobierno para controlarlas, provocaron que en los últimos meses de ese sexenio se generara una atmósfera en la que “todo puede suceder”. Ese momento fue, por tanto, especialmente propicio para los rumores.

Entre otras cosas, se dijeron las siguientes:
—Que muchos funcionarios se enriquecieron con la devaluación.
—Que Echeverría era uno de los hombres más ricos del mundo.
—Que la esposa del Presidente había sufrido un atentado.
—Que se iban a congelar las cuentas bancarias.
—Que se nacionalizaría la banca.
—Que se iban a racionar la gasolina y el consumo de alimentos básicos.

Estos rumores corrieron con insistencia debido a las repercusiones directas que podían tener sobre la vida de los ciudadanos. Fueron efectivos: originaron compras de pánico y la cancelación masiva de cuentas bancarias.

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Lo que vemos en estos días de comienzos del 2017, con sus variantes, es el manual de siempre puesto a andar, sin duda, desde las oficinas del Estado.

El rumor más grave en esos años, fue el que sostenía que se preparaba un golpe de Estado. Se especificó incluso el día en que se produciría. Al principio se dijo que ocurriría el 16 de septiembre y, después, se cambió la fecha para el 20 de noviembre. También corrió la especie de que el general Hermenegildo Cuenca Díaz, entonces secretario de la Defensa Nacional, había sido asesinado o que estaba preso en el Campo Militar número 1.
Después del 20 de noviembre, se empezó a decir que, para perpetuarse en el poder, Echeverría encabezaría un autogolpe de Estado (en su momento, se habló de enmiendas constitucionales y de reelección).

En una entrevista publicada en abril de 1981 (casi al final del gobierno de López Portillo) en El Universal, el ex presidente Echeverría hizo una serie de revelaciones que parecen estar arrancadas textualmente del manual sobre el rumor. Firmada por los periodistas Fernando Moraga y Jorge Coca, la entrevista indagaba sobre el tema:

–¿Y usted recuerda la técnica para desatar los rumores que, según ha venido afirmando, provocaron la devaluación?
–Técnicamente, el esquema es en verdad bastante sencillo. Se inventa algo que en realidad puede ocurrir, aunque esto sea poco probable. Se proce-
de en círculos concéntricos, que en sus intersecciones transforman los rumores en verdades aparentes. Así, por ejemplo, si una misma versión, aunque sea descabellada, sale la misma mañana de Monterrey, a medio día ya está tomándose como verdad indiscutible en los salones de belleza femenina de alta alcurnia, en las Lomas de Chapultepec y a medio día llegará también a quienes almuercen en el club de banqueros o en restaurantes de la Zona Rosa, y de ahí pasará, por el conducto de meseros y luego peluqueros y otros núcleos sociales, para finalmente provocar una situación de temor y hacerla coincidir con una gran fuga de capitales… Se trata de un verdadero terrorismo, que produce una situación de angustia a pequeños ahorradores y amas de casa…Ésta es, en síntesis, la historia de la devaluación de 1976 y de ella puede usted deducir quiénes fueron sus autores y beneficiarios…

No fue la única ocasión en que el ex presidente hizo mención del caso. Al final del libro Echeverría rompe el silencio, el periodista Luis Suárez pregunta al mandatario:
–¿Te afectaron anímicamente esos rumores?
–¿Te refieres a las versiones de atentados, etcétera? No, de ninguna manera. En mi familia hay una formación política de muchos años, para que nos afecten anímica o sentimentalmente. Me parecieron negativos para México, para toda una conciencia colectiva mexicana, por el hecho de exigir un ambiente favorable al rumor. Es decir, que habiendo tan grande abundancia de periódicos y medios televisivos, en realidad exista una situación de desinformación.

De vuelta al 2017

El contexto en que se desatan los rumores vía las redes sociales parece cumplir con requisitos diseñados. La imagen, y por tanto la fuerza del poder presidencial, ha ido a menos. El nivel de aprobación social va en caída directa.

La presidencia de Enrique Peña Nieto como símbolo totémico había perdido peso, sobre todo a raíz de la inesperada visita del entonces candidato a la presidencia de los Estados Unidos, el republicano Donald Trump. Algo que parecía ser un cálculo político para favorecer al presidente Peña Nieto, terminó por minarle. Era inconcebible que el mandatario mexicano hubiera invitado al candidato norteamericano que había consolidado su campaña ofendiendo a los mexicanos y amenazado con la construcción de un inmenso muro que detuviera la migración ilegal.

Lo que para algunos miembros del gabinete del gobierno de Peña Nieto representaba una apuesta de valor y valentía, para el grueso de la población era un error invitar al enemigo a casa. Más aún: que frente a él Peña Nieto no asumiera una actitud firme contra las agresivas pretensiones del republicano. Es decir, la posible crisis económica que se anunciaba en el horizonte con el aumento en los precios de los combustibles, ya estaba precedida de una crisis política que mostraba sus grietas.

Previo también al anuncio del aumento de precios a la gasolina, en una inusual intervención del secretario de la Defensa Nacional, el general Salvador Cienfuegos había dicho, frente al mismo presidente de la República, que los militares solo esperaban fechas para regresar a los cuarteles (ante las críticas acumuladas por el uso excesivo de su poder en la llamada guerra contra el narcotráfico): “Si quieren que estemos en los cuarteles, adelante. Yo sería el primero en levantar no una, sino las dos manos para que nos vayamos a hacer nuestras tareas constitucionales”.

Si la sola expresión frente al presidente era ya algo inesperado, las palabras que usaba agregaban malos augurios para la imagen presidencial. “Los gobiernos no han cumplido con su tarea, los militares no estudian para perseguir delincuentes”. El general, decíamos en una columna publicada en el sitio de la revista Emeequis, “estaba encabronado”. Decíamos también que parte de su incomodidad era que al final de los conflictos, las fuerzas armadas quedaban como los responsables directos, no solo como ejecutantes, sino también como autores intelectuales de la represión.

En mi memoria no registro que alguno de sus antecesores al frente del ejército mirara con frialdad y enfado al presidente y al secretario de Gobernación frente a los medios de comunicación, por muy encabronado que estuviera y sí, que en otras ocasiones de la historia reciente en gran medida habían sido usados para limpiar y cuidar la imagen y el símbolo presidencial.

Estos fueron dos elementos, como parte de un contexto social, que hicieron que la aplicación del rumor tuviera una mayor efectividad. En el caso del rumor sobre un golpe de estado que fue parte de los mensajes que se difundieron, estaban las condiciones para que el dicho alcanzara niveles de verosimilitud tal como lo sugiere en líneas antes el manual del rumor.

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Han pasado tres meses (momento en que revisamos y ampliamos este texto) y habría que reconocer que la puesta en marcha del rumor como estrategia de disolución social y ruptura de la cohesión social, le habría funcionado al gobierno de Peña Nieto.

No solamente se interrumpió la red que se iba consolidando de una protesta social espontánea. En tan solo unas horas, las expresiones de protesta social se comenzaron a diluir entre las imágenes de saqueos y todo tipo de actos vandálicos. En el imaginario social se fundieron protesta social con violencia común.

En pocos días, ya no se podía identificar dónde y cuál era la protesta social pacífica, válida contra el aumento en el precio de los combustibles, en medio de los saqueadores de centros comerciales.

Un factor novedoso y que potencializó este ejercicio del poder, fue el papel de las redes sociales en la difusión del rumor.

Los varios documentos que se refieren a este tipo de estrategias del poder y que fueron comunes en otros momentos de crisis social, no contaron con esta herramienta tecnológica.

Por citar el caso más emblemático de la segunda mitad del siglo pasado, el movimiento estudiantil de 1968, en ese momento el sistema político también echó a andar decenas de estrategias de propaganda y desinformación sobre la naturaleza y objetivos de los estudiantes.

Sin embargo, los efectos contra el movimiento fueron muy limitados.

Cito algunas de esas estrategias que ya he referido en uno de los capítulos del libro La otra Guerra Secreta:
Primero, había que evitar que en todos los medios de comunicación se siguieran empleando los términos “estudiantes” y “conflicto estudiantil”, para aplicarles términos como “conjurados”, “terroristas”, “guerrilleros”, “agitadores”, “anarquistas”, “apátridas”, “mercenarios”, “traidores”, “extranjeros” o “fascinerosos”. El eufemismo como otra forma de descalificar al otro, en este caso a los estudiantes y su movimiento. El lenguaje como arma.

Esta forma de reinventar la realidad a partir de conceptos fue un modelo común al que recurrieron otros gobiernos, además del mexicano.

Por ejemplo, en Argentina, antes del golpe militar (1976) había circulado una cartilla-documento con las palabras que los militares consideraban inadecuadas para identificar a los guerrilleros. Para los militares no había tales, sino delincuentes, subversivos.

De manera complementaria, en el caso del 68 mexicano, se programó desplegar una política de exhortos a los padres de familia a través de las instituciones educativas del país, pidiéndoles que controlaran a sus hijos menores de edad a fin de evitar que fueran utilizados para fines ilícitos.

Citemos otro ejemplo de contra-propaganda. “Los informes de gobierno se olvidan. Es más fácil olvidar los beneficios que las carencias y éstas son explotadas por los agitadores”.  Así que, para contrarrestar y minimizar las críticas que aparecían contra el gobierno en el inicio del conflicto estudiantil, el gobierno ordenó responder con una campaña en medios de comunicación. Los desplegados a que se hace mención, escribían los consejeros de la administración de Gustavo Días Ordaz, están redactados con notoria intención de desprestigiar al gobierno federal y buscar prosélitos cada vez más numerosos y las firman individuos que dicen pertenecer a diversos grupos científicos, culturales, artísticos, por lo que se considera indispensable, necesario y casi urgente, crear una permanente campaña de información, respecto a las realizaciones y logros del régimen.

Esta campaña de contra-propaganda, debería llevar la manifiesta intención de explicar al pueblo que el régimen actual está trabajando por el progreso y desarrollo del país y, mediante ellas, despertar la intención del pueblo hacia la obra positiva del gobierno.

“Deben plantearse en forma ágil, sencilla, clara y precisa a efecto de que en unas cuantas líneas se consiga el fin presupuesto: que el gobierno demuestra con hechos que se atiende no solo a las necesidades del momento, sino que se está creando para el futuro”.

“Mientras que el gobierno tiene que atender las múltiples preocupaciones nacionales, los agitadores están dedicados exclusivamente a su venenosa labor de agitación y están consiguiendo convencer la conciencia popular en el sentido de que el gobierno no construye y que se dedica únicamente a violar preceptos legales”.

La estrategia del gobierno de ese momento partía del hecho reconocido por las mismas autoridades de que, en materia de mensajes a la sociedad, el movimiento estudiantil les estaba ganando la partida. Y la estaba ganando con métodos de comunicación elementales como los pasquines, panfletos, mensajes en los muros de la ciudad, el llamado volanteo en los barrios y los mercados, los mensajes directos en los autobuses.

En materia de propaganda y contra-propaganda, es muy difícil predecir si tal o cual modelo funcionará exactamente como quien lo diseña quiere. Hay muchos factores que hacen de un modelo de información un éxito o un fracaso.

Por lo que es arriesgado imaginar que, de haber existido las redes sociales en el 68, estas habrían beneficiado a los estudiantes. Cabe la posibilidad en ese mar de hipótesis, de que como a inicios de este 2017, los rumores que desataron en el 68 desde el gobierno y la Secretaría de Gobernación, terminaran beneficiando al poder político. Imposible saberlo. El caso es que ese movimiento estudiantil terminó con sangre y  muertos en la plaza de Tlatelolco.

También sabemos, al menos hasta el momento en que se concluye este texto, que las nuevas tecnologías modificaron de fondo los efectos de la propaganda y contra-propaganda. Que además de los medios tradicionales de comunicación, las plataformas digitales son otros terrenos donde sociedad y poder político están aprendiendo las nuevas batallas.

Y esto es apenas el comienzo.

Notas
1.- Fondo Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales de la Secretaría de Gobernación. Caja 3018. Archivo General de la Nación.
*Para un lectura más detallada del papel del rumor, puede consultarse el libro La otra guerra secreta, los archivos prohibidos de la prensa y el poder, capítulo VI y del capítulo Paréntesis I. Echeverría y el poder de la información.

Jacinto Rodríguez Munguía: es escritor y periodista. Actualmente es responsable de la Cátedra Miguel Ángel Granados Chapa en la UAM Cuajimalpa. Estudió la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Unidad Xochimilco de la UAM y el posgrado en Letras Iberoamericanas en la UNAM. Es autor de libros como La otra guerra secreta, Los archivos prohibidos de la prensa y el poder y 1968: Todos los culpables. Colabora en medios como Proceso, Newsweek, Gatopardo, y los diarios Reforma, El Universal, Milenio, y El País.

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