¿Internet fue una revolución?

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El interruptor principal. Auge y caída de los imperios de la información, de Tim Wu

No. 144 / julio-diciembre 2019 / reseña

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Alain Arriaga

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA, UNIDAD CUAJIMALPA

El interruptor principal. Auge y caída de los imperios de la información
Tim Wu
Colección Comunicación
México, Fondo de Cultura Económica, 2016.

A través de un entramado de anécdotas históricas, un recuento del surgimiento de Bell/ATT y de su escalada hasta convertirse en el gran monopolio telefónico que dominó la industria americana, Tim Wu entrega una obra ambiciosa con El interruptor principal: Auge y caída de los imperios de la información. Allí explora brevemente el desarrollo de otros sectores de los medios americanos (radio, cine, televisión e internet). Estos cinco ámbitos son tratados en capítulos aislados y reflejan la separación tradicional de los distintos medios y su regulación como entes autónomos. La cumbre de estas historias es una sugerencia sobre cómo actuar mejor en un futuro en lo que el autor denomina como “principios de separación”.

El título de la obra sirve como indicador de la visión de su autor. Es una adaptación de una frase del otrora presidente de noticias de CBS, Fred Friendly, quien señalaba que los temas de libertad de expresión siempre estaban supeditados a quien controlara “el interruptor principal”. El subtítulo hace alusión directa a Historia de la decadencia y caída del imperio romano, de Edward Gibbon. Según el propio Wu, su objetivo es demostrar que, al revisar el pasado, es posible anticipar el futuro. Su narrativa está centrada en cuatro importantes y dinámicos gigantes corporativistas: Theodore Vail, de AT&T; David Sarnoff, de la RCA; Adolf Zukor, de la casa productora Paramount; y Steve Jobs, de Apple.

La tesis primordial es que constantemente, y en cada sector mediático, el proceso de cambio se repite. La compañía que establezca un dominio tecnológico temprano hará todo lo posible por mantener la ventaja por haber llegado primero. Esto es denominado por el autor como “el efecto Cronos”; o bien, los esfuerzos realizados por una empresa dominante para consumir a sus posibles competidores mientras no representen una amenaza.

Por un tiempo, los grandes actores eran exitosos al seguir estrategias políticas a corto plazo para maximizar ganancias y así retrasar o eliminar de tajo la competencia. Resistían acercamientos tecnológicos alternativos, incluso, cuando estos eran superiores a los suyos. Se deshacían de su competencia con maniobras legales y hasta ilegales. Si vislumbraban la amenaza a tiempo, los actores preponderantes podían comprar a la incipiente competencia y suprimir sus avances tecnológicos.

Adicionalmente, los líderes de la industria usaban sus influencias económicas y de cabildeo para reclutar actores gubernamentales en favor de su causa. De acuerdo con Wu, en muchas instancias, la independencia de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC por sus siglas en inglés) estuvo en entredicho desde su creación y se convirtió virtualmente en un títere de los poderes mediáticos predominantes en su momento. Aunque las empresas dominantes habitualmente prevalecían, en ocasiones su arrogancia y sus acciones se volvían contra ellos. Al final, prevalecen las compañías nuevas que abanderan tecnologías superiores y más recientes.

Tim Wu evoca el concepto de Joseph Alois Schumpeter de “destrucción creativa” y la noción de Clayton Christensen de “innovaciones sustentables y disruptivas” para explicar la eventual sucesión de los arcaicos titanes de antaño por “jóvenes emprendedores”. El costo de la demora en la innovación y en el consumo suele ser elevado. Por ejemplo, la tecnología de frecuencia modulada (FM) en la radio entró formalmente al mercado mucho tiempo después de que estuviera tecnológicamente dispuesta para suplantar o complementar a la AM (amplitud modulada).

La narrativa de Tim Wu avanza de manera primordialmente cronológica. Prepara el escenario para la historia de AT&T con una descripción de una actividad de la revista National Geographic realizada en 1916 para celebrar los logros de la compañía Bell Systems a lo largo de 40 años; en especial, su consolidación como un monopolio protegido y regulado tal cual lo quería su visionario líder Theodore Vail. Wu exalta los triunfos y liderazgo de Vail, sus intentos por evitar la conexión de la competencia a su red, la separación de Bell a principios de la década de los ochenta y su reaparición como un actor importante en la escena celular.

También son revisados los diversos intentos (y fallos) de AT&T para migrar a otro tipo de medios. Con el propósito de mantener su hegemonía en las telecomunicaciones, AT&T accedió a retirarse de la arena de producción de radio (luego del acuerdo de colaboración con la RCA en 1926), televisión y cinematografía. Solo después de un tiempo de su separación, el gobierno le permitió entrar al mercado de servicios de valor agregado, lo cual eventualmente se convirtió en el naciente sector de internet.

La radio temprana, al igual que la telefonía, era inherentemente local. Wu comienza el viaje de la radio desde la primera transmisión masiva, la pelea de box por el campeonato de peso completo entre Jack Dempsey y Georges Carpentier de julio de 1921. Describe las diferencias entre la compañía privada RCA, en los Estados Unidos, y la BBC, manejada por el gobierno británico. Prosigue con la consecución del absoluto dominio de David Sarnoff y de la manera en que reescribió la historia a su conveniencia, como todo proverbial ganador de una guerra, tan pronto como estuvo en una posición de poder.

Para ilustrar la fuerza del “efecto Cronos”, Wu recuenta el modo en que Sarnoff y el resto de la industria de la radio AM discretamente abogaron para llevar a la radio FM a la irrelevancia. Por dos décadas, de 1926 a 1946 Sarnoff y sus aliados demoraron la entrada comercial de la FM aun cuando era tecnológicamente superior. La FCC fue viciada y persuadida para ser cómplice de esta táctica hasta después de la Segunda Guerra Mundial y, aun entonces, las estaciones de radio de FM propiedad de las de AM debían transmitir la misma programación (el llamado simulcasting) por el supuesto beneficio del consumidor.

Según el docente de la Columbia Law School, David Sarnoff fue un verdadero visionario, pero no del tipo progresivo. A finales de la década de 1920, Sarnoff, RCA, NBC, y después la CBS, constantemente cabildeaban con la FCC para que se adoptara la idea de que la televisión no era más que una evolución de la radio y que la industria radiofónica ya establecida podía ser confiada con su crecimiento. Como respuesta, la FCC “secuestró la comercialización de la televisión desde su invención a finales de los 1920 hasta los 1940”. Sarnoff no estaba en contra de la televisión; solamente quería asegurarse de aplazar su llegada hasta que pudiese dominar la industria.

La concentración de la competencia y la resistencia a ella en la industria cinematográfica y de salas de exhibición siguió un patrón similar. En 1912, Adolph Zukor, el tercer personaje principal del libro de Wu, comenzó su odisea cuando pasó de ser dueño de una pequeña sala de cine a convertirse en el líder hegemónico de la industria cinematográfica. La incipiente industria americana floreció en la costa Este al transitar de la fotografía a los cortometrajes. De inicio, los esfuerzos de Zurkoff abrumaron al Film Trust (fideicomiso cinematográfico) que se había erguido en las patentes de Thomas Edison. Zurkoff soñaba con reemplazarlos con su propia maquinaria con él al centro de esta. En julio de 1916, tomó el control de los estudios Paramount y asumió el liderazgo de los estudios independientes de Hollywood.

Esta nueva combinación surgió como el primer gran estudio en América y, actualmente, como uno de los mayores corporativos cinematográficos del mundo. Al finalizar la década de 1920, el combinado de Paramount, MGM y Universal liderado por Zukor persiguió y destruyó la mayoría de las salas, productoras y distribuidoras independientes. Warner Bros pudo, casi por accidente, convertirse en un estudio grande por la producción de The Jazz Singer (1927). Solamente United Artists, dirigida por D.W. Griffith, pudo sobrevivir como productora independiente.

A lo largo del libro, el también colaborador de The New York Times se desvía del enfoque de competencia y corporativismo caníbal para entrar al de la libertad de expresión y la censura. En respuesta a ataques de activistas católicos bajo la bandera de la “liga de la decencia”, especialmente después de la introducción del sonido, Zukor y la industria fílmica eligieron adoptar un “código de producción” a cambio de no arriesgar sus ganancias. La industria cinematográfica acordó no bajar los estándares de moral de la audiencia, representar “estándares de vida apropiados” y no ridiculizar ni ir en contra de las leyes naturales o humanas. Mientras la maquinaria fílmica sucumbía a presiones externas, lo cual volvería a hacer durante la época del senador Joseph McCarthy, la calidad de sus películas sufría. Uno de los principales argumentos de Wu, el cual rescata recurrentemente a lo largo del libro, es que la estructura industrial es la que determina los límites de la libertad de expresión en Estados Unidos.

Los rebeldes y retadores que eventualmente desplazarían a la vieja guardia rompieron el dominio de los viejos monopolios. La televisión substituyó a la radio en los corazones de la mayoría de los americanos. El auge de la televisión por cable y el CNN de Ted Turner minaron el dominio de las redes de noticias ya establecidas. La estructura de estudios unificados fue recortada y, el primero de enero de 1984, AT&T fue separada en distintas compañías.

Los esfuerzos para recuperar fuerza tras una reconsolidación tuvieron resultados diversos. La “aglomeración” de los medios trastocó una industria cinematográfica dispuesta a controlar riesgos y maximizar ganancias, pero el monumental fracaso de la fusión AOL-Time Warner dejó un mal sabor de boca en la industria de los medios que perdura hasta el día de hoy. El dominio de los magnates mediáticos que reinaron tras la Segunda Guerra Mundial jamás ha alcanzado un ápice de poder y concentración como cuando sus fundadores lo ejercían.

Finalmente, Tim Wu presta su atención al auge de internet. Desde la época de Theodore Vail, AT&T se regodeaba en su papel de monopolio regulado. En contraste, la industria de la computación que tenía el potencial de “unir al hombre con la máquina” maduró en un ambiente de mercado libre de regulación. Paul Baran, el padre del intercambio de paquetes, Vince Cerf, uno de los principales diseñadores de los protocolos de internet, y varios empresarios más señalaron el camino para una red de información con una estructura mucho más descentralizada que cualquier industria de la información que hubiese aparecido con anterioridad. Mientras que las tecnologías de la comunicación y la computación empezaban a converger, el conflicto y la competencia eran inevitables.

En los últimos dos capítulos de El interruptor principal, la narrativa salta primero al presente y luego al futuro. Las difíciles batallas por el control del ambiente de escritorio de Microsoft contra IBM y luego los esfuerzos del gigante de protegerse contra la amenaza de Google reciben muy poca atención.

El penúltimo capítulo introduce al último magnate de la narrativa, Steve Jobs, y se enfoca en la creciente competencia entre Apple y Google mientras ambas vuelven a pelear la antigua batalla por el dominio de su industria. Pero Wu señala que, en comparación con las anteriores, esta pelea es mucho más pareja. Cabe señalar que Steve Jobs recibe menos atención que las otras tres estrellas del libro porque, como el mismo Wu reconoce, hay mucho más en juego que la competencia entre estos dos enormes líderes de la tecnología.

Esta es una guerra peleada a tres frentes. Primero está el viejo conflicto del sistema cerrado contra el abierto, entre las fuerzas del orden centralizadas y las dispersas y variadas. Apple, AT&T y los conglomerados del entretenimiento abanderan una fórmula de sistema centralizado y autocontenido. En cambio, Google y sus aliados de internet favorecen operaciones virtuales especializadas y descentralizadas. En la segunda trinchera, haciendo eco de Jonathan Zittrain, Tim Wu ve un esfuerzo de Apple y allegados en la industria de la información a reemplazar la computadora personal con una nueva generación de dispositivos de información. El tercer frente ocurre entre fabricantes de dispositivos donde el autor no aborda de manera directa las implicaciones del traslado a servicios a la nube.

En el último capítulo, Wu retorna a sus raíces académicas en el planteamiento de un posible movimiento a futuro. Al comenzar la discusión sobre internet se pregunta: ¿fue realmente el internet una revolución diferente? Y responde de manera muy sencilla: “Aún no lo sabemos”. Sin embargo, después de advertir un mismo patrón en el surgimiento de compañías y en gobiernos que caen en las mismas trampas, Wu indica, en una forma poco convincente, que “esta vez es distinto”. Esto alude a la declaración enunciada por cada generación de que el mundo está en un punto de inflexión como nunca habíamos estado. En muy raras ocasiones, como en su momento fue con la Revolución Industrial a finales del siglo XVIII, se está frente a un cambio sistémico real. Aun entonces, a los historiadores les suele tomar varias décadas llegar al consenso de que un cambio tan significativo realmente se llevó a cabo.