No. 155 / enero-junio 2025 / ensayo
colaboración invitada
Edna C. Sastoque Ramírez
UNIVERSIDAD EXTERNADO DE COLOMBIA
Resumen: La historia monetaria colombiana constituye un terreno propicio para explorar tanto las posibilidades como los desafíos que plantea la interdisciplinariedad en las ciencias sociales latinoamericanas. Este artículo ofrece una reflexión crítica sobre cómo el estudio de las dinámicas monetarias en Colombia entre 1880 y 1931 puede funcionar como una excusa para integrar enfoques históricos, económicos, sociológicos y culturales, contribuyendo así a consolidar una interdisciplinariedad más sólida y relevante para la región. A partir de un análisis que combina una reflexión epistemológica sobre las prácticas de la historia económica y la necesidad de apertura hacia otras perspectivas sociales y humanas, se busca construir un puente que evidencie la importancia de trabajar interdisciplinariamente y las ventajas que ello implica para responder a la pregunta: ¿Es posible una armonización teórica y metodológica en el tránsito de lo disciplinar a lo interdisciplinar al pensar América Latina?
Abstract: Colombian monetary history constitutes a fertile ground for exploring both the possibilities and challenges posed by interdisciplinarity in the Latin American social sciences. This article offers a critical reflection on how the study of monetary dynamics in Colombia between 1880 and 1931 can serve as an excuse to integrate historical, economic, sociological, and cultural approaches, thus contributing to consolidating a more solid and relevant interdisciplinarity for the region. Based on an analysis that combines an epistemological reflection on the practices of economic history and the need for openness to other social and human perspectives, the article seeks to build a bridge that highlights the importance of working interdisciplinarily and the advantages this entails for answering the question: Is theoretical and methodological harmonization possible in the transition from the disciplinary to the interdisciplinary when thinking about Latin America?
…mientras de un lado la economía pretende haber llegado a una mundialización radical al posibilitar que el capital viaje instantáneamente de una punta a la otra del planeta, de otra forma nunca se ha hecho más difícil pensar el mundo hoy, y no solo por la fragmentación que producen los intereses del mercado sino por la fragmentación desde la cual funcionan los saberes especializados en cuanto a saberes hegemónicos. La hiperespecialización de los saberes ejerce una fuerte violencia simbólica sobre los saberes de la experiencia social…
Jesús Martín Barbero (2005)
En el contexto de las recurrentes crisis sociales, económicas y ambientales que han marcado el transcurso del siglo XXI, uno de los principales desafíos que enfrentan las ciencias sociales es desarrollar nuevas explicaciones capaces de capturar la complejidad de los fenómenos y conflictos contemporáneos. Esto no sólo implica reconocer las múltiples perspectivas desde las cuales se interpreta la realidad, sino también comprender la convergencia de diversas lógicas que intervienen en los fenómenos sociales. Para contextualizar, definir, concretar, sistematizar e incluso evaluar estos fenómenos, resulta indispensable adoptar una mirada amplia y multidimensional. Dicha perspectiva debe facilitar una comprensión integral de la realidad social, y promover una investigación que supere las barreras disciplinarias tradicionales y fomente el intercambio, la interacción y la cooperación entre distintos campos del conocimiento.
Durante los siglos XVII y XVIII no hubo mayor diferencia entre el discernimiento filosófico, la vocación retórica y el quehacer científico. En cambio, el siglo XIX se caracterizó porque los investigadores sociales se vieron empeñados en un esfuerzo de organización disciplinar e institucional. Separaron las ciencias sociales en compartimentos estancos. Apenas en la segunda mitad del siglo XX se retomó el esfuerzo por estudiar al ser humano y sus relaciones sociales de manera conjunta e interdependiente. Este llamado a la integración de saberes, denominado como multidisciplinariedad, interdisciplinariedad o transdisciplinariedad, se ha sustentado en la necesidad de dar respuesta a problemas multidimensionales, exigiendo categorías de comprensión más abiertas y flexibles y con un mayor nivel de realismo; es decir, con una menor separación entre teoría y práctica.
La redefinición del enfoque puso en evidencia la excesiva fragmentación desde la cual operan los saberes especializados, así como la violencia, en forma de imperialismo epistemológico en tanto una impostura en la forma de organizar el saber, con que algunos conocimientos y protocolos legitimaban sus propias agendas de investigación. Esta violencia no sólo se manifestaba en la selección de temas de estudio, sino también en la imposición de determinados métodos dentro de las ciencias sociales. En consecuencia, la tarea se volvió aún más compleja, aunque con un mayor nivel de competencia intelectual. A pesar de que cada disciplina mantenía una línea académica “ortodoxa” que buscaba consolidar los avances logrados en los últimos años, emergieron líneas de fuga promovidas por investigadores que, desde hace tiempo, venían desarrollando otras perspectivas y reconstruyendo puentes de comunicación entre disciplinas. Estas iniciativas hicieron posible un cambio de paradigma, orientado al reconocimiento de que los problemas sociales son inherentemente complejos y, por lo general, no pueden abordarse de manera adecuada desde una única perspectiva disciplinaria.
Sin embargo, esta perspectiva también ha presentado toda suerte de posiciones, debates y polémicas. A pesar de que se ha tratado de llegar a un relativo consenso, dependiendo del nivel de integración entre las disciplinas y el grado de profundidad en la comprensión de los sistemas socioculturales, se puede hablar de los siguientes modos: multidisciplinariedad como el estudio de un objeto desde varias disciplinas a la vez; interdisciplinariedad, en tanto transferencia de métodos entre disciplinas; y transdisciplinariedad a través de las disciplinas, el establecimiento de un criterio común para un conjunto de disciplinas. Sin embargo, ha sido muy difícil consensuar cuáles son sus fondos epistemológicos y sus implicaciones en los marcos teóricos y metodológicos en la investigación social (Borrero, 1982; Nicolescu, 1996; Barbero: 2005).
En este contexto, me pregunto: ¿es posible una armonización teórica y metodológica en el tránsito de lo disciplinar a lo interdisciplinar al pensar América Latina? Este cuestionamiento se complejiza aún más al considerar que, en el proceso de transferencia de métodos entre disciplinas, existen distintos niveles de interdisciplinariedad según el grado de integración que se logre entre ellas. Esta fue una de las preguntas centrales que abordamos durante el encuentro La horizontalidad en la investigación social interdisciplinaria desde el conocimiento, organizado por la Red CALAS en FLACSO Ecuador en septiembre de 2024. En dicho espacio quedó claro que la búsqueda de la interdisciplinariedad incrementa la complejidad y la heterogeneidad del conocimiento y genera, a su vez, nuevas interrogantes; entre ellas: ¿cómo llevar a cabo investigaciones interdisciplinarias de manera rigurosa?
Las respuestas iniciales a estas dos preguntas fueron que sí es posible. Es importante partir además de tres condiciones: la primera, la necesidad de hacer explícitas las categorías desde las cuales se interpretan o se enuncian, la urgencia de preservar el rigor teórico y metodológico, así como la coherencia del discurso; la segunda, destaca la importancia de considerar los intereses y la experiencia histórica del investigador como elementos fundamentales en este proceso. En palabras de Michaud (1975: 379):
la interdisciplinariedad es practicada por individuos, no se aprende ni se enseña, sino que se vive. Es básicamente una actitud mental que combina la curiosidad con un criterio amplio y un espíritu de aventura y descubrimiento, e incluye también la intuición de que existen entre todas las cosas, relaciones que escapan a la observación corriente y analogías. La interdisciplinaridad se ejercita, es el fruto de una formación continua y de una flexibilización de las estructuras mentales es también una práctica colectiva.
Y la tercera: no es posible encontrar una unidad totalizadora, sino el quehacer académico consiente de individuos, o en el mejor de los casos colectivos, que trabajan en la consecución de sus objetivos, incluso en algunos casos con un claro enfoque político.
Bajo este contexto, mi objetivo es reflexionar, teórica y metodológicamente acerca de cómo, en tanto que economista y estudiosa de la historia económica, proceder a un análisis más interdependiente con las demás ciencias sociales; en particular, la investigación de la unificación de la moneda en Colombia de 1880-1931. Para esto presento en primera instancia la relación multidisciplinar entre economía e historia; en segundo lugar, se contextualizará el problema de investigación; finalmente, se ubicarán algunos referentes de la investigación interdisciplinar para proponer una estrategia de investigación interdisciplinaria en el estudio desde las ciencias sociales para América Latina.
¿Por qué integrar economía e historia?
En medio de las transformaciones sucedidas en el siglo XVIII y XIX, los cambios socioeconómicos del capitalismo industrial implicaron la reinvención, la consolidación y ascenso de la disciplina económica como un ámbito de pensamiento determinante para entender el mundo social emergente, dentro de un contexto que cada vez distinguía más entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias sociales.
En este proceso de redefinición y reorganización de los conocimientos, los debates giraron en torno a las preguntas y problemas de las cuales debería dar cuenta la teoría económica y sus diferencias o cercanías con otras ciencias sociales. El panorama definía una nueva forma de producción socioeconómica que parecía favorecer especialmente a la burguesía; pero, por otro, afectar a las clases trabajadoras y desposeídas. Se fue estandarizando la idea que señalaba al carácter de la producción, la circulación y el consumo capitalistas como el desencadenante de un espectro de fenómenos críticos que modificaban distintos espacios o esperas del mundo social.
Sin embargo, el análisis de las características e implicaciones de tal contexto fue asumido de manera divergente por los diferentes idearios políticos que prosperaban por entonces: conservadores, liberales, socialistas y radicales; idearios filosóficos (liberalismo, utilitarismo, empirismo, positivismo, marxismo, nihilismo, evolucionismo y pragmatismo), estéticos (neoclasicismo, romanticismo, impresionismo), así como los avances de las ideas del pensamiento económico, el desarrollo de las distintas ciencias y, en particular, de las ciencias naturales (Bravo et al., 2007).
En ese primer momento, economía era el estudio de la “economía política”; es decir, el estudio de las relaciones de producción entre las diferentes clases de la sociedad capitalista, y el intento por responder a esta pregunta: ¿cuál es el origen de la riqueza de las naciones? El saber histórico permitió argumentar, justificar, legitimar y sostener sus doctrinas sobre el mundo social. La historia fue un medio para que intelectuales de diferentes tendencias, tanto teóricas como ideológicas apoyaran sus enunciados.
No obstante, a finales del siglo XIX, con el avance de la especialización disciplinar, el término de economía política fue paulatinamente abandonado y sustituido por el término “economía” a secas, pues, con el ascenso de un grupo importante de economistas que centró su atención en resolver la pregunta acerca de cómo asignar eficientemente los recursos escasos , la economía o la ciencia económica se separó de la formación intelectual clásica y pasó del arte de la retórica a la formalización matemática. Fue el instrumento fundamental para construir el armazón teórico hegemónico durante buena parte del siglo XX. Buscaba abandonar la visión clasista de la sociedad para reemplazarla por el enfoque matemático, axiomático y no valorativo de los hechos económicos. Se separó, de esta forma, de las explicaciones históricas que ponían el foco en las particularidades de tiempo, espacio, instituciones y cultura.
Sólo después de la Segunda Guerra Mundial se vio nuevamente el estudio de la historia y la economía de manera conjunta. Presentó diferentes matices de acuerdo con el grado de integración:
a) Fue vista simplemente como un puente entre la historia y la economía, en el cual cada una aportó su propia concepción teórica y metodológica.
b) Era la historia económica tradicional, según la cual la historia económica es una subdisciplina de la teoría económica; es decir, “parte de la economía, [y] las técnicas de investigación que el historiador utiliza deben ser consideradas como viajeros de ese gran carruaje al que llamamos análisis económico” (Schumpeter, 1971: 29).
c) Fue concebida como la nueva historia económica, la cual combinó la aplicación de la teoría económica neoclásica con técnicas estadísticas y econométricas para el análisis del largo plazo, uso de modelos de desarrollo, el estudio de hipótesis “contra-fácticas” y, en algunos casos, hasta la teoría de juegos (Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson).
El debate del siglo XXI entre las diferentes tendencias de historiadores económicos se ha profundizado. Entre los aspectos más discutidos se encuentran hasta qué punto algunos análisis son deterministas y reduccionistas de la teoría económica, cómo se combinan diferentes tipos de teorías económicas e históricas en la interpretación del objeto de estudio y bajo qué características y condiciones son utilizados los instrumentos estadísticos y econométricos, y su posibilidad real de su cuantificación. Cipolla describe la situación como el choque de metodologías:
el economista se ve limitado por el carácter general de sus paradigmas, de la misma manera que el historiador le limita el carácter ineluctablemente específico de su narrativa” (1991: 25), por lo cual propone una visión conciliatoria de la historia económica como una “historia de los hechos y de las vicisitudes económicas a escala individual o empresarial o colectiva […] entendida no sólo como la narración de hechos económicos, sino también la historia de los hombres y de las instituciones, además de las estrechas y a menudo inextricables relaciones entre instituciones y vicisitudes económicas, y entre estas últimas y las vicisitudes sociales, políticas y culturales (1991: 16-17).
El reto intelectual de la historia económica consiste en conseguir una interacción integradora entre historia y economía. En palabras de Josep Fontana (2001: 52),
recuperar la identidad del trabajo en el campo de la historia económica significa recordar que no es ni una rama de la ciencia económica -más bien habría que decir que fue ésta la que nació de la historia económica a partir de David Hume-, ni una variedad temática de la historia como la historia militar o la historia de la iglesia, sino, en todo caso, un modo de hacer historia.
Sin embargo, en los últimos veinte años en América Latina, la enseñanza de la economía ha estandarizado
la temprana concentración de los programas en cursos de matemáticas, micro, macro y econometría, impide que el grueso de los estudiantes pueda completar la formación que trae de la secundaria con mejores habilidades básicas de lectura, escritura y comunicación, y con un abanico más amplio de conocimientos e intereses sobre la sociedad, la política y la psicología de los individuos que serán su objeto de estudio durante la carrera (Lora, 2009: 31).
Desde el punto de vista de la teoría económica, los problemas del desarrollo, la pobreza, la distribución del ingreso y demás, parecen sencillos de resolver: los países subdesarrollados, en “vías de desarrollo” o “emergentes” como se denominan hoy, tienen problemas para estructurar mercados eficientes, tierra, trabajo, capital y tecnología. Los resultados son diversos y a veces contradictorios: existen países en donde la llamada “sustitución de importaciones” tuvo éxito (Sudoeste asiático); en otros, la misma estrategia parece haber tenido resultados diferenciales de manera contundente (América Latina); en unos el comercio libre y la desregulación parecen haber sido la clave, en otros la misma estrategia fue la receta para el fracaso. Se ha escrito de todo al respecto: para unos es el pasado colonial, para otros son las enfermedades tropicales, para aquellos la culpa la tiene la geografía, otros hablan de la religión, de las malas instituciones, de las mentalidades (Acemoglu, D., & Robinson, J. A: 2012).
¿Qué desafío para la investigación en ciencia social ilustra el caso de la unificación de la moneda en Colombia?
Un problema fundamental de la historia económica es identificar la estructura, las limitaciones y potencialidades y la capacidad de expansión del sistema mercantil. ¿Cómo es asegurada la cohesión de multiplicidad de intereses y estructuras en tanto su necesidad de organización como una totalidad?
La moneda ha sido uno de los elementos a través de los cuales se ha coordinado los diferentes actores y estructuras, en cuanto a su condición de articuladora de las diferentes formas de producción, consumo y acumulación (Aglietta y Orléan, 1990). Al alcanzarse los primeros cien años de vida republicana, Colombia aún luchaba por definir, a partir de su precariedad inicial, qué tipo de organización socio-política y económica era la que más se ajustaba a las características del país y cómo esto le permitía avanzar en el contexto de lo moderno para la época.
A pesar de que es precisamente en este periodo en el que configuraron algunas de las instituciones que enmarcan el desarrollo de lo que sería la estructura socio-económica de la Colombia de hoy, los análisis históricos dejan en la mayor oscuridad las características de la Colombia centenaria. Éstas son cruciales para discernir el sentido, la dirección y el carácter de los fenómenos que acompañaron la centralización del Estado y el despliegue del ejercicio del poder. La moneda surgió de la interacción entre actores de diferente naturaleza (el Estado, los empresarios, los banqueros y la gente), pero la existencia de actores de diferente naturaleza lleva a preguntarse por qué, a pesar de los anteriores intentos de unificación monetaria, fue apenas en 1923 que la particularidad de cada uno de los intereses, y la forma como éstos se articularon, permitió el acoplamiento de diferentes relaciones políticas, económicas y sociales.
La heterogeneidad económica del país a partir de la segunda mitad del siglo XIX aumentó ya que, a la diversidad geográfica, la pluralidad racial y las restricciones político-jurídicas heredadas de la colonia, se sumó la diversidad de intereses del capital mercantil especulativo, desigualmente presente en las regiones, lo cual marcó procesos de auge y recesión derivados de los ciclos de comercio internacional y la pluralidad de procesos de trabajo en las diferentes actividades. Esta combinación delineó la fragmentación sociocultural y el desarrollo diferencial de la vida material de las gentes, y se reflejó en la formalización de prácticas sociales y relaciones de poder y dominación en su vida cotidiana. Tal vez a esto se debió el aparente consenso de Colombia como un país de regiones.
Estas diferencias se profundizaron durante el período del Olimpo Radical, el intento de consolidación del modelo federal de los Estados Unidos de Colombia (1863-1885) y la defensa del modelo de libre cambio. La experiencia de cada región fue particular y estuvo enmarcada en la dificultad de participar en un espacio centralizado y unificado. Seguía pendiente la idea de una “nación soberana, libre e independiente” con un aparato administrativo eficiente y un sistema económico capaz de articular procesos productivos y de formas de trabajo.
A diferencia de las explicaciones tradicionales de la incompatibilidad entre el proyecto liberal y conservador [sic], el estudio de la especificidad de los diferentes procesos productivos permite analizar que los comerciantes, terratenientes, mineros y artesanos no seguían un mismo patrón político. Por el contrario, la dinámica de acumulación y de las relaciones administrativas y comerciales permitieron la configuración de grupos de interés común y anudaron los intereses políticos en la aparición de grupo de familias de empresarios y rentistas.
Con la adopción del modelo liberal en la economía, en particular en el manejo de la política monetaria al implementar la banca libre atada al patrón oro (Low, 1986), se permitió que los bancos privados emitieran billetes con muy pocas restricciones, respaldados apenas con 33% de sus reservas en metálico bajo las mismas condiciones legales de cualquier empresa industrial o comercial de la época (Correa, 2009). El resultado fue la proliferación de bancos privados regionales. Por ejemplo, Bustamante (1980) reportó la existencia de sólo dos bancos privados hacia 1875; tan sólo seis años después, en 1881, sumó cuarenta y dos. El modelo de patrón oro obligaba a la moneda a estar respaldada por piezas de oro fijas que las autoridades monetarias estaban obligadas a convertir si así se demandaba.
Después de la guerra civil de 1876-1877 y, como consecuencia de la profundización de las contradicciones políticas y económicas del modelo político-económico radical, vino un clima de desconfianza y confusión que debilitó su sostenimiento por lo cual, en 1880, el liberal moderado Rafael Núñez fue elegido por primera vez. Inició el período conocido como de la Regeneración (1880-1899), el cual tenía como principal objetivo centralizar el poder nacional, en términos económicos, mediante la defensa del papel moneda de curso forzoso y mediante la Constitución de 1886.
El análisis de la propuesta fue lento. Requirió de intensos debates y condiciones institucionales. La iniciativa del curso forzoso trajo apasionadas discusiones de si efectivamente los billetes del Banco Nacional intentaban ser el medio que permitiera facilitar las transacciones de los bienes producidos o, por el contrario, servía como instrumento de gasto o, en el peor de los casos, como un título de deuda. Sin embargo, esta explicación técnica oculta que la moneda surgió de la interacción entre actores de diferente naturaleza (el Estado, los empresarios, los banqueros y la gente del común). La existencia de tales actores lleva a preguntarse por qué, a pesar de los anteriores intentos de unificación monetaria, ésta sólo se consiguió en 1923 con la fundación del Banco de la República.
El proceso de unificación monetaria en la Colombia centenaria (1880-1931) evidenció los distintos grados de cohesión socioeconómica que coexistieron en ese período: la articulación de los circuitos comerciales regionales, la consolidación del poder estatal y la integración a los mercados internacionales. Esta dinámica transformó la estructura de los círculos de poder y su idea de modernidad y sentó las bases para las transformaciones políticas, económicas y sociales que marcarían el rumbo del país en el siglo XX.
Este ejemplo ilustra las complejidades que enfrentan los investigadores en ciencias sociales latinoamericanos al analizar la superposición de estructuras económicas, sociales y políticas en constante interacción con el contexto global. Enfatiza las tensiones que surgen al intentar abordar estos fenómenos desde paradigmas disciplinarios tradicionales con los que hemos sido formados.
¿Por qué pensar interdisciplinariamente?
Si bien este tema no es novedoso para la historia económica, ha adquirido una vital importancia en las últimas décadas porque las revisiones al estatuto epistemológico de las ciencias sociales y humanas han señalado que favorece toda suerte de determinismos teóricos y reduccionismos metodológicos frente al avance de las propuestas, desde diversos campos del conocimiento, que defienden la necesidad de concebir construcciones interdisciplinarias de los fenómenos humanos y sociales (Bravo, et al. 2007).
La producción de conocimiento desde una disciplina particular fue definiendo las normas cognitivas, operativas y sociales sobre los cuales se construyen los consensos e, incluso, los mecanismos de control bajo los cuales se evaluaba cada una de las etapas del proceso. El desarrollo de una estructura particular de concebir el conocimiento muchas veces simplificó el acto de comprender y subvaloró las diferentes formas de percibir la realidad; es decir, las diferentes formas de realizar las operaciones, de identificar la configuración de estructuras, de implementar las normas de significación, sus expresiones lingüísticas, comunicativas, de definir la conciencia intencional, la conciencia histórica o la conciencia de los olvidos. (Sierra, 2001). De hecho, definió sus propios códigos de rigor, supuestos y prácticas, y con ello la escala de análisis, el reconocimiento de otros saberes (cómo se pondera el saber cotidiano versus el saber elaborado) y los marcos culturales, entre otros.
Se discute si, con el relativo consenso de la importancia de la interdisciplinariedad en las ciencias sociales, ésta se ha convertido en un nuevo paradigma epistemológico; es decir, si ha pasado de un medio a un fin en sí mismo al buscar el establecimiento de relaciones entre las disciplinas, el rescate del sentido de totalidad y la ruptura de los encierros disciplinarios para permitir articulaciones organizativas entre disciplinas separadas y construir modelos integracionistas más allá de las disciplinas. La imposibilidad temporal de tomar distancia para analizar si se pudiese considerar lo sucedido en los últimos años como una revolución científica (en términos Kuhn), hace que no sea posible comparar esta progresión con las características científicas de producción del conocimiento, y sus formas de legitimación y de control.
La interdisciplinariedad es una estrategia que permite ampliar las perspectivas de análisis de las ciencias sociales. Está presente en enfoques que defienden tanto la modernidad como aquellos que prefieren la idea de posmodernidad. Un ejemplo de esto es que, sin salirse de paradigmas como “el pensamiento complejo”, los “estudios culturales” o la “teoría de la acción comunicativa”, se puede ejercer la interdisciplinariedad. Esto profundiza los obstáculos del pensar reflexivo, pues teje una red mucho más compleja sobre la forma en que se produce el conocimiento y denota mayor rigurosidad en el trabajo de identificación de los puntos de enunciación, formas de relacionarse, fundación de símbolos, prácticas y formas de legitimación. Sobre todo, pone el foco sobre la consistencia teórica y metodológica sobre la cual se transfieren metodologías de las diferentes ciencias sociales.
El reto es un constante ejercicio comprensivo y de diálogo que dé cuenta de los diferentes niveles de complejidad; es decir, que pueda superar las estériles disputas disciplinares y pueda analizar el mundo social de una forma más interdependiente, así como la operación conjunta del pasado y el presente o, en palabras de Husserl, del “horizonte”. Sin embargo, esta tarea nos sitúa en una discusión de orden paradigmático pues se enfrenta a la producción de conceptos maestros y lógicas de las teorías y de sus prácticas, y a la posibilidad de superar los conflictos; pero, también, al reconocimiento de puntos ciegos.
Además de reflexionar acerca de la interdisciplinariedad, el reto se complica si se trata de hacer el tránsito al pensamiento interdisciplinario crítico (los fundamentos sobre los cuales se construyen nuestras ideas, acciones, juicios o valoraciones); en otras palabras, a la realidad como decimos que es; o al develar la realidad como deseamos que sea. Pasar a construir pensamiento deliberativo; es decir, definir una opción teórica.
Si la realidad como la conocemos y si nuestro conocimiento cambia continuamente —sí, esto es así, ninguna filosofía es definitiva sino todas están históricamente determinadas— es difícil imaginar que la realidad cambie objetivamente con cambios en nosotros mismos. ¿Qué son los fenómenos? Son algo objetivo, existen en y para ellos, o son cualidades que el hombre ha aislado como consecuencia de sus intereses prácticos (la construcción de su vida económica) y de sus intereses científicos (la necesidad de descubrir un orden en el mundo y describir y clasificar las cosas, como una necesidad que en si misma está conectada y mediada por intereses prácticos futuros) … El conocimiento es una superestructura (o una filosofía no definitiva) (Gramsci 1971: 368).
Desde esta perspectiva, las ciencias sociales pueden analizar fenómenos complejos como la transición del dinero fiduciario sin respaldo metálico al dinero soberano, especialmente tras el colapso del patrón oro después de la Gran Depresión de 1929. Este proceso no solo involucra aspectos económicos, sino también filosóficos, psicológicos, sociológicos y antropológicos dado que implica cambios en la confianza social, las prácticas culturales y las estructuras simbólicas que sostienen la economía monetaria. En este sentido, la reflexión de Georg Simmel resulta especialmente relevante: “El dinero es el medio más objetivo y generalizado de la interacción social, pero también el que más profundamente afecta la subjetividad humana y la forma en que los individuos se relacionan con el mundo y entre sí” (Simmel, 1900/2004: 175). Su análisis subraya cómo los fenómenos económicos están imbricados con dimensiones culturales y sociales, lo que refuerza la necesidad de enfoques interdisciplinarios.
¿Cómo acercarse al estudio interdisciplinario de América Latina desde las ciencias sociales?
El estudio de América Latina desde las ciencias sociales enfrenta varios desafíos fundamentales: entre ellos la necesidad de superar las explicaciones fragmentadas y sectoriales que han predominado históricamente, para dar paso a una comprensión más integral y compleja de la realidad regional. Esta complejidad se manifiesta en la interrelación de múltiples dimensiones que no pueden ser abordadas adecuadamente desde una sola disciplina o enfoque.
En este sentido, la pregunta que orienta esta sección es: ¿cómo interpretar la realidad latinoamericana y cuáles son los diálogos posibles y necesarios entre la historia económica y otras ciencias sociales? Este interrogante invita a reconocer que los fenómenos sociales no son objetos estáticos ni aislados, sino conjuntos dinámicos de relaciones que evolucionan en contextos históricos y geográficos específicos. Por ejemplo, el intercambio económico, tradicionalmente analizado desde la lógica del equilibrio de mercado, requiere ser replanteado para incorporar las múltiples convenciones, normas sociales y representaciones culturales que lo atraviesan. Tal como señalan Revel y Hunt (1995), comprender estos fenómenos implica situarlos en marcos temporales amplios y reconocer la diversidad de actores, intereses y sentidos que intervienen en ellos.
Esta perspectiva implica, además, un cambio epistemológico profundo: se abandona la idea de un conocimiento totalizante, objetivo y neutral para asumir que todo saber es situado y parcial. El investigador no es un observador externo, sino un actor social con una posición específica cuyas experiencias, intereses y contexto influyen en la construcción del conocimiento. Por tanto, es fundamental hacer explícito el lugar de enunciación desde el cual se produce el análisis, así como los supuestos teóricos y metodológicos que lo sustentan. Asimismo, esta postura reconoce la necesidad de dialogar con otras formas de conocimiento, tanto dentro como fuera del ámbito académico, para enriquecer la comprensión de los problemas sociales. Esto implica abrirse a perspectivas diversas, incluyendo saberes indígenas, populares y comunitarios, que han sido históricamente marginados pero que aportan visiones cruciales para entender la complejidad latinoamericana.
¿Cuáles son los desafíos para una ciencia social más inclusiva y rigurosa?
A partir de este marco, resulta evidente que la construcción de una ciencia social interdisciplinaria en América Latina conlleva una serie de desafíos que van más allá de lo epistemológico y metodológico, y que abarcan también dimensiones éticas y políticas. La producción, validación y difusión del conocimiento se desarrolla en contextos caracterizados por profundas desigualdades estructurales y una notable diversidad cultural. Esto exige estrategias innovadoras y una constante reflexión sobre los fundamentos mismos de la investigación. Entre los principales retos identificados se encuentran los siguientes aspectos, los cuales he podido profundizar y valorar gracias a las enriquecedoras conversaciones con todos quienes participaron en estas conversaciones con sus presentaciones y reflexiones dentro de la plataforma CALAS, a quienes expreso mi más sincero y profundo agradecimiento en los días de trabajo y cocreación:
a. Vigilancia epistemológica y autocrítica. Uno de los retos más importantes es desarrollar una vigilancia epistemológica constante que permita identificar y cuestionar las estructuras de poder y dominación que atraviesan la producción del conocimiento. La ciencia social normalmente ha estado influenciada por paradigmas hegemónicos que, en ocasiones, reproducen exclusiones y sesgos que invisibilizan saberes y experiencias de grupos marginados. Por ello, es fundamental adoptar una postura autocrítica que cuestione no solo los objetos y métodos de estudio, sino también las propias posiciones desde las cuales se investiga. Esta autocrítica implica reconocer los límites y condicionamientos del conocimiento científico, así como la necesidad de abrir espacios para la pluralidad epistemológica y metodológica. Abandonar los “pilotos automáticos” del pensamiento disciplinar rígido es un paso necesario para avanzar hacia una ciencia social más reflexiva, inclusiva y comprometida con la realidad latinoamericana.
b. Construcción intersubjetiva de marcos epistemológicos y metodológicos. La interdisciplinariedad implica la convivencia y diálogo entre diversas disciplinas, cada una con sus propias tradiciones, lenguajes, metodologías y criterios de validación. En América Latina, esta convivencia se complica aún más por la heterogeneidad institucional, política y cultural de la región. Es indispensable construir marcos epistemológicos y metodológicos de manera intersubjetiva, es decir, a través de procesos colaborativos que reconozcan y valoren las diferencias sin intentar homogeneizarlas. La horizontalidad en la investigación social interdisciplinaria requiere explicitar las categorías conceptuales, los objetivos y los límites de cada enfoque para evitar malentendidos y potenciar la complementariedad. Mantener el rigor teórico y metodológico es un desafío constante, pues la diversidad no debe traducirse en relativismo ni en pérdida de coherencia. La clave está en lograr un equilibrio entre la flexibilidad necesaria para incorporar distintas perspectivas y la disciplina intelectual que garantiza la solidez y validez de los resultados.
c. La gestión y coordinación de la investigación interdisciplinaria. La complejidad de los problemas sociales latinoamericanos exige investigaciones que integren múltiples disciplinas y actores, lo que a su vez requiere estructuras organizativas y de gestión adecuadas. La coordinación de equipos interdisciplinarios implica diseñar arquitecturas flexibles que puedan articular diferentes horizontes temporales, niveles de responsabilidad y formas de rendición de cuentas. Es esencial crear espacios de diálogo y negociación que permitan identificar tensiones, resolver conflictos y construir consensos en torno a los objetivos y métodos de la investigación.
d. La inclusión de saberes diversos y reconocimiento de la pluralidad cultural. Otro desafío clave es la incorporación de saberes diversos, especialmente aquellos provenientes de comunidades indígenas, afrodescendientes y otros grupos históricamente marginados en América Latina. Estos saberes aportan perspectivas únicas sobre la realidad social, ambiental y cultural, y su inclusión en la investigación contribuye a una comprensión más rica y justa de los fenómenos estudiados. Para ello, es necesario superar las jerarquías epistemológicas que privilegian ciertos tipos de conocimiento en detrimento de otros, promoviendo un diálogo respetuoso y equitativo entre diferentes formas de saber. Esto también implica replantear las relaciones de poder dentro de los procesos investigativos y garantizar la participación activa y el reconocimiento de las comunidades involucradas.
e. Reconocimiento de límites y opacidades. Una postura ética y metodológica responsable implica aceptar que el conocimiento es siempre parcial, situado y limitado. Reconocer los límites y las opacidades inherentes a cualquier investigación permite evitar pretensiones totalizadoras y fomentar una actitud de humildad epistemológica. Este reconocimiento también implica convivir con la incertidumbre, las contradicciones y las diferencias, sin intentar neutralizarlas o eliminarlas. En cambio, se busca sostener desacuerdos productivos que enriquecen el debate y amplían las posibilidades interpretativas.
f. Ética y responsabilidad social. La investigación interdisciplinaria en ciencias sociales debe estar orientada por una ética comprometida con el bienestar y los derechos de las comunidades involucradas. Esto implica reflexionar constantemente sobre el para qué, para quién y con qué fines se produce conocimiento. La responsabilidad social se traduce en prácticas que respetan la autonomía, la dignidad y los intereses de los sujetos investigados, así como en la búsqueda de resultados que contribuyan a la transformación social y a la justicia.
g. Flexibilidad y creatividad. La complejidad de los fenómenos sociales latinoamericanos exige metodologías flexibles y creativas que permitan adaptarse a contextos cambiantes y diversos. La investigación debe entenderse como un proceso dinámico, no lineal, que incorpora la emotividad, la estética y la sensibilidad hacia las particularidades locales. Esta flexibilidad metodológica abre espacios para la innovación y la experimentación, y favorece el desarrollo de nuevas herramientas conceptuales y técnicas que respondan a las necesidades específicas de cada estudio. Cambiar los lugares, las fuentes y abrirnos a otras sensibilidades.
h. Comunicación de los resultados. La comunicación de los resultados de investigación representa una etapa crucial en el proceso científico. Hacerlo desde una perspectiva menos positivista implica cuestionar la tradicional presentación lineal y objetiva de los datos. En lugar de limitarse a exponer hechos y cifras como verdades absolutas y neutrales, esta aproximación debería reconocer la complejidad, la interpretación y la contextualización del conocimiento producido.
Estos desafíos, lejos de ser obstáculos insalvables, constituyen oportunidades para repensar y fortalecer la práctica investigativa en América Latina. La superación de enfoques fragmentados y la apertura a la pluralidad epistemológica y metodológica sientan las bases para una ciencia social más inclusiva, rigurosa y comprometida con la transformación social. Sin embargo, para que este proceso sea efectivo, es indispensable que la investigación interdisciplinaria se fundamente en principios metodológicos y éticos sólidos, que orienten tanto la producción como la aplicación del conocimiento.
Trabajar interdisciplinariamente en el estudio de América Latina presenta beneficios significativos, como la capacidad de abordar problemas complejos desde múltiples perspectivas, lo que enriquece la comprensión y genera conocimiento más innovador y relevante para la región, y promueve una visión más holística y contextualizada que responde mejor a las realidades latinoamericanas (TecScience, 2025). Además, fortalece la democratización de la producción científica al promover la igualdad entre pares y la apertura a diversas voces y experiencias, lo cual amplía los márgenes del conocimiento (Vienni et al., 2018). Sin embargo, también implica costos importantes, como mayores requerimientos de tiempo y recursos humanos y financieros, especialmente en las etapas iniciales de coordinación y comunicación entre disciplinas (IDL-BNC-IDRC, sf). La interdisciplinariedad exige superar barreras institucionales y culturales, así como mantener el rigor teórico y metodológico en contextos heterogéneos (Redalyc, 2016).
Una geopolítica de los saberes como puente entre disciplinas
La construcción de una propuesta interdisciplinaria desde las ciencias sociales para el estudio de América Latina requiere, ante todo, reconocer la complejidad y la pluralidad que caracterizan la región. Esta pluralidad no sólo se manifiesta en la diversidad cultural, social y política, sino también en la multiplicidad de saberes y enfoques que conviven y, en ocasiones, entran en tensión. En este sentido, avanzar hacia una geopolítica de los saberes implica analizar críticamente cómo circulan, se legitiman y se jerarquizan los conocimientos en contextos marcados por relaciones de poder históricas y contemporáneas.
Una de las tareas fundamentales es superar la fragmentación disciplinaria y epistemológica que ha limitado la comprensión integral de los fenómenos sociales latinoamericanos. La interdisciplinariedad, entendida como un diálogo horizontal y colaborativo entre diversas disciplinas y saberes, se presenta como una vía necesaria para abordar la complejidad de los problemas sociales. Sin embargo, este tránsito implica desafíos importantes, como la necesidad de construir marcos epistemológicos compartidos, mantener el rigor metodológico y gestionar adecuadamente la diversidad de perspectivas y actores involucrados. El reconocimiento de los límites y opacidades del conocimiento, así como la adopción de una postura ética comprometida, son elementos clave para garantizar que la producción científica no reproduzca exclusiones ni desigualdades. La inclusión de saberes diversos, especialmente aquellos provenientes de comunidades históricamente marginadas, enriquece la comprensión de la realidad y fortalece la pertinencia social de la investigación. Este enfoque contribuye a una ciencia social más inclusiva, reflexiva y responsable.
La construcción de una geopolítica de los saberes en América Latina exige una gestión flexible y creativa de los procesos investigativos que permita articular horizontes temporales, intereses y contextos diversos. Priorizar los procesos colaborativos y abiertos, así como sostener desacuerdos productivos, fortalece la capacidad de la investigación para generar conocimiento innovador y transformador. En este sentido, la ciencia social debe entenderse como un espacio dinámico, donde la pluralidad y la horizontalidad son condiciones indispensables para el avance epistemológico y político. Finalmente, esta propuesta interdisciplinaria invita a repensar la ciencia social latinoamericana no solo como un campo académico, sino como un proyecto político y ético que busca contribuir a la transformación social. La geopolítica de los saberes es, entonces, una invitación a construir puentes entre disciplinas, saberes y actores, para enfrentar los retos complejos de la región desde una perspectiva plural, crítica y comprometida con la justicia social.
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