Todo se desmorona

Juego de ojos

Miguel Ángel Sánchez de Armas

Habrá sido en 1984 que en “The Atlantic Monthly” apareció el artículo “The Empire Writes Back” de Salman Rushdie sobre la “tsunami” literaria que avanzaba desde los confines del “Imperio en el que no se pone el sol” sobre la metrópoli. Ese artículo fue un parteaguas y sigue siendo una referencia para entender las corrientes literarias surgidas en los países dominados por la Pérfida Albión. Mi propia traducción del texto fue “El Imperio contraescribe” y no creo que Rushdie la aprobara, pero el sentido es sin duda el adecuado para presentar al más publicado y leído de los escritores nigerianos, a quien algunos consideran el padre de la novela africana en lengua inglesa, Albert Chinualumogu Achebe, mejor conocido como Chinua Achebe.

El 18 de noviembre del 2000 Maya Jaggi publicó un perfil de Achebe en The Guardian. Vale la pena reproducir el párrafo introductorio, pues revela al posible lector mexicano el peso que el novelista nigeriano tiene en el mundo:

“Mientras Nelson Mandela transcurría 27 años en prisión, encontró consuelo y fortaleza […] en un escritor en cuya compañía “los muros de la prisión se derrumbaron”. Para Mandela, la grandeza de Chinua Achebe […] radica en que “insertó al Africa en el mundo” sin perder sus raíces africanas. Al tiempo que el nigeriano Achebe utilizaba la pluma para liberar al continente de su pasado, dijo el ex presidente sudafricano, “ambos, en nuestras circunstancias particulares y en el contexto de la dominación blanca del continente, nos convertimos en luchadores por la libertad”.

No es sencillo capturar en unas pocas cuartillas el perfil de un creador. En el caso de escritores africanos como Achebe la complejidad se acentúa por el escaso conocimiento que tenemos de su obra, con si acaso dos títulos en español. Fuera de Senghor y los premios Nóbel Gordimer, Soyinka y Coetzee, poco nos dicen nombres como Mohamed Dib, Amos Totuola, Rui Knpfli, José Craveirinha, Mongo Beti, Peter Abrahams, Ferdinand Oyono, Kofi Awoonor, Gabriel Okara, William Conton, Agostinho Neto o Shaaban Robert, por mencionar algunos de entre la pléyade de autores originarios del continente que Conrad llamara “negro”.

(Recuerdo que durante el régimen de Luis Echeverría visitó México el presidente de Tanzania, Julius Kambarage Nyerere. Venía de una asamblea de la ONU en Nueva York y llegó en el vuelo regular de Aeroméxico, en clase turista. Los reporteros de aquel entonces, como los de hoy, no pasamos de los lugares comunes en la conferencia de prensa. A nadie le dio curiosidad por saber más de este maestro de primaria que construyó el único país africano con una lengua oficial nativa ¡y que tradujo al swahili las obras de William Shakespeare!)

Achebe nació el 16 de noviembre de 1930 en Ogidi, al sur de Nigeria en la ribera del Níger, en el seno de la más importante tribu de esa parte del mundo, los ibo. Fue el quinto de cinco hermanos hijos de un misionero cristiano que creía en la educación moderna y mandó a su prole a escuelas coloniales británicas al mismo tiempo que convivía con familiares que ofrecían sacrificio a los dioses antiguos. Ese encuentro de mundos -por no decir colisión– es la sustancia de la primer novela de Achebe, “Things Fall Apart”, aparecida en 1958. El libro “describe los efectos en la sociedad ibo de la llegada de los colonizadores y misioneros europeos a finales del siglo XIX. [Sus] novelas siguientes […] No Longer at Ease (1960), Arrow of God (1964), A Man of the People (1966) y Anthills of the Savannah (1987) están situadas en Africa y describen las luchas del pueblo africano para liberarse de la influencia política europea”, nos dice la Encarta.

Según los críticos, Todo se desmorona, aparecida poco antes de la independencia de Nigeria cuando Achebe tenía 28 años, impulsó “la reconsideración de la literatura en el mundo de lengua inglesa” y, de acuerdo a Wole Solyinka, fue la primera novela en inglés que habla desde el interior de un personaje africano más que presentarlo [en el contexto] exótico en que lo ubicarían los blancos”. De esta novela se han publicado más de diez millones de ejemplares en 45 idiomas incluido el español (Todo se derrumba,1986, y Todo se desmorona, 1998), lo que la convierte en una de las más leídas del siglo XX.

Otro Nóbel, la norteamericana Toni Morrison, confesó que Achebe fue el responsable de su romance con la literatura africana y una influencia seminal en sus inicios literarios. “Vivía su mundo de una manera diferente a la mía […] insistiendo en escribir fuera de la visión de los blancos, no en contra de ella […]. Su valor y su generosidad permean su obra… y es difícil describir la devastación y el mal de tal forma que el texto en sí no sea maligno o devastador”.

Muy joven, Achua decidió escribir en inglés y no en ibo, pese a que los tiempos en Nigeria eran de rebelión y lucha anticolonial. “Fue parte de la lógica de mi situación”, diría a Maya Jaggi en el 2000, “enfrentar las historias que se escribían sobre nosotros en el mismo idioma. Escribir en inglés es una decisión dolorosa, pero no asume uno un idioma para castigarlo: ese idioma se convierte en parte de uno. Y tampoco se puede utilizar un idioma a distancia. Se insertan el inglés y el ibo en una misma conversación, como lo son en mi vida diaria, y ello es fascinante”.

La literatura africana escrita, lo mismo que una parte de la mexicana, está en deuda con la literatura oral “que adopta formas muy diversas. Los proverbios y las adivinanzas transmiten códigos de conducta y a menudo reflejan la cultura del habitante […] mientras que los mitos y las leyendas ponen de manifiesto la creencia en lo sobrenatural, además de explicar los orígenes y el desarrollo de los estados, clanes y otras organizaciones sociales de importancia”.

Desde que quedó paralítico en un accidente de auto en Nigeria, Chinua Achebe vive en Nueva York en donde escribe y enseña en el Bard College. Hace siete años publicó el volumen de ensayos Hogar y exilio, en el que nos lleva de la mano por una tierra de recuerdos que a los sentidos de un mexicano resulta un paisaje extrañamente familiar, una suerte de déjà vu espiritual y literario que podría revelarse, por ejemplo, en un pasaje de Azuela o, mejor, de Rulfo.

En aquel pequeño gran volumen recuerda cómo en las conversaciones familiares en el patio del hogar paterno en Ogidi y en la plaza del pueblo abrevó la historia de los suyos. Ahí supo, por ejemplo, que en tiempos antiguos, los habitantes de uno de los pueblos vecinos,

“[Llegaron de otras tierras] y pidieron permiso para establecerse ahí. En aquellos tiempos había espacio suficiente y los de Ogidi dieron la bienvenida a los recién llegados, quienes poco después presentaron una segunda y sorprendente solicitud: que les enseñaran a adorar a los dioses de Ogidi. ¿Qué había sucedido con sus propios dioses? Los de Ogidi al principio se asombraron, pero finalmente decidieron que alguien que solicita en préstamo un dios ajeno debe tener una historia terrible que es mejor no conocer. Así que presentaron a los recién llegados con dos de las deidades de Ogidi, Udo y Ogwugwu, con la condición de que los recién llegados no debían llamarlas así, sino Hijo de Udo, e Hija de Ogwugwu… ¡para evitar cualquier confusión!”

¿No tiene un timbre familiar esta leyenda? Algún lector podría encontrar en ella ecos del realismo mágico latinoamericano y seguramente tendría razón, pues ¿de dónde si no del Africa llega al Caribe esa carga imaginaria que nutre las novelas de Carpentier o de García Márquez?

Presidente honorario de la Fundación Manuel Buendía.
Correo electrónico: sanchezdearmas@gmail.com

Profesor – investigador del departamento de Ciencias de la Comunicación de la UPAEP, Puebla.

El siguiente es un ejemplo de cómo debe de citar este artículo:

Sánchez de Armas, Miguel Ángel, 2007: «Todo se desmorona»,
en Revista Mexicana de Comunicación en línea, Num. 107, México, septiembre. Disponible en:
http://www.mexicanadecomunicacion.com.mx/Tables/rmxc/magsa.htm
Fecha de consulta: 5 de noviembre de 2007.

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