No. 150 / Julio-diciembre 2022 / Ensayo
Andrea Contreras Salazar
RED LIBERAL DE AMÉRICA LATINA
Resumen: El periodismo continúa siendo uno de los canales por los cuales nos enteramos de la realidad y, por tanto, de la violencia. En el siguiente ensayo analizo la relación de la prensa con nuestro entendimiento de la violencia y el conflicto, y exploro algunos mecanismos como el lenguaje y la narrativa que nos ayudan a comprender cómo construir un periodismo que, en lugar de reproducir la violencia, pueda ser una herramienta de la llamada paz positiva.
Abstract: Journalism is still one of our main tools to understand reality, and, therefore, violence. In this essay, I analyze the relation between the press and our understanding of conflict and war. I also explore some mechanisms like language and narrative that can help us understand how to build stories that, instead of reproducing violence, can serve as a tool to positive peace.
Mitigar conflictos desde el periodismo
La mayoría de nosotros sabe que vivimos en un mundo donde la violencia existe. Ya sea que nos encontremos en un contexto de guerra declarada, en un país inseguro o, incluso, en uno donde la nota del día no tenga que ver con ella, es difícil escapar al hecho de que, en algún lugar, la violencia existe.
Salvo contados casos, gran parte de lo que sabemos sobre ella se lo debemos a la comunicación externa: un miembro de la familia, una anécdota, una radio encendida en el local de la esquina, un compañero de trabajo, un pódcast, un periódico. Las fuentes son infinitas. Son también vitales para comprender cómo escapar a las espirales, en apariencia interminables, de la violencia para comenzar a construir paz.
¿Por qué? Como sucede con todo fenómeno social, nuestras percepciones de la realidad están siempre mediadas por aquello que escuchamos. Sabemos que otros planetas existen, que los temblores son provocados por placas tectónicas o que las células son base para la vida, no porque hayamos visto planetas o placas tectónicas, sino porque lo escuchamos o leímos en algún lado.
Nuestras fuentes de información, en este sentido, nos dan los conocimientos necesarios para comprender la realidad. El asunto con la violencia, y con otras tantas problemáticas, es que la información que recibimos viene permeada de encuadres e interpretaciones de personas con ideas preconcebidas sobre ella. Esto afecta las narrativas que construimos y, por tanto, las decisiones que tomamos día a día para combatir la violencia.
Dicho de otro modo, la información que recibimos sobre la violencia determina nuestra búsqueda de paz. En los próximos párrafos hablaré de cómo el periodismo construye nuestra realidad en relación a la violencia a través de la narrativa de “el otro” y cómo, si es posible, podemos utilizar herramientas periodísticas para dejar de fomentar el conflicto.
Elijo el periodismo no porque sea la única fuente de información, ni tampoco porque sea la más importante —los usuarios que se informan principalmente en redes sociodigitales crecen cada año—, sino porque, por su origen y naturaleza, la prensa de metodología rigurosa nos da los instrumentos para comprender un conflicto más allá de narrativas y discursos oficiales y, en esa comprensión, me parece, está la clave para la paz positiva.
Lenguaje, narrativa y conflicto
Digamos que vemos en las noticias un enfrentamiento entre un grupo A y un grupo B. ¿Cuántas veces contextualizan el “enfrentamiento”? ¿Qué tipo de palabras usan para describir a cada lado? Y, más importante aún, ¿cómo nos impacta eso a nosotros en tanto audiencia?
En México, en 2010, en el contexto del conflicto armado conocido como “la guerra contra el narcotráfico”, que por entonces había dejado más de veinte mil muertos, el entonces presidente Felipe Calderón dijo que más de 90% de los homicidios obedecía a los combates entre cárteles y no a violencia contra civiles o policías (Informador, 2010). Ese mismo año calificó a 15 jóvenes asesinados en una masacre de “pandilleros” y afirmó que “si los mataron es porque en algo andaban”.
Aun si la información de ambos dichos fuera verdadera, si los periodistas cubren únicamente los datos sin ponerlos en contexto, hay varias preguntas que quedan sin resolver: ¿por qué se enfrentaron esas 20 mil personas? ¿Qué hizo que la violencia aumentara de esa forma? ¿Qué llevó a esos 15 jóvenes a ser pandilleros?
“El lenguaje importa”, dicen Daniela Rea y Pablo Ferri en La tropa (2019: 258). “El lenguaje condiciona. El lenguaje neutraliza. El lenguaje construye.” Hablar de “pandilleros”, “enfrentamientos” y “víctimas colaterales” nos ubica en una dicotomía de vidas que merecen ser lloradas y vidas que no; de víctimas que merecen una vida pacífica y víctimas que no.
Quienes nos dedicamos al ámbito de la comunicación sabemos que las palabras son relevantes porque es a través de ellas que nos explicamos el mundo. A nivel semántico, en un contexto de violencia, palabras como “pandillero” y “criminal” nos dibujan una imagen con la cual juzgamos a ese otro del que leemos a través de estereotipos preconcebidos y lo encajamos, sin defensa ni juicio, en un papel. Las palabras nos ayudan a distinguir entre “buenos” y “malos”, a juzgar y encasillar en narrativas simplistas para explicarnos contextos complejos.
Por ello, cuestionar el lenguaje con el cual se construyen las historias periodísticas no sólo es una buena práctica, sino una necesidad. Aspirar a la paz es entender que cada palabra utilizada en una narración generará representaciones mentales en las audiencias y, por tanto, es pertinente problematizar y cuidar el uso de ciertas expresiones que deshumanizan o que han sido impuestas por ciertos grupos de poder con el objetivo de reproducir narrativas que les beneficien.
Pensemos, por un lado, en frases provenientes del argot policial que restan dignidad o entendimiento a las víctimas como “comisión del delito” o “femeninos” y “masculinos” en lugar de hombres y mujeres y, por otro, en palabras provenientes del crimen organizado como el uso del prefijo “narco” (narcoperiodistas, narcoestado, etcétera) o el empleo de “ejecuciones” y “levantamientos” como sinónimos respectivos de homicidio y secuestro.
No se trata de prohibir o fomentar palabras como si de un manual se tratara, sino de saber que, en una historia, el contenido importa tanto como los elementos que se usan para contarlo y que, en un contexto de violencia generalizada, un lenguaje que humanice y fomente interpretaciones menos binarias es clave para transmitir las narrativas veraces que han sido siempre el objetivo del periodismo.
El deber del periodista ante ese escenario es entender y cuestionar nuestra forma de nombrar y explicar. ¿Por qué, desde que se declaró la “guerra” contra el narco, hubo cerca de 400 mil homicidios dolosos? ¿Cuáles son los perfiles de las víctimas? ¿Quiénes son esos otros que en algún momento se volvieron “el enemigo”? Conocer un contexto nos permite comprender, y comprender construye realidades diferentes en las cuales las muertes, así sean de pandilleros, se vuelvan un problema que hay que resolver en lugar de una cifra creciente fácil de ignorar.
El periodista contra el tiempo
Otro caso más extremo es el de El Salvador donde, en 2015, el año más violento en su historia reciente, hubo un homicidio por cada 970 personas (Martínez, 2021). Por décadas, pandillas, civiles y policías se han enfrentado para dejar una de las tasas de violencia más altas del mundo.
Oscar Martinez (2021), periodista salvadoreño, relata en su libro Los muertos y el periodista cómo la necesidad de “dar la nota” borra el contexto subyacente de la violencia. Los llamados “enfrentamientos”, que en muchas ocasiones son ejecuciones extrajudiciales de parte de los policías, se cubren únicamente mediante pocas declaraciones recopiladas en el momento sin cuestionar y sin preguntarse por los antecedentes de víctimas y victimarios. La carrera por la “exclusiva” en lugares como El Salvador, Honduras o México dificulta el dibujo de un panorama más preciso. Se pasa página porque los sucesos violentos sobran y es necesario encontrar el siguiente titular.
Esa carrera, no obstante, deja factura. No es lo mismo hablar de “enfrentamientos” con un saldo de varios muertos, que hacerlo de jóvenes menores a 14 que se unieron a una pandilla en su niñez sin tener del todo claro por qué lo hacían. Cuentan distintas historias, se insertan de manera diferente en la narrativa que mantenemos de lo que sucede a nuestro alrededor. Cuando las noticias hablan de personas en lugar de hacerlo de cifras, es posible para lectores y escuchas identificarse y, por tanto, cuestionarse el porqué de la violencia. Dice Martínez (2021: 21) que
Nuestro trabajo no es estar en el lugar indicado a la hora indicada. Ese es el trabajo de los repartidores de pizza o de los trenes. Nuestro trabajo son otros verbos: entender, contar, dudar, explicar, desvelar, revelar, afirmar, cuestionar. Ninguno de esos verbos se alcanza solo con lo que sale de la boca de un policía después de un “enfrentamiento”.
El periodismo para la paz no debería ser esclavo de la exclusiva, sino de la comprensión y, para ello, resulta pertinente cubrir más allá de los hechos cotidianos y aventurarse a cuestionar las marcas profundas que ha dejado la violencia. ¿Cómo viven los sobrevivientes? ¿Existen problemas de salud mental derivados del contexto nacional? De haberlos, ¿podrían estos problemas alimentar aún más la violencia?
Nosotros contra ellos
Para tener un conflicto, es imprescindible contar con un enemigo. Los comunicadores políticos y propagandistas han tenido eso claro por siglos y se han aprovechado del natural miedo humano a la diferencia para justificar guerras y regímenes autoritarios. Esto es normal y difícilmente el periodismo conseguirá evitarlo.
No obstante, una cosa es no evitarlo y otra es propiciarlo. El periodismo que aspira a construir la paz, o por lo menos a no fomentar los conflictos violentos, debe tener claras estas narrativas y comprenderlas como parte de una estrategia de manipulación contra la población civil y, por tanto, en lugar de reproducirlas, contar con historias que las cuestionen.
Si, por ejemplo, las fuentes oficiales hablan de muertes de “pandilleros”, el periodista debe dar rostro a las víctimas, hayan o no sido criminales. Romper el discurso de “nosotros contra ellos” e identificar que el otro no es el problema, sino uno de los muchos afectados de un mayor problema, es fundamental si tenemos cualquier esperanza de reconciliación en un país donde el crimen organizado ha penetrado con tanta profundidad en las estructuras sociales.
El periodismo para la paz busca comprender y desmenuzar aquello que compone a la otredad, entendida como el “proceso filosófico, psicológico, cognitivo y social a través del cual un grupo se define a sí mismo, crea una identidad y se diferencia de otros grupos” (García-Bullé, 2022: 4).
No se trata de esconder ni perdonar delitos, ni siquiera de buscar perdón. El periodismo para la paz, como explica Johan Galtung (2003) en Peace Journalism, evita polarizar al mostrar a lo blanco y lo negros de todo lado implicado. En una línea similar, Thomas Hanzitch (2010) escribe, en Journalists as peacekeeping force? Peace journalism and mass communication theory, que el periodismo para la paz no significa propaganda para la paz, sino el cuestionamiento de la guerra y del pensamiento militar al tiempo que el respeto de los derechos del enemigo y la búsqueda de una representación no distorsionada de sus intenciones, así como una valoración autocrítica de los derechos propios.
“Ser víctima no es un color de piel con el que se nace y se muere, es una circunstancia que se padece”, dice Oscar Martínez (2021: 110). El periodismo, como él explica, no se trata de darle voz a los buenos ni a los que no tienen voz, sino de contar historias lo más corroboradas posible. La ficción nos ha enseñado a concentrarnos en el héroe en una narrativa, pero en la vida real no tenemos ese privilegio: todos, víctimas y victimarios, formamos parte de las mismas historias y las personas necesarias para contar e interpretar una realidad vienen de diversos lugares y contextos.
El periodismo para la paz incluye también a aquellos que no trabajan para la paz. Si la crueldad es parte de una sociedad, entonces entender la crueldad, en tanto no se incurra en apología del delito o se olvide del necesario protagonismo de quienes son más vulnerables, es uno de los tantos pasos que deben darse para edificar soluciones que subsanen las violencias profundas dentro de una sociedad.
Nos necesitamos a todos. Pandilleros, narcos, coyotes, criminales, militares y políticos corruptos incluidos. No porque creamos que al entenderlos nos sujetaremos todos de las manos y decretaremos un cese a las armas, sino porque comprender el problema más allá de blancos y negros nos ayuda a dar con soluciones. No puedes reparar un tejido si no sabes de dónde vienen todos los hilos.
La inevitabilidad de los sesgos
Ahora bien, hasta ahora he hablado de construcciones discursivas que omiten ciertos hechos o no los explican a profundidad; pero, antes de cerrar, es importante recalcar que los periodistas no son héroes con el superpoder de interpretar el mundo de manera objetiva. Todos vivimos en un contexto y tendemos a dividir el mundo en dualidades: lo bueno y lo malo; víctimas y victimarios; aliados y enemigos.
Toda obra va a estar siempre marcada por un sesgo derivado de ideas, experiencias, líneas editoriales e, incluso, límites de espacio. Hablamos de sesgos no sólo al encontrarnos con periodistas con agendas claras que buscan retratar las fracciones más convenientes de un contexto para provocar determinados efectos, algo más cercano a la malinformación, sino también en piezas informativas e interpretativas que estén permeadas irremediablemente por el conocimiento limitado de quien las escribe.
El sesgo es toda interpretación de la realidad basada en lo que Bourdieu (2019) denominó como habitus: una estructura que da forma a ideas, percepciones y conductas de acuerdo con los múltiples contextos en los cuales una está inscrita. Así, el género, el estado de origen, la clase social, la educación y la edad de un periodista son todos factores que afectarán las perspectivas y las fuentes que posteriormente darán forma a una historia.
Los sesgos no se pueden eliminar por completo, pero sí se pueden disminuir: Como señaló Brent Cunningham (2003: 44) para el Columbia Journalism Review
Es importante, siempre, que los reporteros entiendan sus prejuicios, entiendan cuáles son las narrativas aceptadas y trabajen contra ellas tanto como sea posible. Esto podría ser un problema menor si nuestras salas de redacción fueran más diversas, intelectual y socioeconómicamente, así como en género, raza y etnia, pero aún sería una lucha [Traducción de la autora].
Por redundante que suene, la mejor forma de tener periodismo menos sesgado es tener periodistas conscientes de sus propios sesgos que tengan la habilidad de cuestionarlos y ser autocríticos con ellos. Suena más fácil de lo que es, pero es un factor clave en la construcción de historias que aspiren a perseguir la paz.
Paz positiva, negativa y objetividad
El periodismo difícilmente detendrá o afectará una guerra en curso. Como excepción está, entre otras pocas, el reportaje de la masacre de My Lai que influyó en la conclusión de la guerra de Vietnam (Hersh, 1972). Lo que sí hará, si está bien hecho, es volverse una herramienta para la paz.
En su artículo El periodismo de paz como paradigma de comunicación para el cambio social, Eva Espinar Ruiz y María Isabel Hernández Sánchez (2012) explican que el periodismo para la paz no busca la paz negativa, entendida como la firma de tratados o la ausencia de violencia directa, sino la paz positiva comprendida como la superación de violencias culturales y estructurales
Es natural que los periodistas duden de cualquiera de estas dos concepciones. La prensa, como un agente independiente, no busca o no debería buscar impulsar una agenda ni fomentar iniciativas de ningún actor por más afines que sean al periodista que las expone. No obstante, la paz positiva no requiere de un cambio metodológico ni de autocensura, sino simplemente de un trabajo riguroso de periodismo que busque impulsar historias que nos permitan comprender la realidad desde múltiples ángulos.
Como expuse anteriormente, las claves del periodismo para la paz se encuentran en los detalles, en los marcadores lingüísticos y narrativos que es fácil ignorar por la naturalización de otras prácticas como la inmediatez o la demanda de la audiencia por sangre, enemigos y culpables. La clave no está en ser propagandistas de la paz u ocultar la violencia, sino en proveer a la audiencia las herramientas suficientes para entender e interpretar su propio contexto y visibilizar a los otros sin invisibilizar la violencia que provocan.
La paz no es algo sencillo y, aun si los periodistas cambian su discurso, no habrá de inmediato una aguja hipodérmica que transforme la mentalidad colectiva de los ciudadanos; pero, así como hemos aprendido a nombrar a los otros de los conflictos violentos como enemigos, creo que es posible volver a nombrarlos como lo que son: personas.
Fuentes
- Bourdieu, P (2019). Curso de sociología general. México: Siglo XXI.
- Cunningham, B. (2003, agosto). Re-thinking Objectivity. CJR. Recuperado de: https://archives.cjr.org/feature/rethinking_objectivity.php
- Espinar, E. y Herández M.I. (2012) El periodismo de paz como paradigma de comunicación para el cambio social, Cuadernos de información y comunicación. Vol 17. pp 175-189
- Galtung, J. (2003) Peace Journalism. Media Asia. 30:3. pp 177-180
- Hanitzch, T. (2004) Journalists as peacekeeping force? Peace journalism and mass communication theory. Journalism Studies. 5:4. pp 483-495
- Hersch, S. (1972, enero 14). The massacre at MY Lai. The New Yorker. https://www.newyorker.com/magazine/1972/01/22/coverup?irclickid=ztVxTazZpxyNWsi1AtW2YzX7UkDTnsWO9UVMRQ0&irgwc=1&source=affiliate_impactpmx_12f6tote_desktop_adgoal%20GmbH&utm_source=impact-affiliate&utm_medium=123201&utm_campaign=impact&utm_content=Online%20Tracking%20Link&utm_brand=tny
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