La historia de un editor: Entrevista con Ignacio Rodríguez Reyna

Ha hecho del género de la crónica una de sus mayores virtudes. Cómo director de Emeequis ha apostado por este género. Bajo su ojo se han hecho las mejores crónicas –y por ello la revista ha ganado cuatro veces el Premio Nacional de Periodismo en Crónica– y estimulado los dotes como cronistas de Alejandro Almazán, Humberto Padgett, Fátima Monterrosa, Dalia Martínez Delgado, entre otros.

Durante sus años de vida, Emeequis sigue en su afán por mostrar historias que develen la dimensión humana. Sus crónicas y reportajes de profundidad son prueba de ello. La variedad de asuntos que han sido motivo de indagaciones periodísticas habla del perfil de la revista y de su director.

Ignacio Rodríguez Reyna – Foto: Cuartoscuro

Ignacio Rodríguez Reyna – Foto: Cuartoscuro

Por Abraham  Gorostieta

Publicado originalmente en RMC #134

Ignacio Rodríguez Reyna es un periodista singular de cuya trayectoria ha hecho una constante búsqueda por los datos precisos que al ser investigados dan pie a muy buenas crónicas y reportajes. El rumbo profesional de Rodríguez Reyna puede rastrearse desde sus tiempos como reportero de La Jornada, El Financiero, Reforma; como editor en Milenio y como director en Larevista y Emeequis.

Ignacio siempre está inquieto. De niño lo fue: “En la primaria, los maestros y el director llamaban a mis padres para decirles los estropicios que había hecho”, cuenta. De joven, uno de sus retos fue decidir qué estudiar pues dudaba entre su vocación  –periodismo–  o su gusto –psicología–. Decidió su destino en un volado: “Águila: Periodismo. Sol: Psicología. Así lo decidí. No sabía qué estudiar y como estaban ya cerrando el límite para entregar la solicitud en el CCH Sur  –dónde estudié–, pues eché el volado y cayó en Sol. Y me metí a estudiar psicología”, nos confiesa.

Sus colegas le reconocen su empeño y tenacidad. Así lo dice el escritor y periodista José Martínez: “Ignacio es un hombre que ejerce un periodismo ético. Es muy talentoso, periodista comprometido, audaz, buen reportero con dotes de editor”. También el doctor Raúl Trejo Delarbre, uno de los investigadores más serios que analiza desde hace varias décadas a los medios de comunicación, opina sobre el director de Emeequis: “Conocí a Ignacio Rodríguez Reyna cuando, muy joven él, era uno de los reporteros en el semanario Punto. Más tarde coincidí con él en La Jornada y seguí su trayectoria en El Universal. Desde entonces me llamó la atención su afán de búsqueda, que se traduciría en el empeño para hacer periodismo de investigación. Esa inquietud ocasionó su salida de El Universal y la fundación de Emeequis, que se ha distinguido por tratar de ir más allá de las apariencias en la cobertura de asuntos públicos”.

 

De la vocación a la profesión

―¿Cómo se inicia en el periodismo?

―De forma casual. Estaba en unas vacaciones y la verdad no tenía mucho qué hacer. No sabía mucho de periodismo. Empecé a trabajar en la prensa antes de estudiarla. Lo primero que recibí fue en un taller de periodismo cultural con Víctor Roura y ahí me tocó sentarme junto a alguien que se veía que era buenísimo, que sabía mucho –me parecía– y yo, que no sabía nada de periodismo, pues ese encuentro  me impactó mucho.

Este chavo hablaba muy bien, tenía conocimiento o por lo menos así me parecía. Al finalizar el taller me le acerqué y le dije: “Oye, yo quiero ser periodista pero no sé nada, recomiéndame unos libros”. Y me recomendó dos obras: Manual de periodismo y Géneros periodísticos de Martín Vivaldi. Este chavo ya era reportero de Excélsior y por lo tanto sabía mucho más que yo.

―¿Dónde fue su primer trabajo?

―Mi primera chamba fue en una revista que se llamaba Pie de página. Me contrató una persona que conocí en ese taller. Mi trabajo consistía en hacer pequeñas fichas bibliográficas de libros. En la oficina tenía un altero de libros de todo tipo –científicos, literatura, historia, política, técnicos, de lo que fuera– para hacer sus fichas. O lo otro, que era una maravilla: irme a las librerías para ver las novedades editoriales. Iba con una libretita a la mesa de novedades de las librerías del Fondo de Cultura Económica que estaba enfrente de Plaza Universidad, de Gandhi o del Sótano y anotaba los títulos y hacía su ficha bibliográfica, pues Pie de página era una revista de libros. Ahí publiqué mi primer texto, el cual me rechazaron como 13 veces hasta que salió. Así empecé.

―¿Cómo llega a La Jornada?

―Uno de los compañeros con los que trabajaba en Pie de página acababa de entrar a La Jornada que aún estaba fundándose. Entonces me comentó: “Oye, por qué no vas y presentas tu examen”. Fui y lo hice para reportero de cultura. De hecho, sé que lo hice bien, saqué buen puntaje pero había gente que llevaba recomendación. No entré pero mi amigo me dice: “Pues ni modo, aunque sea en la mesa de redacción”. Así empecé como corrector de galeras en La Jornada.

En la sección deportiva conocí a Hugo Cheix, entrañable periodista con quien yo platicaba en torno a ciclismo; él sabía de mi conocimiento y pasión sobre el tema por mi padre (Gabino Rodríguez, ciclista olímpico). Un día que no tenía reporteros, me dijo: “Oye, ¿quieres ir a cubrir la Vuelta del Pacífico?”, y le respondí: “Nunca he escrito un reportaje”. Se me quedó mirando y me dijo: “No importa, tú sabes de ciclismo. Mira, tienes que hacer esto y éstas son las instrucciones básicas, pero no te vamos a dar viáticos y es más: tienes que poner de tu dinero para tu boleto. Lo bueno es que el CREA te da dinero para que comas y el alojamiento. Sí quieres, adelante, ahí está la chamba”. Y dije que sí de inmediato y pedí permiso a la mesa de redacción. Cubrí la Vuelta del Pacifico.

 

Reportero freelance

Durante un buen rato Ignacio Rodríguez Reyna trató de conseguir una plaza en La Jornada. Ahí escribió crónicas sobre el terremoto de 1985 que destruyó una parte de la Ciudad de México, sin embargo no consiguió la planta de reportero. Emigró entonces a otros medios de menor impacto como el semanario Punto. Así lo recuerda Ignacio: “Era reportero principiante de un pequeño semanario llamado Punto, al que había llegado buscando una oportunidad para escribir que me había sido negada sistemáticamente en La Jornada, donde me bloquearon desde el sindicato porque yo había apoyado a una planilla contraria a la ganadora. Gané el concurso para ocupar una plaza de auxiliar en la redacción, lo cual me permitiría fungir como reportero, pero congelaron la plaza en dos ocasiones”.

Una vez instalado en Punto, cuyo director era el periodista Benjamín Wong, comenzó a escribir con mucho más frecuencia y a cubrir las elecciones de 1988. El jefe de campaña de Cuauhtémoc Cárdenas, Francisco Javier Obando, le reveló en una entrevista a Ignacio que al recopilar información en sus recorridos –acompañando a su candidato por todo el país– había encontrado demasiadas anomalías y tenía miedo de hacerlas públicas pues el PRI tenía un férreo control de las instituciones de justicia del país. Además estaba siendo amenazado telefónicamente. Denunció a quienes lo estaban siguiendo. Cuenta el propio Ignacio: “Me expresaba su temor a que lo mataran; tenía mucho miedo y me lo transmitió. De hecho, responsabilizó a Luis Martínez Villicaña, entonces gobernador de Michoacán, si algo le llegaba a pasar”.

Rodríguez Reyna hizo un reportaje para publicarse en Punto con la reveladora entrevista y los documentos obtenidos, pero al ver la contundencia del material y revisar los detalles de la historia, el director Benjamín Wong concluyó que era muy arriesgado salir con un texto así. El reportero defendió su trabajo. El director simplemente giraba su cabeza a ambos lados y archivó el reportaje. Punto, como muchas otras en esa época, no tenía un tiraje significativo; por lo tanto, sus ingresos provenían de la pauta publicitaría que provenía del Gobierno Federal. Para el propio Ignacio, ésa fue la razón: “Yo creo que Wong no quería publicarla porque tenía contratos de publicidad con el gobierno de Michoacán”.

Francisco Javier Obando y su asistente personal fueron secuestrados pocos días antes de la elección presidencial de 1988 y un par de días después sus cuerpos aparecieron sin vida. Rodríguez Reyna llevó su historia a La Jornada. Los directores del diario vieron la contundencia del reportaje. Cuenta Ignacio: “Cuando asesinaron a Francisco Javier Obando, quedé paralizado. Me pesó mucho. Y entonces busqué que la publicaran en La Jornada. Miguel Angel Granados Chapa vio el texto y se lo llevó a Carlos Payán. Se publicó con una llamada en primera plana. Eran los días inmediatos a la elección que le robaron a Cuauhtémoc Cárdenas. Pasó más o menos desapercibida, aunque yo me contenté con que se supiera que Obando ya tenía miedo de que lo mataran e identificaba a los posibles asesinos”.

La Procuraduría General de la República, en voz de Renato Sales, llamó al reportero para interrogarlo. La investigación llevaba como tesis principal el asesinato con vínculos delictivos. La autoridad judicial presionó al reportero para hacerlo declarar en ese sentido: “Renato Sales (el padre) quería que yo declarara que Obando me había dicho que tenía miedo de los narcos. Por supuesto, me negué. Me quedó claro que era un asesinato político”. Ignacio Rodríguez Reyna se rehusó a firmar la declaración de su interrogatorio.

 

Sobre el periodismo

―Díganos una definición del oficio de periodista…

―El periodista es una persona enamorada de su profesión: comprometida con la realidad que lo rodea, con el país, con la sociedad, con la localidad. Yo sí creo que somos interlocutores entre la sociedad y el gobierno. Tenemos una tarea importante que cumplir. El periodista es un agente que vibra, se emociona y está comprometido con la realidad del país. Debe ser una persona con un compromiso personal y social.

―¿Cómo se hace un semanario?

―Ante tanta información hay desinformación. La saturación informativa cotidiana impide reflexionar, tener una opinión crítica: impide pensar. La labor de un semanario es tratar de rebasar la superficie y hacer apuestas sin discriminar temas, sin competir con los diarios.

Competir con los diarios implica subirse a coberturas de información sumamente reiterada. Lo que debe hacer un semanario es buscar en el mar de información, temas, preocupaciones en torno a fenómenos que están ocurriendo en la calle, que no son manejados por los diarios y darles una visión, una profundidad, un enfoque fresco, una presentación atractiva, una escritura impecable. Todo ello, por supuesto, sin despegar un ojo de la coyuntura y lo que está ocurriendo en la vida nacional. La idea es ir mucho más allá de lo que sacan los diarios; ésa debe ser la premisa básica de un semanario: estar por encima de los diarios.

―¿Cuáles son los vicios periodísticos en un semanario?

―Seguimos haciendo un periodismo viejo para un México viejo. Un periodismo para un México viejo implica enfoques muy ortodoxos, muy aburridos, sumamente solemnes. También supone una relación desigual con los lectores, una relación unidireccional; es decir, los periodistas se sienten por encima de la audiencia y, por eso, ellos determinan lo que se informa: a los lectores sólo los miran como un elemento pasivo.

Ahora se hace un periodismo para el poder. La mayor parte de lectores de los diarios son políticos, empresarios, grupos que están en el gobierno o entes económicos; se ha dejado de lado al lector común y por eso la lectura de los medios cae, cae, cae. Entonces, ¿qué lee toda esa gente que se siente excluida por los propios medios? Mucha gente lee TVnotas (700 mil). Yo, antes de criticarlos o satanizarlos, me preguntaría: ¿Qué les da TVnotas que no les damos nosotros? ¿Por qué a ellos si los leen y a nosotros –que somos medios más serios– no? ¿En dónde está la falla? ¿Es porque las revistas light cuestan menos? No, igual gente con poco dinero se gasta sus 15, 20, 25 pesos semanales. Mucha gente dice que el país tiene un nivel educativo con muchos rezagos. Es cierto, pero hay 700 mil personas leyendo TVnotas o sea: sí leen. Considero que no les estamos ofreciendo información suficientemente atractiva. A parte de que les damos un periodismo viejo, aburrido, con temas que nos les importan, todavía queremos que gasten su dinero.

Otro vicio es el acartonamiento de los medios. Somos muy aburridos. ¡Como si el mundo fuera aburrido! Yo creo que es al contrario. Si algo tenemos como país es la capacidad para reír. Somos divertidos y eso no se refleja en los medios porque creemos que si somos divertidos ya no somos  ni  hacemos periodismo serio.

―¿Y eso se enseña en las escuelas de comunicación? ¿Qué piensa de los egresados de la carrera de comunicación?

―Uy, para empezar no leen. Pueden hablar dos o más idiomas pero no los utilizan. El trabajo de reportar debe hacerse lo más exhaustivo posible: textos equilibrados. No elaborar un texto para golpear a nadie. Se tienen que reportar los hechos como son, sin consigna de golpear o favorecer. Los egresados tienen que esforzarse en ser profesionales, que sean tenaces, que consigan datos, que busquen, que investiguen la información. En un esquema ideal, creo que se hace muy buen periodismo. Con recursos se pueden hacer grandes cosas, de lo contrario no.

En México, diarios sólidos, fuertes como Reforma, Grupo Milenio, El Universal, no tienen disculpa. Tienen recursos para investigar, para capacitar a sus reporteros, para exigirles que investiguen. Resulta fundamental que la agenda no la marquen los políticos sino que seamos nosotros los que retomemos los temas importantes.

 

El Financiero y Reforma

―¿Por qué sale de Punto?

―Llegó un momento en que estaba harto de Punto, cuyo director se especializaba en humillar y aplastar a los reporteros. Me llegó a decir que “mejor me dedicara a vender Biblias” porque yo no servía para el periodismo. Era muy mezquino.

―¿Cómo entra a El Financiero?

―Como corrector de planas. Hice mi examen y quedé. De hecho, cosa que pocos saben, yo estuve en El Financiero como cuatro años trabajando en los talleres, revisando las planas, en una jornada que normalmente terminaba a las tres o cuatro de la mañana. Era extenuante y muy duro. Cuando Carlos Ramírez era el Jefe de Redacción, le pedí chance de pasarme a su área. La única opción era que hiciera dos tareas: que en la mañana reporteara en fuentes no muy importantes para el periódico (educación, por ejemplo) y que luego de eso llegara a la redacción para tomar por teléfono los adelantos y las notas de los reporteros. Más tarde, tenía que escribir mis notas y en muchas ocasiones quedarme a la guardia de noche. Estuve cerca de un año, que fue cuando me quitaron la guardia y pude dedicarme a reportear.

Ignacio Rodríguez Reyna fue corresponsal del periódico El Financiero cuando era dirigido por don Rogelio Cárdenas. En Los Ángeles, California estudió una maestría en periodismo investigativo en la University of Southern California, donde aprendió a investigar un dato y seguirle la pista. Era lo que bastaba –una pista–  y después de semanas de trabajo ya se contaba con un perfil completo sobre un personaje. Al terminar su maestría regresó a México y de inmediato formó un equipo de investigaciones especiales en El Financiero:

―¿Qué hace a su regreso de Los Ángeles?

―A mi regreso a El Financiero, presenté un proyecto para crear una unidad de reportajes especiales a partir de la experiencia y el conocimiento que adquirí allá. Me dijeron que sí, pero como no había dinero para contratar a gente, los compañeros que no eran queridos en alguna sección u otros que andaban medio sueltos, se incorporaron al equipo. Disfruté mucho esa experiencia. Demostramos que se podían hacer reportajes increíbles, hicimos muchos y eso dio solidez a un periódico que, además, pasaba por uno de sus mejores momentos. Realmente disfruté mucho, aunque no dejaba de haber resistencias de periodistas que cuando yo iba en primaria ya eran reporteros y no veían con agrado que alguien mucho más joven fuera su jefe. Fue una etapa increíble, muy enriquecedora profesionalmente. Duré un par de años al frente de la unidad hasta que me fui a Reforma.

―¿Cómo llega al diario Reforma?

―Luego de coordinar la Unidad de Reportajes Especiales de El Financiero, Raymundo Riva Palacio me invitó a que me integrara a una unidad similar en Reforma. Fue muy atractivo porque en esa área estaban Ciro Gómez Leyva, Rossana Fuentes Beráin, César Romero, Francisco Vidal y Amparo Trejo.

El trabajo de periodismo de investigación que venían haciendo esos reporteros no fue bien visto. A la postre, el director editorial del diario, Ramón Alberto Garza, despidió al editor principal –Raymundo Riva Palacio–, pues los trabajos de ese equipo afectaban los intereses del dueño del diario, Alejandro Junco de la Vega y del propio Garza. Así lo narra John Virtue, en un texto publicado por Pulso del periodismo, llamado “Una riña familiar”, y en donde describe el desenlace de ese grupo de reporteros que le dio tanto impulso a ese impreso:

Cinco trabajos de investigación, concluidos en los últimos meses por el equipo de Reforma no habían sido utilizados. Cuatro de éstos se referían a personas cercanas a Garza, tales como Ricardo Salinas Pliego […]. Garza afirma que sólo se dejaron de publicar tres investigaciones, pues las fuentes utilizadas en ellas eran pobres. Agregó que en uno de los casos, se profundizó más en la investigación y finalmente salió publicada. Sin embargo, Riva Palacio asegura que la historia sobre los amigos empresarios del expresidente Carlos Salinas de Gortari se retuvo durante dos meses y se publicó luego, aunque eliminando el nombre de un banquero de Monterrey, amigo de Garza […]. Pero lo que agravó el asunto y finalmente condujo a la partida de Riva Palacio, fue una investigación sobre lavado de dinero de narcotraficantes, publicada el 19 de febrero. En el artículo se reprodujo una entrevista con Stanley Morris, del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, en Washington, realizada seis meses antes por Ignacio Rodríguez Reyna […] Cuando a través de la embajada de Estados Unidos en México, Morris tuvo noticias de lo publicado, montó en cólera. En el artículo de Reyna se citaban palabras del funcionario estadunidense en las que éste aseguraba que México se había convertido en uno de los centros de “blanqueo” de dinero, y que México estaba muy cerca de convertirse en la nueva Panamá, o de convertirse en un país que se presenta a sí mismo como un lugar para hacer negocios de una manera secreta para camuflajar la fuente de los fondos […] Morris no tardó en enviar sus quejas a Garza y a Alejandro Junco, presidente. Reforma publicó una disculpa en primera página y Rodríguez Reyna fue suspendido de sus funciones durante cinco días.

El área de investigaciones especiales en Reforma se rompió.

 

Milenio y LaRevista

―¿Cómo se integra a Milenio?

―A la salida de Raymundo Riva Palacio y Ciro Gómez Leyva, yo me quedé varios meses, hasta que Ciro Gómez Leyva me invitó a integrarme como coordinador editorial de la revista Milenio, que todavía no existía. La experiencia de crear una publicación desde cero era muy atractiva y acepté la oferta.

―¿Por qué sale del proyecto?

―Mi salida de Milenio tuvo que ver con una apuesta personal. Estaba como director en jefe de la revista y, para mí, era importante consolidarla, había sido tan importante que sirvió para el nacimiento del diario. En la empresa no se consideró así y se puso toda la energía en el diario y se descuidó la revista. Pasó a un segundo, tercer, cuarto plano en recursos y gente;  se le restó atención e importancia y la verdad no me importaba estar en una publicación en la que nadie le echaba ganas y que estaba destinada a la muerte. Decidí ya no formar parte de ese grupo.

De Milenio llega a El Universal, donde haría lo mismo que en El Financiero, Reforma y Milenio: Periodismo de investigación. El dueño del diario, Juan Francisco Ealy Ortiz, le propone hacer una revista que se insertaría en el diario cada semana. El proyecto llevaría por nombre Larevista, la cual duró poco más de dos años bajo la dirección de Ignacio Rodríguez Reyna. En la edición número 81 (de 129 que se publicaron), Rodríguez Reyna dejó la batuta. ¿La razón?: Nuevamente por diferencias de criterios periodísticos entre el director del semanario y el dueño del diario.

En el libro Los Watergates latinoamericanos, los periodistas Fernando Cárdenas y Jorge González narran que Juan Francisco Ealy Ortiz, uno de los representantes de más alto calibre dentro del comité de liderazgo de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y dueño de El Universal, no estaba del todo de acuerdo con los trabajos que venía realizando y publicando Ignacio y su equipo. Así lo escriben:

El equipo de Rodríguez Reyna –en concreto Rodolfo Montes y Daniel Lizárraga– tenían listos dos informes que salpicaban el aspecto bonachón del presidente Vicente Fox, pero que no pudieron ser publicados por órdenes superiores […] El primero de los reportajes, revelaba los permisos de apuestas y salas de sorteo entregados a dedo por el ex secretario de Gobernación, Santiago Creel, que privilegiaban al empresario Olegario Vázquez Raña, hombre de la cuerda de la esposa del presidente, Martha Sahagún. El segundo, prometía una revisión exhaustiva de los “expedientes oficiales muertos”, que investigaban unos negocios paralelos y privados del mandatario durante su periodo presidencial.

Al venir la orden superior de no publicar los textos, Ignacio Rodríguez Reyna renuncia al diario y con él cerca de 30 colaboradores entre reporteros, diseñadores y colaboradores.

―¿Por qué sale de Larevista?

―Mi salida de Larevista fue algo congruente, consecuente. Pocas veces uno tiene en la vida la toma de decisiones que lo comprometan más con uno mismo. Fue eso. Todos los días tomamos decisiones en lo personal y en lo profesional, pero uno debe ser fiel a uno mismo. Pocas veces lo tenemos a nivel profesional. En mi caso estaba encargado de la dirección de Larevista y, como pocas veces, me pareció que ya no podía ejercer el periodismo como lo había hecho o tratado de hacerlo y sería una traición a mí y una traición a los lectores. Esto puede sonar desmesurado, pero también sería una traición a este país y nuestro país ya cambió.

A veces los altos directivos de los medios –más que sus propietarios– no entienden que México ya cambió, que ya no se valen las mismas reglas de antes con el poder. Ya no se vale hacer negocios al amparo del poder o buscar canonjías con el poder. Los dueños y altos directivos de los medios de comunicación no han entendido que somos parte, ahora sí, de un proyecto de Nación. Para lograr eso se necesitan medios que estén comprometidos con los ciudadanos y con los lectores, no con el poder.

 

Emeequis

La treintena de trabajadores que se solidarizaron con Ignacio Rodríguez se aventuraron a formar una publicación independiente y entre todos buscaron accionistas para solventar al nuevo semanario que llevaría el nombre de Emeequis. Así, el primer número de esa nueva empresa vio la luz el 6 de febrero de 2006 y bajo el cabezal una leyenda que decía: “Periodismo indeleble”. Durante los años que lleva de vida este semanario ha acumulado numerosos premios: ha recibido cuatro veces el Premio Nacional de Periodismo en Crónica; Premio Nacional de reportaje sobre biodiversidad 2007; Premio Latinoamericano de periodismo 2007; Premio Latinoamericano de periodismo Biodiversidad 2007; Premio nacional de periodismo cultural Fernando Benítez 2007; en tres ocasiones el Premio nacional de periodismo Rostros de la Discriminación; Primer premio Iberoamericano de periodismo joven 2008, Premio Every Human Has Rights 2008, Premio nacional de periodismo y Literatura 2011, Premio de periodismo Rey de España 2011, Premio Ortega y Gasset de periodismo 2012, entre otros.

Hay un obsesivo afán de Ignacio y de Emeequis por contar historias de ciudadanos, por mostrar rostros y no sólo nombres, por compartir crónicas y no sólo números.

―¿Su revista qué le ofrece al lector?

―El reto es que la gente recupere el gusto por leer y se interese por su país. Que los estudiantes de medicina, historia, sociología, las amas de casa, los comerciantes, obreros, se interesen por su realidad. Ese es nuestro desafío. Si logramos hacerlo, aunque sea un poco, estaremos satisfechos. Hacer que la gente vuelva a sentirse como un ciudadano: hacerle ver que los ciudadanos somos los jefes de los políticos. Que las personas retomen la conciencia de que son ciudadanos y que, como tales, necesitan estar interesados en los asuntos públicos. Tenemos que empezar a articular nuestra ciudadanía, tenemos que reformarnos o reivindicarnos como ciudadanos, y entonces sí exigir rendición de cuentas. Para que, quienes están en el poder, entiendan que no somos un voto más. Somos una sociedad que poco a poco se puede ir organizando para empezar a construir cambios.

Otro reto de Emeequis, y que debiera asumir la mayor parte de los medios de comunicación impresa, es trascender la visión centrista en su cobertura. Nuestro reto es no ser así: cambiar. Me interesa lo que pasa en los estados. Tenemos otro vicio en el periodismo y es que creemos que en el Distrito Federal sale todo, se genera todo. Cuando estuve en Milenio y en Larevista busqué mucho el registro de fenómenos sociales. Casi ningún semanario pone casos sociales en la portada. Nosotros sí. Estamos asumiendo temas nacionales que no son muy frecuentes. Emeequis trata de ser fiel a su idea, a su identidad. Puedes verificar la revista: no hay personajes –casi no– en nuestras portadas.

Las portadas de Emeequis son temas que cruzan el país y tienen un carácter social: discriminación, nuestros muertos, el campo, las problemáticas de los jóvenes, etcétera.

Cada semanario tiene una visión, un enfoque, y en ello no se vale ser mezquinos. Cada uno tiene una apuesta, cada uno tiene su papel y hay espacio para todos. Hay millones de personas que no leen, entonces yo no voy a ir a montarme sobre tal o cual semanario y descalificarlos. Tengo diferencias profesionales en torno a cómo otros hacen su trabajo, pero son discrepancias profesionales. Emeequis es fiel a lo que ha buscado: darle un giro distinto y una identidad muy propia a lo que hacemos. Hacer periodismo de investigación, no superficial, es nuestra vocación. Buscar las historias que hay detrás de ciertas noticias. No hacer periodismo epidérmico.

―¿Cómo director y editor, ¿qué pide a sus reporteros?

―Varias cosas. Excelencia. Que siempre imaginen cómo lo vamos a hacer distinto, atractivo, cómo vamos a enriquecer un tema con nuestros recursos periodísticos. Calidad en el lenguaje, en la estructura, en la forma de ver las cosas, en los ángulos…

―¿Qué es lo que nunca vamos a ver en Emeequis?

―Portadas pagadas nunca las vas a ver. Tampoco materiales disfrazados ni textos que tengan como propósito favorecer o golpear a alguien. No vas a ver que deje de ser un proyecto plural, crítico. Y, espero, que no vean textos de mala calidad.

―¿Qué viene en la segunda etapa de Emeequis?

―Bueno, esperamos la consolidación de una manera de hacer periodismo de alta calidad, fresco, que aborda temas que otros medios desdeñan, y que se apoya fundamentalmente en el periodismo narrativo y en el periodismo de investigación.

Esperamos tener más impacto, más influencia, una mayor fortaleza como empresa, que nos permita hacer un periodismo fresco, elegante, distinto, con rigor y profesionalismo.

Justo en eso es que ahora estamos empeñados.

 

 

Historiador y reportero. Colaborador de RMC y de la revista El Búho.

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