Comunidades de diálogo: resignificar entornos laborales para las mujeres

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Una valoración a partir de las maquilas de Mexicali

No. 148 / Julio-Diciembre 2021 / Ensayo

Mariana Chávez Castañeda

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE QUERÉTARO

Ambar Eugenia Gallegos Arredondo

UNIVERSIDAD DEL VALLE DE MÉXICO, MEXICALI

Luz Zareth Moreno Basurto

TECNOLÓGICO DE MONTERREY, MORELIA

Resumen: Las condiciones laborales que desfavorecen a las mujeres en México son ya conocidas y, pese al reconocimiento de este problema, aún son insuficientes las voces que reclaman espacios igualitarios de trabajo para ellas. Un ejemplo se presenta en el sector manufacturero en Mexicali, en Baja California, donde prevalece la discriminación hacia las actividades que realizan porque se consideran secundarias. Este ensayo reflexiona sobre el papel de las comunidades de diálogo como estrategia para la conformación de espacios en los que, a través del respeto a las identidades y a la diversidad, se resignifique la participación de la mujer en el entorno laboral.

Abstract: The working conditions that disadvantage women in Mexico are already well known and despite the recognition of this problem, there are still not enough voices demanding equal work spaces for women. One example is in the manufacturing sector in Mexicali, Baja California, where discrimination prevails against the activities they perform because they are considered secondary. This essay reflects on the role of dialogue communities as a strategy for creating spaces in which, through respect for identities and diversity, women’s participation in the workplace is redefined.


La generación de acuerdos a través de la interacción permite modificar el sentido que se atribuye a ciertas prácticas socioculturales como la integración de una comunidad dialógica en el ámbito laboral para resignificar el valor del trabajo que desempeña la mujer a partir del caso de las maquilas en Mexicali. Se mencionará la distinción que se ha establecido entre hombres y mujeres como agentes disociados ante la existencia de estereotipos de género que no permiten la construcción igualdad.

El trabajo en las maquiladoras de Mexicali

La industria manufacturera mexicana ha desarrollado favorablemente su capacidad de producción ya que “la generación de empleo ha crecido un 391% en los últimos 25 años, algo que se ve reflejado en más de dos millones de puestos” (Osorio, Mungaray y Jiménez, 2020: 148). No obstante, la desigualdad en la distribución de la riqueza y las oportunidades de crecimiento por parte de las trabajadoras asociadas a la industria es cada vez más evidente debido a la brecha de ingresos económicos y de los puestos de trabajo que ocupan.

Hay un ejemplo de lo anterior en una investigación realizada en 2020 sobre liderazgo en las maquiladoras de Mexicali. Únicamente entrevistaron a hombres ante la ausencia de mujeres en cargos directivos. Treinta y uno por ciento de los puestos de alta dirección en México es ocupado por mujeres en tanto que 7% corresponde con su participación como integrantes de la junta directiva de las empresas mexicanas (Centro de Investigación de la Mujer en Alta dirección, 2013). En cuanto al ingreso por hora trabajada, el promedio que percibe una mujer en el sector manufacturero es menor en 7.83% con relación a lo que gana un varón (Lomelí, 2018).

Los esfuerzos de las mujeres para tener equidad en el acceso a condiciones de crecimiento profesional y desarrollo laboral llegan a resultar insuficientes al continuar el demérito de su actividad bajo el argumento de que, “al ser esposas, no necesitan tanto el ingreso” (Lomelí, 2018: 20). Esta perspectiva es sesgada y discriminatoria, ya que preserva los roles y normas tradicionales de género para las que los espacios de decisión masculinos tienen relación con la adquisición de bienes, el lugar dónde vivir y la esfera del ocio. Mientras que los espacios de decisión femeninos se articulan en torno a los roles de esposa y madre (Nájera, García y Pacheco, 2018).

Con base en lo anterior, pareciera que las posiciones laborales están destinadas para ciertas personas con el argumento de que “la situación de la mujer en muchas civilizaciones sólo puede someterse a las leyes, a los dioses y a las verdades creadas por los hombres” (Beauvoir, 1948: 15). Así se justifica que el

trabajo doméstico remunerado y las actividades que lo componen están claramente diferenciadas según el sexo, pues mientras las mujeres se ocupan en actividades de limpieza y de orden, cuidado de personas, cocinar, lavar y planchar, entre los hombres predominan las actividades de jardinería, conducción de vehículos y vigilancia (INEGI, 2021: 2).

En cuanto al trabajo que realizan fuera de casa, las mujeres llegan a desempeñarlo sin dejar de realizar las tareas domésticas y el cuidado de los hijos. Por el contrario,

las mujeres empleadas (ya sea como trabajadoras autónomas o como trabajadoras asalariadas o a sueldo) tienen unas jornadas de trabajo más largas en promedio que los hombres empleados; concretamente, la brecha de género es de 73 minutos y de 33 minutos por día en los países en desarrollo y desarrollados, respectivamente (OIT, 2017: XVII).

La combinación del trabajo extra doméstico con el doméstico no significa un replanteamiento de los roles tradicionales de género (Nájera, García y Pacheco, 2018). Cada vez más mujeres se incorporan a sistemas desvalorizados de la economía, de la producción y del mercado (Lagarde, 1994). La razón es que la sociedad le impone a la mujer la idea de que debe desempeñar una doble jornada por deber, porque así debe ser… porque es mujer. Desde esta perspectiva se feminiza el trabajo, al equipararse este concepto con el de feminización de la pobreza que se relaciona “con el lugar que ocupamos las mujeres en la sociedad, con las obligaciones sociales que tenemos, por las formas sociales en que se nos imponen los deberes” (Lagarde, 1994: 24).

La precariedad laboral en el trabajo que efectúan las mujeres en las maquilas de Mexicali se caracteriza también por la actividad discontinua y el desempleo intermitente, así como por la falta de regulación (Lomelí, 2018). Las empleadas tienen turnos de hasta 12 horas diarias en el área de producción y esto incide en que sus hijos permanezcan en guarderías, estén bajo cuidado de otros miembros de la familia, vayan con vecinos e, incluso, que deban quedarse solos en casa durante la jornada laboral.

Comunidades de diálogo

La visualización, caracterización y abordaje de las condiciones laborales que desfavorecen a las mujeres trabajadoras de las maquilas en Mexicali corresponde a una problemática compleja que no se reduce a este sector productivo ni a la zona norte del país. Implica la superposición de categorías sociales como raza, sexo, clase, religión, lengua, entre otras, que deriva en estereotipos, prejuicios y acciones discriminatorias ancladas al género que provienen de herencias culturales.

¿Cómo generar cambios que resignifiquen los entornos laborales para las mujeres? Si se considera que buena parte de la dotación de sentido sobre diversos aspectos de la vida se construye a partir de las interacciones sociales, entonces se apela al plano de la comunicación para gestar propuestas que permitan mejorar la relación entre ciudadanos, sin estereotipos y sin divisiones. A través de la integración de la diversidad como base, con la eliminación de ideas de dominio y de lucha reactiva para enfocar la mirada hacia la comprensión de relaciones entre los sexos (Herrera, 2019).

Bajo este criterio es pertinente recordar la etimología de la palabra comunicación ya que tiene la misma raíz de comunidad que, en latín, significa “poner en común, compartir y hacer común”. Mientras que en griego deriva de koinooía, que se traduce como comunicación-comunidad (Aguirre, 2013). Desde luego, esta acepción sugiere que tanto emisor como receptor comparten experiencias y referentes comunes para garantizar el entendimiento. Como bien lo expresa Paoli (2009), la comunicación es un proceso por donde se transmite un mensaje entre dos o más personas al evocar un significado en común.

Dado que los significados compartidos están basados en las construcciones sociales resultantes de la interacción entre las personas, se comprende por qué a los hombres y a las mujeres se les asignan roles específicos que dificultan su convivencia para hacer comunidad. A partir de la educación mediada por las distintas instituciones como la familia, la iglesia, la escuela y los medios de comunicación, se han difundido estereotipos a través de los cuales se ha gestado una cultura de género en la que predomina el miedo a salir de la norma socialmente admitida. Al respecto, las mujeres que infringen el ideal de ser esposas o madres al negarse a ello para buscar el éxito profesional ven afectada su identidad femenina, pues padecen señalamientos y exclusión social. Los hombres que realizan labores domésticas o que cuidan a las hijas e hijos son vistos como débiles y afeminados; incluso, en el lenguaje patriarcal “ya no son hombres, son putos” (Lagarde, 1990: 5).

En el contexto de las maquilas de Mexicali, esta situación se confirma ya que las mujeres que se desenvuelven en ese sector no cuentan con la suficiente preparación para aspirar por un puesto superior que les permita tener mejores condiciones de vida para ellas y sus dependientes económicos. Al no haber tenido la oportunidad de estudiar, acceden al entorno laboral como operadoras en el piso de producción. En este sentido, “las mujeres no han tenido en su trabajo un aprendizaje de libertad, todavía son muchas las que se refugian a la sombra de los hombres; adoptan sin discutir las opiniones y valores reconocidos por su esposo o su amante” (Beauvoir, 1948: 15).

Desarrollar comunidad bajo estos criterios implica “recolonizar la palabra, el pensamiento y las luchas” (Paredes, 2010: 38). Requiere “construir complementariedades no jerárquicas, reciprocidades y autonomías con otras comunidades” (Paredes, 2010: 89) que posibiliten erradicar la “dominación masculina” (Herrera, 2019: 198) como la que se da en el contexto laboral a partir de la idea de que la mujer es una adversaria para el hombre y que, por lo tanto, debe ocupar puestos subordinados con salarios inferiores.

Aprender a trabajar en comunidad implica que las mujeres hagan frente al sistema patriarcal que ha privado por siglos. Es necesario generar acciones recíprocas que tiendan a la conservación de la voluntad. Es un llamado a la unión (Tönnies, 1947) y al diálogo como “cemento que sostiene los vínculos entre las personas y entre las sociedades” (Bohm, 1996: 28-29). Reclama la participación del otro desde la igualdad para que permita la reconstrucción de significados afines en los que mujeres y hombres sean como una entidad en el mundo.

El diálogo, pues, abre la posibilidad de elevar la comprensión humana, así como la eficacia comunicativa y la actitud colaborativa. El diálogo “es un encuentro que solidariza la reflexión y la acción de sus sujetos encauzados hacia el mundo que debe ser transformado y humanizado” (Freire, 2005: 71-72).

Entonces, si se quiere desarrollar el diálogo, se debe trabajar en la aceptación de la diversidad como esencia que nutre. Respetar a cada persona con sus ideales, sus visiones y sus perspectivas. Aprender a escuchar para entablar negociaciones que permitan generar acuerdos comunes.

En el caso específico de las actividades laborales desempeñadas por las mujeres se debería indagar más sobre qué rol desean desempeñar a partir de las profesiones, deseos y necesidades de cada una a partir del profesionalismo, los saberes y las habilidades que posean. Con ello se lograría “el par complementario horizontal, sin jerarquías, armónico y recíproco, par de presencia, existencia, representación y decisión” (Paredes, 2010: 81).

Reflexión final. Identidades autónomas e identidades comunes

Tanto mujeres como hombres son parte esencial de una misma comunidad, por lo cual deben convivir y trabajar con un mismo objetivo: aspirar a una sociedad mejor, equitativa, a partir de la construcción de significados comunes provenientes del diálogo. Se debe reconocer que “partes (personas) diferentes que construyen identidades autónomas, pero a la vez constituyen y construyen una identidad común” (Paredes, 2010: 87).

Más allá de las diferencias, de las características físicas y de los deseos particulares se necesita la comunicación dialógica para desarrollar acuerdos. Si bien existen avances, aún se requieren más esfuerzos de los colectivos, de las mujeres organizadas y, desde luego, de los hombres con visiones alternativas respecto a la problemática que estén decididos a cambiar.

Si bien en el contexto laboral hay avances significativos, el camino por recorrer para lograr igualdad en las condiciones laborales entre mujeres y hombres se vislumbra complicado. De hecho, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) reconoce que de prevalecer “las tendencias actuales, se necesitarán más de 70 años para colmar totalmente la desigualdad salarial por motivo de género” (2017: XIX).

Ante la complejidad del fenómeno, se podría incorporar a la discusión el concepto de interseccionalidad, propuesto por Kimberlé Crenshaw (1989), para profundizar el análisis que se aborda en este ensayo sobre las identidades coexistentes (por ejemplo, mujer, indígena, madre, etcétera) y sistemas conectados de opresión (por ejemplo, patriarcado).

Por lo pronto, una de las consideraciones primordiales es tener una identidad en la que la mujer no esté dominada por la identidad masculina, sino que, de manera conjunta, ambas trabajen por una transformación en la que caminen a la par sin que la mujer sea vista como la competencia a la que hay que destruir porque lo que se destruye, al violentar, no sólo es la dignidad, los derechos y el respeto hacia las mujeres, sino a la construcción de una comunidad para el bien de todos sin importar el sexo.

En cuanto al caso de las mujeres que trabajan en las maquilas de Mexicali, se proponen las siguientes acciones: que los puestos de trabajo se otorguen con base a la experiencia sin importar el género ni el sexo; que la cantidad de horas por laborar sea establecida de acuerdo con el puesto; que se refleje en los organigramas la equidad entre mujeres y hombres mediante las posiciones gerenciales ocupadas en la organización; y que se generen, al interior de cada empresa, grupos de mujeres para la reflexión y diálogo sobre los problemas que las aquejan con la finalidad de proponer alternativas de solución, sentir empatía y entablar sororidad.


Fuentes

  • Aguirre, J.L. (2013). El derecho a la comunicación, base para la construcción de la comunidad. Punto Cero, 18 (27), 61-68. Universidad Católica Boliviana San Pablo: Cochabamba.
  • Beauvoir, S. (1948). The ethics of Ambiguity. United States: Citadel Press.
  • Bohm, D. (1996). Sobre el diálogo. Barcelona: Kairós.
  • Centro de Investigación de la Mujer en Alta dirección. (2013). Estadísticas sobre mujeres y empresarias en México. Recuperado de https://www.ipade.mx/wp-content/uploads/2017/04/Estadisticas_sobre_mujeres_y_empresarias_en_Mexico.pdf
  • Crenshaw, K. (1989). Demarginalizing the Intersection of Race and Sex: A Black Feminist Critique of Antidiscrimination Doctrine, Feminist Theory and Antiracist Politics. University of Chicago Legal Forum (14), 139-167.
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  • Herrera, C. (2019). Subjetividades de mujeres de sectores populares en la CDMX que se desempeñan en ocupaciones “masculinas”. Estudios Sociológicos, 37 (109), 195-214. Recuperado de http://0-dx.doi.org.biblioteca-ils.tec.mx/10.24201/es.2019v37n109.1743
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  • Lagarde, M. (1994). Perspectiva de género. Diakonia (71). 23-29. Recuperado de http://repositorio.uca.edu.ni/3967/1/Perspectiva%20de%20g%C3%A9nero.pdf
  • Lomelí, P. (2018). Mujeres trabajadoras en la maquila. Recuperado de https://almacenamientopan.blob.core.windows.net/pdfs/investigaciones/Mujeres-trabajadoras-en-la-maquila.pdf
  • Nájera, J., García, B., y Pacheco, E. (2018). Hogares y trabajadores en México en el siglo XXI. México: El Colegio de México.
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  • Paoli, J. A. (2009). Comunicación e información. Perspectivas teóricas. México: Trillas.
  • Paredes, J. (2010). Hilando fino: desde el feminismo comunitario. La Paz: Cooperativa el Reboso.
  • Tönnies, F. (1974). Comunidad y sociedad. Buenos Aires: Losada.