Las razones contra Aristegui

Peca tanto el que mata como el que le cancela el contrato

Pilar Ramírez

Periodista. Colaboradora de RMC

“Cuando escucho la palabra cultura desenfundo mi pistola”, dicen que decía Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler. El Gobierno Federal mexicano cuando escucha la palabra inteligencia desenfunda los mecanismos de presión, que esta vez recayeron sobre Carmen Aristegui, periodista ejemplar, comprometida con su trabajo e inteligente, atributo en el que reside seguramente la razón de su peligrosidad.

Como en muchos otros casos, la censura de Prisa-Televisa disfrazada con la decisión de no renovar el contrato de Carmen Aristegui en W Radio, lo único que logró fue abrillantar el trabajo periodístico de la comunicadora y desplegar la solidaridad de un importante sector del gremio al que todavía le quedan residuos de asombro ante las acciones de intolerancia que se producen desde el poder económico o gubernamental.

Las reacciones que desató la salida de Carmen Aristegui y con ello la cancelación del programa Hoy por Hoy fueron variopintas y reveladoras de las distintas caras del mundo periodístico, de cómo se perciben los medios desde el poder, de cuáles son los espacios de la ciudadanía y de cómo están actuando los medios en el contexto sociopolítico que prevalece hoy día en México.

El factor gubernamental

En distintos análisis se le reprochó al gobierno de Felipe Calderón el silencio ante un hecho en el que se le involucra como autor intelectual. Y aquí se ajusta bien aquel viejo dicho de que peca tanto el que mata la vaca como el que le cancela el contrato. La administración calderonista intentó sacudirse las acusaciones repitiendo, cada vez que la ocasión lo permitía, su compromiso con la libertad de expresión, como lo hicieron de forma enfática el Presidente y Juan Camilo Mouriño, en la toma de posesión del segundo como secretario de Gobernación. El desgaste de este discurso va en aumento, pues apenas el 22 de noviembre de 2006, durante la firma del Acuerdo Nacional para una Comunicación de Calidad, Felipe Calderón reiteró su compromiso de “respetar la libertad de pensamiento” y después, en la celebración del 84 aniversario de la Unión de Voceadores, afirmó: “Por convicción me opongo a la censura y a cualquier tipo de control informativo”, sólo pocas semanas antes de que se hiciera pública la salida de Carmen Aristegui de W Radio.

Parecía saltar a la vista la ausencia de asesores presidenciales que le mostraran a la actual administración que un gobierno cuestionado, incapaz todavía de reunir la legitimidad que requiere para obtener la aprobación de su gestión, lo que menos le conviene es la acusación de censor. El manotazo dado trasmano a la libertad de expresión indica que, al igual que en los tiempos de campaña, ahora desde el poder, la propaganda negativa continúa. El peligro para México es hoy todo aquel que cuestione la conducción de los asuntos públicos por parte del Gobierno Federal.

Hechos como la salida de Aristegui, el boicot publicitario a la revista Proceso y el caso Lydia Cacho, entre otros, muestran una clara intención de colocar diques a la libertad de expresión y de información, en el supuesto de que la uniformidad informativa será la que garantice la conducción gubernamental. El Gobierno Federal parece estar poniendo a prueba datos obtenidos en la Tercera Encuesta sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas levantada por la Secretaría de Gobernación,1 cuyos resultados se muestran en su portal electrónico. Señala el estudio que sólo 10% de los ciudadanos se interesan mucho en la política, mientras que 88% se interesa entre poco y nada. Si a ello se agrega que en mayor porcentaje piensan que quienes influyen en la vida política son el Presidente y los partidos políticos, pero un porcentaje bajo considera que los ciudadanos tienen influencia en ella y que 50% de los encuestados espera que en el futuro los ciudadanos tendrán más oportunidades de influir en las decisiones del gobierno, se consideraría así que existe el ambiente propicio para esperar escasas repercusiones a los actos de censura ante una ciudadanía indolente frente a la vida política.

Este cálculo estaría dejando fuera .5% de diferencia en votos que es lo que le permite actualmente gobernar al Partido Acción Nacional (PAN); también estaría olvidando a ese grupo de votantes no panistas que confió en que la democracia vendría sólo con la alternancia, y que ante los abusos no tiene más remedio que recordar que en el año 2000 se le prometió simplemente un cambio de partido, pero no más respeto a la libertad de expresión ni más democracia, y que hoy día recibe la lección de que la democracia nunca llega sola.

El factor empresarial

En el comunicado de prensa para explicar la salida de la conductora que emitió Televisa, se señaló que “no hubo manera de incorporar a Carmen Aristegui en un modelo informativo basado en el trabajo en equipo y el derecho a la información plural”. La frase puede ser un resbalón de redacción o un exceso de cinismo: ¿se quiso sugerir acaso que la periodista se negó, no se interesó o no puede integrarse en un modelo de información plural? Prácticamente nadie lo creyó así y la no renovación del contrato se interpretó simplemente como una acción de censura.

Varios analistas señalaron sin ambages que el hecho era un obsequio al poder, pues era conocida la molestia de Los Pinos por el trabajo periodístico de Aristegui. Algunos de esos textos mostraron asombro ante la decisión empresarial que consideraron no sólo políticamente incorrecta sino una pifia gerencial por sacrificar un espacio exitoso, con el siempre anhelado rating alto, con tal de complacer a la élite política que considera a la periodista una piedra en el zapato; se preguntaban cómo en circunstancias tan competidas para los medios pueden despilfarrar de esa manera su principal punto de venta que es la credibilidad.

Lo cierto es que los destinatarios principales de los análisis y las protestas por este acto de censura fueron en primer lugar los colegas de los medios y después un reducido grupo de población que consume espacios noticiosos. La misma encuesta de Gobernación señala que 38% de los encuestados afirmó ver o escuchar noticias o programas sobre política o asuntos públicos diariamente. El porcentaje resultaría atractivo y alentador en términos de la cultura política que requiere la ciudadanía para ser más participativa, pero es conveniente recordar que una buena parte de los noticiarios en los medios electrónicos están controlados por el duopolio, lo cual neutraliza a estos programas como verdadera fuente plural de información a la que los ciudadanos pueden acudir para informarse del acontecer público. Por otra parte, las empresas de comunicación, sabedoras de la realidad de que en nuestro país la información no es artículo de primera necesidad, han generado formatos híbridos en los que se combinan las noticias con comedia,2 lo cual reduce aún más las oportunidades informativas.

Otro enfoque de los análisis defendió el derecho de la empresa a no renovar el contrato, pues no existe evidencia tangible de que se trata de un acto de censura. Quizá les asiste la razón si se mira desde un punto de vista legaloide. Lo que olvidan quienes defendieron este punto de vista es que los empresarios de la comunicación están usufructuando un bien público que no es ajeno a los reclamos ciudadanos de que sean utilizados para alentar una sociedad más democrática, equitativa y plural. Habría que preguntar a estos mismos opinadores y a la empresa Prisa-Televisa cuál sería su punto de vista si se llegara a tomar la decisión de no renovar la concesión sobre la que han construido su rentable negocio de comunicación. ¿Sería tomada sólo como una acción administrativa a la cual tiene derecho el gobierno? Seguramente no, ya quedó demostrado con el caso Venezuela. Hay que admitir, sin embargo, que no debe ser una pregunta que el consorcio de comunicación se formule a menudo o que le cause preocupación, al menos no en este sexenio.

El factor periodístico y ciudadano

La censura a Aristegui generó declaraciones, columnas, mesas de análisis y uno que otro roce entre periodistas. Las muestras de solidaridad fueron exhibidas con amplitud en la prensa. Periodistas, académicos, politólogos e intelectuales se ocuparon del caso y sus implicaciones para los medios mexicanos en conjunto. Los medios impresos fueron los que enarbolaron –unos con gran amplitud y otros tímidamente– la defensa de Carmen Aristegui. Una buena parte de la ciudadanía respondió a este llamado y lo mismo organizaciones de otro perfil que perciben que “la ausencia de Carmen Aristegui de la radio beneficia a intereses muy específicos y perjudica al lánguido pluralismo mexicano” como bien lo describió Lorenzo Meyer.3

Al calor de la protesta se plantearon propuestas como la “construcción de una radio nacional pública”, lo cual aparece como una empresa monumental, pero lo cierto es que ya existe un camino avanzado con los medios culturales. Lo que se requiere es propiciar el debate, largamente pospuesto, sobre el marco legal y operativo que debe soportar a estos medios para funcionar verdaderamente al servicio de la sociedad. El desahogo es justificable pero la movilización debería ser en pos de frutos más tangibles.

Reuniones de análisis y protesta como la que se llevó a cabo en Casa Lamm, en la ciudad de México, en la que estuvieron presentes Denise Dresser, Germán Dehesa y José Antonio Crespo, se desarrollaron de manera un tanto caótica por el éxito que tuvieron en la convocatoria. Los asistentes querían escuchar a los ponentes, pero también deseaban hacer patente su presencia como rechazo a la censura. Estas movilizaciones resultan, a pesar de la carga emotiva, de escasa representación ciudadana, la cual recayó sobre ciertos líderes de opinión.

La participación ciudadana, asistida por las tecnologías de la información y la comunicación, ha entrado en una especie de letargo. Varios artículos sobre el tema aparecidos en la prensa circularon además profusamente vía Internet; fueron enviados y reenviados. Este mecanismo resulta eficiente para compartir puntos de vista, conceptos y preocupaciones porque tiene la ventaja de la multiplicación rápida y el alcance hacia ciudadanos de muchos rincones del país, pero tiene también una eficiencia reducida como movilización política. El reenvío de textos ha venido a reemplazar en cierto modo los antiguos desplegados con firmas que solían aparecer en los diarios, mas no ha alcanzado el impacto de éstos.

Hoy tenemos que lamentar que de nueva cuenta haya una víctima de la censura y la intolerancia: el público mexicano, la ciudadanía que estaba esperando con ansías señales de que el cambio había sido para bien.

El factor femenino

Este aspecto del caso fue poco abordado, quizá porque resultó claro que a Carmen Aristegui la censuraron no por ser mujer sino por ser inteligente y con un compromiso periodístico que le resulta incómodo a ciertos intereses. Sin embargo, en la percepción ciudadana el abuso hacia una mujer es un factor que tiene una importancia nada despreciable. Aristegui es una mujer menuda, tranquila, de hablar reposado que le da una imagen que tiene muy poco que ver con la beligerancia y la peligrosidad; esta imagen le otorga una dimensión mayor al abuso que se percibe cometido por varones de gran poderío económico.

Es posible que la propia periodista no deseara esta derivación del asunto, pero escapa a su voluntad que los estereotipos operen, todavía más cuando se le preguntó qué haría una vez concluido su noticiario y contestó simplemente que llevaría a su pequeño hijo a la escuela. A la imagen femenina se sumó la materna.

Por otra parte, el hecho de que el número de mujeres analistas con un trabajo periodístico como el que desarrolla Aristegui sea todavía reducido en nuestro país, también hace que se incremente la percepción de la arbitrariedad, pues se interpreta como un desplazamiento que atenta contra un trabajo profesional en el que la comunicadora ha logrado un sitio respetable a pesar de la competencia masculina.

Como ya se dijo, la víctima principal de este atropello contra la libertad de expresión fue la ciudadanía, pero lamentablemente el instrumento fue una mujer, excelente periodista y exitosa comunicadora. Al igual que en otros casos de censura, hoy Carmen Aristegui goza de más fama y la intención de acallarla sólo le aseguró más audiencia, lo cual no minimiza la gravedad de la intención de censurar.

NOTAS

1) Secretaría de Gobernación, Cultura Política y Participación Ciudadana en México antes y después de 2006. <www.gobernacion.gob.mx/archivos/pdf/cppcayd2006.pdf> Consulta: enero de 2008.

2) Sólo como muestra, el noticiario matutino Primero noticias conducido por Carlos Loret de Mola ha introducido un segmento denominado “¿Dónde está Clark?”, en el cual el reportero Mauricio Clark ofrece a los televidentes pistas de la ciudad donde se encuentra para que éstos adivinen el nombre llamando a los teléfonos del programa o votando vía Internet. A la producción de este espacio televisivo le sobran puerilidad y recursos económicos, pero le falta material informativo; no obstante, parece ser sumamente atendido por el público. En el mismo programa se incluye una sección denominada “Primero tu imagen” en la que se presentan fotografías o videos enviados por los televidentes con un comentario del conductor; la mayoría de las ocasiones son fotos curiosas que llenan tiempo de producción con costos prácticamente nulos. Éstos resultan ejemplos del entrenamiento que reciben millones de televidentes sobre cómo consumir noticias: poca información con notas cortas combinadas con grandes dosis de entretenimiento.

3) Lorenzo Meyer, “Carmen”, en Reforma, 10) de enero de 2008.

El anterior artículo debe citarse de la siguiente forma:

Ramírez, Pilar, «Las razones contra Aristegui», en
Revista Mexicana de Comunicación, Num. 109, México, febrero / marzo, 2008.

Deja una respuesta