¡ Ay chinitas!

La política en tacones
Pilar Ramírez

El gusto mexicano por los juegos de palabras es legendario y goza de reconocimiento mundial, entre ellos, la producción nacional de eufemismos está en números negros. La mayoría de las veces se puede considerar una virtud pues hace divertido al lenguaje, lo crea y lo recrea; otras, pretende ocultar, insinuar, no decir lo que realmente se quisiera o decirlo de un modo más atenuado o suave. En nuestro país, los eufemismos están a la orden del día, son lo más democrático del mundo porque no respetan clase social, religión, raza ni sexo.

Los eufemismos, siendo palabras o expresiones que se utilizan para sustituir a otras más groseras, impertinentes, violentas o que se consideran tabú, son muy variados y nacen por razones diversas.

Existen eufemismos para insinuar algo que no nos atrevemos a decir, para ocultar nuestros miedos, como las múltiples, reveladoras e ingeniosas denominaciones que hemos inventado para la muerte como “chupar faros”, “colgar los tenis”, “entregar el equipo”, “estirar la pata”, “pasar a mejor vida”, “pelarse”, “que se lo chupe la bruja”, “trabajar de minero” o “llevárselo la chifosca”. Otros se inventan simplemente para hacer chistes o juegos de palabras que son seguramente los más divertidos. Hace poco me topé con el vocablo Kafkahuamilpa, realmente kafkiano y digno de la cacahuamilpense.

Los eufemismos que se dicen por mojigatería son aburridos y poco creativos, pero muy generalizados. Entre ellos hay destellos de ingenio pero a fuerza de repetirlos se vuelven lugares hipercomunes. Muchas de estas palabras provienen de la televisión comercial, otras las enseñan en el seno familiar para evitar que demos rienda suelta a la franqueza lingüística. Así, –de niños y también de adultos- nombramos los órganos sexuales con palabras como “pajarito”, “tilín, “pipí”, “pirrín” o “cosita”. La pretensión de pudor ha producido una gran cantidad de vocablos bajo la premisa bíblica de que “es mejor no comentar lo peor de las cosas malas”.

También por un cierto puritanismo surgen los vocablos para sustituir a las llamadas “malas palabras”. Aunque son un tanto simples, ya nos habíamos acostumbrado a palabras como “caray” o “caramba” utilizadas para evitar un diáfano y atronador “carajo”. Hay quienes consideran que ese tipo de expresiones son muy light y, en apariencia, prefieren usar otras más atrevidas o sonoras, pero lo único que hacen es actualizar los eufemismos, con la misma premisa de evitar los vocablos altisonantes. Así, actualmente las conversaciones se aderezan con expresiones como “está cañón”, “partir la mandarina en gajos” o “¿para qué chinitas me sirve esto?” como un mal remedo de los originales.

Los políticos han aprovechado cuanto han podido esta costumbre de usar eufemismos para atenuar las decisiones fallidas. Es claro que a pesar de nuestra inclinación por el disimulo lingüístico no se logra enmascarar la realidad. En este ámbito están las “mordidas” con las que los oficiales de tránsito le hincan el diente exclusivamente a la cartera o la “apertura democrática” del echeverrismo que evitaba reconocer abiertamente la necesidad urgente de recomponer a un sistema devastado por el autoritarismo.

La siempre deplorable situación económica ha acuciado la débil imaginación de los funcionarios que llaman “deslizamiento del peso” a una devaluación, “estancamiento productivo” o “crecimiento negativo” al atraso económico, “ajustes fiscales” a los incrementos descarados en los precios de productos y servicios, “catarrito” a la certeza de un futuro negro en el que podemos esperar que nos vaya “como en feria” y más nos vale entrenar a nuestros hijitos para vender chicles, “adelgazar la estructura gubernamental” para tratar de revertir las funestas consecuencias de haberle dado empleo a muchos amigos con el riesgo de que terminen en la calle sólo los que le caen mal al jefe.

Uno de los eufemismos descomunales que creó en esta administración el contumaz conservadurismo que ha vuelto por sus fueros ha sido el respeto a los derechos de las mujeres. Se promulgaron leyes federal y estatales de acceso a las mujeres a una vida libre de violencia, para después, ¡ay chinitas!, asestarnos otras que desconocen los derechos reproductivos y sexuales, con un retroceso demencial que impone consideraciones morales derivadas de vergonzosos acuerdos partidistas hechos en los oscurito y me temo que también en lo iluminadito. La paradoja de los derechos femeninos es que se le escatiman a una mayoría a la que se concede el trato de minoría. Como diría José Agustín, se nos ha utilizado de tapetes demagógicos. “¡Vástagos de su antidemocrática progenitora!”.


Periodista y colaboradora de la RMC

El artículo anterior se debe de citar de la siguiente forma:

Ramírez, Pilar, «¡Ay chinita!» en Revista Mexicana de Comunicación en línea,
Num. 119, México, enero. Disponible en:
http://www.mexicanadecomunicacion.com.mx/politica.htm
Fecha de consulta 28 de enero de 2010.

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