Cuando el futuro nos alcance
Juego de ojos
Miguel Ángel Sánchez de Armas
El martes 25 se cumplieron 110 años del nacimiento de Erick Blair, personalidad cumbre en la República de las Letras cuya influencia impregna el ADN del pensamiento progresista en todos los rincones del mundo.
Notable periodista, escritor y luchador social indio-inglés, su obra es el testimonio de una generación, no perdida -como supondría Gertrude Stein-, sino dolorosamente consciente de su tiempo. A la pluma de Blair debemos obras que contribuyeron a descubrir el verdadero rostro del “socialismo” estalinista y que se alzaron contra la barbarie que azotó como vendaval de invierno al mundo en la primera mitad del siglo pasado. “Mientras escribo, hombres altamente civilizados vuelan sobre mí empeñados en reducirme a cenizas”, escribió en uno de los ensayos más lúcidos sobre el frenesí exterminador nazi. Y en otro texto memorable, hizo que uno de sus personajes, un cerdo dotado de cualidades humanas, lanzara la consigna que aún hoy anima a muchas corrientes políticas: Todos somos iguales… pero unos son más iguales que otros.
Eric Arthur Blair, mejor conocido como George Orwell, vivió con la convicción de que el mundo se puede cambiar y que si herramienta poderosa es la letra escrita, en ocasiones el autor debe empuñar un fusil. Como nuestro Martín Luis Guzmán, Blair-Orwell estuvo en las trincheras y más de una vez miró a la cara a la muerte. Se veía a sí mismo como combatiente más que escritor, lo cual lo diferencia de otros autores contemporáneos que también tuvieron presencia en el conflicto europeo, como Hemingway, poderoso creador, cierto, pero también sibarita y diletante. Percibo a Orwell más cercano a Jack London, cuya obra si bien llega a nuestros días como de “aventuras” o de “libros juveniles”, en realidad buscó impulsar en el mundo de su tiempo el ideal socialista, al igual que John Reed. Por cierto y como dolorosa nota al calce, London estuvo en Veracruz en 1914 para informar de la toma del puerto por la marina norteamericana, y en tierras jarochas renegó de sus convicciones y se transformó en un furibundo antimexicano.
Por las vías materna y paterna Orwell era descendiente de aristocracias coloniales en decadencia al servicio de imperios opresores, y toda su vida vivió con la “culpa” de ese origen. Vio la primera luz el 25 de junio de 1903 en Motihari, un poblado de la India. Según su biógrafo Jeffrey Meyers en Orwell, tempestuosa conciencia de una generación, desde su nacimiento el escritor “vivió torturado por una culpabilidad colonial”.
Según Meyers, Motihari “fue el lugar menos indicado para el nacimiento de ese escritor que fue la quintaesencia de lo inglés […] El lugar y las circunstancias de su nacimiento fueron factores cruciales en la vida de Orwell. Fue educado para creer en lo justo de la dominación inglesa sobre la India y de joven sirvió a la administración colonial. Pero su herencia contenía la semilla de su propia destrucción. Con el tiempo abandonaría su odioso empleo para condenar la maldad del imperialismo”.
Su padre, Richard Blair, era empleado del Departamento de Opio del gobierno colonial de la India, donde al cabo de 32 años logró ascender de subagente auxiliar a subagente primer grado. Su madre, Ida Mabel Limouzin, creció en medio de riquezas y estuvo comprometida con un atractivo e inteligente joven que puso pies en polvorosa apenas supo de la bancarrota de su futuro suegro. Entonces Ida tuvo que conformarse con Richard, el insignificante burócrata. Se establecieron en Motihari y a la primera oportunidad Ida se acogió a la costumbre colonial de llevar a los hijos de regreso a la Madre Patria para inscribirlos en la escuela… y nunca regresó a la India.
Modesto Suárez dice de Orwell que “educado en el prestigioso Eton College, tuvo a lo largo de su vida una serie de experiencias que lo acercaron a los desheredados, a los sin poder. Trabajó cinco años en la Policía Imperial India en Birmania, donde conoció de primera mano la brutalidad del dominio colonial. Más tarde, vivió en la pobreza en París, ciudad donde enfermó por debilitamiento, y posteriormente convivió con las clases trabajadoras en Lancashire, Inglaterra. Orwell quiso vivir como lo hacían los sectores más pobres de la sociedad para descubrir su mundo. De aquella experiencia nos legó dos libros: Sin blanca en París y en Londres (1933) y El camino de Wigam Pier (1937)”.
Bernardo González Solano dice que:
“Como todo gran personaje de la cultura que se precia de serlo, George Orwell también tuvo sus claroscuros que, a pesar de todo, no logran empañar su imagen en la posteridad. Así, por ejemplo hay algunos apuntes sobre el oscurantismo de una época de confusión que marcó su literatura: ‘Lo que he visto en España no me ha hecho un cínico pero me hace pensar que el futuro es tétrico… No estoy de acuerdo, sin embargo, con la actitud pacifista como creo que lo estás tú (carta dirigida a Rayner Heppensthal el 31 de julio de 1937). Aún creo que es necesario luchar a favor del socialismo y contra el fascismo, quiero decir luchar físicamente y con armas, aunque hay que saber quién es quién’.”
De nuevo Suárez:
“Como otros grandes intelectuales, George Orwell decide incorporarse a las Brigadas Internacionales para luchar contra el fascismo en la Guerra Civil Española. Orwell combatió al lado de los anarquistas y pasó poco más de tres años en las trincheras del frente de Huesca, donde fue herido por un francotirador. La experiencia española (o será mejor decir catalana) fue para Orwell rica en enseñanzas políticas. Ahí pudo ver de primera mano el fascismo y conoció la fuerza y los métodos empleados por los grupos alineados al comunismo estalinista: las campañas de desinformación, las persecuciones (de las cuales Orwell pudo escapar para salir de España), las detenciones injustificadas, las torturas y las desapariciones. De estas experiencias nace la obra Homenaje a Cataluña […]”
Rebelión en la granja y 1984 son quizá dos de las obras más conocidas de Orwell-Blair, de entre una larga relación que incluye, además de las mencionadas, Días en Birmania (1934), La hija del reverendo (1935), Que vuele la aspidistra (1936), Disparando al elefante y otros ensayos (1950), Por qué escribo, El león y el unicornio y Ensayos Completos: Periodismo y Cartas, publicación póstuma (1968).
El primero de enero de 1984, con un grupo de mi generación y en una suerte de ritual político-literario, releí el libro homónimo de Orwell con la idea de contrastar su trama con los tiempos que vivíamos en México. Ese año en la radio y la televisión de muchos países se recrearon textos en su recuerdo y homenaje. En México, la Dirección General de Televisión Educativa produjo una versión sobre 1984 que en nada demerita frente a las series de la BBC y que me gustaría ver de nuevo en la pantalla.
Aquel día me pregunté qué habría sido de Bola de Nieve, el autor de la inmortal frase “Todos los animales son iguales… Pero unos son más iguales que otros”… para justificar la dominación de la raza cerduna sobre el resto de los bípedos y cuadrúpedos que soñaron con un mundo a salvo de la opresión humana en Rebelión en la granja. Es posible que el lector se pregunte por qué pensé en Bola de nieve y no en Winston, el personaje central de 1984. La razón es que in illo tempore creía que la maldad tiene más posibilidades de triunfo que la bondad. En otras palabras, que en la lucha entre el bien y el mal, el primero con frecuencia se lleva la peor parte. Pero el tiempo me ha demostrado que Orwell tuvo la razón, y que la palabra y la acción política son las mejores armas para combatir la maldad y la opresión de los totalitarismos.
Para terminar mi homenaje personal a Orwell, una anécdota verdadera:
Una tarde de mil novecientos treinta y tantos, en el hotel madrileño favorito de los corresponsales de guerra, un hombre alto y desgarbado, mal rasurado y de penetrantes ojos claros, subió a paso cansino por las escaleras hasta una de las habitaciones en cuya puerta tocó con cierta indecisión.
-¡Quién carajos es! -tronó del interior un vozarrón.
-Erick Blair -respondió el visitante.
-¡Y a mí qué chin… me importa quién sea Erick Blair!… ¡Qué demonios viene a joder!… –rugió de nuevo la voz al tiempo que la puerta se abría de golpe y aparecía un tipo musculoso y barbado, cuya mirada destellante y aliento espeso se explicaban por la media botella de güisqui que llevaba en la mano izquierda. El visitante titubeó un momento, pero al ver que el enojo amenazaba con hacer saltar los ojos de aquel sujeto, rápidamente dijo:
-Soy George Orwell.
Y con ello la mirada del sujeto se transformó, su cuerpo pareció relajarse y casi con ternura exclamó:
-¿Orwell? ¡Carajo! Pasa a tomar un güisqui. ¡Tenemos mucho de qué hablar!
Así se conocieron dos de los mayores escritores en lengua inglesa de su tiempo, Ernest Hemingway y George Orwell, en plena Guerra Civil española. Ambos darían testimonio de ese conflicto fratricida que marcó a una generación que, a riesgo de contradecir a Gertrude Stein, no creo que haya estado nunca perdida. En Homenaje a Cataluña Orwell-Blair destilará su desencanto con el totalitarismo disfrazado de promesa de un mundo mejor, en uno de los relatos más conmovedores escritos sobre esa guerra, que desvela la confabulación entre el Partido Comunista Español y el PCUS para destruir al anarquismo español aún a costa del triunfo de la Falange. El volátil y sanguíneo Hemingway, por su parte, recuperaría la saga de aquel momento de sangre y pasiones a partir de un compromiso más estético que político en novelas como Por quién doblan las campanas y Al otro lado del río y entre los árboles.
Molcajete
Carajo, ya me cansé de explicar a los dirigentes políticos gringos que en la historia de la humanidad el único muro que ha servido para maldita la cosa fue el de Pink Floyd. Tendré que insistir. La semana que entra no se pierdan la nueva reprimenda que me veo obligado a asestar a los habitantes del Capitolio. ¡Ellos se la buscaron!
26/6/2013
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