El eros periodístico de Alfonso Reyes

  • El aporte del Regiomontano Universal en la prensa
  • «La obra de Reyes tendría que ser “lectura obligatoria” para los jóvenes escritores y periodistas. Los estudiantes de literatura y de comunicación pueden revisar esos artículos breves donde surge la voz transparente de Reyes. Enseña a escribir y ahí se aprende su lección», dice Esquivel.
Alfonso Reyes – Foto: Conaculta

Alfonso Reyes – Foto: Conaculta

Por José Luis Esquivel Hernández

Publicado originalmente en RMC #134

Periodismo es información de actualidad y periodista es aquella persona que investiga la realidad para dar a conocer noticias o interpretarlas y comentarlas en un medio masivo a fin de sobrevivir decorosamente mediante una paga. Siendo así, Alfonso Reyes fue un hombre de la prensa, en su tiempo de apuros económicos, y debido a sus colaboraciones en algunas publicaciones periódicas logró salvar su situación precaria en Madrid. Ergo, Alfonso Reyes es un periodista en sus primeros textos en España, que tienen el sello del oficio con proyección hacia la literatura, ya que ésta fue su vida y su vida fue la literatura, según expresión del crítico Emmanuel Carballo.

El autor de Protagonistas de la Literatura Mexicana no es el único crítico que aporta argumentos para demostrar el eros periodístico del Regiomontano Universal, pues uno de los ensayistas que últimamente ha tratado esa faceta es Arturo Dávila en su obra Alfonso Reyes entre nosotros y, de manera sesgada, también Serge I. Zaïtzeff en Correspondencia entre Alfonso Reyes y Arnaldo Orfila Reynal, 1923-1957, entre otros muchos que citaremos en el presente ensayo.

Sin embargo, para darle el título de Periodista a Alfonso Reyes, muchos estudiosos, e inclusive colegas, lo quieren ver retratado en reportajes de denuncia social o en trabajos que lo hagan ver como la voz de los que no tienen voz, sin reconocer que no solamente el periodismo de compromiso e investigación de fondo valida el carácter de profesional de la noticia, porque hay otros acentos del oficio que lo perfilan como tal, como en los tiempos que le tocó vivir al Regiomontano Universal, hace exactamente un siglo.

Lo que ocurre es que se sigue viendo al periodismo en un nivel mucho menor que el del novelista o escritor de altos vuelos, como se le veía aún en la década de los sesenta  –según afirma Tom Wolfe en El Nuevo Periodismo–, pues durante todo el siglo XX los literatos se habían habituado a un escalafón de estructura muy estable y aparentemente eterna. Era algo así como una estructura de clase según el modelo del siglo XVIII, en el cual uno podía competir sólo con gente de su misma categoría. La clase literaria más elevada la constituían los novelistas. El comediógrafo ocasional o el poeta podían pertenecer a ella, pero antes que nadie estaban los novelistas. Se les consideraba como los únicos escritores creativos: los únicos artistas de la literatura. Tenían el acceso exclusivo al alma del hombre, las emociones profundas, los misterios eternos, y así sucesivamente y etcétera…

La clase media  –continúa Wolfe–  la constituían los “hombres de letras”, los ensayistas literarios, los críticos más autorizados; también podían pertenecer a ella el biógrafo ocasional, el historiador o el científico con aficiones cosmológicas, pero antes que nadie estaban los “hombres de letras”. Su provincia era el análisis, la “intuición”, el ejercicio del intelecto. No se hallaban al mismo nivel que los novelistas, cosa que sabían muy bien, pero eran los prácticos que imperaban en la navegación de la literatura de no-ficción […] La clase inferior la constituían los periodistas, y se hallaban tan bajo de la estructura que apenas si se percibía su existencia. Se les consideraba principalmente como operarios pagados al día que extraían pedazos de información bruta para mejor uso de escritores de mayor “sensibilidad”. En cuanto a los que escribían para las revistas populares y los suplementos dominicales, los llamados escritores independientes, a excepción de unos pocos, ni siquiera formaban parte del escalafón. Eran el lumpenproletariado.

De hecho, un gran amigo y maestro de los miembros del Ateneo de la Juventud en México, el dominicano Pedro Henríquez Ureña, piensa de la misma manera según se desprende de una carta que le envía a Reyes a Madrid el 31 de agosto de 1915, al lamentar:

[El] poco apoyo dado  en América a las doscientas gentes que en cada país nuestro han leído más de trescientos libros […] No tenemos la resistencia española para el trabajo y no tenemos (¡estúpidos!) casas editoriales que nos hagan vivir literariamente (y eso que serían negocio para los editores y para la literatura). Sin casas editoriales no se pueden escribir novelas. Y las novelas son el setenta por ciento de la literatura moderna. Sin teatro no hay drama. Y el drama es el veinte por ciento. Apenas en la Argentina empieza a haber drama.

Así es que bajo estas consideraciones todavía hay quien ve como una herejía llamar periodista a Alfonso Reyes, porque él mismo aspiró a más en el escalafón de la literatura. Vamos a demostrar con documentación contundente y datos precisos de la biografía y escritos de Alfonso Reyes su labor a destajo en el periodismo. Por ello no debe regateársele el título de periodista, en el sentido literal del término, y no solamente por haber publicado en Los Sucesos el 25 de marzo de 1905 “Nuevo estribillo” (parodia de intención política al “Viejo estribillo” de Amado Nervo) y su primer poema “Duda” en El Espectador de Monterrey, a los 16 años de edad.

Tampoco se toma en cuenta, para calificar como periodista a Reyes, sus inicios como poeta en  Savia Moderna, cuando  llega en enero de 1906 a la Ciudad de México y tiene contacto con quienes dirigían esta revista, es decir: Alfonso Cravioto y Luis Castillo Ledón, dando cabida de inmediato el soneto “Mercenario”; pero sí es relevante señalar que al desaparecer esta publicación literaria con la partida a Europa de Cravioto, justo en esas mismas fechas hace su aparición en México el dominicano Pedro Henríquez Ureña, circunstancia importantísima en la vida y obra del eximio escritor, quien emergerá, junto con un grupo de jóvenes  convocados por el arquitecto Jesús T. Acevedo en su taller, como parte del grupo fundador de la Sociedad de Conferencias (antecedente del Ateneo de la Juventud), para abordar los temas más diversos concernientes a la metafísica, la pedagogía, el arte y la poesía.  Y es en 1907 cuando nuestro Alfonso pronuncia tres conferencias, siendo la más importante el discurso con motivo del primer aniversario de la Sociedad de Alumnos de la Escuela Preparatoria. “Esta página –diría más tarde–  fue el punto de partida de mi prosa”. (Su conferencia dedicada a los Poemas rústicos de Manuel José Othón apareció en la editorial Arte y Sabor el 29 de enero de 1910).

 

Genio y figura

El 3 de noviembre de 1909, sus padres, el General Bernardo Reyes y doña Aurelia Ochoa, acompañados de los hijos Otilia y Alejandro, dejan México rumbo a Europa por la franca enemistad hacia el gobernador de Nuevo León de parte del presidente Porfirio Díaz. Y en ese preciso año en que nace el Ateneo de la Juventud, Reyes, a sus 20 años, sigue emparentado con la poesía como antesala de su vocación literaria. Firma artículos en revistas, hexámetros dedicados a Benito Juárez (“Oda a Juárez”, que provoca una reseña de Max Henríquez Ureña en Monterrey News, julio de 1908) y hasta algunos textos ya notables que incluiría después en El Suicida o en Marginalia.  Si acaso sus primeros pasos en este arte tienen  algo de referencia periodística por cuanto se engloban genéricamente en el rubro de la prensa cultural. Pero la noticia, como centro del oficio informativo y de opinión, no se vislumbra todavía.

No todo lo que aparece en los diarios y revistas es periodismo porque abunda la literatura, en sentido estricto, como en estas primeras publicaciones de Reyes, incluida La Revista de América (editada en París entre 1912-914), donde empieza a colaborar al llegar a Francia en agosto de 1913 como parte de la legación de México; pero él, más tarde, al trasladarse por necesidad a España en agosto de 1914, supo periodizar unos hechos noticiosos y comentarlos con absoluta honestidad, además de que encontró en la prensa un modus vivendi  y de sustento familiar en los días difíciles que pasó en Madrid, y luego siguió cultivando otros medios de difusión masiva con la maestría de su prosa poética, una de las mejores que se han escrito en lengua española.

Su propia nieta Alicia Reyes en Genio y Figura de Alfonso Reyes señala:

Durante el año que permanece en la capital francesa, nuestro Alfonso escribe solamente artículos y páginas que se publican en diversas revistas de Europa y de América y que habrán de incorporarse en obras posteriores. Pedro Henríquez Ureña, a la distancia, sigue siendo su mejor maestro.

El mismo Reyes seguramente no pensó ser periodista porque su vocación literaria lo orientaba a alcanzar el estatus de poeta y escritor, pero no le quedó más remedio que asirse, en algunos momentos de su vida, al periodismo. Me apoyo en Emmanuel Carballo, el crítico mexicano que tanto entrevistó y ha estudiado a Reyes, y habla así de sus años en México de 1939 a 1959:

En búsqueda del público que no consiguieron sus libros, don Alfonso colaboró en diarios y revistas, en cadenas de periódicos y estaciones de radio. Para llegar a lectores y auditorios ínfimos, don Alfonso tuvo que bajar el nivel de los artículos y pasar de la literatura a la no-literatura: de mostrar a enseñar.

Ergo,  Alfonso Reyes fue periodista.

Carballo, al interpretar las observaciones generales de Reyes sobre literatura y no-literatura, concluye que para la literatura propiamente dicha el asunto se refiere a la experiencia humana; para la no-literatura a conocimientos especiales. La literatura expresa al hombre en cuanto es hombre a secas: la no literatura en cuanto es teólogo, filósofo, científico, historiador, político. “En el fondo, y fatalmente, don Alfonso era en profundidad de la misma estirpe de (José Joaquín) Fernández de Lizardi”.

Ergo,  el Regiomontano Universal fue periodista.

De hecho también existe la evidencia de los tempranos pasos que dio Alfonso Reyes en este terreno, pues algo tuvo que ver indirectamente en la fundación de El Porvenir, de Monterrey, ya que su amistad con el ilustre poeta y escritor colombiano Porfirio Barba Jacob lo llevó a recomendar a éste con su padre, el gobernador de Nuevo León, General Bernardo Reyes, lo que le permitió al sudamericano establecerse en la urbe regiomontana, hacer carrera en el periodismo aquí desde 1908 en El Espectador que dirigía Ramón Treviño y, finalmente, coincidir con un grupo de políticos nuevoleoneses para dar vida el 31 de enero de 1919 al hoy diario decano de la prensa en la ciudad.

Es cierto que Reyes ya llevaba seis años en Europa y que, salvo retornos intermitentes (como en 1924), regresaría de forma definitiva a su país en 1939 cuando volvió a encontrarse afectuosamente con Barba Jacob.  El escritor mexicano siempre le brindó su apoyo, según consta en las cartas que intercambiaban desde ese año de 1908.

De acuerdo con Humberto Musacchio, los primeros textos de Reyes aparecen en México en Revista Moderna, Argos, Revista de Revistas, Biblos y, contra lo que pudiera creerse, hasta en El Antirreeleccionista. Y más adelante, el investigador asienta:

Los deberes de la legación acaban por alejar a Reyes del periodismo y el poco tiempo de que dispone prefiere dedicarlo a la preparación de sus libros […] Su producción para los periódicos no se detiene y paralelamente sigue con sus libros.

No cabe duda, asimismo, de que el eximio polígrafo, representante de las letras mexicanas y universales, ensayista, poeta, diplomático, traductor, coleccionista de obras de arte, chef y dramaturgo pisó los dinteles del periodismo como necesidad de sobrevivencia, y fue el periodismo el que le tendió la mano en los momentos más difíciles de su vida para foguearse en el arduo camino de las letras que tenía por delante sin imaginar siquiera su alcance.

Paulette Patout, la mejor biógrafa del Regiomontano Universal y Alicia Reyes, con su gran cercanía familiar, dibujan a nuestro paisano en París añorando a sus amigos del Ateneo de la Juventud y lleno de nostalgia por su tierra, pues poco le consuela encontrarse en la capital francesa a dos de sus grandes camaradas del arte: Diego Rivera y Ángel Zárraga, por lo cual intensifica su relación con los hermanos García Calderón para dar salida a su afición escribiendo ensayos en la Revista de América sobre literatura mexicana.

Pero se viene la guerra en Francia, y en México el cambio de gobierno, lo cual trae una sacudida estremecedora en los planes de Reyes, que Paulette Patout refiere así:

Llegado al poder Venustiano Carranza dio de baja en masa a todo el personal diplomático y consular […] Encima estalló la guerra en Francia […] El regreso a México le estaba prohibido por falta de dinero y por las razones familiares que se adivinan. Comprendió que su único recurso era España […] Allá se le abrirían quizás oportunidades de trabajo en la ensñanza y el periodismo.

Ergo,  fue periodista.

 

Vivir del periodismo

Humberto Mussachio en Alfonso Reyes y el Periodismo  también señala que fue en Madrid  donde comenzó de veras su larga y provechosísima carrera de periodista, que lo llevaría a decir que “nada hay comparable al orgullo de contar noticias”, aunque agregaba: “y al alivio de recibirlas”.

El bautizo formal como hombre de prensa  –añade Mussachio– lo tendría durante los difíciles años que pasó en España, donde conoció la pobreza, si bien en disfrute pleno de su libertad, según reflexionaría años más tarde.

El mismo Reyes nos da pie para considerarlo periodista, porque vivió de lo que publicaba en la prensa de su tiempo:

Mi larga permanencia en la Villa y Corte (de Madrid) puede dividirse en dos etapas: la primera, de fines de 1914 a fines de 1919, en que me sostengo exclusivamente de la pluma, en pobreza y libertad.

Poco después se integraría al servicio diplomático.

Cómo no habrá de considerársele a Reyes periodista en Madrid si al  llegar ahí empieza su labor como traductor y trabaja en el Centro de Estudios Históricos, sección Filología, bajo la dirección de Ramón Menéndez Pidal. Además empezó a colaborar en numerosos periódicos y revistas de Europa y América,  como El Heraldo de Cuba y Las Novedades de Nueva York, y, por supuesto, en El Sol, de su amigo José Ortega y Gasset, quien le encarga luego escribir en el semanario España las primeras críticas de cine para un medio español en 1915, cuya huella también en El Imparcial es imborrable bajo el seudónimo de Fósforo. En este último publica junto con su colega del Ateneo, Martín Luis Guzmán, quien llegó a la capital española con su familia en 1915 y a fines de ese año se entera de que Reyes emprende la elaboración de su inolvidable Visión de Anáhuac, editado en 1917 por una modesta casa de Costa Rica, llamada El Convivio.

La crítica cinematográfica une a estos dos grandes mexicanos y los hermana en su labor en la prensa española, que Reyes continúa solo tras de que Martín Luis Guzmán abandona Madrid para ir rumbo a Nueva York y México en enero de 1916, después de escribir su librito La querella de México.

Ergo, Alfonso Reyes es periodista en estos años que sobrevive en Madrid, a partir de agosto de 1914, donde vuelve a encontrarse con el pintor Diego Rivera y aprende también de otro grande del periodismo, José Martínez Ruiz Azorín, consagrado igualmente por sus lauros literarios, igual que Ramón del Valle Inclán, Juan Ramón Jiménez y Miguel de Unamuno, quienes serán parte de los retratos o perfiles que constituirán la primera serie de su libro Simpatías y diferencias (Madrid, 1921).

Martín Luis Guzmán, el también autor de El Águila y la serpiente (1928) y La sombra del caudillo (1929),  en una carta que le envía a Madrid, hacia 1917 le dice a Alfonso Reyes:

¿Recibe usted el dinero de sus crónicas? En El Heraldo trabajo sólo un rato (parte en la tarde; parte en la noche) escribiendo editoriales y otras cosas. He renunciado, por instinto de conservación, a meterme con toda la página final (tal fue el plan primitivo) y sólo me encargo de lo mío. Quizás esto cambie ahora, porque el suplemento está pidiendo a voces una mano inteligente y ésta puedo ser yo. De suerte que no me entero siquiera de la fecha ni la forma en que se publican sus crónicas, tan amables y tan semejantes a nuestra amistad (sin simbolismo).

Recordará usted que desde los abismos de Texas renuncié a la literatura y a los periódicos. Pues bien, si no fuera por ambas cosas casi me moriría de hambre: al fin y al cabo, es nuestro oficio…

Ergo, fue periodista en expresión de su gran amigo y por  eso rescato tan reveladoras palabras reproducidas en El Acto Textual de Fernando Curiel, quien agrega:

Alfonso Reyes, cronista de Madrid, no está por debajo, en nervio y percepción, de Bernal Díaz del Castillo, cronista de Tenochtitlan –el prodigio urbano azteca–  sin olvidar, además, que Reyes parece haber acompañado a Cortés y sus capitanes, aquel día de 1519, según se desprende de Visión de Anáhuac (1917).

Asimismo, debe ponderarse la edición, ese mismo año de 1917, no sólo de El Suicida sino particularmente de Cartones de Madrid  porque fue el primero del año al ir juntando estas notas publicadas en El Heraldo de Cuba y porque constituye un volumen de las impresiones iniciales del autor con una fuerte carga periodística, pues la atención se concentra en lo más pintoresco y novedoso que atrae a los ojos del viajero: el abigarrado mundo callejero, con sus mendigos, pícaros, chulos, majos, estudiantes, lavanderas, aguadoras, en una serie de breves cuadros impresionistas y poemáticos.

Siento especial inclinación –nos dice Reyes–  por los Cartones, porque al escribirlos eran mi única distracción en horas de angustia y por las valiosas amistades que creo deberle. Azorín, ya en trato muy frecuente conmigo, me decía en una de sus preciosas miniaturas epistolares: “…su exquisito libro, esencia de España”. Todas las palabras de Azorín valen oro.

Quizá por eso Fernando Curiel, el autor de El Acto Textual, pone  énfasis en el meollo de nuestra tesis, pues insiste en el carácter periodístico de Reyes, habida cuenta de su habilidad para la crónica, no obstante la connotación literaria e histórica de este género también de la prensa.

Al alborear la década de los veinte –añade Curiel–, Manuel Azaña (escritor y político, tres veces jefe de gobierno y en 1936 Presidente de la república española) se lamentaba: “Madrid está por hacer porque lo hemos pensado poco”. Aclaro que para ese entonces, Reyes ya había pensado mucho, y contribuido a hacer –al tenor de la tesis azañista– a Madrid. Data de los primeros asomos a la ciudad –todavía presa del fango–  una de las visiones de más dilatada fortuna: “El Madrid posible”.

Reposa, la crónica alfonsina matritense, en libros, artículos sueltos, abundantes páginas autobiográficas y la nutrida correspondencia intercambiada con sus pares: los integrantes de la llamada Generación del Ateneo de la Juventud (José Vasconcelos, Julio Torri, Diego Rivera, Pedro Henríquez Ureña, Martín Luis Guzmán). La camarilla –posterior a la modernidad– que acomete la revuelta cultural de la Revolución Mexicana.

Fernando Curiel asienta, igualmente, que la afición (adicción) de Madrid en Alfonso Reyes se debe, sin disputa, a la prolongada estancia peninsular. Dos lustros: de 1914 a 1924. Entre “la guerra y la revolución”, dirá el propio Reyes, citando a Luis Araquistáin. Entre dos épocas literarias, añado yo: la del 98 y (casi) la del 27.

Trátase, para Reyes, del periodo de su cabal madurez humana y artística. Tiempos de pobreza y espera, de soledades y primeros frutos inequívocos. De transtierro, sí, pero también de amistades cuyos deliquios, y destemplanzas, únicamente sofocarían la distancia o la muerte.

En 1924, durante su visita a México, presidió el homenaje del 5 de julio a José Vasconcelos y pronunció un encendido discurso en que recordó:

haber sido buenos camaradas de guerra […] cuando, lejanos y desterrados, vendíamos, tú, en un pueblo de los Estados Unidos, pantalones al por mayor, hechos a máquina, y yo, en Madrid, artículos de periódico al por menor, hechos también a máquina.

Ergo, él mismo se considera periodista en esos primeros años madrileños y lo ratifica a fines de abril de 1929  –como lo registran Musacchio y Valdés Treviño–  al abrir apenas sus maletas en Río de Janeiro como embajador de México en Brasil: “Estoy haciendo notas todos los días: desenvainé mi pluma de periodista otra vez”.

Y es ahí donde deja otra enorme prueba de su afición periodística: la confección de su Correo Literario Monterrey, donde, en el número uno, en junio de 1930, aparece el ensayo sobre las poesías de Porfirio Barba Jacob y éste, agradecido, le escribe, curiosamente, el 9 de febrero de 1931 acaso en alusión al 9 de febrero de 1913, fecha memorable del asesinato del general Bernardo Reyes, a lo que el entonces embajador de México en Brasil le recuerda lo siguiente:

Nunca podré olvidar la sacudida eléctrica que recibí al acercarme a usted el primer día, ni podrá borrarse en mí la señal de nuestra amistad.

Esta singular y valiosa publicación la concibe Reyes al conjuro del recuerdo de Pombo de Ramón Gómez de la Serna e inclusive se remite a una iniciativa similar de Chesterton. Lo cierto es que llegó a ser una verdadera red de comunicación de Reyes con el mundo literario y, a la vez, del mundo literario con Reyes y que se distribuía por varios rumbos del planeta, especialmente en México. Su primera tirada fue de 300 ejemplares que repartió con ayuda de Manuelita Mota, su esposa, y su hijo Alfonso Reyes Mota.

Todavía más: para convencernos del eros periodístico de Alfonso Reyes habría que hacer caso al consejo de José Joaquín Blanco, a pesar de ser uno de los más ácidos críticos que ostenta serias diferencias con el Regiomontano Universal:

La obra de Reyes tendría que ser “lectura obligatoria” para los jóvenes escritores y periodistas. Los estudiantes de literatura y de comunicación pueden revisar esos artículos breves donde surge la voz transparente de Reyes. Enseña a escribir y ahí se aprende su lección. De repente uno se descubre corrigiendo las comas, sintetizando, cortando frases, dando respiración a la prosa, agregando una anécdota de sobremesa, algún comentario agudo que se escuchó en la calle, pensando en el lector: Ahí está Reyes y su magisterio.

Gabriel Zaíd no es menos enfático en el magisterio de don Alfonso:

Después andamos en la calle, libres, sueltos, a la medida de las cosas, sin saber a qué agradecerle ese andar en el día como en nuestro elemento, y nos acordamos de haber leído largamente a Reyes.

 

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Profesor en la Facultad de Comunicación de la UANL. Doctor en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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