No. 144 / julio-diciembre 2019 / ensayo
Christian Israel Rea Tizcareño
INSTITUTO DE LA COMUNICACIÓN E IMAGEN DE LA UNIVERSIDAD DE CHILE
Resumen: Este ensayo explora la trayectoria histórica y conceptual de la teoría de la comunicación alternativa, para mostrar su aporte a la tradición crítica latinoamericana. A través de un acercamiento bibliográfico, se muestra cómo diversos autores manifiestan un ‘descolonizador’ deseo epistemológico, latente en la región desde la década de 1970, orientado a construir modelos teóricos propios, convertir la comunicación en una herramienta comunitaria contra las hegemonías, darle voz a los sin voz y democratizar, mediante acciones colectivas, la vida pública de nuestras sociedades. Este enfoque teórico, cuyo boom comenzó a decrecer en las universidades de la región después de los ochenta, tuvo el mérito de colocar en la esfera pública la idea de que la comunicación es consustancial a la política y que, dentro de esta comunicación política, existe la posibilidad de que grupos de ciudadanos y periodistas se asocien para construir mensajes contrahegemónicos, no sólo bajo dictadura, sino en tiempos de democracia.
Abstract: In this essay, the historical and conceptual trajectory of the theory of alternative communication is explored, to show its contribution to the Latin American critical tradition. Through a bibliographical revision, it shows how different authors manifest themselves as a ‘decolonizing’ epistemological desire, latent in the region since the 1970’s, oriented to construct their own theoretical models, to turn communication into a community tool against hegemonies, to give voice to the voiceless and democratize, through collective actions, the public life of our societies. This theoretical approach, whose boom began to decrease in the universities of the region after the eighties, had the merit of placing in the public sphere the idea that communication is consubstantial with politics and that, within this political communication There is the possibility of groups of citizens and journalists organized to construct counter-hegemonic messages, not only in dictatorship, but in times of democracy.
La necesidad de generar constructos teóricos emancipados de los enfoques comunicativos dominantes en Latinoamérica en las décadas de 1960 y 1970, así como los procesos sociales que marcaron esa época y el anhelo de mirar a la región desde su realidad misma, suscitaron debates que dieron lugar a propuestas emergentes y críticas con alto contenido político, entre ellas, la ‘comunicación alternativa’.
A menudo suele escucharse la palabra ‘alternativo (a)’ para designar aquello que contrasta o se opone a los estándares establecidos. De hecho, una de las acepciones del Diccionario de la Real Academia Española (RAE) señala que este término se refiere a aquello “que difiere de los modelos oficiales comúnmente aceptados”, en actividades de cualquier género, particularmente las culturales, como el “cine alternativo” o la “medicina alternativa” [1].
En el campo de estudios de la comunicación, este adjetivo proveniente del latín alternātus, ‘alternado’, se empezó a usar en Latinoamérica en el último cuarto del siglo XX para conceptualizar aquellos procesos de producción de mensajes que, según el académico argentino Daniel Prieto Castillo, se diferencian de la comunicación dominante; es decir, los productos del mercado, las ideologías hegemónicas, las pretensiones autoritarias y las versiones parciales o ‘distorsionantes’ de la realidad, o bien, al servicio de quienes tienen el poder “o comparten migajas” de él (1980: 12).
Entre los principales aportes de la comunicación alternativa están el hacer notar que en todo proceso informativo o de interacción humana hay intencionalidades —no hay ningún mensaje “inocente”—; que, a nivel macro, hay grandes conglomerados mediáticos concentrados en pocas manos[2], quienes deciden qué se publica y qué no [3] contra la necesidad de reflejar otras versiones de la realidad social, y la urgente demanda por hacer en la investigación en comunicación en América Latina paradigmas propios o acordes con el contexto de la región, frente a los modelos importados de Estados Unidos y Europa.
En la actualidad, hay quienes sitúan la comunicación alternativa como un fenómeno histórico que, en la segunda década del siglo XXI, se manifiesta en las redes del ciberespacio o en medios electrónicos que asumen dicha adscripción; no obstante, la compleja dificultad para definir lo “hegemónico” o lo “alternativo” hace que sea complicado asir las problemáticas que plantea; o bien, la ambigüedad puede “jugar un mal rato” al investigador al momento de cuestionarse desde dónde surge la dominación en sociedades asumidas jurídica e institucionalmente como democráticas.
Además de que, si la teoría de la comunicación alternativa surgió en modo “anticapitalista”, qué ocurre por ejemplo, en Estados-nación donde el poder lo ejercen élites socialistas, comunistas o religiosas. Por ello, sus críticos sostienen que el enfoque alternativo si bien fue pertinente en una época para exigir la democratización de las comunicaciones y sistemas políticos, su ideologización le puso una fecha de caducidad que ya se habría vencido.
Contexto histórico de la propuesta alternativa
Antes de discutir las similitudes y divergencias en torno a las conceptualizaciones que dan los diferentes autores, es importante preguntarnos primero ¿cómo y en qué contexto surgió la propuesta teórica de la comunicación alternativa? Eduardo Santa Cruz explica que este concepto comenzó a construirse en Latinoamérica en medio de la discusión entre el mundo capitalista desarrollado y el llamado ‘Tercer Mundo’, la denuncia del control monopólico de la información en manos de las transnacionales, así como la urgencia invocada por expertos en el tema de pasar de una mentalidad consumista a la organización con formas mediáticas auténticamente democráticas y de preservación de identidades culturales amenazadas por los grandes consorcios comunicativos.
Con la comunicación alternativa, destaca Santa Cruz, se buscaba desarrollar procesos alternativos de comunicación, no sólo en términos de contenido, sino de las estructuras de propiedad y operación de los medios, bajo una bipolaridad de dominación: nacional/transnacional; artesanía/industria; democracia/dictadura; dominador/dominantes; popular/masivo (1997: 12).
La discusión teórica en torno a la comunicación alternativa nació en un momento histórico indudablemente marcado por la Guerra Fría; el triunfo de la Revolución Cubana (1959); el declive del modelo económico keynesiano y el ascenso progresivo del neoliberalismo en el mundo occidental, así como el auge de las dictaduras militares en Latinoamérica y el papel hegemónico de Estados Unidos en las decisiones políticas, económicas y teóricas de la región, como era el caso del campo disciplinar de las ciencias de la comunicación que, desde la década de 1960, había estado dominado por paradigmas epistemológicos importados, principalmente del marco estadounidense, ya sea de base sociológica o conductista.
En “¿El público perjudica a la televisión?”, Umberto Eco señaló que, antes de la década de 1960, la interrogante acerca de qué le hacen los medios a sus destinatarios predominó en la investigación sobre la comunicación de masas. En este sentido, se dejaron de lado las múltiples formas de interpretación presentes entre el público, “puesto que existen diversos códigos que establecen diferentes reglas de correlación entre datos significantes y datos significados, y toda vez que existen códigos de base aceptados por todos, hay diferencias en los subcódigos” (1994: 177).
En “Premisas, objetos y métodos foráneos en la investigación sobre comunicación en América Latina”, Luis Ramiro Beltrán criticaba que la mayor parte de los investigadores de la época “no se han comportado autónomamente y, hasta el momento, han fallado en cuanto a formular conceptos enraizados en la experiencia particular de la vida en la región” (1978: 77).
Beltrán explica que hubo dos modelos de investigación importados de la literatura estadounidense: el orientado a los efectos y el centrado en las funciones. Para ejemplificar, sostiene que la óptica lasswelliana, al enfocarse en el receptor, dejó de lado aspectos tan importantes como la realidad socioeconómica, así como el análisis ideológico e intención del emisor de mensajes en los modelos de comunicación de masas.
También critica a las teorías que asociaron la comunicación con la modernización de la sociedad. Indica que el ‘modelo de difusión de innovaciones’ se afincó en la idea de que la comunicación por sí sola es independiente y es un sinónimo de desarrollo, sin tomar en cuenta los demás elementos que inciden en los fenómenos de esta índole; además de que desde este paradigma, el consumo y la productividad constituían el único motor del bienestar, sin importar el precio o los perjuicios que generaran. Por ende, este modelo “sufre de insensibilidad frente a factores contextuales y socioestructurales de la sociedad” (Beltrán, 1976: 75).
Por la misma época, el investigador belga Armand Mattelart decía justamente que la orientación estadounidense en torno al fenómeno comunicativo perdía “su carácter nacional para confundirse con el imperialismo, cuando moldea especialmente las escuelas sociológicas de América Latina” (Mattelart, 1976: 16).
De esta manera, fueron puestas en el centro de discusión las teorías de alcance medio, las investigaciones centradas sólo en los supuestos efectos omnipotentes de los medios, así como el modelo de difusión de innovaciones, vinculado al papel de la comunicación en la modernización del campesinado y el sector agrario en Latinoamérica y cuyo sesgo se preguntaba Beltrán: “¿qué uso estamos dando actualmente a este conocimiento? El de concentrar las energías del desarrollo rural al servicio de las minorías ‘fáciles de convencer’ de manera que adquieran aún más poder económico y social mientras la mayoría campesina ¿está cada vez más privada de todo y oprimida?” (1978: 82).
Estos diagnósticos de la sociedad y de las ciencias de la comunicación enmarcaron sin duda la propuesta de la comunicación alternativa, una mirada teórica que entre otros planteamientos, argumentaba que “en países latinoamericanos la implantación del funcionalismo es imposible porque la realidad misma es disfuncional” (Prieto, 1980: 10) y que “la comunicación es parte de un proceso más amplio que incluye instancias económico-políticas de una determinada formación social” (Prieto, 1980: 10).
Principales tesis y divergencias teóricas en torno a ‘lo alternativo’
De acuerdo con Daniel Prieto Castillo, la tradición latinoamericana es la primera que abordó la comunicación alternativa, pero advierte que hay tres vertientes ‘pseudoalternativas’: la subversión semiótica de Paolo Fabbri (1978), que erró al afirmar que los cambios en las palabras inciden en las transformaciones sociales; la sofisticación de los mensajes de Abraham Moles, basada en la búsqueda de originalidad y la construcción de una nueva sociedad por medio del amor; y, finalmente, la ‘maniquea’ idea de que todo ‘lo popular’ es ‘bueno’, pues también hay mensajes identificados como populares que resultan ser sólo una repetición del paradigma dominante.
A diferencia de las lecturas comunicativas mecanicistas, Prieto destaca que el proceso de recepción no es una acción pasiva o autómata, sino una relación con un mensaje que implica una interpretación. Por ende, emplea el término “perceptor” para definir al actor comunicativo que recibe la información construida por el emisor con una intencionalidad específica, un código, medios y recursos, un referente, un marco de referencia y una formación social determinada.
Según el autor, la comunicación implica una calificación y una autocalificación del emisor sobre el receptor, en función de su ideología, que es “el conjunto de percepciones y valoraciones de la realidad que comparten los miembros de una determinada clase social, y que tienen incidencia directa en la forma de actuar de la misma” (Prieto, 1980: 26).
Si bien la teoría althusseriana distinguió que entre los diferentes aparatos ideológicos del Estado están los medios de comunicación, que al ser entidades del dominio privado no se confunden con el aparato represivo estatal, Prieto señalaría que existe un grupo emisor o clase dominante con miembros de intereses idénticos, que se valen de voceros [4] para persuadir con intenciones mercantiles-publicitarias e ideológico-propagandísticas a los perceptores de un país determinado, pero también con una dimensión transnacional.
Bajo la tesis de que existen aparatos ideológicos del Estado, Prieto afirma que “no es la información colectiva, y por tanto, sus medios, la que condiciona a los integrantes de una sociedad, en especial a miembros de clases dominadas. Es la estructura social misma en la cual los medios de difusión actúan como reforzadores” (1980: 51).
Según Prieto, “el sueño (no cumplido) de todo sistema social autoritario es la programación de la conciencia, es la relación simétrica y perfecta, entre los mensajes y los esquemas mentales” (1980: 115). El autor conceptualiza el término de “coeficiente de comunicabilidad”, que es mayor cuando hay una posibilidad de respuesta del perceptor y menor cuando ésta se encuentra limitada. De esta manera, “los medios de comunicación en manos de la clase dominante son, en nuestros países, medios de información, ya que no permiten y sus propietarios no desean, un retorno” (Prieto, 1980: 34); aunque este bajo coeficiente de comunicabilidad y de parcialización del proceso comunicativo, puede darse también en las relaciones interpersonales, por ejemplo, en la interacción entre un padre autoritario y su hijo.
Los mensajes dominantes tienen un papel uniformador, pero es importante no sobrevalorar su poder porque la sociedad no es un bloque homogéneo. Las relaciones son más amplias que los mensajes, los voceros de la hegemonía no son infalibles y siempre hay una posibilidad de confrontación. En el mundo del llamado ‘subdesarrollo’, los mensajes no llegan a todos, por lo cual se abren espacios para la comunicación intermedia, que según el autor, se finca en un modelo “horizontal y participativo” en el que hay posibilidad de retorno entre emisores y perceptores, así como una construcción de alternativas para la difusión de mensajes (Prieto, 1980: 60).
Respecto a la concepción comunicativa construida sobre la idea de medios al servicio de las élites dominantes, Santa Cruz afirma que “las experiencias de comunicación alternativa eran medularmente un problema político que, como se vería con el tiempo, tenderían a reducirse a un instrumento en lucha por la recuperación democrática, sin más proyección posterior” (1997: 12).
Frente a los que, como Santa Cruz, niegan una mayor proyección o trascendencia del modelo, hay quienes hoy piensan que la comunicación alternativa es un concepto vigente. Por ejemplo, Fernanda Corrales García e Hilda Gabriela Hernández Flores, de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, que le dan al término un sentido histórico —como también advierte Prieto Castillo— y sostienen que surge en la propia humanidad como respuesta no autoritaria ante el poder.
De esta manera, las autoras sostienen que los modelos alternativos de comunicación se han manifestado en sociedades tan antiguas como la mexica o azteca, donde los pochtecas (comerciantes) eran propagadores del acontecer en sus trayectos por Mesoamérica al margen del discurso de las clases gobernantes. En el siglo XX, este modelo tuvo su auge en la década de 1960, y con la llegada de internet, actualmente transita por una nueva era de medios y participación social [5].
De acuerdo con Corrales y Hernández, los medios alternativos instan a la movilización social (física o virtual) y su finalidad no es comercial, como es el caso, dicen las investigadoras, de los modelos comunicativos promovidos por dos movimientos sociales latinoamericanos: el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) [6], en México, y el bloque ciudadano contra el golpe de Estado en Honduras en 2009 (ambos insertos en un complejo proceso antineoliberal).
En el artículo “Los medios alternativos e Internet: un análisis cualitativo del sistema mediático español”, Fleischman, Ginesta y López Calzada aseguran que tras observaciones de campo en medios definidos como alternativos, a partir de aproximaciones teóricas y la aplicación de encuestas, se llegó a la conclusión de que “no existe un modelo e ideología única detrás de los medios alternativos digitales” (2009: 257).
La comunicación alternativa, definen Alejandro Barranquero y Chiara Sáez, constituye un “espacio plebeyo” de expresión de diversos modos de discurso construidos por aquellos actores sociales que históricamente “no son reconocidos como interlocutores válidos en el ámbito dominante” (2010: 5) por razones como el género, la clase o el origen étnico. Los grupos o comunidades excluidas tejen, desde una sociabilidad de base, sus propias estrategias comunicativas, al margen del binomio estatal-comercial.
Federico Sager sostiene que la insurrección espontánea ocurrida en Argentina con motivo de la crisis de 2001, conocida también como el Cacerolazo —ya no en dictadura, sino en democracia—, es un ejemplo de comunicación alternativa, un concepto que según el autor, es diferente con respecto a términos como “comunicación popular”, “comunicación ciudadana” y “comunicación participativa”, y que comenzó a teorizarse en la década de 1980 con las obras de Margarita Graziano y Máximo Simpson Grinberg quien, por su parte, estableció que:
[…] en un contexto caracterizado por la existencia de sectores privilegiados que detentan el poder político, económico y cultural, la comunicación alternativa implica una opción frente al sistema dominante; opción a la que confluyen, en grado variable, los sistemas de propiedad, las posibilidades de participación de los mensajes, las fuentes de financiamiento y las redes de distribución, como elementos complementarios (Simpson, 1986: 143-144).
Sager explica que Simpson se opuso a la relación asimétrica configurada en la lógica “emisor-receptor” y tildó de “conductistas”, “estatistas” y “autoritarias” las posturas de Mattelart, Camilo Taufic y Graziano, pues las consideraba contrarias a la “radical democratización del proceso comunicativo, dirigido por los trabajadores y no por una vanguardia en nombre de la clase” (Sager, 2011: 2).
Los medios alternativos, según Simpson, no se oponen a los denominados “masivos”, pues el problema no radica en la masividad, sino en la lógica comunicativa-discursiva. Por ello, lo alternativo habría de erigirse no como lo complementario o marginal, sino como aquello que cuestiona el statu quo y tiene la posibilidad de establecer vínculos con otras propuestas comunicativas, con el fin de lograr un cambio social y eliminar las relaciones de poder.
En tanto que Graziano conceptualizó la comunicación alternativa como “aquellas relaciones dialógicas de transmisión de imágenes y signos que estén insertas en una praxis transformadora de la estructura social en tanto totalidad” (Sager, 2011: 2).
Dentro de la nueva generación de estudiosos de la comunicación alternativa, Sager ubica a Natalia Vinelli y Carlos Rodríguez Esperón, quienes advierten de “una utilización demasiado flexible del término” (Sager, 2011: 4). Ellos coinciden con Graziano en que lo alternativo depende de un proyecto de cambio radical de la sociedad, subrayan la centralidad del discurso “contrainformacional” y, además, dicen que “las diferentes formas de entender lo alternativo están asociadas a un proyecto más amplio del cual la práctica forma parte y sin la cual es imposible comprenderla” (En Sager, 2011: 4).
Con una postura de quiebre está María Cecilia Fernández (2007), quien discrepa del modelo de la manipulación y “contrainformación”, para ubicarse en el “paradigma de la subjetividad”; es decir, una óptica en la que no son los discursos de oposición los que configuran lo alternativo, sino las nuevas formas de organización, producción y comunicación de los medios, en forma de “prácticas de interferencia (técnicas y semánticas)” (Sager, 2011: 5).
El investigador mexicano Tanius Karam destaca que aquello que por dos o tres décadas se llamó ‘comunicación alternativa y popular’ se inserta en la tradición crítica latinoamericana como antecedente de las “prácticas comunicativas decoloniales”, y que pugnó por “el desarrollo de una comunicación emancipadora con fuerte participación de los sujetos involucrados […] donde lo más importante no era el medio o la técnica, sino la experiencia de transformación de los sujetos al tener la oportunidad de vivir y transformar su realidad a través de estas prácticas” (Karam, 2016: 252).
Por su parte, Larisa Kejval (2009) —parafraseada por Federico Sager— reconoce la falta de consenso para definir la comunicación alternativa, pero indica que hay elementos en común en todas las prácticas ligadas a este término, como la postura “contrahegemónica” y el hecho de identificarse o nombrarse a sí mismo como la alternativa frente a lo dominante. Esto implicaría —ya no en términos o inferencias de la autora— entender por qué lo alternativo no se agotaría sólo en mensajes de corte anticapitalista o izquierdista, aunque esta característica, a su vez, puede entrampar al concepto en el terreno de la relatividad.
Contradicciones de la comunicación alternativa y la posible vigencia del concepto
Si bien los críticos del paradigma alternativo pueden rechazar el grado de ideologización del modelo, la idealización del proceso comunicativo —la búsqueda de horizontalidad dialógica—, así como la ‘demonización’ de los medios al servicio de las élites políticas y económicas insertas en el sistema capitalista, sin tomar en cuenta que también hay totalitarismos, élites y dictaduras de izquierda, es importante destacar que esta propuesta teórica ubicó a la comunicación, tanto en la práctica cotidiana como en su constitución disciplinar, en el terreno político, a diferencia de las ópticas conductistas y funcionalistas, que sólo veían a la comunicación como un elemento ‘modernizador’ y preservador armónico de los roles sociales.
El carácter político de la propuesta alternativa tuvo el acierto de poner en el centro del debate el deseo de descolonizar ciertos saberes y democratizar no sólo las comunicaciones, sino la vida pública, como expresaba Castillo (1980), al condenar la monopolización de la comunicación y la trivialización de los contenidos con fines meramente mercantiles e ideológicos. Ello implica, en palabras de Paulo Freire, el negar a los demás el derecho a “pronunciar” el mundo.
Este anhelo democratizador también tiene un profundo sentido comunitario. Según Freire, los oprimidos tienen ante sí la titánica e histórica tarea de organizarse para liberarse a sí mismos, mediante la transformación del diálogo en una relación horizontal, y así recuperar la humanidad perdida ante la violencia de los opresores: “El hombre dialógico que es crítico sabe que el poder de hacer, de crear, de transformar, es un poder de los hombres y sabe también que ellos pueden, enajenados en una situación concreta, tener ese poder disminuido” (2005: 110).
La comunicación alternativa, independientemente de las divergencias entre sus principales autores, surgió como una necesidad de dejar de percibir la realidad a través de conceptos foráneos y de construir modelos de comunicación más participativos frente a las retóricas construidas desde las élites de poder que monopolizan la información con pretensiones antidemocráticas.
En palabras de Luis Ramiro Beltrán, la construcción de un modelo de comunicación horizontal implicaría entender que “la comunicación es el proceso de interacción social democrática que se basa sobre el intercambio de símbolos por los cuales los seres humanos comparten voluntariamente sus experiencias bajo condiciones de acceso libre e igualitario, diálogo y participación” (2007: 85).
En tanto que desde el paradigma cultural latinoamericano, Jesús Martín-Barbero advierte de una peligrosa “ilusión mcluhiana” [7] según la cual el carácter alternativo vendría del medio en sí mismo, pero en realidad lo alternativo más bien sería lo ‘popular’. Aunque esto no significa en absoluto la marginalización del proceso, sino que los grupos dominados ejerzan su derecho a expresarse por medio de la palabra, y no en función de una perspectiva discursiva homogénea, sino compleja:
La comunicación será alternativa en la medida en que asuma la complejidad de esos procesos: si junto al lenguaje del medio se investigan también los códigos de percepción y reconocimiento, los dispositivos de enunciación de lo popular, códigos y dispositivos de enunciación de lo popular, códigos y dispositivos en los que se materializan y expresan confundidos ya, la memoria popular y el imaginario de masa (Martín-Barbero, 2002: 120).
‘Lo popular’ no tendría nada que ver con ‘lo marginal’, como algunas lecturas de la comunicación alternativa han sostenido al no poderse liberar de las “tramposas teorías de la cultura de la pobreza” (Martín-Barbero, 2002: 126).
Umberto Eco también afirmó que “la cultura de las masas no es uniforme como los sociólogos apocalípticos pensaban que era la Cultura de Masas. Las reglas textuales pueden variar de un grupo a otro, de un lugar a otro y de un período a otro” (1994: 192). La concepción de lo alternativo, ya sea desde el mensaje mismo, el anhelo en la división del trabajo bajo la idea de la producción comunicativa horizontal, o bien, ambos aspectos, puede generar diferencias entre los autores de esta propuesta teórica, pero el reto común en todos es buscar que aquella región que conocemos como América Latina y el Caribe se piense a sí misma desde su propia realidad, cara a cara frente al espejo.
Por un lado, hay voces radicales que piden a los científicos sociales comprometerse con la emancipación de oligarquías e imperialismos desde una visión anticapitalista, y por el otro, hay otras posturas más moderadas, que defienden la legítima opción de asumir una postura política o simplemente no hacerlo, mas lo importante es debatir para “pensar por sí mismos” (Beltrán, 1976: 106) y comprender que “el nuevo enfoque parte de entender la comunicación integral y dinámicamente como un proceso en el cual todos los componentes merecen una atención comparable e inseparable” (Beltrán, 1976: 104).
Como parte de las tradiciones críticas latinoamericanas, el paradigma alternativo parece haberse estancado, refiere Tanius Karam (2016), pues en él prevalece una visión reduccionista al caracterizar la cultura de masas como “negativa” y la comunicación como “tecnología”, “medio” o “herramienta”, pero su valor radicó en pasar de la concepción de una sociedad receptiva a pensar en una sociedad más participativa, mediante “otra manera” de difundir y decodificar mensajes. Plantea que “un reto —no propio de los Estudios de Comunicación— es cómo generar conocimiento junto con los movimientos sociales que permita transformar la realidad, y que justamente permita construir una ‘teoría desde abajo’” (2016: 251).
Al analizar el concepto de “prácticas decoloniales en la red”, esgrimido por Claudio Andrés Maldonado Rivera, Karam dice que al igual que la comunicación alternativa y popular, esto implica “promover a través del uso de las tecnologías de un nuevo agenciamiento colectivo donde la red tenga una actitud de resistencia, reacción y proyección contra los procesos de deslocalización, asimilación o imposición cultural que ‘desde afuera’ intentan normalizar a la sociedad” (2016: 255).
La base del pensamiento crítico en comunicación tiene sustento en la idea de lucha, como sostenía el joven Karl Marx en el siglo XIX, cuya teoría, afirma Karam, ya no es el epicentro de las teorías críticas, aunque esto no implica que haya caducado, sino que se ha adaptado a otras agendas, como la ecología, el género o la sexualidad, de manera que de su seno hoy surgen otros constructos teóricos, como la “comunicación comunitaria”, la “comunicación ciudadana”, la “comunicación en derechos humanos” o la “comunicación con perspectiva de género o feminista”, que se inscriben en el marco no de una sola hegemonía, sino en un mundo en el que convergen distintas hegemonías y contrahegemonías [8].
Reflexión final: Una noción de “nosotros” en movimiento
Dentro de nuestro campo disciplinar, la comunicación alternativa constituyó una mirada reflexiva, inserta en la tradición crítica latinoamericana, en torno al grado de monopolización del sistema mediático, pero al mismo tiempo, una propuesta de acción sobre la realidad social, lo cual implicó pensar en ‘otras’ vías para procesar, difundir, entender y organizar la información de interés público, bajo un anhelo profundamente político y democrático.
Para la comunicación política, los aciertos, contradicciones y omisiones del modelo representan un referente insoslayable con el fin de entender la breve historia de un campo disciplinar en pleno debate epistemológico, pero también para pensar en cómo el paradigma, entre sus claroscuros, nos propone crear alternativas democratizadoras, no sólo con respecto a las dictaduras y totalitarismos de un pasado no tan lejano, sino al interior de sistemas que se asumen como democráticos, pues este planteamiento teórico hoy día tiene eco en vertientes críticas que no sienten agotadas las demandas y necesidades comunicativas populares en el sistema representativo de partidos, el libre mercado, la democracia liberal, los medios e instituciones gubernamentales, así como en quienes ven en las redes sociales de internet una posibilidad de horizontalidades comunicativas.
La comunicación alternativa también intentó abonar a la descolonización del conocimiento en nuestra disciplina, y por ende, a tratar de ‘latinoamericanizar’ un territorio de saberes que ha padecido las imposiciones de paradigmas foráneos y la ausencia de modelos acordes con la realidad de la región. De esta manera, las propuestas alternativas mostraron que la comunicación no debe ni puede agotarse o reducirse a encuestas de opinión, estudios de mercado, indagaciones sobre impacto mediático, campañas electorales o propaganda política de quienes luchan o buscan mantenerse en el poder en el seno del Estado-Nación.
El enfoque tuvo un sentido práctico y vivencial, desde las bases de los excluidos y movimientos sociales reivindicatorios. Aunque también es posible cuestionarle por qué hubo una especie de ‘satanización’ hacia el entretenimiento de masas, las prácticas comerciales y la propaganda política en los grandes consorcios mediáticos, y al mismo tiempo una divinización de la educación y lo ‘popular’. Pero estas posturas no son únicas en la teoría crítica. Adorno y Horkheimer, por ejemplo, advertían de una mercantilización de la cultura y su consecuente perversión en el marco de las industrias culturales.
Asimismo, podríamos preguntarle a la teoría de la comunicación alternativa cómo es que entre el binomio antitético comercial-alternativo se dan hibridaciones e intercambios, cuya barrera o línea divisoria puede ser muy delgada o simplemente nula, y por ende, no hay ‘purezas’ en lo relativo a la entelequia llamada ‘pueblo’ y su consecuente adjetivo ‘popular’, como lo sostienen en sus obras Martín-Barbero o García Canclini.
La comunicación alternativa posiblemente focalizó e incluso limitó su interés en la problemática de los medios de comunicación masiva, la cultura de masas, así como en la lucha antagónica —y quizá hasta melodramática— entre los dominadores del discurso mediático que manipulan el lenguaje para mantener el poder económico y político, versus los ‘desposeídos’ de voz, quienes estarían al acecho de las perversiones edificadas desde una omnipresencia de los llamados medios tradicionales. Valga expresar esta hipérbole para describir aspectos que asemejarían a funcionalistas y críticos en el plano de los efectos de los medios y que han sido rebatidos desde La invasión desde Marte de Cantril (en la década de 1940) hasta nuestros días.
No obstante, otra lectura de la comunicación alternativa nos sitúa en el campo de la política, y esta sólo tiene razón de ser en la diferenciación de identidades, en la relación entre contrarios, entre ‘agonistas’ que construyen la narrativa de lo público. Lo público, a su vez, implica pensar en un sentido comunitario y de responsabilidad compartida, que impulsa a romper con individualismos para crear redes sociales con el objetivo de luchar por revertir o reducir las desigualdades prevalecientes en las comunicaciones que pretendidamente se ubican en lo lineal, vertical o unidireccional.
La comunicación alternativa buscó ampliar los espacios de construcción de información y de realización del debate público, para que éstos no sean sólo el privilegio de un sistema latifundista de medios. Esto significa también la posibilidad de que periodistas, investigadores y comunicadores en general puedan hacer alianzas con los ciudadanos para escudriñar el poder, pero sobre todo para encontrar las fisuras de éste y generar propuestas que rompan con la agenda mediática y los encuadres informativos establecidos desde las diferentes hegemonías en el espacio público.
La importancia de la comunicación alternativa radica en buscar revertir, a través de la práctica política y la vivencia comunicativa, una tradición periodística en la región latinoamericana marcada fuertemente por una relación compleja entre el empresariado mediático y las instituciones del Estado nacional, de cuyas dinámicas y tensiones depende en gran medida, entre otros factores, la información que se publica masivamente. Evidencias de ello las encontramos de norte a sur.
En el México del siglo XX, por ejemplo, la censura y la autocensura fueron parte de las consecuencias de un modelo de medios caracterizado por las intensas relaciones entre el gobierno [9] y los intereses de las compañías de comunicación, como señalan Monsiváis y Scherer en Tiempo de saber. Prensa y poder en México (2003). En Chile, al final del subcontinente latinoamericano, autores como Mönckeberg (2009) han revelado con sus investigaciones la extremada concentración de los medios en ese país sudamericano en una línea de espacio y tiempo en donde parece no haber puntos de quiebre entre la dictadura y la época de la democracia y el libre mercado, que se han encargado de consolidar a los magnates de la prensa… ayer y hoy.
La teoría de la comunicación alternativa fue además una acción didáctica, al promover, tanto en las universidades como en las comunidades, un pensamiento crítico hacia los modelos de comunicación empresariales e institucionales, lo cual implica cuestionar los roles que asumen estos consorcios mediáticos en la esfera pública, así como sus prácticas organizativas y las diferentes maneras en que se construyen las noticias al interior de sus redacciones. Además, al mismo tiempo, le dio la cualidad de ‘comunicador’ y ‘agente político’ al ciudadano preocupado por lo público.
Si bien puede criticársele a la comunicación alternativa la falta de una teoría integrada u homogénea —ya sea porque hay autores que atribuyen la cualidad de ‘alternativo’ a la práctica comunicativa, mientras que otros a la construcción de mensajes contrahegemónicos, o porque deben considerarse ambas condiciones, entre otras consideraciones—, sus prácticas abonaron en su conjunto a la politización social en un momento de lucha a favor de la democracia y las libertades ciudadanas, las cuales no se agotan hoy sólo con el ejercicio del voto ciudadano universal o la alternancia partidista, sobre todo porque al interior de las democracias también existe el riesgo de que emerjan visiones totalitarias y hegemónicas.
Ante las visiones fragmentarias e individualistas del sujeto, la comunicación alternativa tiene una propuesta comunitaria, una noción de ‘nosotros’ en movimiento. Más allá del medio, la idea es lograr una reunión de experiencias políticas, interactivas, dialógicas e identitarias que permitan resistir y transformar la realidad. En la actualidad, esta dinámica puede observarse en una amplia gama de causas contrahegemónicas, ya sea desde la inconformidad sociopolítica en las calles, los indignados del sistema económico, los feminismos, las luchas ambientalistas, los animalistas, los ciberactivismos, los periodismos alternativos, las disidencias sexo-genéricas del llamado colectivo lésbico, gay, bisexual, travesti, transgénero, transexual e intersexual (LGBTI), entre otros, que buscan la comunicación como vía para construir otras alternativas de vida.
En un mundo en el que convergen distintas hegemonías, también quieren levantar su voz un sinnúmero de alternativas para aprovechar las fisuras y subterfugios del poder, así como las posibilidades que dan las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) para amplificar la participación social. De esta forma, la comunicación alternativa constituye una vía por la que sectores históricamente no reconocidos como interlocutores políticos pueden hacer valer su derecho a mostrarse en el espacio público, al mismo tiempo que periodistas, comunicadores e investigadores puedan indagar y exhibir las asimetrías mediáticas e informativas que han configurado el mundo.
Notas
- Diccionario de la Real Academia Española. Recuperado desde: http://dle.rae.es/?id=26t9lcH ↑
- En países latinoamericanos como Chile, la falta de pluralidad mediática y la concentración de las empresas de comunicación masiva en pocas manos son las tesis centrales de investigaciones como Concentración económica de los medios de comunicación, de Guillermo Sunkel y Esteban Geoffroy, y Los magnates de la prensa, de María Olivia Mönckeberg, académica de la Universidad de Chile y Premio Nacional de Periodismo 2009. ↑
- Otro ejemplo regional: en La prensa de los jardines. Fortalezas y debilidades de los medios en México, Raymundo Riva Palacio reconoce, en el entramado de configuraciones sociales, políticas y económicas de los discursos mediáticos, que “la prensa en México, con sus excepciones, ha operado bajo un régimen de complicidades con el poder, donde le ayuda a fabricar consenso a cambio del financiamiento para los empresarios de los medios” (2004: 35). Por su parte, el escritor Carlos Monsiváis, en Tiempo de saber. Prensa y poder en México, explica históricamente que “a lo largo del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX es casi absoluta la fe de los poderosos en la palabra impresa y sus capacidades de persuasión, incitación, destrucción de personas e instituciones”. El autor señala explícitamente que “a lo largo del siglo XX la censura es el gran instrumento del poder. Minimiza o anula las libertades de expresión, inhibe el desarrollo cultural, inhibe la confianza en el uso de la imaginación, y minimiza a la crítica calificándola de regalo del gobierno” (Monsiváis & Scherer García, 2003: 156). ↑
- Prieto incluso refiere que, desde la década de 1960, se necesitaron técnicos en la difusión de mensajes por lo que se abrieron escuelas de periodismo en América Latina como formadoras de voceros en la circulación de mensajes (1980: 43). ↑
- Esta lectura histórica sobre lo ‘alternativo’ puede documentarse en un sinnúmero de acontecimientos históricos. En la antesala de la Revolución Mexicana, en la cada vez más efervescente oposición política a la dictadura de Porfirio Díaz y a su mortífera represión de Estado contra la prensa, se fundó El hijo del Ahuizote, un medio escrito dirigido por Ricardo Flores Magón y Juan Sarabia en el que se escribían y difundían caricaturas contra el régimen. La expresión periodística y el activismo político se funden a tal ‘extremo’, que “el semanario al mismo tiempo organiza las marchas y las cubre periodísticamente” (Monsiváis, 2003: 119). ↑
- Que hizo visibles sus demandas en la sociedad mexicana el 1 de enero de 1994, cuando se levantó en armas contra el gobierno del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari. ↑
- Adjetivo derivado de la famosa tesis de Marshall McLuhan: “El medio es el mensaje”. ↑
- En Hegemonía y estrategia socialista, Mouffe y Laclau plantean una ‘radicalización de la democracia’, ante una crisis en las visiones marxistas y como una profundización de la ‘revolución democrática’ que inició en el siglo XVIII y que continuó con los discursos socialistas del siglo XIX mediante una “articulación de las luchas contra las diferentes formas de subordinación —de clase, de sexo, de raza, así como de aquellas otras a las que se oponen los movimientos ecológicos, antinucleares y antiinstitucionales—” (1987: 6). ↑
- Primero en dictadura y luego en un régimen de partido único. ↑
Fuentes
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Recibido: 28/2/2019
Aprobado: 10/7/2019