No. 148 / Julio-Diciembre 2021 / ensayo
Colaboración editorial
Erick Bernardo Suaste Molina
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
El discurso es el objeto de estudio de la comunicación
El objetivo del presente ensayo es trazar una trayectoria de los estudios del discurso en relación con el campo disciplinario de la comunicación. Buscamos establecer tres directrices: el discurso como un fenómeno polisémico; sus grandes problemáticas de estudio derivadas de los desplazamientos teóricos del giro lingüístico de las ciencias sociales; y una disertación de por qué el discurso, como fenómeno que sustenta la intersubjetividad, es el objeto de estudio de la comunicación.
Entendemos que la Comunicación no es únicamente un fenómeno social de significación e interpretación, sino que también es una disciplina científica que desarrolla conocimiento sobre los eventos específicos del quehacer comunicativo en sus diferentes dimensiones. En este ensayo usaremos comunicación para referirnos al proceso cotidiano de intercambio de ideas y Comunicación para hablar de la disciplina. En este caso, además, ambos son abordados como ámbitos discursivos que van desde el periodismo hasta la literatura, entre otros. Las propias academias y facultades que imparten la carrera de Ciencias de la Comunicación, y que reflexionan acerca de sus campos relacionados, desarrollan investigación y formación profesional de una disciplina inserta en el campo de las ciencias sociales.
Dado que toda disciplina científica posee un objeto de estudio, es decir, aquello sobre lo que desea indagar, argumentamos que el discurso es un fenómeno social, cultural e intersubjetivo que activa la función comunicativa del lenguaje. Es la puesta en marcha del signo lingüístico en tanto lengua y es, a su vez, el ejercicio individual del habla, las cuales son categorías pertenecientes a la lingüística, una rama de la semiología que durante años ha sido abordada por los especialistas en Comunicación a través de los estudios de Ferdinand de Saussure y del resto de las escuelas de pensamiento asociadas al análisis del lenguaje.
En la Comunicación es frecuente el estudio de los denominados “mensajes” elaborados en ámbitos como el periodismo y la producción audiovisual; tal es el caso de la televisión, la radio y sus formas actualizadas, es decir, podcasts, radio por internet, You Tube y el uso de otras redes sociales que transportan las organizaciones discursivas primarias, la oralidad y la escritura, a plataformas emergentes. Dichas organizaciones son sistemas de signos de los que nos hemos encargado dentro de nuestra disciplina; no obstante, los ámbitos se diversifican: literatura, novela gráfica, cine, teatro, video, museos, danza, entre otros.
Los anteriores son todos sistemas de significación que no sólo hacen uso de la oralidad y la escritura; constituyen un sistema multidimensional en el que palabra, sonido, imagen, enunciadores, enunciatarios y contextos se organizan en diferentes niveles de la comunicación. Desde nuestra perspectiva, también son discursos, acontecimientos sociales y culturales expresados en diferentes materialidades discursivas; por ende, aprehendemos la realidad mediante ellos. La realidad que presentan no es sólo una representación, pues el discurso también hace emerger mundos posibles sin referentes directos o, en el caso de que la representen, pueden distorsionar y presentar otra idea del presente.
El discurso es imaginación, conocimiento y poder. Yace en la intersubjetividad, en la que emerge y se reproduce. Es menester apuntar que la intersubjetividad, ese proceso donde intercambiamos experiencias e ideas con el Otro, no es transparente ni libre de intenciones. Por esa razón, el lenguaje, principal vehículo de los discursos, puede manipularse; informa, pero también oculta, persuade, argumenta a favor o en contra. En la sociedad contemporánea, que atraviesa una pandemia mientras atestigua de transformaciones políticas, diplomáticas, culturales, económicas y tecnológicas, el discurso plantea una idea de realidad.
La polisemia del discurso
Ya se hizo patente que el discurso se puede definir de variadas formas: es “entenderse con Otro acerca de algo” (Calsamiglia & Tusón, 2001: 15). Para autores de la Escuela Francesa como Patrick Charaudeau y Dominique Maingueneau (2002), el discurso consiste de una serie de oposiciones entre discurso/oración y discurso/lengua; la primera concibe al discurso como una unidad lingüística formada por una sucesión de oraciones, lo cual acude a la idea de “cadenas sintagmáticas” desarrollada en la lingüística estructural; por su parte, la oposición discurso/lengua se refiere a un sistema de valores virtuales que se opone al uso individual de la misma (Karam, 2014: 1).
Ante todo, es pertinente aclarar que el discurso es una práctica social en la que el lenguaje es puesto en acto gracias a uno o varios enunciadores y en en el que uso de la lengua es contextualizado. Así pues, existen ciertas condiciones de producción y recepción. Es, al mismo tiempo, una construcción de sentido en la que la materialidad principal es la palabra; pero, como establecimos en la introducción, las imágenes, gestos, sonidos, espacios y otros signos contribuyen a esta elaboración. En suma, el discurso es “toda la actividad comunicativa del hablante y su entorno” (Salgado, 2019:15).
La imposibilidad de asignarle al discurso un sólo sentido deriva de la diversidad de escuelas de pensamiento que han abordado su estudio, así como los componentes que son de su interés. Existen, no obstante, dos grandes oposiciones: texto e interacción social. La Figura 1 ilustra su configuración.
Figura 1. Fuente: elaboración propia.
No todas las definiciones exhibidas en el esquema anterior nos pertenecen. Ante todo, nuestra propuesta inicial es que el discurso, como fenómeno de comunicación, es la puesta en marcha de las instancias comunicativas de Ferdinand de Saussure, materializadas en tres hechos: el lingüístico, en el cual opera el sistema de signos que es la lengua; el comunicativo, que incluye al lenguaje como capacidad expresiva de la lengua; y el social, en el que el o la hablante emplea el habla; pero esta se proyecta hacia la colectividad. Es así como el discurso es una práctica social de diversas dimensiones.
Obtenemos estas tres instancias del hecho discursivo de la relación que trazamos con otras acepciones. Fernando Castaños (2018) encuentra cuatro manifestaciones: el discurso como un hecho externo, es decir, una trama que se halla más allá del entorno de la situación de comunicación, integrada por emisores, receptores, mensajes y contexto. De igual modo, es una representación mental por su carácter abstracto; el usuario, o quien emite el discurso, expone algo que piensa; por ende, exhibe una manera de ver el mundo. Como objeto lingüístico, tiene una estructura interna a pesar de que el lenguaje es un hecho externo, o sea, es una formación de palabras constituidas por significantes y significados. Finalmente, es una articulación de actos porque se construye en ciertas condiciones pragmáticas mediante una serie de actos de habla que tienen efectos sobre los interlocutores. En ese sentido, el discurso es texto debido a su construcción oracional con reglas sintácticas y semánticas que operan de modo pragmático en la interacción social.
Julieta Haidar ofrece cinco definiciones que se enumeran en la cuarta columna del esquema. Destacamos aquellas que describen al discurso como un fenómeno producido en condiciones de producción, circulación y recepción a través de diferentes materialidades (acústicas, pragmáticas, ideológicas, psicológicas, históricas, culturales y filosóficas). Cuando emerge en una situación de comunicación y contexto social determinado, el discurso es interacción social; pero, incluso en ese evento, hay producción textual. Por tanto, el texto es producto de la interacción y, a su vez, el texto puede reproducirse en otras interacciones y hacer de esta práctica social una comunicación circular.
Como práctica social, el discurso se vincula con cinco fenómenos de la construcción simbólica: la percepción, que en términos fenomenológicos, se refiere a qué y cómo vemos los objetos y situaciones del mundo, lo cual deriva en categorizaciones sociales de la experiencia colectiva; la cognición, particularmente en su acepción de “cognición social”, entendida como “el procesamiento mental de la información acerca del mundo social” (Antaki & Condor, 2000: 455), hecho que se vincula con el pensamiento y la elaboración de esquemas y hábitos interpretativos de la realidad. La ideología es el tercer fenómeno con el que se relaciona, especialmente si la consideramos como “el proceso de producción de significados, signos y valores en la vida cotidiana” (Eagleton, 1997: 19), pero también como el “conjunto característico de ideas de un grupo o clase social”, o bien, “un conjunto de creencias orientadas a la acción” (Ídem). En ese orden de ideas, la ideología impone ciertas coacciones al lenguaje y confiere a las palabras no sólo un sentido, sino un poder: cuarto fenómeno de lo simbólico con el que se relaciona el discurso.
El poder es una relación específica entre grupos sociales o instituciones, que tiene carácter asimétrico, de modo que los fenómenos asociados a este nivel se hallan en la política, las diferencias étnicas, raciales, de género, el racismo, la xenofobia, discursos de odio, de opresión y de resistencia. El poder y la ideología poseen un vínculo estrecho en el que la identidad de los hablantes, último fenómeno de lo simbólico relacionado al discurso, les hace parte de una comunidad idiomática donde las experiencias colectivas establecen relaciones de poder.
Es notorio que estas dimensiones orientan el fenómeno del discurso hacia la pragmática, rama de la semiótica que estudia el lenguaje en acción y, a su vez, sustenta la tesis de que el discurso motiva a la acción. Este argumento se concentra en la acepción del discurso como interacción social, en la cual, de acuerdo con Teun Van Dijk (1997), las personas llevan a cabo acciones de índole social o política cuando utilizan textos o hablan; por tanto, realizan actos sociales al utilizar el lenguaje como sugiere la postura de las teorías de John Austin y John R. Searle.
Finalmente, el texto es el registro verbal de un acto comunicativo y la unidad de nivel superior al de la frase (Otaola, 1989). Este tiene dos acepciones: texto como producto y texto como proceso; el primero se refiere a la secuencia lingüística en sí misma, de modo que no considera al enunciatario ni sus condiciones de producción e interpretación. Por su parte, el texto como proceso se refiere a las condiciones de producción y considera al universo social del lenguaje. Lo anterior refuerza la idea de que existe una relación mutua entre el discurso como texto e interacción social, las dos grandes oposiciones del Discurso.
Las grandes problemáticas del estudio del discurso
El discurso se integra de diferentes elementos que podemos considerar como unidades de análisis. Agrupamos tales dimensiones en los siguientes conjuntos:
–El enunciado: se trata de la unidad básica del análisis. Es un producto concreto y tangible de un proceso de enunciación realizado por un enunciador y destinado a un enunciatario. Entre ellos hay un intercambio de enunciados que dan lugar a textos constituidos por elementos verbales combinados que forman una unidad comunicativa intencional y completa. Ciertos autores distinguen entre enunciado y oración, cuando esta última es una estructura gramatical.
–Unidades de análisis en la interacción: los elementos de la situación de comunicación son unidades de análisis, además del código semiológico de la lengua, identidad de los interlocutores (raza, sexo, clase, edad, profesión), tipo de intercambio discursivo, turnos y canales de transmisión.
–Categorías de la lengua: este caso alude más al discurso como una estructura que posee un orden de las palabras (sintaxis), relaciones entre el conjunto de oraciones (coherencia), tópicos (semántica), macro y micro proposiciones, y elementos gramaticales tradicionales: sustantivos, adjetivos, artículos, pronombres, verbos, adverbios, intersecciones y preposiciones (gramática generativa) (Van Dijk, 2000).
–Como práctica social: como ya establecimos, este nivel se asocia con la interacción. El discurso es socialmente constituido y constitutivo. El evento discursivo se da dentro de una situación específica, en una institución y se articula en el seno de una estructura social. Al ser constitutivo, mantiene y reproduce el status quo. Al ser constituido, se construye con situaciones, objetos de conocimiento, identidades sociales y relaciones entre grupos y personas Calsamiglia & Tusón, 2001).
–La situación de comunicación: requiere de un marco físico y mental, participantes unidos por un contrato de comunicación y con una identidad psicológica y social. Podemos caracterizarla al responder ¿quién habla?, ¿a quién le habla?, ¿por qué le habla?, ¿cuándo y en cuál situación? y ¿cómo le habla? En la comunicación hay reglas, principios y normas que deben seguirse. Por tanto, el discurso articula relaciones de poder y solidaridad, dominación y resistencia, igualdad y desigualdad, identidad y diferencia (Charaudeau, 1992).
–Los modos de organización discursiva: recordemos que existen tipos de texto (periodístico, publicitario, científico, etceétera) y tipos de discurso en los que entran estos modos de organización: enunciativa (la base de todo discurso), descriptiva, narrativa, argumentativa y explicativa. Cada una se emplea según la finalidad del acto discursivo y opera la lengua (como sistema de signos), y el habla (como ejercicio individual de la lengua).
Cabe aclarar que las anteriores no son problemáticas, sino elementos del discurso de los que podemos dar cuenta mediante el procedimiento de análisis. El Análisis del Discurso (AD) es una metodología, un conjunto de procedimientos aplicados a un corpus delimitado y que, a su vez, utiliza herramientas de interpretación derivadas de la lingüística, la pragmática y la hermenéutica, todas, disciplinas de ascendencia filosófica popularizadas gracias al paradigma del giro lingüístico, aquel que coloca al lenguaje en el centro de la comprensión de los fenómenos sociales y culturales (Ver Karam, 2005).
Se trata de una práctica de investigación con mucha utilidad para el campo de la Comunicación, especialmente en el caso de la comunicación masiva. Según Teun Van Dijk (2000), el origen de los estudios de la comunicación se rastrea entre los años de 1970 y 1980. En ese contexto temporal, el análisis detallado del discurso apareció como un campo auxiliar en la comprensión de los mensajes de los medios masivos y en las comunicaciones interpersonales, interculturales y comerciales. De ese modo, el objeto de estudio en ese momento fue el fenómeno sociocultural, con la anotación necesaria de que tales fenómenos son expresados en discursos.
Lo anterior plantea un problema: ver al AD como una herramienta, técnica y método. Para nosotros, el Análisis del Discurso es una metodología construida interdisciplinariamente y empleada por la disciplina de la Comunicación con el objetivo de estudiar los eventos comunicativos a un nivel interpersonal y en los grandes medios de comunicación, ya sea que estén vigentes o resguardados en archivos históricos. Esta metodología se encuentra dentro de un área multidisciplinar que Tanius Karam denomina “Estudios del Discurso” (ED).
Los ED consisten en un trabajo de investigación documental y/o conceptual que es transversal en diferentes campos disciplinarios, pues el discurso es el modo en que todas las ciencias expresan sus resultados. A su vez, los ED consisten en “un grado de aplicación sobre alguna realidad, sin que necesariamente medie el Análisis del Discurso como metodología de análisis sobre cuerpos de textos y prácticas discursivas” (Karam, 2005: 36). Dado que los ED agrupan procedimientos, técnicas y prácticas de investigación, la metodología incluye también a la Teoría del Discurso (TD), la cual “resume aquellos aspectos conceptuales que caracterizan al discurso como práctica social, las operaciones que se realizan y los procesos generales en los que se inscribe. Esta teoría es un conjunto de juicios sobre el discurso, sus propiedades, rasgos y eventuales usos” (Ídem).
Pero ¿de cuáles problemas se ocupa el análisis de discurso? El siguiente esquema traza una trayectoria del campo:
Figura 2. Fuente: elaboración propia.
La popularización del AD en la década de los sesenta corresponde, en nuestra apreciación, a un auge del giro lingüístico orientado al estudio de los discursos públicos objetivados; también se enlaza con el desarrollo del estructuralismo francés y con la apertura lingüística general hacia las nociones de contexto, que ven al discurso como más que un acontecimiento inmanente; es decir, del lenguaje como sistema cerrado de signos. En este sentido, consideramos que, en esa primera etapa del giro, el lenguaje es visto como representación del mundo; pero es pertinente recordar que, más tarde, Richard Rorty también se encargó de problematizar al lenguaje como un hecho que no necesariamente “espejea” la realidad (Rorty, 2003: 1-13).
Es por esa razón que el discurso no sólo representa realidades; también las modifica, o bien, imagina nuevos mundos. No obstante, en el campo de la comunicación, específicamente en los ámbitos del periodismo y la política, la noción del discurso como forma de representación y de manipulación sigue ganando terreno. Ahora bien, las tradiciones de análisis político, periodístico e ideológico se adhieren a tres tendencias: formalista (análisis estructural), enunciativa (pragmática) y materialista, que ve al discurso dentro de sus condiciones materiales históricas habitadas por relaciones de poder.
Es en estas tendencias en las que ubicamos las tres grandes problemáticas propuestas por Patrick Charaudeau: las filiaciones históricas que trazan una ontología del lenguaje a partir de la problematización de categorías gramaticales universales, etimologías y relaciones sincrónicas y funcionales entre signos; la filiación filosófica antropológica constituye una reacción al estructuralismo pues concibe a la lengua como proceso, por tanto, considera el ejercicio del habla y las intencionalidades de los hablantes. Finalmente, la filiación sociológica ideológica se pregunta si puede haber una correlación entre la manera de hablar y el estatus social de una persona de modo que analiza el binomio poder-sumisión, pues mantiene la tesis de que hablar es mantener una relación de poder (Charaudeau, 1998).
Figura 3. Fuente: elaboración propia
Los fenómenos de cohesión y coherencia, los textos periodísticos o cuentos, por mencionar algunos ejemplos, son formas de lenguaje como producto finalizado que pueden estudiarse a la luz de las filiaciones estructurales o gramaticales. El análisis conversacional entra en la filiación sociológica antropológica mientras que en la sociológica ideológica, se estudian discursos de odio, discriminación, resistencia, racismo, entre otros. Lo anterior no quiere decir que los problemas de investigación y/o análisis sean exclusivos de cada filiación, pues pueden estar intersectados, después de todo, el AD parte de una pregunta, una problematización de un fenómeno social expresado en forma de discurso, el cual habremos de estudiar dependiendo de las necesidades teóricas y metodológicas pertinentes.
Discurso y comunicación
El AD es un campo que se ha construido interdisciplinariamente, aunque en el caso de la Comunicación, se asocia más con las disciplinas de ciencias sociales, humanidades y las ciencias del lenguaje que ven al mundo como una configuración semiótica. Patrick Charaudeau (2009) explica que los fenómenos sociales son conjuntos de signos cuya organización procede de factores sociales que actúan en interacción con otros. Hemos establecido que dichos signos se inscriben en procesos y estructuras, por tanto, también los vuelven objetos de estudio. Si consideramos al AD como disciplina, podemos decir que los problemas sociales y culturales son motor para una investigación.
Entonces, es importante reiterar que, en la Comunicación, el discurso es un objeto de estudio primordial, pero este debe expresar en signos las diferentes prácticas sociales y comunicativas de nuestro entorno. De ese modo, nuestras problematizaciones se orientan al carácter significativo e interpretativo de los discursos; dimensiones que pertenecen al terreno de la comunicación social.
Sobre este argumento, recordamos a Charles Morris (1938) quien explicó que todas las ciencias expresan sus resultados en sistemas de signos. Para el filósofo norteamericano, la semiótica es una ciencia; pero, también, es una herramienta de las ciencias. El lenguaje es el fenómeno transversal del saber; por ende, la comunicación es el principio organizador de la realidad y lo hace mediante el fenómeno del discurso.
En la Figura 3 agrupamos una serie de disciplinas que colaboraron en la construcción del campo del AD. Para algunas, es un método auxiliar, de modo que el discurso como práctica social no es su objeto de estudio. En cambio, utilizan las herramientas del AD como auxiliares en sus investigaciones. En nuestra disciplina, la comunicación es vista, ante todo, como un hecho de lenguaje social. Por ello, los acontecimientos políticos, religiosos, educativos, científicos, mediáticos, entre otros, se expresan como “máquinas sígnicas” (Charaudeau, 2009: 5-9) que son fuente de nuestros análisis.
En los ED, las principales tendencias procedentes de las ciencias del lenguaje son las de la división entre semiótica y lingüística. A esta última le corresponden los problemas relacionados con la lengua y el texto mientras que a la primera le asignan lo hechos del signo, la narrativa, el cine, el teatro, la danza, los objetos y los espacios, entre otros. (Haidar, 2021). En la actualidad, el análisis multimodal ha “solucionado” los desencuentros de esta división pues otorga la posibilidad de retomar no sólo “lo dicho” por los interlocutores, sino también el resto de los sistemas de signos que colaboran en la generación de sentido.
La solución puede ser parcial porque los análisis también dependen de las problematizaciones que hagamos de las prácticas que nos interesan. Como ruta metodológica, el AD también requiere de la elección de un tema, preguntas de investigación, objetivos, selección de un corpus y la aplicación de un marco teórico metodológico que puede contener técnicas e instrumentos de análisis, en el caso de que los estudios requieran de sistematización de datos. Es una opción, por ejemplo, para el análisis conversacional.
Existen abordajes empíricos y académicos del discurso. Los problemas de análisis surgen de la observación de la realidad. De ahí seguimos una ruta que incluye tomar al discurso como objeto de estudio y al AD como método. Reiteramos que el AD es un enfoque teórico metodológico del lenguaje y del uso del lenguaje en el cual las preguntas de investigación se centran en indagar el mensaje lingüístico dentro del proceso de comunicación; aunque pueden existir problemas enfocados en análisis de carácter “semiótico”. En el siguiente inciso, abordaremos aspectos sobre este cruce entre la lingüística y la semiótica.
La filosofía del lenguaje.
Hay tres disciplinas de ascendencia filosófica derivadas del giro lingüístico: la semiótica, la pragmática y la hermenéutica; la lingüística se vincula con las tres. Éstas son importantes porque abordan la relación entre el lenguaje y el pensamiento, y cómo es que estos fenómenos construyen la realidad a partir a una objetivación de primer orden: el lenguaje puesto en marcha a partir de la enunciación, compartido en la interacción y reproducido por diferentes comunidades de hablantes y, también, por medios de comunicación masiva.
En los estudios de Comunicación, estas relaciones se trazan al menos hasta la década los cincuenta gracias a las tesis de Ludwig Wittgenstein, para quien “toda significación se construye a través de las enunciaciones producidas con y a través del lenguaje en los espacios públicos de la expresión”. (Calsamiglia & Tusón, 2001: 22). Desde entonces, el enfoque se orientó hacia el “lenguaje ordinario”, el de la vida cotidiana que, pese a ser “corriente” (debido a su uso diario), tiene un orden. Utilizarlo es participar de ciertas formas de vida. Con ello, el estudio del discurso adquirió un enfoque pragmático que se mantiene hasta la actualidad en la disciplina de la Comunicación.
Cristina Corredor explica este cambio como una transición entre dos paradigmas: uno mentalista de la conciencia y otro lingüístico. El lenguaje, dice, “es una mediación inevitable en el acceso a cualquier ámbito o actividad” (Corredor, 1999: 20). Por tanto, el único modo de acceder a nuestros estados de conciencia es el lenguaje. Así mismo, recuerda dos tradiciones de pensamiento occidental que han permeado en los estudios académicos relativos a los problemas del lenguaje: la filosofía analítica de tradición anglosajona, particularmente de Estados Unidos e Inglaterra y, la filosofía de la tradición continental, cuyos principales exponentes provienen de Francia y Alemania, como es el caso del estructuralismo francés, la filosofía kantiana, la fenomenología y la hermenéutica.
Consideramos que ambas corrientes de pensamiento coinciden en que el lenguaje aparece como condición para la posibilidad y la validez de nuestro conocimiento de la estructura del mundo (Corredor, 1999). Para la investigadora, el giro lingüístico inició en la tradición hermenéutica. No obstante, en la Comunicación, muchas de las teorías de la significación que manejamos derivan de la fenomenología, una corriente filosófica encabezada por Edmund Husserl (2015) que propone el estudio de las experiencias en el mundo y cuyo método es descriptivo. Martin Heidegger (2018) añadió que la descripción de las experiencias no es suficiente pues todo evento nos resulta significativo, por ello, es necesario interpretar los acontecimientos, pues estamos en la búsqueda constante del significado.
La búsqueda del significado define mucho del trabajo que realizamos en el campo de la Comunicación. En el caso del AD, el significado consiste en develar las intenciones de los hablantes, hacer emerger lo oculto o “no dicho” por un hablante o descubrir el sentido sintáctico y semántico de un texto. En la Figura 4, trazamos las Teorías del Discurso que proceden de la Filosofía del Lenguaje del Siglo XX, agrupadas según la disciplina de la que se derivan:
Figura 4. Fuente: elaboración propia.
Consideramos pertinente ubicar a la Retórica Clásica como el precedente filosófico de todas las teorías que se elaboran a partir del giro lingüístico de los años sesenta. En “Retórica”, Aristóteles definió lo que podemos considerar una ontología del discurso en el marco general de la comunicación: el qué habla, aquello acerca de lo cual habla y aquél a quien se dirige. Dentro de esta situación, la forma de articular un argumento es a través de silogismos (constituidos por dos premisas y una conclusión) y, la intención es persuadir (Aristóteles, 1999). El filósofo, incluso, propuso una analogía de la retórica con la dialéctica y explicó que la deliberación es una de las formas de dialogismo en la que sucede la argumentación; el cambio de pensamiento y decisión de los interlocutores son la meta del hablante.
Un trayecto extenso de la epistemología del lenguaje está más allá de los propósitos de este trabajo, aunque no está de más mencionar algunas referencias: existen teorías acerca de la referencia, la predicación y el análisis lógico (Gottlob Frege, Peter Strawson, Bertrand Russell), teorías sobre los modos de la verdad (Ludwig Wittgenstein, Alfred Tarski, William James, John Dewey, Rudolf Carnap), o teorías del significado y los contenidos mentales (John Locke, Jerry Fodor) (García Suárez, 2011).
No obstante, las teorías que más han resonado en el campo de la Comunicación y el Análisis del Discurso son aquellas referentes a la comunicación pragmática. La pragmática considera al discurso como parte de un modelo de comunicación en el que actúan cuatro instancias: lugar y tiempo (deixis), sujetos de enunciación, organización del lenguaje y destinatarios. Se diferencian de los análisis lógicos o estructurales porque consideran los factores extralingüísticos como parte de la generación del sentido del discurso. Un análisis puramente gramatical, por ejemplo, no daría cuenta de los usos e intenciones de los hablantes en el momento de utilizar el lenguaje en la vida cotidiana (Escandell, 1993).
La pragmática sitúa al estudio del discurso en la categoría de interacción social. La enunciación es una de las fases recurrentes en estos estudios, pues es la materialización de la comunicación intersubjetiva. Aquí hallamos las teorías de la enunciación (Emile Benveniste, Roman Jakobson), los actos de habla (John L. Austin, John R. Searle), entre otras teorías sociolingüísticas y actualizaciones de la Retórica Clásica. La tesis general que vincula a estas teorías es que los hablantes realizamos acciones en el momento de la enunciación y, al mismo tiempo, modificamos los estados mentales y de acción de los receptores.
La noción de contexto es relevante pues otorga los elementos referenciales tanto semánticos como pragmáticos para que los hablantes logren un entendimiento mutuo; de lo contrario, la comunicación es desafortunada. Fuera de la pragmática, otra de las tendencias más populares en la disciplina de la Comunicación es el análisis estructural del discurso, cuyo propósito es identificar las reglas y principios organizadores del discurso tomando la oración como unidad básica de análisis hasta textos de mayor amplitud como las narraciones. Se trata de sustraer sus relaciones de estructuras, lo cual sitúa al discurso en la modalidad de texto como producto. La Escuela de Praga y el Estructuralismo Francés son referentes obligatorios.
A pesar de que la pragmática predomina en el Análisis del Discurso, consideramos que muchas de las definiciones utilizadas en nuestra disciplina se retoman de la Escuela Francesa de Análisis del Discurso, la cual entiende al fenómeno como un proceso de producción, emisión y recepción; el texto es producto de ese proceso. Desde luego, tiene una estrecha relación con el estructuralismo, pero también retoma influencias del marxismo y el psicoanálisis; aspectos que ubican a esta escuela en la tendencia materialista de análisis centrada en los procesos ideológicos y de poder entre los sujetos del discurso.
En cuanto a los métodos mixtos, es evidente que no se trata de una corriente de pensamiento o tendencia teórica; en cambio, hemos denominado así a este conjunto de teorías pues nos parece que hacen cruces entre la hermenéutica, la semiótica y la lingüística, ya sea pragmática, textual o funcional. El Análisis Crítico del Discurso (ACD) estudia al lenguaje como práctica social y considera que el contexto de uso del lenguaje es crucial. Esto, que parece un enfoque pragmático, se relaciona con los objetivos de la Escuela Francesa en cuanto que relacionan los conceptos de poder, historia e ideología (Wodak & Meyer, 2003).
Considerando lo anterior, el discurso es históricamente producido e interpretado por estructuras de dominancia legitimadas por las ideologías de grupos poderosos; “el ACD analiza las presiones provenientes de arriba y las posibilidades de resistencia a las relaciones desiguales de poder que aparecen en forma de convenciones sociales” (Ibíd: 20). Metodológicamente, se trata de un proceso hermenéutico que caracteriza los hilos discursivos de manera relacional y contextual, y describe los planos discursivos; es decir, los ámbitos desde los que se produce el habla; un análisis fino en el que se analizan las formas internas de los fragmentos discursivos y un análisis global general, o bien, lo que conocemos como reinterpretación.
Creemos que el ACD es una conjunción de la hermenéutica y la semiótica porque analiza fragmentos discursivos que no son únicamente hablados o escritos, pues se hace cargo de otros dispositivos semióticos como comunicaciones masivas, literatura, cine, cómics, noticiarios, entre otros. Estos análisis se relacionan con la “multimodalidad”. Lo más importante para este tipo de análisis que surgió de un grupo de investigación, es que el Análisis del Discurso debe dar cuenta de los problemas de las minorías, por tanto, los estudios deben dar voz a aquellos necesitados, visibilizando sus problemáticas y los modos en que articulan sus resistencias ante los poderes opresores. Esta finalidad de carácter materialista es un posicionamiento que hallamos vigente en los estudios de Comunicación interesados en la contracultura, el poder y la ideología.
Reflexiones finales. El camino pendiente o estudiar la comunicación en proceso de ser.
¿Son vigentes las teorías de la filosofía del lenguaje del siglo XX? La pregunta puede resultar obvia, no obstante, es pertinente enunciarla porque, hasta la fecha, los análisis del discurso producidos en las escuelas de Comunicación siguen los preceptos pragmáticos, particularmente aquellos referentes a las situaciones de enunciación. De igual modo, el análisis estructural continúa presente, si no en su carácter narratológico, sí en cuanto a las modalidades sintácticas de las oraciones y las relaciones estructurantes entre redes de enunciados, así como los paradigmas semánticos utilizados en dichas redes. En la actualidad, no importa qué tan viejas son, en términos de “año de publicación”, las teorías mencionadas: sigue siendo importante lo que decimos y cómo lo decimos.
De igual importancia es señalar la vigencia de los análisis que dan cuenta de las formaciones ideológicas, el poder, la resistencia y la dominación. Son fenómenos que aparecen de modo constante en la realidad internacional vía los diferentes movimientos sociales que se enuncian en contra de los aparatos represores del estado o de las prácticas reproductoras de conductas violentas, desinformación y valores obsoletos en una sociedad que ahora usa el poder de internet para visibilizar asuntos como la violencia patriarcal, la discriminación hacia grupos vulnerables y minorías, la xenofobia, el ascenso de la ultraderecha en países de primer mundo y de la izquierda en países latinoamericanos.
La Escuela Francesa de Análisis del Discurso brinda herramientas para el estudio de tales acontecimientos. Es obvio resaltar que una teoría adquiere vigencia a partir de su vinculación con fenómenos contemporáneos. Por ello, consideramos necesario volver a una de nuestras ideas principales: la comunicación es el principio organizador de toda la realidad. Así sea en la comunicación cotidiana, en la doxa popular, en los saberes académicos, subculturas o distintos ámbitos profesionales, todos y todas describimos nuestras experiencias por medio del lenguaje; es decir, nuestras percepciones, sentires, aprendizajes, habituaciones, conceptos y perceptos son experimentados por los sujetos, pero su expresión y reproducción es posible por un acto de enunciación.
Sin la enunciación, la comunicación no emerge. Así mismo, sigue siendo de interés saber desde qué lugares se enuncia; ya sea algún lugar en la cultura debido al rol social que poseemos, un lugar institucional, una posición mental, o bien, una de poder. Todos nuestros discursos están sujetos a esas condiciones de producción. En nuestra sociedad es importante lo que se dice y cómo se dice, pero también quién lo dice y para qué. El derecho a la palabra existe, pero también las instituciones de vigilancia que silencian ese derecho matando periodistas, erigiendo leyes de censura, cortando telecomunicaciones y despidiendo trabajadores, entre otras acciones.
Existe también el ya mencionado poder de internet. Ahí a veces se censura, pero fenómenos como el troleo, la calumnia, la burla y la desinformación son comunes. Constituye una línea pendiente analizar cómo internet, de ser un medio que instauraba una agenda contracultural de deliberación y despertar consciente, se ha convertido en verdugo y hoguera de muchas frustraciones. No importa el medio, consideramos que, desde siempre, el discurso es ese acontecimiento que despierta las pasiones de la gente, nos provoca enunciar, posicionarnos ante una situación, defender o herir con las palabras. Las palabras conservan su poder.
Si todos nos expresamos en discursos, la comunicación no está acabada ni los medios para hacerla circular. Por tanto, la Comunicación, como disciplina, tiene ante sí un panorama vasto para continuar con el estudio del que creemos es su principal fenómeno de interés: la práctica sociocultural del discurso. En este devenir hay tres paradigmas que se erigen como tendencias “novedosas” en el Análisis del Discurso. El primero es el Análisis Multimodal, o bien, Análisis del Discurso Multimodal (ADM), al que Kay L. O`Halloran describe como:
Un paradigma emergente en el campo de los estudios del discurso que amplía el estudio del lenguaje per se al estudio del lenguaje en combinación con otros recursos tales como las imágenes, el simbolismo científico, la gestualidad, las acciones, la música y el sonido (…) Por ejemplo, para hacer referencia al lenguaje y a los otros recursos que se integran para crear significado en los fenómenos ‘multimodales’ (o multisemióticos), como los materiales impresos, los videos, los sitios web, los objetos tridimensionales y las actividades cotidianas, se utilizan las expresiones ‘recursos semióticos’, ‘modos’ y ‘modalidades’. Esto sucede incluso con el propio ADM, al que se hace referencia como ‘multimodalidad’, ‘análisis multimodal’, ‘semiótica multimodal’ y ‘estudios multimodales’ (O’Halloran, 2012: 76).
Incluso, plantea una separación entre “recursos semióticos” como son los casos del lenguaje, imágenes, música y arquitectura y, “recursos sensoriales”, como lo auditivo y lo táctil, lo cual plantea un problema al que volveremos en unos momentos. No obstante, estas tendencias que también se cruzan con el ACD hacen que nos percatemos de la importancia de los diferentes sistemas semióticos que interactúan en la producción discursiva, al grado de comprobar aquel argumento de la Escuela de Palo Alto: todo comunica.
Consideramos que la hermenéutica se ha instalado en los espacios académicos como un paradigma interpretativo que permite analizar las circunstancias históricas de producción de un discurso, mismas que llegan a condicionar el pensamiento de un autor y su forma de expresarlo no sólo en el nivel lingüístico, sino en objetivaciones como el arte, la arquitectura, los espacios para habitar, la música, entre otros. De igual modo, se ubica en ámbitos discursivos como la política y la arena parlamentaria. Como método, se cruza también con el ACD, pues a este programa de investigación le interesan las posibilidades históricas que provocan la aparición de un discurso.
No obstante, decir que son tendencias “novedosas” podría resultar problemático pues su formulación no emergió en el siglo XXI: ambos paradigmas abrevan de la filosofía del lenguaje del siglo XX cuya influencia es innegable. Por esa razón, una crítica que tendremos que articular en la discusión e investigación académica consiste en la revisión de los programas de estudio; pero, de igual importancia, al propio pensamiento de la época. ¿Cómo habremos de generar nuevos paradigmas para el análisis del discurso? ¿De qué modos se ha transformado la expresión lingüística? ¿Existen corrientes de pensamiento que hemos pasado por alto?
No hace mucho en la Revista Mexicana de Comunicación escribimos acerca de “comunicar afectivamente”, argumentando que la comunicación es de afectos. En un contexto en que “los giros académicos” nos inundan, parece volver un tercer paradigma que no se creó en este siglo, pero que ha sido recuperado en nuestras turbulentas épocas: el afecto. Con la reserva de que el “giro afectivo” tiene su propio lugar, es menester recordar ahora que, sin afecto, sin emoción, sin pasión, no hay lenguaje. O’Halloran explica que hay modalidades sensoriales en los discursos y eso es un nuevo problema del que la investigación también tendrá que dar cuenta: cómo analizar la sensorialidad y la afectividad.
Esos dos fenómenos también generan sentido y significado. No es que las teorías del discurso hubieran abandonado por completo el nivel emocional; tan sólo recordemos a Jakobson (1980) cuando explicó que, en el marco del lenguaje, hay una función emotiva cuyo efecto es mover las fibras sensibles de los receptores. La práctica de la propia retórica intenta persuadir a las audiencias acudiendo a la exaltación de sus pasiones y las teorías de los actos de habla, implícitamente, explican que la enunciación “mueve” al interlocutor, pues el lenguaje tiene un efecto en nosotros. El movimiento es parte del fenómeno emocional.
Hay mucho pragmatismo en lo anterior, pero proponemos que esa corriente de pensamiento debe volver a la filosofía del proceso, a la filosofía activista y al empirismo radical. Nos hemos concentrado en lo que se dice, cómo se dice y quién lo dice, desde dónde y para qué; eso sigue vigente y los profesionales de la Comunicación debemos conocer esas instancias del discurso, no abandonemos eso. También hemos analizado lo “no dicho” como parte de un proceso de opacidad en el discurso que oculta, distorsiona o manipula información. No obstante, no hemos entrado al nivel de lo “no dicho” como aquello que está en proceso de visibilizarse, de hacerse abstracción y concepto. Aquí dejamos la puerta abierta (una vez más): nuestro reto es estudiar la comunicación en proceso de ser.
Fuentes
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