México en la prensa de EU

  • La imagen de México en los medios de comunicación.
  • Imágenes plagadas de prejuicios: El caso México – Estados Unidos
"Ante La territorialidad de la dominación"  jpazkual @Flickr

«Ante La territorialidad de la dominación» jpazkual @Flickr

Por Jorge Capetillo

Publicado originalmente en RMC 74

Gran parte de las novelas, periódicos, películas, programas de televisión y libros de texto estadunidenses, desde el siglo XIX, han mostrado a un país desarrolladonormal y estructurado (Estados Unidos) localizado en el polo opuesto de otro país vecino, subdesarrollado, exótico y pobre (México), hogar del bandido, del greaser, del pobre indio, del narcotraficante y del policía corrupto.

Es innegable que una cultura fuertemente influida por los medios de comunicación masiva ha emergido en el tiempo actual. Imágenes, sonidos y espectáculos se han constituido en patrones de la vida cotidiana.

En el campo de las relaciones internacionales, tal fenómeno ha cobrado una importancia crucial, ya que la calidad de las relaciones políticas entre los Estados contemporáneos está íntimamente ligada al tipo de imágenes que cada uno construye del otro y proyecta al público en general.

En el caso de México y Estados Unidos, la disparidad o asimetría en el poder de ambas naciones ha caracterizado las relaciones en todo nivel. Dicha asimetría ha sido explorada en círculos académicos, políticos y en la misma prensa por medio de conceptos tales como dependencia, dominación y hegemonía o, hablando paradójicamente, de vecinos distantes. Algunos intelectuales como Chomsky y Adolfo Aguilar Zinzer han ido más allá de estos conceptos al hablar de prejuicios socioculturales que provienen del etnocentrismo estadunidense.

Aquí se puntualizan dos temas: 1) el contexto histórico en el cual los medios  de comunicación masiva estadunidenses crearon ciertas imágenes de México, y 2) las imágenes de México y de mexicanos proyectadas por la prensa norteamericana en las últimas décadas. Al final se hace un breve comentario sobre una investigación reciente que he realizado sobre la prensa estadunidense en relación con México.

 

Arquetipos

Históricamente, las imágenes de México proyectadas por los medios de comunicación masiva de su vecino del norte, se han centrado en la diferencia entre ambos países en vez de en la similitud. Es decir: gran parte de las novelas, periódicos, películas, programas de televisión y libros de texto estadunidenses, desde el siglo XIX, han mostrado a un país desarrollado, normal y estructurado (Estados Unidos), localizado en el polo opuesto de otro país vecino, subdesarrollado, exótico y pobre (México), hogar del bandido, del greaser, del pobre indio, del narcotraficante y del policía corrupto.

El origen de estos arquetipos, tan queridos por Hollywood, se encuentra en las imágenes negativas de México en los periódicos estadunidenses, desde la guerra entre ambos países a mediados del siglo XIX. México comienza a ser conocido por el público norteamericano como un enemigo cruel e inepto. Posteriormente, la novela western o dime novel, que se convirtió en una de las lecturas de entretenimiento más populares a finales de ese siglo, proyectó al público norteamericano imágenes de buenos y guapos vaqueros angloamericanos pegándole a malos y feos indios y mexicanos.

Tal tendencia empeoró con la llegada de las películas a finales del siglo XIX y principios del XX, particularmente porque durante la mayor parte del siglo XX las imágenes de México más enraizadas en la conciencia estadunidense provinieron del cine, más que de la literatura o la prensa.

Desde 1910, la Revolución Mexicana capturó la imaginación de los productores de cine norteamericanos. De esa manera ya no eran sólo greasers y bandidos los mexicanos en la pantalla, sino revolucionarios tomando tequila, tambaléandose en medio de un país caótico y amenazante. Para 1919, los estereotipos negativos eran ya tan comunes que el gobierno mexicano hizo una protesta formal a las compañías cinematográficas de Estados Unidos, acusándolas de centrarse en los peores aspectos de México y amenazándolas con prohibir su entrada en el futuro al país.

Con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, la importancia estratégica de México hizo que el gobierno norteamericano pidiera a Hollywood participar en su política del buen vecino. De esa manera, a los esterotipos exóticos se les mezcló con música y romance. Aun Walt Disney produjo dos películas sobre los vecinos del sur de Estados Unidos: Saludos Amigos (1943) y Los Tres Caballeros (1945). Estas películas, llenas de esterotipos latinos amigables, fueron el precedente de muchos otros personajes latinos y especialmente mexicanos en las caricaturas, como el famoso e infame, según el gusto, Speedy González.

Después de la Segunda Guerra Mundial y con el surgimiento del bloque soviético como el enemigo más importante de Estados Unidos, el interés en América Latina y en México fue menor. La mayoría de las películas de aquella época proyectaban un México relativamente pasivo, como simple fondo para conflictos entre angloamericanos. Aun así, el personaje diente de oro, de la película El Tesoro de la Sierra Madre, llevó nuevamente al bandido mexicano a las pantallas estadunidenses, pero ahora se ve más malo y feo. También se ve un interés mayor en la frontera, como en la película A Touch of Evil, en 1958. Esta película proyecta un pueblo mexicano fronterizo lleno de vicio y corrupción. Pero, contrario a películas posteriores, el héroe es un agente mexicano que inexplicablemente (o quizá por el genio de Orson Wells) está casado con una norteamericana rubia.

En la mayoría de las películas sobre la frontera en décadas posteriores, el interés desembocaría en imágenes de mexicanos corruptos convertidos en amenaza para Estados Unidos, ya sea como trabajadores indocumentados, miembros de pandillas urbanas latinas o capos del narcotráfico. En el caso de los trabajadores indocumentados mexicanos, existe una enorme necesidad de hacer estudios sobre la trayectoria de su imagen en los medios estadunidenses.

Durante los años cincuenta y sesenta, la televisión comenzó a reemplazar la centralidad del cine en Estados Unidos, y sus programadores naturalmente adoptaron las imágenes de un México turbulento, ya establecidas en la pantalla cinematográfica. Sin embargo es necesario subrayar que mientras miles de películas y programas de televisión han incluido de una manera u otra a mexicanos o a México, éstos han sido raramente los sujetos centrales. Más bien, en la mayoría de los casos, México simplemente ha servido como un fondo exótico para proyectar los diferentes mitos que promueven la idea de una superioridad racial, estética y moral angloamericana.

 

Migración y droga.

Claro está, la televisión ha ofrecido no sólo entretenimiento sino también análisis serios de sucesos nacionales e internacionales, primero por medio de las tres compañías televisivas más importantes y, recientemente, a través del cable. Es más: esa tendencia ha cobrado tal importancia que noticieros, revistas y documentales se han convertido en la fuente principal de noticias internacionales para la mayoría del público estadunidense. El problema aquí es que la cobertura televisiva se nutre de acción e imágenes dramáticas como guerras, desastres naturales y demostraciones violentas.

Así, con la excepción de este tipo de eventos –en el caso de México, el temblor de 1985, la rebelión en Chiapas y el asesinato de Colosio, por mencionar algunos momentos obvios–, estos programas ofrecen una cobertura menos consistente de México que la prensa, con largos periodos de negligencia y algunas islas de interés. Aun la prensa es guiada por eventos. Si bien el papel principal de los periódicos no es ofrecer análisis a largo plazo, la mayoría de los artículos no proveen a sus lectores con el suficiente contexto para formarse un punto de vista coherente de un acontecimiento.

Hasta hace poco tiempo  había espacio mínimo para noticias sobre México tanto en televisión como en la prensa estadunidense, pues la Guerra Fría, Europa Occidental y regiones explosivas como el caso de Medio Oriente, mantienen el mayor interés público. Es cierto que la atención subió con las demostraciones estudiantiles de 1968 y se incrementó desde los años setenta por la cobertura continua del fenómeno que ha hecho de México un tema permanente en la media norteamericana: la migración ilegal de trabajadores mexicanos. Por lo menos, este proceso fue el primero en ofrecer a los estadunidenses un flujo constante de información sobre un aspecto de la vida mexicana. Y este flujo de información ha tomado fuerza al mezclarse el problema migratorio con el del narcotráfico y la presencia de dinero de la droga en la vida social y política de México.

Los temas de migración y drogas han hecho a México famoso a los ojos del público en general de su vecino del norte, y también han contribuido enormemente a construir su imagen negativa. Peor aún: México se ha convertido en un issue country, es decir, en un país definido por estos dos temas únicamente. Hasta tiempos recientes (década de los noventa), los otros aspectos y dimensiones culturales, políticas y sociales de México han sido ignorados en la cobertura de la prensa norteamericana. Esa cobertura parcial era muy diferente, hasta la época de Salinas, en comparación con la más amplia y profunda de países de importancia vital para los intereses de la política exterior norteamericana: las naciones amigas y aliadas de Europa Occidental y aun enemigos como la vieja Unión Soviética.

Sin embargo, en el México de los años sesenta y setenta lo que era publicado en Estados Unidos sobre México tenía una importancia menor y no jugaba un papel decisivo en la configuración del debate político nacional. Aquí es necesario mencionar dos factores cruciales: a) los gobiernos mexicanos de esas décadas se sienten confiados de su posición en Estados Unidos, dado el apoyo tradicional al liderazgo mexicano y al PRI por las élites norteamericanas; b) los gobiernos de esa época ejercían tanta influencia sobre los periódicos y la televisión mexicanos que existía poco espacio para la oposición o influencia externa.

En estas dos décadas, el mayor obstáculo para los corresponsales extranjeros en México era la falta de fuentes accesibles de información. Hasta épocas recientes, el flujo libre de información no se consideraba un activo público. Así, en los años sesenta y setenta los gobiernos mexicanos no tenían gran interés en mantener buenas relaciones con la prensa extranjera; por el contrario, cierta hostilidad y sospecha oficial recaía en aquellos que hacían declaraciones a corresponsales extranjeros. Por otro lado, periódicos como The Wall Street Journal sólo tuvieron corresponsales en México a partir de 1981. Una excepción a esta regla de indiferencia fue Alan Riding, del The New York Times, quien vivió en México por muchos años y proyectó una imagen amplia de la cultura y la sociedad mexicana.

Sin embargo, en el periodo posterior, de final de los setenta y principios de los ochenta, tres historias sobre todo servirían para transformar la percepción norteamericana de México: el descubrimiento de grandes depósitos de petróleo; la política de México hacia América Central, y la decisión del presidente José López Portillo de no permitir el regreso del Sha de Irán a México. De repente, aparecieron en las pantallas norteamericanas y en muchos periódicos y revistas un número cada vez mayor de reportajes sobre los problemas sociales de México como el desempleo, la pobreza, la corrupción, el autoritarismo, etcétera. Estos factores reflejan un patrón adoptado por los medios norteamericanos en cuanto a ver a México pasar por el síndrome de Irán, es decir, como un país en el cual se acercaban graves conflictos. Esta nueva imagen de México, de un país que se hundía social y políticamente y se volvía ingobernable, fue reforzada por el punto de vista de políticos norteamericanos de derecha en donde destacaba, como siempre, el grupo de Jesse Helms.

Durante ese periodo, gran parte de los intelectuales, políticos y periodistas mexicanos consideraban que las agencias de seguridad norteamericanas y los grupos políticos aliados a la administración de Reagan creían que una dramatización de los problemas de México contribuiría a provocar cambios a corto plazo. Las imágenes negativas de México ayudaron a reforzar la creencia de que cuando el gobierno norteamericano inserta un tema particular en el área de seguridad nacional, la prensa norteamericana adapta su perspectiva y su cobertura. Esto lleva al inagotable debate sobre la relación entre la política exterior y la prensa.

 

Cambios rápidos

La administración de Miguel de la Madrid, que heredó una situación de caos económico y social, no supo enfrentar el espectro de opinión pública internacional, que era muy desfavorable en aquel entonces. Tal época estuvo caracterizada por una posición de cautela y manipulación. El gobierno mexicano intentó construir una relación de entendimiento con la prensa norteamericana al emplear tácticas tan arcaicas como la aplicación de presión, la restricción de áreas de cobertura, proveer información falsa, etcétera. Lo que esta nerviosa y fallida estrategia de control revelaba era un reconocimiento, por parte del gobierno mexicano, de que los medios norteamericanos ocupaban ya un espacio central en el debate interno, así como en el juego de percepciones y fuerzas.

Sin embargo, la imagen de México desde ese entonces hasta el presente comenzó a cambiar de manera más rápida. Durante la administración de De la Madrid, el asesinato del agente de la DEA, Enrique Camarena, y los procesos electorales en los estados de Chihuahua, Nuevo León y Coahuila recibieron amplia cobertura. Las actividades políticas del PAN y la presencia del embajador John Gavin no sólo alteraron las percepciones norteamericanas de un México de izquierda, sino que consolidaron la presencia de intelectuales mexicanos de la talla de Octavio Paz, Carlos Fuentes, Jorge Castañeda, Enrique Krauze y Carlos Monsiváis como fuentes de opinión de la prensa estadunidense. Estos intelectuales mexicanos empezaron a transmitir su opinión, muchas veces crítica, de la acción y la política del gobierno mexicano, a ganar credibilidad y a ocupar, paradójicamente, mayor espacio que las mismas autoridades mexicanas.

Ya que en México, las declaraciones de los altos oficiales gubernamentales tradicionalmente ocupaban los espacios más amplios en los periódicos y noticiarios televisivos, fue inevitable que dichas autoridades sintieran que estaban siendo deliberadamente marginados por los medios norteamericanos.

Aun con la importancia de las tendencias anteriores, se puede asegurar que las elecciones presidenciales de 1988 provocaron un giro de 180 grados en la cobertura norteamericana de México. Lo que tomó a los corresponsales estadunidenses por sorpresa fue el grado de crítica y denuncia, por parte de periodistas mexicanos y corresponsales extranjeros de otros países, del presunto fraude electoral que llevó a Carlos Salinas de Gortari al poder. Muy pocos en Estados Unidos habían considerado la posibilidad de un triunfo del candidato de la izquierda, Cuauhtémoc Cárdenas, quien estaba identificado con un nacionalismo anti-norteamericano asociado a la memoria de la nacionalización petrolera ejecutada por su padre.

Incluso con una abundancia de información no-gubernamental que confirmaba el fraude electoral, incluyendo reportajes por parte de periódicos y revistas independientes de México, la mayoría de los corresponsales y editorialistas de la prensa escrita y televisiva norteamericana tomó una posición de cautela. En este ambiente mediático, la nueva administración de Carlos Salinas intentó reinventar completamente las relaciones del gobierno mexicano con la prensa extranjera y particularmente con la norteamericana.

Salinas estableció relaciones muy cordiales y fluidas con la prensa estadunidense, al proyectar la imagen de un Presidente franco, abierto y decididamente pro-norteamericano, subrayando su excelente relación personal con el presidente Bush, sus estudios de posgrado en Harvard y su fluido manejo del idioma inglés.

Así, a principio de los años noventa, el síndrome de Irán se había convertido en un glasnost al estilo mexicano. El uso del síndrome de Irán y de glasnost tiene que ver con momentos históricos en donde los medios estadunidenses crean imaginarios basados en traumas o fascinaciones ligadas a un momento histórico, como son la toma de rehenes en Irán o el surgimiento de Gorbachov en la Unión Soviética. De ahí se crean patrones analíticos utilizados para otros fenómenos internacionales, muchas veces con muy poca interrelación.

Detrás de tales imágenes de modernidad y desarrollo, tan cuidadosamente manufacturadas por la administración de Salinas, existía un programa de privatización de largo alcance. Este programa fue legitimizado con la firma del TLC, el momento más alto de Salinas en sus esfuerzos por consolidar una alianza con Estados Unidos.

Algunas de las estrategias utilizadas por el grupo alrededor de Salinas para apagar los ecos de crítica que aún existían en los medios de comunicación masiva norteamericanos, fueron poner en entredicho o en sospecha cualquier declaración en su contra, o decir que provenían de posiciones partidistas, sobre todo de la izquierda lidereada por Cárdenas.

Por otro lado, existió un ambicioso plan para atraer la simpatía de algunos intelectuales norteamericanos y convertirlo en embajador para dar a conocer los avances que la modernización y el desarrollo traían a México.

Finalmente, el gobierno mexicano de esa época contrató los carísimos servicios de firmas de cabildeo y relaciones públicas estadunidenses para convencer a los consejos editoriales de los periódicos más prestigiosos, a las compañías de televisión y a los estudios de Hollywood de los logros mexicanos, y proyectar así la mejor imagen posible del país en el exterior. Esta política siguió durante la administración de Ernesto Zedillo.

 

Imagen desigual

Con dichas estrategias de ingeniería política, tanto los medios norteamericanos como los mexicanos se saturaron de imágenes de un México en proceso de modernización, y de un Presidente visionario guiando al país al primer mundo. Claro está que dicha imagen fue afectada negativamente en 1994 con la rebelión en Chiapas y los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y de José Francisco Ruiz Massieu.

De pronto, la imagen se quebró en dos: un México seguro de un futuro caracterizado por la modernización y la tecnología, y otro México amarrado a tradiciones arcaicas y una pobreza sin solución. Finalmente, con la debacle económica en diciembre de ese año, de la nueva imagen de México construida por Salinas y los medios norteamericanos sólo quedaron astillas, y en ese ambiente de confusión regresaron al frente, con nueva fuerza, los temas que se creían rebasados: trabajadores indocumentados, corrupción, drogas, pobreza, etcétera.

Un resultado importante del llamado error de diciembre, y en general de 1994, fue que muchos corresponsales estadunidenses se sintieron quemados, desprestigiados y hasta traicionados por los sucesos. Ésa fue una de las razones por las que existió mucha cautela en relación con México durantes los primeros años de la administración de Zedillo. Pero, gradualmente, hubo un reconocimiento de que aún con la peor crisis en décadas recientes, el gobierno de Zedillo empujó varias reformas democráticas y económicas que devolvieron cierto grado de salud y bienestar al país.

Definitivamente, uno de los momentos más altos y positivos en cuanto a la imagen de México en varias décadas, fue el triunfo presidencial de Vicente Fox en julio de 2000, sobre todo al ser comparado con el desastroso día electoral estadunidense que finalmente se decidió, varias semanas después, por un triunfo que muchos norteamericanos consideraron muy forzado. Durante esos días de confusión por primera vez se leyeron artículos y editoriales en los que Estados Unidos podía aprender de México en materia electoral.

En un estudio realizado sobre los medios de comunicación masiva estadunidenses, en particular la prensa, en relación con México, a grandes rasgos he detectado dos tipos de artículos o discursos que se pueden entender como tipos ideales de acuerdo con Max Weber:

  1. Aquellos que se refieren al proceso de globalización, en donde la lógica de integración económica impera y existe un marcado énfasis en las coincidencias y similitudes entre México y Estados Unidos. Por ejemplo, cuando México se unió al GATT en 1986, y sobre todo el TLC, en los años noventa. Son discursos de convergencia.
  2. El otro tipo de artículos se centra en algún evento importante en México; y en este caso se subrayan las diferencias culturales, políticas y socio económicas entre ambos países. Algunos ejemplos de este discurso de divergencia son el asesinato de Camarena, en 1985; las elecciones presidenciales de 1988; la rebelión zapatista, en enero de 1994; el asesinato de Colosio dos meses después y, sobre todo, la impresionante crisis económica de 1995 y 1996.

Cuando se leen artículos que ejemplifican estos dos discursos, se observa cómo los cercanos al discurso de divergencia rompen continuamente aquellos más cercanos al discurso de convergencia. Y así, siempre se tiene esta imagen desigual, borrosa y, dado el escaso contexto histórico y sociopolítico que ofrecen tanto la prensa televisiva como la escrita, muchos estadunidenses siguen viendo películas como Traffic, que refuerzan estereotipos del pasado que se creían obsoletos.

1 comentario a este texto
  1. La imagen que encabeza el articulo es un grafico realizado por fotografos CHILENOS, durante el tiempo de la Dictadura CHILENA. Si la territorialidad de la dominación es un eje trasnversal de las politicas latinoamericanas, eso es algo que deberia ser considerado por el autor.

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