Memoria del “sueño desvanecido” antes y después de la “gran pausa”

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No. 151-152 / 2023 / ensayo

COLABORACIÓN INVITADA

Raúl Fuentes Navarro

INSTITUTO TECNOLÓGICO Y DE ESTUDIOS SUPERIORES DE OCCIDENTE


En diciembre de 1985, recibí la visita de un amable personaje estadounidense en mi oficina. Se identificó como Walter Richter, profesor del York College of Pennsylvania. Quería entrevistarme, como a otros colegas mexicanos de varias universidades en la Ciudad de México, en Puebla y en Guadalajara. En el lapso de un año conversamos en tres ocasiones sobre el estudio de la comunicación en el país, y a principios de 1987 me hizo llegar por correo una copia de la ponencia que presentó en un congreso en Miami con un título y un contenido inquietantes: “El sueño que se desvanece, formación profesional en comunicación, un acercamiento mexicano” (Richter, 1987).

“El sueño que se desvanece” al que se refería Richter era el proyecto fundacional de la Licenciatura en Ciencias y Técnicas de la Información, del jesuita José Sánchez Villaseñor en la Universidad Iberoamericana, redactado a fines de los años cincuenta en una carta de dos páginas, que Richter tradujo al inglés y colocó como anexo de su ponencia, la cual concluye que “el viejo sueño de veintiséis años de Villaseñor se ha desvanecido. Pero aún vive” (1987: 19). A esa doble interpretación llegó ante el “pesimismo” que percibió en sus entrevistados sobre “la efectividad a corto plazo” de lo que intentaban: “formar profesionales socialmente responsables”, y la “obstinada determinación” de continuar la lucha.

El repertorio de problemas que Richter sintetizó a partir de sus entrevistas y observaciones era demoledor, aunque no muy diferente a los que ya habían elaborado el Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (CIESPAL, 1975) y la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social (FELAFACS, 1982), o las propias asociaciones académicas mexicanas: escasez de presupuestos, falta de una definición unificada del campo profesional, carencia de profesores adecuadamente preparados, falta de respeto para los egresados por parte tanto de los estudiantes como de los empleadores, dependencia de la investigación extranjera de la comunicación y resistencia de los medios comerciales a compartir su investigación con los académicos, apatía política, falta de integridad institucional al autorizar nuevas escuelas, e insuficiencia de recursos materiales (FELAFACS, 1982: 4). En 1986, ya operaban 63 programas de licenciatura y cuatro de maestría en ciencias de la comunicación en México, aunque cuatro de cada cinco tenían menos de diez años de experiencia. Hoy, las universidades mexicanas ofrecen al menos 550 programas de licenciatura en comunicación y más de cien posgrados, de los cuales apenas un tercio cuentan con acreditación oficial de calidad, y a los “viejos” problemas se siguen sumando otros “nuevos”, aunque sin que los primeros se resuelvan o queden obsoletos.

En los ochenta, y ahora, la “dependencia de la investigación y la teoría extranjeras” estaba claramente asociada con el escaso desarrollo de la investigación en las escuelas de comunicación mexicanas. La mayor parte de los estudios se realizaban desde las industrias mediática y publicitaria, y los resultados rara vez se publicaban o compartían. Según Richter, “sin recursos para realizar estudios cuantitativos, los investigadores académicos se ven reducidos a operar en un nivel teorético que, dada la ausencia de una base empírica, frecuentemente refleja solo la ideología personal de los autores” (Richter, 1987: 7). Las teorías y los métodos de investigación difícilmente respondían a los problemas mexicanos o latinoamericanos, donde el desarrollo de una teoría propia no ha podido desarrollarse más, desde esta perspectiva, por falta de soporte empírico, aunque en lo ideológico tampoco se puede apreciar algún avance.

En una “posdata” de su ponencia, Richter explicitaba “el paralelismo con la experiencia mexicana que se puede encontrar en Estados Unidos”, donde en lasdécadas de 1930 y 1940 se confrontaron las perspectivas de los medios comerciales con los fundamentos humanísticos de la comunidad académica. Esa tensión fue reduciéndose, en la medida en que los departamentos universitarios se fueron convirtiendo en centros de entrenamiento de personal para los medios y “el ideal de servicio público de los profesionales de los medios parece haber disminuido hasta el nivel de la virtual invisibilidad”. Pero Richter afirmaba que “lo que ha estado haciéndose en México, es, todavía, alentador” (20).

En una investigación actualmente en proceso sobre la historia de la institucionalización del campo académico de la comunicación en Estados Unidos, David Park (2020) subraya que la fundación en 1950 de la National Society for the Study of Communication (NSSC), que en 1969 cambió su nombre a International Communication Association (ICA), no tuvo su origen en alguna propuesta de organización de la investigación, en ciencias sociales o de cobertura internacional, sobre la comunicación de masas o algo similar, sino en una disputa entre profesores de cursos de inglés, retórica, oratoria y expresión en público (“speech”), que desde 1932 se habían extendido en la educación media superior estadounidense como parte del entrenamiento básico para diferentes profesiones y que estaban siendo identificados como “cursos de comunicación”.

El origen de la investigación es otro, u otros, y tampoco tuvo relación directa con la formación universitaria de periodistas o de publicistas. Todo eso se integró, muy inconsistentemente por cierto, en otros espacios universitarios, desde donde se exportaron al mundo, como respuestas descontextualizadas a preguntas mal formuladas (Peters, 1986) en Estados Unidos. Y muy pocos de los aportes reconocidos como fundacionales de la investigación latinoamericana se originaron en universidades. Incorporarlos a ellas ha sido muy difícil para desarrollarla e integrarla como una “escuela”, exactamente lo mismo que ha sucedido en otras regiones. La investigación de la comunicación sufre de fragmentación en más de un sentido en todas partes.

Han pasado más de sesenta años desde la fundación en México del primer programa de Ciencias de la Comunicación, aunque no tuviera ese nombre, y se ha desvanecido a su vez casi por completo el cuestionamiento sobre el “desvanecimiento del sueño” utópico del estudio de la comunicación, pero igual que como lo percibió Richter en los años ochenta, “sigue vivo” y persiste, aunque sea marginalmente, la “obstinada determinación” de “formar profesionales socialmente responsables”, en un contexto histórico en el que la “comunicación” adquirió una ambigua y creciente “centralidad”. En este sentido es interesante revisar los tres volúmenes de una obra (Vaca y Guerrero, eds. 2021a; 2021b; 2022) con que la Universidad Iberoamericana conmemoró la fundación de la carrera en 1960, si bien, como tantas otras cosas, la publicación se atrasó debido a la pandemia.

En los prólogos de los tres volúmenes, Francisco Prieto, Carmen de la Peza y Joaquín Labarthe despliegan respectivamente tres diferentes versiones sobre la “trayectoria y legado” de la carrera de Comunicación de la Universidad Iberoamericana que, en conjunto, pueden ilustrar perfectamente en qué consiste el “sueño utópico” que vivieron cuando cursaron el programa como estudiantes de las primeras generaciones. De hecho, Prieto cita in extenso la “carta” de José Sánchez Villaseñor S.J., en la que se propone el proyecto, que su autor no asumía ni como “sueño” ni como “utopía”, sino como una manera “nueva” de “someter la técnica al espíritu” mediante la formación de “un hombre capaz de pensar por sí mismo, enraizado en su época, que gracias al dominio de las técnicas de difusión pone su saber y su mensaje al servicio de los más altos valores de la comunidad humana” (Prieto, 2021: X-XI). Para el filósofo jesuita, que murió en 1961 apenas a los cincuenta años de edad, la misión social de la educación universitaria encontraría en la comunicación y la cultura medios idóneos (Sánchez Villaseñor, 1997).

Como siempre, pero con mayor urgencia ante la extraordinaria exacerbación de los profundos y extendidos problemas éticos y políticos preexistentes, sobre los cuales emergió la “gran pausa” (Calvo et al, 2020) devastadora de la pandemia por Covid-19, parece indispensable ubicar a la comunicación, su investigación y enseñanza universitaria en relación con algunas premisas contextuales y referenciales necesarias para identificar y discutir las tendencias más recientes y aparentemente universales de desarrollo de estrategias y prácticas comunicativas y poder imaginar los cambios y las recuperaciones de sentido que se requieren con urgencia en las prácticas universitarias.

El contexto sociocomunicacional que se ha ido reconociendo bajo términos como “mediatización” o “nueva ecología mediática” no implica simplemente la aparición de nuevos medios, o de nuevos dispositivos de mediación, sino a través de ellos la individualización de los accesos a la generación, circulación y apropiación de propuestas de sentido acerca de virtualmente cualquier aspecto o dimensión de la existencia. Esa sí es una auténtica “revolución tecnológica”, en el sentido histórico-cultural, pues extiende los usos sociales, reproducibles, de recursos expresivos e interpretativos, aunque por supuesto no homogénea o equilibradamente, a segmentos cada vez mayores de la población mundial. Pero estaría por verse si esa expansión puede identificarse con una “democratización”. Todo parece indicar que no.

Por ello, es responsabilidad central de los programas universitarios formular de la manera más precisa posible cómo interpretar e intervenir, y no sólo lo uno o lo otro, en ese sistema que podría llamarse una “espiral”, ya no del silencio, como la clásica hipótesis de Elizabeth Noelle-Newmann (1995) acerca de la opinión pública, sino de la “estridencia efímera” del “inmediatismo superficial” (Fuentes, 2010). Mientras que la primera “espiral” se basaba en el supuesto de que los medios de comunicación de masas, o de difusión social, eran o son la fuente de información más importante para que los individuos normaran sus opiniones en el sentido de la más probable aprobación social en su entorno, ahora parece imponerse la tendencia a desplazar esa importancia por la influencia de las redes telemáticas o medios sociales, que no incluyen en su institucionalidad una instancia editorial que se responsabilice de la información que se difunde y la valoración de sus referentes o sus propósitos, o de los proyectos sociales detrás de sus campañas, pero que probablemente por ello han mostrado ser más inmediatamente manipulables e “instrumentalizables” que nunca.

Esa podría ser la razón de que tantos proyectos políticos populistas en el mundo, y especialmente los que han conseguido ser gobiernos, confíen en estrategias de limitación, fragmentación, descontextualización, estridencia y emotivismo para reducir la “carga” informativa y aumentar la explotación de las creencias en su propaganda, pero también en su comunicación institucional. El uso de medios y plataformas como Facebook, Twitter o Instagram complementan esta estrategia con un recurso intensivo a la descalificación, la mentira, el insulto o la desinformación, multiplicados y movilizados en las redes mediante agentes humanos o artificiales. La antítesis de la comunicación como práctica conversacional se impone, aunque obviamente no conduzca a la observación analítica o la acción social concertada que requieren objetivos como la prevención y el combate a la pandemia o la participación democrática en la toma de decisiones (Trejo, 2022).

Aunque los cambios, y por supuesto también las persistencias, en las tramas en que se cruzan socialmente la política y lo político, rebasan las capacidades de explicación y ajuste de la mayor parte de los recursos institucionalizados para mediar el cambio social, no necesariamente invalidan los fundamentos y los avances históricamente acumulados. De ahí que los procesos de articulación crítica y desarrollo compartido que hemos establecido y fortalecido a lo largo de varias décadas, deberían servirnos para una renovada relación entre el conocimiento y la responsabilidad social de la comunicación, que sigue siendo una prioridad, porque antes, durante y después de la “gran pausa”, la comunicación es el principal de los desafíos para la educación y la investigación universitaria, aquí como en todas partes.


Fuentes

  • Calvo, J.R. et al (2020): La gran pausa. Gramática de una pandemia. Barcelona: Malpaso.
  • CIESPAL (1975): La formación profesional de comunicadores y periodistas en América Latina. Quito: Centro Internacional de Estudios Superiores de Periodismo en América Latina.
  • FELAFACS (1982): La formación universitaria de comunicadores sociales en América Latina. Guadalajara: Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social.
  • Fuentes Navarro (2010): “Medio siglo del estudio universitario de la comunicación en México: el riesgo del inmediatismo superficial”, Anuario CONEICC de Investigación de la Comunicación XVII, pp. 99-115.
  • INTERCOM (2020, dez.): V Colóquio Latino-Americano de Ciências da Comunicação: “Os rumos da Comunicação na América Latina: da Utopia à Distopia?” Mesa 1: Os rumos da Comunicação na América Latina no contexto digital: caminhos e descaminhos de uma área do conhecimento.
  • Noelle-Neumann, E. (1995): La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social. Barcelona: Paidós.
  • Park, D. W. (2020): “The Pre-History of ICA: NSSC, the Communication Course, and the Field of Communication in the Mid-20th Century”. Unpublished paper, presented to the Working Group on History of Media Studies, Consortium for History of Science, Technology and Medicine.
  • Peters, J. D. (1986): “Institutional Sources of Intellectual Poverty in Communication Research”, Communication Research vol. 13 n. 4, pp.527-559.
  • Richter, W. (1987, feb.): “The Fading Dream. Career Training in Communication. A Mexican Approach”, Paper presented at The Fourth Annual Intercultural Communication Conference on Latin America and the Caribbean, Miami.
  • Sánchez Villaseñor SJ, L. (1997): José Sánchez Villaseñor SJ, 1911/1961. Notas biográficas. Guadalajara: ITESO/Universidad Iberoamericana.
  • Trejo Delarbre, R. (2022): Posverdad, populismo, pandemia. México: Cal y Arena.
  • Vaca, M. y Guerrero, M.A. eds, (2021a): La comunicación y sus guerras teóricas. Introducción a las teorías de la comunicación y los medios. Vol. 1 Enfoques teóricos. New York: Peter Lang.
  • Vaca, M. y Guerrero, M.A. eds, (2021b): La comunicación y sus guerras teóricas. Introducción a las teorías de la comunicación y los medios. Vol. 2 Tradiciones de pensamiento y escuelas. New York: Peter Lang.
  • Vaca, M. y Guerrero, M.A. eds, (2022): La comunicación y sus guerras teóricas. Introducción a las teorías de la comunicación y los medios. Vol. 3 Preguntas y metodologías de investigación. New York: Peter Lang.