¿Qué enseñamos cuando enseñamos teorías de la comunicación?

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No. 151 / enero-junio 2023 / ensayo


COLABORACIÓN INVITADA


Carlos Vidales


UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA




En las escuelas de Comunicación, ya sea al nivel de la formación profesional o de posgrado, hay algo que aparece de forma recurrente, casi inmediata, y eso es la necesidad de tener materias de teoría. Cada programa contempla materias relacionadas con la Teoría de la comunicación, y pese a la enorme diversidad de propuestas conceptuales que existen en la actualidad, por alguna razón, optamos por enseñar algunas de ellas y no otras. Y lo mismo sucede en nuestros procesos de investigación formal. Los que nos dedicamos a la investigación académica normalmente participamos del diálogo con especialistas y de grupos de discusión a nivel nacional e internacional que se vinculan con nuestros propios temas de interés, lo que nos mantiene al día de lo nuevo y de lo que está por venir. Y todo esto se mezcla al momento de tomar decisiones: ¿qué enseñamos cuando enseñamos Teoría de la comunicación? ¿Fundamentamos nuestras decisiones en nuestras agendas personales de investigación, las demandas institucionales particulares, el universo institucionalizado del debate teórico, las particularidades de los programas docentes o las diversas problemáticas sociales que enfrentan nuestros propios contextos de socialización? Lo que intentaré dar cuenta en este breve ensayo es que la decisión no es simple, y que la historia de nuestro campo de estudios, en lo que a la reflexión teórica se refiere, nos da algunas pistas de por dónde seguir, pero al mismo tiempo nos deja ver que tenemos un enorme reto por delante, básicamente, porque enseñamos algo que no se usa en la investigación contemporánea, porque hemos institucionalizado un discurso teórico en la enseñanza que no pone al centro a la comunicación, porque hemos reducido la teoría a un juicio de autoridad y la hemos dejado de usar como un marco conceptual, porque tendemos a ignorar sistemáticamente la producción teórica contemporánea al eliminarla de nuestros recuentos históricos, porque hemos dejado de dialogar con otros campos científicos y, sobre todo, porque todas estas reflexiones han dejado de ser el centro de atención de nuestro campo.


Al parecer, la reflexión teórica ha pasado a un segundo plano frente a los enormes
problemas que enfrentamos en la actualidad, desde la desigualdad y la violencia hasta la
salud y la diversidad sexual, pasando por las nuevas tecnologías y todo lo que eso nos ha
traído como sociedad. En este mundo, la reflexión teórica no solo ha pasado a segundo
plano, sino que, para algunos, es incluso una discusión irrelevante. Sin embargo, lo que
intentaré mostrar aquí es que la reflexión teórica no solo es importante y vigente, sino,
sobre todo, urgente. El desarrollo tecnológico nos ha dejado al borde de lo nuevo, el
metabolismo de cambio social se ha acelerado enormemente, y la emergencia de nuevos
fenómenos es un asunto común, casi cotidiano. Pero nuestras herramientas conceptuales
parece que no responden con la misma velocidad, y mucho de eso quizá se deba a que casi
siempre queremos empezar de cero, cuando la opción más viable sería, en todo caso,
recuperar el pasado para darle continuidad a todo aquello que ya nos precede en el tiempo y
que hoy nos parece novedad. Así es, mucho de lo que sucede ahora se puede estudiar con
enormes marcos conceptuales que ya heredamos del pasado, pero que hemos tendido a
ignorar en nuestro desarrollo histórico. Por lo tanto, a manera de ejemplo, me centraré en
dos tradiciones conceptuales: la cibernética y la Teoría matemática de la comunicación, dos
tradiciones con la que nos peleamos hace mucho tiempo bajo el argumento de que reducían
el fenómeno comunicativo, pero las cuales, por contradictorio que parezca, han
producido el mundo en el que vivimos.


Un breve regreso al pasado quizá nos pueda permitir ver con otros ojos el presente;
el presente conceptual de nuestro campo de estudios. El paso por la cibernética y la Teoría
de la comunicación es únicamente un pretexto para decir que eso que llamamos “nuevo”
como la inteligencia artificial, los algoritmos comunicativos, la ecología de medios, la
cibersemiótica o la robótica, por nombrar algunos campos, en realidad tienen ancestros
comunes, y esos ancestros también son nuestros ancestros. Ahí nacimos, aunque decidimos
seguir otros caminos conceptuales. Recuperar el pasado, las genealogías conceptuales y las
grandes tradiciones intelectuales que nos preceden, quizá nos permita repensar nuestros
lugares comunes, repensar nuestras teorías contemporáneas y, quizá, seleccionar con más
cuidado eso que enseñamos en nombre de la teoría en nuestro campo de estudios.
Comenzaré entonces por el principio, por el primer lugar, la Teoría matemática de la
comunicación, ese primer lugar común en nuestro campo de estudios.


Primer apunte: la teoría matemática de la comunicación y los primeros
fundamentos conceptuales


Hoy en día parece haber un gran acuerdo en que uno de los orígenes de la teoría de la
comunicación se encuentra en el emblemático trabajo que el matemático norteamericano
Claude Elwood Shannon (1916-2001) publicó en 1948 en The Bell System Technical
Journal
. En este trabajo Shannon mostraba el proceso y los componentes básicos de un
sistema de comunicación con un vocabulario que no solo se incorporaría rápidamente a una
enorme cantidad de ciencias y disciplinas científicas, sino que se trasladaría de inmediato al
sentido común y se insertaría rápidamente como un componente más de la cultura. La
fuente o emisor, el canal, el mensaje, la fuente de ruido, la información, el receptor y el
destinatario serían los primeros elementos que definirían un proceso de comunicación. Aquí
nace la idea de que la comunicación es la transmisión de información de un emisor a un
receptor a través de un canal, pese a que el propio Shannon (1948) siempre fue muy claro
en puntualizar que lo que se transmitía eran mensajes y no información y que, además, su
teoría resolvía un problema técnico; pero no se relacionaba en nada con el significado de
los mensajes. El tema del significado de los mensajes era irrelevante para Shannon (1948)
porque era igualmente irrelevante para el problema de la ingeniería que intentaba resolver,
el cual suponía la reproducción, ya sea aproximada o exacta, de un mensaje en un punto que
ha sido seleccionado en otro punto. Aun así, y pese a sus propias advertencias sobre los
excesos del uso de su teoría y del vocabulario que contemplaba (Shannon, 1956), la teoría
comenzó a ser usada en una enorme cantidad de campos científicos y sería al mismo tiempo
el fundamento conceptual para el nacimiento del campo de la Comunicación. Y aquí es en
donde también nacen algunas de las primeras confusiones y los mitos que han acompañado
a nuestro campo de estudio desde entonces.


La incorporación de la teoría de Shannon al campo de las ciencias sociales se debe
en gran medida a la promoción que de la teoría hiciera en su tiempo el también matemático
Warren Weaver (1894-1978). Durante la Segunda Guerra Mundial, Warren Weaver trabajó
en la Oficina de Investigación Científica y Desarrollo (Office of Scientific Research and
Development – OSRD) específicamente en la División que estaba centrada en la detección,
los instrumentos y en el área de control. Fue Warren Weaver quien comenzó a popularizar
la teoría de Shannon no solo a través de sus escritos, sino en conferencias y charlas
informarles, incluso es posible afirmar que se convirtió en su gran promotor, pues no solo
conocía al autor, sino que había tenido la oportunidad de discutir con él su propia teoría
(Kline, 2015). Es por esta razón que Weaver llegó a sostener que la teoría de Shannon
podía ser ampliada más allá de los límites de las matemáticas y la ingeniería, incluso más
allá de los límites que el propio Shannon le había puesto y que se referían al campo de la
ingeniería. Para Weaver, la teoría de Shannon se podía mover del campo de la ingeniería y
las matemáticas hacia la descripción y explicación de todos los fenómenos posibles de
comunicación, incluidos, claro está, los de la comunicación humana. En un trabajo que
Weaver publicara en 1949 en la revista Scientific American comentaba lo siguiente:


La palabra hablada, ya sea directamente, por teléfono o por radio; la palabra escrita o
impresa, transmitida a mano, por correo, por telégrafo, o por cualquier otra forma, son
obvias y comunes formas de comunicación. Pero hay muchas otras. Un asentamiento o un
guiño, un tambor en la jungla, un gesto representado en una pantalla de televisión, el
parpadeo de una señal luminosa, un poco de música que recuerda a uno un evento en el
pasado, bocanadas de humo en el aire del desierto, los movimientos y posar en un ballet,
todos estos son los medios que utilizan los hombres para transmitir ideas.


La palabra comunicación, de hecho, será usada aquí en un sentido muy amplio para incluir
todos los procedimientos por los cuales una mente puede afectar a otra. Aunque el lenguaje
utilizado a menudo se referirá específicamente a la comunicación del habla, prácticamente
todo lo dicho se aplica igualmente a música, imágenes y una variedad de otros métodos de
transmisión de información (Weaver, 1949: 11).


En síntesis, la comunicación estaba en casi todo, aunque no explicaba casi nada. En
ese mismo año, Weaver se pondría en contacto con el físico Louis Ridenour (1911-1959)
quien en ese entonces era el decano de estudios de posgrado de la Universidad de Illinois y
quien, por cierto, tenía estrecha relación con Wilbur Schramm (1907-1987), un periodista y
estudioso de la Ciencia Política quien había fundado en 1947 el primer Instituto de
Investigación de la Comunicación en esa misma universidad. Fue precisamente Schramm
quien recomendó a Ridenour que publicaran el artículo de Shannon y el artículo de Weaver
de forma conjunta en un libro. El libro se publicaría ese mismo año bajo el título The
mathematical theory of communication
(Shannon y Weaver, 1949) y de ahí en adelante se
le conocería como la teoría de Shannon y Weaver. Y esta es, quizá, la primera de las
confusiones importantes en nuestro campo de estudios. La Teoría de la comunicación es de
Shannon, lo que Weaver realizó fue una lectura crítica, introductoria y de divulgación de la
misma, pero no participó de su construcción. Sin embargo, lo había logrado: la teoría se
había expandido ya más allá de los ámbitos propios de la ingeniería. De esta manera, unos
años después, este sería el mismo argumento que Schramm utilizaría para fundamentar
conceptualmente los estudios de la comunicación en los años cincuenta; es decir, los
fundamentos de la mal llamada teoría de Shannon y Weaver. Y aquí la segunda confusión.
Lo que utilizó Schramm fue la lectura que hiciera Weaver de la teoría de Shannon, pero no
la teoría de Shannon. Posteriormente, ya para los años sesenta, Schramm daría un segundo
paso y crearía el mito fundacional de los estudios de la comunicación con la propuesta de
los “padres fundadores”.


En su libro titulado The science of human communication publicado en 1963,
Schramm explicaba que la investigación de la comunicación en Estados Unidos en esos
años se refería a todas las formas en que se verifica el intercambio de ideas y en las que
estas se comparten. Esto, por supuesto, abría el campo a una infinidad de fenómenos
diferentes, pues incluía tanto a la comunicación de masas como a la comunicación
interpersonal, la palabra hablada, el signo, el gesto, la imagen, la exhibición, impresión,
radiodifusión, las películas; en síntesis, todo cuanto pudiese transmitir un significado y que
pudiese tener un valor para los otros era considerado un fenómeno comunicativo. Como se
puede ver aquí, lo que proponía Schramm era algo muy similar a lo que ya había
comentado Weaver años atrás en su lectura de la teoría de Shannon. ¿Y dónde quedó la
teoría de Shannon? La teoría de Shannon se quedó en el campo seguro de la ingeniería y las
matemáticas, espacios académicos desde donde se puso en diálogo con muchas otras áreas
del saber como la biología y las nacientes ciencias cognitivas. Incluso, ha tenido un papel
muy importante en el desarrollo de la inteligencia artificial, la ciencia de datos, las
telecomunicaciones, etc. Pero lo cierto es que, en el campo de la comunicación, en
definitiva no se desarrolló.


Adicionalmente, en el libro mencionado de Schramm, el autor también narraba otra
historia fantástica, el llamado “mito de los padres fundadores”; es decir, el relato que
Schramm habría construido sobre los que consideraban eran los cuatro cimientos
conceptuales del campo de la comunicación, asociados a cuatro figuras reconocidas de su
tiempo, figuras entre las cuales, por cierto, no figuraba Shannon. ¡Qué desastre! El primero
de ellos, fue el sociólogo y politólogo Harold D. Lasswell (1902-1978), el segundo fue el
psicólogo Kurt Lewin (1890-1947), el tercero fue el también psicólogo Carl Hovland
(1912-1961) y, finalmente, el cuarto fue el matemático austríaco-americano Paul Lazarsfeld
(1901-1976). Y este es el mito de los padres fundadores. Pero el asunto más serio no es
este, sino que este discurso histórico sirvió para construir teoría, para guiar la investigación
y, en algunos casos, fundamentó los procesos de enseñanza y formación profesional; así es,
sobre la base de una teoría que nunca se desarrolló en nuestro campo científico. Ya para
finales de los años cincuenta del siglo pasado, Bernard Belerson (1959) había llamado la
atención sobre el hecho de que los padres fundadores propuestos por Schramm, no solo
habían trabajado tangencialmente con la comunicación, sino que la gran mayoría de ellos
ya había abandonado ese naciente campo; un campo que para Berelson moría. Pero
Schramm y sus colegas (Schramm et al, 1959) contaban otra historia, pues para ellos la
aparición de conferencias, programas de enseñanza, revistas y tesis de grado vinculadas con
la comunicación era la evidencia del nacimiento de un campo científico. Por otro lado,
mientras Berelson preguntaba por los fundamentos conceptuales de la comunicación,
Schramm celebraba la institucionalización del campo. Claramente, lo que ganó fue la
institucionalización sobre la fundamentación conceptual, y lo que tenemos entonces es la
historia de un falso debate pues, mientras Berelson criticaba la fundamentación conceptual,
Schramm celebraba el proceso de institucionalización del campo, el cual, por cierto, se dio
al margen de la discusión teórica.


Por otro lado, ante la enorme popularización que tuvo la Teoría matemática de la
comunicación en su tiempo, el propio Shannon llamó la atención a finales de los años
cincuenta sobre los peligros de las extrapolaciones que se estaba haciendo de la teoría hacia
otros campos científicos, pues muchos de ellos utilizaban a la teoría como mera metáfora.
Así, en un texto que publicara en 1956, llamaba la atención sobre estos excesos que se
estaban dando. Para Shannon (1956), la Teoría de la información se había convertido en una
especie de moda científica, lo que se debía en cierto sentido a las conexiones que tenía con
otros campos que también estaban de moda como la cibernética, las máquinas
informacionales, la automatización, por un lado, y a la novedad misma del tema por el otro.
En estos años, la teoría ya estaba siendo aplicada en campos como la psicología, la
biología, la lingüística, entre otros. Sin embargo, el propio autor nos advertía de estos
excesos. En sus palabras:


Aunque esta ola de popularidad es ciertamente agradable y emocionante para quienes
trabajamos en el campo, conlleva al mismo tiempo un elemento de peligro. Si bien creemos
que la teoría de la información es de hecho una herramienta valiosa para proporcionar
conocimientos fundamentales sobre la naturaleza de los problemas de comunicación y
seguirá creciendo en importancia, ciertamente no es una panacea para el ingeniero de
comunicaciones o, a fortiori, para cualquier otra persona… ¿Qué se puede hacer para
inyectar una nota de moderación en esta situación? En primer lugar, los trabajadores de
otros campos deben darse cuenta de que los resultados básicos del tema están dirigidos en
una dirección muy específica, una dirección que no es necesariamente relevante para
campos como la psicología, la economía y otras ciencias sociales. De hecho, el núcleo duro
de la teoría de la información es, esencialmente, una rama de las matemáticas, un sistema
estrictamente deductivo. Un conocimiento profundo de la base matemática y su aplicación
en la comunicación es sin duda un requisito previo para otras aplicaciones (Shannon, 1956: 3).


Claramente, ignoramos las palabras de Shannon, y sobre el uso metafórico de su
teoría fundamos un campo de conocimiento, de enseñanza y de investigación de la
comunicación (Vidales, 2019, 2015, 2013). Sin embargo, la historia es todavía más extraña,
puesto que lo que sucedió después fue la negación rotunda de esta enorme tradición
intelectual. Incluso, hoy en día seguimos peleando contra ese pasado, criticando una y otra
vez a la teoría de Shannon por reduccionista, por no incluir un proceso de
retroalimentación, por ser lineal o por no tomar en cuenta el significado de los mensajes
(Winkin, 1982; Craig, 1999). Lo irónico es que, en realidad, la teoría no se desarrolló en
nuestro campo de estudios. ¿Contra qué nos hemos estado peleando entonces? Parece que
desde hace tiempo peleamos con fantasmas. Pero decir que la Teoría matemática de la
comunicación no se desarrolló en nuestro campo no equivale a decir que no se desarrolló en
lo absoluto. Esta teoría ha sido fundamental para para el desarrollo de la cibernética de
primer y segundo orden, de la ciencia de sistemas, de la inteligencia artificial, de las
ciencias cognitivas, de los autómatas celulares, de los algoritmos genéticos, de la teoría
computacional de la complejidad, de la robótica, de la minería de datos, solo por nombrar
algunas. Lo paradójico es que hoy, con el tema de las llamadas nuevas tecnologías, el
internet, las redes sociales, los algoritmos computacionales o la inteligencia artificial,
parece que en el campo de la comunicación estamos descubriendo el hilo negro. Nos
sorprende mucho del mundo conceptual de estas propuestas, cuando muchas de ellas
nacieron casi un siglo atrás, pero nosotros decidimos ignorarlas en favor de perspectivas
más interpretativas y menos lineales.


Ahora bien, si regresamos al tema de nuestro campo de estudios, podríamos decir
que quizá Schramm no estaba equivocado. Quizá no seguimos la Teoría matemática de la
comunicación, pero sí seguimos algunos otros fundamentos conceptuales. Ya desde inicios
del siglo XX en Estados Unidos se habían venido desarrollando estudios muy importantes
sobre los medios masivos de comunicación y sus efectos, medios que en su tiempo se
referían explícitamente a la prensa y la radio como fueron los trabajos previos del
politólogo, filósofo y economista Harold Dwight Lasswell sobre el uso de la propaganda en
los medios con fines de persuasión. Por otro lado, el matemático y sociólogo austriaco-
norteamericano Paul Lazarsfeld dirigió a su llegada a Estados Unidos en los años treinta del
siglo pasado la Office of Radio Research de la Universidad de Princeton, donde conduciría
una investigación sobre los efectos de la radio. Sin embargo, su trabajo más importante lo
desarrollaría en los años cuarenta a partir de su incorporación a la Universidad de Columbia
en Nueva York donde fundaría y dirigiría el Bureau of Applied Social Research, espacio
desde donde desarrollaría una amplia investigación sobre las funciones de los medios, los
procesos de toma de decisión y donde propondría su teoría del flujo de los mensajes
en dos pasos. Tanto como Laswell como Lazarsfeld estuvieron centrados en el estudio de
los medios, no así Kurt Lewin y Carl Hovland. Los trabajos del filósofo y psicólogo
polaco-norteamericano Kurt Lewin permitirían reconocer lo que posteriormente se llamaría
la comunicación interpersonal, específicamente con su teoría del campo, la cual explica que
las variaciones que presenta el comportamiento humano de forma individual son producto de
su relación con la norma y dependen en gran medida de la tensión que se genera entre las
percepciones que una persona tiene de sí misma y del ambiente en el que se ubica. Por su
parte, los trabajos de Hovland estuvieron centrados en el aprendizaje humano, la
persuasión, la motivación, entre otros. Entre sus enormes aportes, quizá el más cercano a
nuestro campo de estudios fue el relacionado a las fases de una comunicación eficaz que se
encuentra enfocada o dirigida al cambio de actitudes (exposición, atención, comprensión,
aceptación y retención), misma que se aplicaría al estudio de los mensajes de los medios.


Por la cercanía que en algunos momentos las investigaciones de estos autores
tuvieron con los medios de comunicación es que Schramm los consideró en su momento
los padres fundadores del campo, pues en cierto sentido eran representantes de grandes
escuelas de pensamiento y de varios campos científicos. Pero, en efecto, ninguno de ellos
tuvo como centro la reflexión sobre la comunicación, y claro, ninguno se quedó en el
campo de la comunicación, lo que tiene sentido, porque el campo de la comunicación no
existía en esos años. Es tras la fundación que Schramm impulsa del Institute of
Communications Research
en la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign en 1947 que
podemos decir que el proceso de institucionalización de nuestro campo de estudios
comienza. Este es el primer antecedente y la historia se repetiría en otras universidades por
todo Estados Unidos y América Latina, aunque en este último contexto podríamos incluso
encontrar experiencias previas de institucionalización de nuestro campo de estudios. Hoy a
estos autores y algunos más asociados a la teoría matemática, a este contexto y a estas
líneas de investigación se les conoce como la Mass Communication Research. Pero, ¿por
qué ese nombre si no todos hablaban de medios, no todos hablan de la comunicación y
ninguno de ellos, salvo Schramm, se consideraba a sí mismo un estudioso de los medios o
la comunicación? Cosas de la historia.


Segundo apunte: la cibernética y el camino ignorado


La Teoría matemática de la comunicación se desarrollaría en el mismo contexto que una
segunda propuesta teórica de su tiempo, la cibernética, una ciencia fundamentada en el
control y la comunicación en el animal y la máquina. Fue durante la Segunda Guerra
Mundial que Norbert Wiener comenzaría a colaborar con el ejército en la Oficina de
Investigación Científica y Desarrollo, específicamente en la División que estaba centrada
en la detección, los controles, los instrumentos y el área de control, la cual, como ya había
mencionado, estaba bajo la supervisión de Warren Weaver. El trabajo de Wiener estuvo
asociado al mejoramiento de las máquinas antiaéreas, lo que lo llevaría al desarrollo de un
mecanismo ambicioso de cálculo que el mismo llamaría el “predictor antiaéreo (AA)” que
intentaba caracterizar el movimiento de los aviones y el vuelo evasivo de los pilotos para
anticipar su posición futura y poder desplegar así la artillería para derribarlo o neutralizarlo.
En el intento por desarrollar esta máquina, Wiener contrataría al ingeniero y matemático
Julian Bigelow (1913-2003) y entraría también un contacto sumamente cercano con el
mexicano y neurofisiólogo Arturo Rosenblueth (1900-1970). Juntos desarrollarían las ideas
centrales de la cibernética que posteriormente Wiener sintetizaría en su libro titulado
Cybernetics, or control and ommunication in the animal and the machine, publicado
originalmente en 1948 (Wiener, 1961). Para Wiener, su predictor enfrentaba dos grandes
problemas, por un lado, las irregularidades que introducía el soldado en tierra al manipular
la artillería antiaérea en su intento por derribar a los aviones y, por otro lado, las
irregularidades que introducía el piloto en su movimiento aleatorio producido por sus
intentos de esquivar el fuego enemigo. Ambas irregularidades tendrían que ser filtradas y,
como en muchos otros aspectos del proyecto, las matemáticas, así como los métodos de
cálculo que Wiener quería usar para resolverlos en el predictor, eran aquellas llevadas a
cabo en investigaciones previas de los “servomecanismos” o dispositivos de
retroalimentación [feedback] y las utilizadas en sus estudios de las series de tiempo.


Los servomecanismos son máquinas que tienen la posibilidad de regular su propia
actividad, dado que poseen la capacidad de captar información del medio circundante para
modificar su estado y lograr así una meta determinada, lo que se encuentra asociado a la
retroalimentación negativa [negative feedback], un tipo de entrada o input correctivo de la
máquina que le permite corregir posibles desviaciones de las tareas designadas del sistema.
Así, el concepto de Feedback o retroalimentación sería una herencia fundamental de la
cibernética, el cual se refiere a un mecanismo utilizado por determinados sistemas que
utilizan partes de sus salidas para compararlas con el conjunto estándar de su programa o,
de manera general, para determinar qué tan cerca o lejano se encuentra de su meta deseada
reinsertando la salida como una nueva entrada, modificando así el comportamiento de todo
el sistema. No, no se refiere a eso que hemos entendido en comunicación como la respuesta
a un mensaje. No se trata de que yo digo algo y alguien me contesta, se trata de un
mecanismo de regulación de los sistemas. Aquí otra de nuestras confusiones conceptuales.
El problema era entonces un problema tanto físico (el avión y la artillería en tierra) como
un problema psicológico (el piloto y los soldados en tierra y sus decisiones). Lo que hizo
entonces Wiener, fue considerar tanto al piloto como al soldado en tierra como
servomecanismos y a ambos dentro de un mismo sistema: “la conceptualización del piloto y
el disparador como servomecanismos dentro de un solo sistema era esencial e irreducible…
La teoría de los servomecanismos se convertiría en la medida del hombre” (Galison, 1994: 239-240).


Para Peter Galison (1994), esto le permitió pensar a Wiener que el tema que
abarcaba tanto la ingeniería como la neurología era esencialmente uno y que era tiempo que
esas vocaciones separadas se integraran en un programa permanente de investigación, un
programa que permitiera el tránsito desde la consideración de las máquinas de computación
a las máquinas de control, a lo que Wiener llegaría incluso a nombrar como la era de los
servomecanismos o, en corto, la era de la cibernética. Más aún, para Ronald R. Kline, la premisa central de la cibernética era en realidad una analogía poderosa al decir
“que el principio de las máquinas de retroalimentación de información que explican cómo
el termostato controlaba un horno doméstico, por ejemplo, podría explicar también como
todas las cosas vivientes se comportan mientras interactúan con su ambiente desde el nivel
de las células hasta el de la sociedad” (2015: 1-2). Pero la cibernética sería mucho más que una
mera metáfora. Sentaría las bases para lo que posteriormente sería el desarrollo de las
ciencias de la información, de la computación, de la Inteligencia Artificial, de las ciencias
cognitivas y de muchas otras áreas de la ingeniería, las matemáticas, la neurofisiología e,
incluso, de la biología como sería el caso del importante trabajo realizado por el biólogo
Humberto Maturana. Es por eso que en sus inicios la cibernética se encuentra asociada a
nombres como Norbert Wiener, Julian Bigelow, Arturo Rosenblueth, John von Neumann,
Warren McCulloch, Walter Cannon, Walter Pitts, W. Ross Ashby, entre muchos otros.


Un desarrollo posterior sería la llamada cibernética de la cibernética, o la cibernética
de segundo orden, de la mano de autores como Heinz von Foerter, quien propondría un
cambio de visión muy importante. El cambio consistió en entender ahora a las máquinas
(sistemas) que ya se encuentran hechas y que no han sido diseñadas o construidas por
nosotros, pero de las que quizá sí formamos parte como integrantes o participantes, como es
el caso de los sistemas sociales, los cuales no organizamos pese a que participamos de su
organización y, en particular, como es el caso de todos los sistemas vivos. Cada ser humano
es, antes que nada, un sistema vivo, un sistema cibernético. Aquí el cambio fundamental
fue pasar del estudio de los sistemas observados al estudio de los sistemas que observan.
Para Heinz von Foerster (2006), la cibernética de los sistemas observados se puede
considerar como una cibernética de primer orden, mientras que a la cibernética de los
sistemas observadores se les puede considerar como una cibernética de segundo orden. En
el primer caso, el observar entra en el sistema estipulando el propósito del propio sistema,
lo que se puede considerar como una estipulación de primer orden, mientras que, en una
estipulación de segundo orden, lo que sucede es que el observador entra en el
sistema estipulando su propio propósito. Nace así la cibernética de la cibernética o la
llamada cibernética de segundo orden. Esto fue lo que abrió a la cibernética al mundo de las
ciencias sociales, de la epistemología y de la teoría social, al tiempo que también la
planteaba como una de las fuentes centrales del pensamiento comunicacional (Craig, 1999).


Lo cierto es que la cibernética forma parte hoy de un diálogo conceptual mucho
mayor que se desarrolla bajo la etiqueta de “ciencia de sistemas”. La cibernética nace en la
década de los años cuarenta, pero posteriormente se desarrolla la cibernética de segundo
orden, lo que supone su ingreso a la reflexión en las ciencias sociales de la mano de la
sociocibernética, la teoría de los sistemas sociales y la filosofía de la complejidad, la
complejidad visual, política y económica. Con el surgimiento de la ciencia de datos
también nacerían las ciencias sociales de datos. Sin embargo, también en los años cuarenta
la cibernética entraría en contacto con una segunda línea de pensamiento que se encuentra
integrada por la inteligencia artificial, las ciencias cognitivas, la semiótica, los autómatas
celulares, las teorías de la complejidad computacional y, posteriormente, con la vida
artificial, los algoritmos genéticos, la robótica, la minería de datos, las ciencias
computacionales y sociales, así como con la complejidad cualitativa. Adicionalmente,
también en los años cuarenta nació una tercera genealogía de pensamiento con la cual la
cibernética también entró en contacto, específicamente la referida a la teoría de los sistemas
complejos que a la postre le daría nacimiento a la teoría de la autopoiesis, a la teoría de los
sistemas complejos adaptativos, a las teorías de la emergencia, de le evolución y de los
sistemas evolutivos, a la resiliencia, a la ciencia de redes, así como a la complejidad geo-
espacial entre muchas otras. Una cuarta línea que también podemos rastrear desde los años
cuarenta, pero más vinculada al pensamiento matemático, es la vinculada con la matemática
de la complejidad, con la teoría de sistemas dinámicos, con la teoría de grafos, con la teoría
de juegos, con la geometría fractal, con lógica difusa, con los sistemas no lineales o con las
teorías del control. Y todas estas herramientas conceptuales, se desarrollan hoy en las
ciencias de la vida, las ciencias sociales, las ingenierías, las ciencias computacionales, la
mercadotecnia, la industria, la aviación, las telecomunicaciones, el gobierno y un largo
etcétera. La ciencia de sistemas, de la cual la cibernética es una parte, es un lenguaje que
usa la ciencia contemporánea. Y de algo de eso nos estamos perdiendo al no hablarlo. Por
eso casi todo nos parece novedad, cuando en realidad estas discusiones, estos marcos
conceptuales y estos universos de sentido tienen más de ocho décadas en existencia.
Incluso, son los que han producido a las sociedades contemporáneas, son las que han
producido los hoy somos.


Tercer apunte: orden, explosión y dispersión de la teoría


Ya para los años setenta, el campo de la comunicación había nacido formalmente, se había
institucionalizado y comenzaba a crecer en número. Aparecían asociaciones de
comunicación por todo el mundo, revistas especializadas, programas de grado y posgrado,
así como espacios académicos completamente volcados al estudio de la comunicación:
foros, coloquios, congresos, cursos, etc. La comunicación se ponía al centro como uno de
los espacios académicos más prometedores para el futuro. El asunto es que ahora estamos
viviendo ese futuro. ¿Y qué ha pasado desde entonces? Quizá uno de los diagnósticos más
importantes que tenemos sobre el tema de la teoría de la comunicación es el que realizara
Robert T. Craig a final de los años noventa, pues desde su punto de vista:


Más que abordar un campo de teoría, parece que operamos principalmente en dominios
separados. Los libros y artículos sobre teoría de la comunicación rara vez mencionan otros
trabajos sobre teoría de la comunicación, excepto dentro de especialidades
(inter)disciplinarias y escuelas de pensamiento reducidas. Excepto dentro de estos pequeños
grupos, los teóricos de la comunicación aparentemente no están de acuerdo ni en
desacuerdo sobre casi nada. No existe un canon de teoría general al que todos se remitan.
No hay objetivos comunes que los unan, ni temas polémicos que los dividan. En su mayor
parte, simplemente se ignoran unos a otros (Craig, 1999: 119-120).


Pero, ¿qué ha sucedido desde entonces? ¿Algo ha cambiado? En realidad, han
sucedido dos cosas, el campo se ha especializado produciendo sub-campos de conocimiento
por un lado y, por otro, se ha institucionalizado un discurso sobre las teorías de la
comunicación que se enseña pero que no se usa en la investigación aplicada. En el trabajo
ya citado de Craig (1999), el propio autor proponía que, más que producir una gran teoría
de la comunicación o continuar con la producción teórica en el campo, debíamos hacer una
pausa y ponernos a revisar y ordenar lo producido. Desde su punto de vista esa era la clave,
reconocer límites, diferencias y complementariedades entre las teorías de la comunicación.
Es desde esta visión que propondría las que consideró eran las siete tradiciones
intelectuales que fundamentaban nuestro campo: a) la tradición retórica, b) la tradición
semiótica, c) la tradición fenomenológica, d) la tradición cibernética, e) la tradición socio-
psicológica, f) la tradición sociocultural y, g) la tradición crítica. Este discurso se
institucionalizó rápidamente en el campo de la comunicación y fue una de las bases sobre
las que se cimentó conceptualmente. Incluso, este trabajo, más
que ser usado para ser analizado, discutido o criticado, ha sido una fuente recurrente para
legitimar la existencia del campo de la comunicación. De ahí que el propio autor
reconociera, dieciséis años después, que su texto ha sido el más citado en la historia de los
estudios de la comunicación; pero el menos leído (Craig, 2016). Sin embargo, es importante
mencionar que aquí he sido muy reduccionista porque únicamente he planteado la historia
de una de las siete fuentes planteadas por Craig, la cual corresponde a la cibernética, así que
el lector puede imaginar todo lo que falta por explorar en las otras seis líneas. ¿Qué
enseñamos entonces cuando enseñamos teorías de la comunicación?


Aunado a esto, en un trabajo que publicaran en 2004 Bryan Jennings y Dorina
Miron, los autores daban cuenta de un asunto todavía más delicado. En su estudio
analizaron tres de las revistas internacionales más importantes de nuestro campo de
estudios, el Journal of Communication, el Journal of Broadcasting & Electronic Media y el
Journalism & Mass Communication Quarterly. El estudio analizó todo lo publicado en las
tres revistas desde 1954, año en el que las tres aparecieron, hasta el año 2000. Se analizaron
1806 artículos, de los cuales se aislaron para un análisis más detallado 575 de ellos por
estar relacionados con la comunicación de masas, el tema favorito de nuestro campo de
estudios. En estos 576 artículos encontraron que los autores hacían referencia a 604 teorías
diferentes. ¡604 teorías! Claro, el asunto es que le decimos teoría a cualquier cosa. De esas
teorías, 48% de ellas fue utilizada como mera referencia, es decir, como juicio de
autoridad, pero no como marco teórico. Así es, la mitad de ellas no fue usada para nada,
aunque claro, fue citada. Por si esto no fuera suficiente, los autores identificaron las diez
teorías más citadas: 1. Agenda Setting (1972) (Maxwel McCombs y Donald Shaw), 2. Usos
y gratificaciones (1959) (Elihu Katz, Jay G. Blumler y Michael Gurevitch), 3. Teoría del
cultivo (1969) (George Gerbner y Larry Gross), 4. Teoría del aprendizaje social (1973)
(Cornell Montgomery, Julian B. Rotter y Albert Bandura), 5. Marxismo (1844), 6. Teoría
de los medios de McLuhan (1954), 7. Teoría de las Difusiones (1962) (Everett Rogers), 8.
Teorías de la dependencia mediática (1976) (Sandra Ball-Rokeach y Melvin DeFleur), 9.
Cibernética y teoría de sistemas (1948) y, 10. Teoría del flujo en dos pasos (Two Step-
Flow) (Paul Lazarsfeld y Elihu Katz) (1940) (Bryan y Miron, 2004). Lo primero que salta a
la vista es que las diez teorías más utilizadas en la investigación de la comunicación tienen
muy poca relación con las siete tradiciones intelectuales en las que se supone que nuestro
campo está organizado. Por otro lado, salvo dos de ellas, todas las demás son de origen
estadounidense, las más recientes son de los años setenta y casi todas han sido escritas por
hombres. ¿Dónde están las mujeres en esta reflexión? ¿Dónde están esas “nuevas” teorías
que se suponen rondan en nuestro campo de estudio y son objeto de reflexión? ¿Dónde
están las teorías sobre las nuevas tecnologías, la inteligencia artificial, la transmedialidad, la
ecología de medios, la hipermediación, los algoritmos, la comunicación mediada, la
cibersemiótica, la interseccionalidad o los nuevos regímenes de visualidad?


Pero el escenario todavía es más complicado de lo que parece. Como ya había
comentado, el campo se ha fragmentado o especializado, según se le quiera ver. Los sub-
campos de conocimiento vinculados con temáticas importantes como la salud, la
tecnología, la educación, el deporte, el periodismo, entre otros, han hecho emerger todo un
horizonte teórico impresionante. A todo lo que aquí he mencionado se suma una reflexión
enciclopédica sin precedentes en nuestro campo que nos dejará pensando qué es lo que
estamos haciendo con la teoría en la actualidad y con la pregunta de qué es lo que
tendremos que hacer en el futuro. En este trabajo enciclopédico la Asociación Internacional
de la Comunicación (ICA – International Communication Association) ha tenido un papel
central, y para muestra, algunos ejemplos. En el año 2008, se publicó la International
Encyclopedia of Communication
, un ejercicio internacional sobre la historia de la
comunicación en cada región del planeta y sobre algunos de los conceptos más importantes
en nuestro campo de estudios. Esta enciclopedia posee 12 volúmenes y
si bien fue coordinada por Wolfang Donsbach, en realidad contó con la participación de
académicos de todo el mundo. Este es un insumo que todos los estudiosos de la
comunicación deberíamos conocer.


Adicionalmente, en 2009 Stephen W. Littlejohn y Karen A. Foss coordinaron y
publicaron la International Encyclopedia of Communication Theory. Esta Enciclopedia
consta de dos volúmenes y tiene 400 entradas, así es, enlista 400 teorías. ¡400 teorías! Pero
la historia no termina ahí, en el año 2016 Klaus Bruhn Jensen y Robert T. Craig
coordinarían en conjunto con la ICA la International Encyclopedia of Communication
Theory and Philosophy
, otro proyecto enciclopédico internacional que consta de cuatro
volúmenes sobre Teoría de la comunicación, al cual se le sumarían la publicación de otros
proyectos internacionales impulsados por la ICA: The International Encyclopedia of
Interpersonal Communication
, coordinada por Charles R. Berger y Michael E. Roloff en
2016, The International Enciclopedia of Intercultural Communicatio, editada por Young
Yun Kim en 2018, y The International Encyclopedia of Health Communication, publicada
en 2022, coordinada por Evelyn Y. Ho, Carma L. Blund y Julia C. M. Van Weert, entre
muchos otros proyectos editoriales más. Como se puede observar, el universo teórico sobre
la comunicación ha explotado en diversidad, calidad y profundidad temática. ¿Qué
enseñamos entonces cuando enseñamos teorías de la comunicación? ¿Cuál es el camino que
tendríamos que seguir en el futuro y por qué?


Reflexión final


Ya sea que se trabaje en el espacio de la enseñanza o en el ámbito académico formal de la
investigación de la comunicación, lo que podemos observar es que en ambos espacios
tenemos un enorme reto por delante en lo que a la reflexión teórica se refiere. Por un lado,
existe una relación que se da por sentada entre las teorías, la enseñanza y la práctica de la
investigación de la comunicación; sin embargo, esta relación está lejos de ser clara. En lo
que respecta a los procesos de formación profesional, se asume que lo que se enseña bajo la
etiqueta de “teorías de la comunicación” en realidad pone al centro la reflexión sobre el
fenómeno comunicativo y que son precisamente estos fundamentos los que sustentan la
práctica de la investigación y, por lo tanto, son el fundamento conceptual de la
comunicación como campo científico. Sin embargo, como he mostrado, esta relación no es
del todo precisa. La teoría de la comunicación que se utiliza en la práctica de la
investigación no es necesariamente la que se enseña en los procesos de formación
profesional y, por otro lado, tampoco es la teoría a la que se hace referencia para sustentar a
la comunicación como campo científico. Por otro lado, mucho de lo que se ha
institucionalizado como el discurso teórico más importante en el campo de la comunicación
ha reconocido muy bien su historia en el tiempo, pero ha estudiado en mucho menor
medida las genealogías hacia adelante, por lo que no ha podido incorporar algunos de los
desarrollos contemporáneos de esas líneas conceptuales ya reconocidas. Estudiamos el
presente con ojos del pasado y, en el presente, aparece como novedad lo que ya tiene un
largo pasado (conceptual). Este mismo efecto ha imposibilitado que se recupere mucho de
lo que se ha producido conceptualmente en Teoría de la comunicación en diversos campos
científicos, alejando así las posibilidades del diálogo inter y transdisciplinar. Por lo tanto,
quizá lo primero que tengamos que reconocer es que tenemos un problema con la
enseñanza, el estudio y la construcción de teoría. Así, por lo menos ya tendríamos un
primer acuerdo sobre el cual trabajar. El reconocimiento será un primer paso, después
podrá venir el diálogo para saber qué hacemos para hacerle frente a ese gran problema.



Fuentes




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