Horizontalidad. Hacia una crítica de la metodología

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No. 149 / Enero-junio 2022 / Reseña

Mirian Solís Lizama

CENTRO DE INVESTIGACIONES Y ESTUDIOS SUPERIORES EN ANTROPOLOGÍA SOCIAL (CIESAS)

Horizontalidad. Hacia una crítica de la metodología
Inés Cornejo Portugal, Mario Rufer (editores)
México, CLACSO, 2020.
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La intención de estas páginas no es reseñar los capítulos destacando las ideas centrales de cada uno de los autores y autoras, sino presentar lo que la lectura, en su conjunto, de Horizontalidad. Hacia una crítica de la metodología puede provocar en nuestro modo de ser investigadores y docentes, así como en nuestra propia subjetividad humana.

El libro está conformado por una introducción, 10 capítulos y un epílogo. Todo en su conjunto suma 321 páginas, escritas con una elocuencia tal que nos hace disfrutar la lectura. Quisiera reconocer a los editores porque, con la introducción y el epílogo que nos presentan, así como la distribución y organización de los capítulos en tres apartados, logran abrir y cerrar de manera clara y coherente la intensión del libro: una invitación a mirar críticamente la construcción hegemónica del conocimiento y ver la horizontalidad como alternativa para la generación de conocimiento en co-labor. Esto puede ser posible a partir de la relación de pares que se establece entre investigador/a e interlocutores/as; estos últimos son quienes, por mucho tiempo, los antropólogos y antropólogas hemos llamado “otros”.

El título del libro en sí mismo nos avisa de manera directa lo que encontraremos en los trabajos; es decir, que la metodología horizontal es el eje transversal de las discusiones de los autores. Cuando en la introducción los editores nos dicen que los capítulos del libro parten de una condición aporética de la horizontalidad, creo que esto podría generar en los lectores dos reacciones opuestas según sus intereses y su curiosidad epistémica. Por un lado, el lector podría preguntarse, ¿qué sentido tendría leer sobre una aporía metodológica si en nuestra formación como investigadores y en nuestra práctica escuchamos, leemos y debatimos metodología como un camino a seguir, como una receta clara que podemos poner en práctica? Y en este sentido, quizá el lector abandone sus intenciones de leer.

Por otro lado, un lector más suspicaz podría considerar la enunciación de los editores como un reto, una provocación para leer, porque su pregunta podría ser: ¿si es una aporía, por qué los autores escriben y debaten sobre ella desde distintos contextos, disciplinas y, más aún, la ponen en práctica? Desde este sentir, la interrogante, lejos de incitar al lector a desistir de la lectura, puede despertar su interés, su curiosidad epistémica y convencerlo para continuar leyendo.

Los invito a ser esos lectores suspicaces, curiosos de dialogar y debatir con los autores y autoras, para argumentar sus acuerdos o desacuerdos con ellos a la luz de la propia experiencia. Sin duda alguna, al sumergirse en la lectura, ésta podría generarles una o todas las reacciones que más adelante describo e, incluso, otras impresiones que pueden resultarnos placenteras o no; ya sea porque la lectura nos proporcionó respuesta, porque nos creó más dudas, porque compartimos el punto de vista de los autores o nos convencimos de que estamos en desacuerdo con ellos y formulamos nuestros argumentos, porque hicimos un ejercicio en retrospectiva que trastocó nuestro zona de confort al hacer investigación o porque al final concluimos que la horizontalidad es más una utopía que una receta. O, siguiendo a Claudia Briones, que debemos ver la horizontalidad como un horizonte, como un camino más que puede parecernos conocido o ajeno, sinuoso o fácilmente transitable, para entonces decidir si caminamos por él o no.

Desde el primer capítulo y hasta él último, Horizontalidad. Hacia una crítica de la metodología provoca en el lector cuestionamientos constantes conformados por preguntas: sobre nuestro quehacer como investigadores; sobre la forma en que nos hemos aproximado a los contextos de investigación y a quienes hemos llamado “otros”; sobre la manera en que muchas veces hemos enseñado metodología en las aulas y sobre nuestra posición cuando nos encontramos con y frente al “otro”.

Aunque todos los capítulos generan esas interrogantes, unos más que otros, creo que el trabajo de Gustavo Blázquez resulta más provocador en este sentido porque nos insta con más ímpetu a la autocrítica, a la autoevaluación de nuestro quehacer, a la necesidad de remontarnos en nuestras pesquisas y mirar, ya a lo lejos, las relaciones que entablamos con el “otro” o los “otros”, y a reflexionar sobre la forma en cómo nos acercamos a sus espacios y momentos más íntimos. Pero, además, nos conduce a preguntarnos cómo fuimos percibidos en esos momentos por ese “otro” y hasta qué punto nuestra mirada y registro etnográficos fueron objetivos, o cómo marcamos la frontera entre la objetividad y nuestra subjetividad en esos momentos íntimos que mantuvimos con el “otro” y que muchas veces formaron parte de nuestros escritos. En síntesis, lleva a preguntarnos cómo hemos investigado y si interrogamos, escuchamos y citamos al otro o dialogamos con él cuando hacemos investigación.

Otra reacción causada por la lectura es esta sensación de creer que regresamos a los mismos lares ya visitados que ya no nos sorprenden, pero, conforme avanzamos más y más transitando de un capítulo al siguiente, comenzamos a experimentar una sensación de reto, de intriga y de una necesidad por continuar leyendo hasta dilucidar las novedades que los autores nos presentan y con las cuales nos desafían. Esta reacción emerge cuando los autores retoman algunas propuestas metodológicas y las contrastan con la horizontalidad o cuestionan y confrontan conceptos y categorías analíticas como pluralidad, pluralismo, interculturalidad, en otras. Se trata de conceptos que se han usado para explicar y/o interpretar las relaciones sociales en determinados contextos geográficos e históricos, pero que ahora requieren también una deconstrucción epistémica.

El hecho de que los capítulos se centren en realidades o reflexiones latinoamericanas sumerge al lector nuevamente en el mar de ideas sobre decolonizar las metodologías, aunque a partir de una nueva manera de mirar y cuestionar las asimetrías. Por ejemplo, la revisita al pensamiento de Gayatri Chakravorty Spivak en su ensayo “¿Puede el subalterno hablar?”, pero desde el lente de la horizontalidad. El libro también invita a desmenuzar la teología de la liberación a través de lo que Inés Cornejo nos presenta como una genealogía metódica para mostrar puntos de encuentros y desencuentros entre ese método y la horizontalidad.

En estos ires y venires de contrastes entre modelos metodológicos, por supuesto, también caemos en el juego de los desafíos epistémicos cuando pensamos sobre el uso y alcance de términos como violencia epistémica, conflicto generador, producción mutua del conocimiento, diálogo de saberes, igualdad discursiva, autonomía de la propia mirada, entre otros términos que aparecen y cobran relevancia en las metodologías horizontales y que representan la antítesis de la forma tradicional de hacer investigación desde el conocimiento hegemónico.

Quizá la propuesta que puede calar en lo más profundo de nuestro ser investigadores mexicanos o no, pero habituados a una forma de ver y de construir conocimiento desde la hegemonía de la colonialidad, es la invitación a pensar en la posibilidad de una ciencia mexicana. Esto lleva a preguntarnos: ¿qué entendemos o debemos entender por ciencia mexicana? ¿Contamos con las condiciones, herramientas, recursos y argumentos para pensar en la posibilidad de instaurar una ciencia mexicana? ¿Y cuál sería el fin último de su existencia y su práctica?

Por último, una reacción que se experimenta al finalizar la lectura del libro es sentir que los autores nos regresan al punto de partida: a esa idea de que la horizontalidad es un ideal en el que investigador y el otro producen conocimiento en conjunto; una utopía soñada realidad, pero con la diferencia de que ese ideal, al final, también podemos verlo como un horizonte de posibilidades, lleno de desafíos, de obstáculos, de riesgos e, incluso, de contradicciones. Un horizonte que podemos seguir o no, o que quizá podamos alimentar con nuestra propia práctica ya sea en nuestra lucha por separarlo del camino hegemónico o en nuestra inquietud por buscar sus puntos de encuentro. Esto último a partir de nuestra propia experiencia como investigadores en el campo de la antropología, en el cual, muchas veces, las relaciones que entablamos con el “otro” no surgen ni se sostienen de nuestra posición hegemónica como generadoras de conocimiento científico, sino de un encuentro de persona a persona en el que la confianza borra las fronteras que pueden generar nuestras credenciales académicas y nos permite sumergirnos junto con el “otro” en un diálogo de iguales. Allí afloran las subjetividades y los involucrados aprendemos y creamos juntos.