Leer
La política en tacones
Por Pilar Ramírez
Hacer programas para promover la lectura está de moda. Invitar a leer es políticamente correcto. Tener como objetivo hacer de México un país de lectores es de vanguardia siempre y cuando no se diga con esas palabras, pues se le considerará un nostálgico del “gobierno del cambio” o un trasnochado político que no tiene cabida en el actual. Como sea, la lectura es un objetivo educativo loable y en apariencia no politizado. Nótese que hablo de promover la lectura no de leer.
Como en muchos otros ámbitos, los problemas no existen hasta que surge el problema; ahí está para muestra el accidente que costó la vida a 14 mineros en Sabinas, Coahuila. ¿Nadie sabía que la empresa no estaba en regla?, ¿no existen procedimientos de supervisión?, ¿nadie se acordaba de Pasta de Conchos?, ¿ahora que ya rescataron los cuerpos, nos dirán los nombres de los funcionarios que no hicieron su trabajo?
En el ámbito educativo sabemos hace muchos años que la falta de lectura es un mal nacional. Se lee poco, mal y materiales de gusto nada dudoso sino indudablemente malos. Desde las cifras que recogió Irene Herner en su libro “Mitos y monitos”, hace ya 32 años, donde ya aparecíamos en la foto como apasionados y grandes consumidores de setenta millones mensuales de historietas, fotonovelas e historias semiporno de títulos como “Novela policiaca” y “Libro rojo”, hasta la Encuesta Nacional de Lectura que realizó Conaculta en 2006 donde aparecemos como resistentes irredimibles a las letras, la situación ha variado poco. Ergo, siempre hemos tenido la sospecha y a veces la certeza de que en nuestro país no se leen libros y ahora quizá tampoco historietas.
Tuvieron que llegar las evaluaciones internacionales como PISA para movernos el tapete de la calificación internacional y mostrarnos como una sociedad que no sabe leer, no sabe escribir, no sabe hacer cuentas y no le interesa la ciencia. Lo han corroborado una y otra vez otras evaluaciones estandarizadas nacionales como los exámenes Enlace, Excale y varias más que aplica el Centro Nacional de Evaluación de la Educación Superior (Ceneval). Sin mucha rigurosidad, cualquiera de nosotros también lo puede comprobar si pregunta en una reunión de amigos qué libro están leyendo o cuál fue el último que leyeron, aunque aconsejo que lo hagan en una de enemigos, pues a nadie le gusta que lo ventaneen. Además, el que haga la pregunta debe tener verdadera inclinación por la lectura, pues de otro modo corre el riesgo de hacer el ridículo.
De entrada descuente del grupo a por lo menos 13 por ciento que en 2006 declaró que nunca ha leído un libro. Hecho esto, verán los nombres y títulos que se dejan caer. Seguramente algo parecido a lo que le contestaron a Conaculta: el porcentaje más alto de los entrevistados respondió que lee libros de historia, claro que concuerda con lo que tuvieron que aclarar al mencionar los títulos, resulta que en el promedio de 2.9 libros que los mexicanos leen por año se incluyen los libros de texto. Cuando tuvieron que mencionar nombres de libros, el 75 por ciento se ubicó en “no sabe”, “no contestó” o en “otros”, lo cual hace dudar que realmente lean, al no poder mencionar títulos de libros. Con porcentajes muy bajos, pero importantes por ser títulos recordados, están los best sellers como Código da Vinci, Cañitas, Harry Potter, Juventud en éxtasis. Sólo se salvó García Márquez porque el 1.7 por ciento mencionó Cien años de soledad.
Ante el hecho incontrovertible de que no leemos y que ellos nos deja mal parados en el escenario internacional, se están aplicando programas de lectura. Existen algunos programas generales y otros específicos por nivel educativo, hay concursos y campañas, lo cual estaría muy bien y podría contribuir por lo menos a recordarnos que es una tarea pendiente, pero la está haciendo el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, ¡con la imagen de la dueña del sindicato! A saber en qué mente calenturienta anidó la idea de que este anuncio televisivo podría motivar la lectura.
Los resultados nada presentables de las evaluaciones propiciaron primero que se pusiera a los maestros a preparar a sus alumnos para contestar correctamente los exámenes. Fue verdaderamente siniestro que, con tal de mejorar los números, se entrenara a los estudiantes, no para aprender, sino para salir mejor librados del examen y buena parte de las horas en aula se dedicara a ello. Finalmente se reconoció que buena parte de las deficiencias en las evaluaciones se deben a la carencia de habilidades para leer y escribir, como resultado, hoy, es políticamente correcto recomendar la lectura e intentar que los alumnos lean.
Todavía no sabemos en qué acabarán estos programas, pero podemos imaginarlo si consideramos que no sabemos sobre qué terreno estamos parados. Para empezar no tenemos un diagnóstico acerca de los hábitos y tipo de lecturas que realizan los maestros. Sólo puedo decir que he tenido experiencias escalofriantes con docentes de nivel superior. Si a esos mismos docentes que no leen se les encomienda lograr que sus alumnos lo hagan ya hay un problema serio. ¿Cómo alguien que no lee puede transmitir pasión por la lectura? Por otro lado, se dice y se repite que la lectura es un tema transversal. Cierto, pero al igual que los derechos humanos, el cuidado del medio ambiente, la perspectiva de género y otros temas, al ser transversales, es decir, al ser contenidos que deben estar presentes en todo el currículo, aunque la materia específica que se imparta sea Física, Biología, Historia o Endodoncia, resultó que no son obligación de nadie, y así, la transversalidad se quedó como elemento decorativo de los discursos.
Algo más, cuando se piensa en promover la lectura se articula con acciones académicas rígidas. En las escuelas no hay espacios libres y agradables para hacer lecturas. Mientras en algunas de las mejores universidades del mundo la biblioteca es un lugar abierto 24 horas, donde los alumnos pueden ir hasta en pijama, aquí obligamos a los alumnos a guardar silencio, obligándolos a descartar lo que decía García Márquez sobre la música: lo único mejor que la música es hablar sobre música.
Convencer de leer cuesta, un poco o un mucho, pero cuesta. Ya sería tiempo de restarle algo a la enorme inversión que se hace en las campañas políticas y aplicar esos recursos en programas más imaginativos, quizá menos ortodoxos, pero más eficaces para obtener buenos resultados en la lectura y la escritura. Todos saldríamos ganando.
ramirez.pilar@gmail.com
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a quien le importa eso …
buena info!
Terminé de leer esta artículo y por curiosidad revisé la fecha de publicación; siete años después seguimos teniendo el mismo problema y los mismo hábitos (o la falta de ellos)…