Sin duelo, pero con memoria
Por José Reveles
Breves y fulminantes historias están escritas en los asientos y respaldos de bancas de madera. Cumplen con su cometido tras ser colocadas afuera del edificio del Museo de la Memoria Indómita, en la peatonal de Regina, en el Centro Histórico. Son como disparos a la conciencia pero, a diferencia de las balas, no matan: sino que están allí para mantener vivos a los seres queridos. Muchos viandantes de todas las edades se detienen a leerlas y pocos se animan a sentarse sobre los manuscritos grabados en las bancas, como si temieran mancillar a los recuerdos, porque las palabras convocan a una reflexión, al recogimiento y al respeto de algo tan sagrado como la existencia y a un sobrecogimiento al constatar con qué frecuencia y en cuántos lugares se vulnera a la vida.
Un fidelísimo amante del lenguaje, Alex Grijelmo, escribió que nada podrá medir el poder que oculta una palabra. Podremos contar sus letras, el tamaño que ocupa en un papel, los fonemas que articulamos con cada sílaba, su ritmo, tal vez averigüemos su edad. Sin embargo, el espacio verdadero de las palabras, el que contiene su capacidad de seducción, se desarrolla en los lugares más espirituales, etéreos y livianos del ser humano.
Las palabras arraigan en la inteligencia y crecen con ella, describe Grijelmo, pero traen antes la semilla de una herencia cultural que trasciende al individuo. Viven, pues, también en los sentimientos, forman parte del alma y duermen en la memoria. Y a veces despiertan, y se muestran entonces con más vigor, porque surgen con la fuerza de los recuerdos descansados.
En cambio, sin contradecir a Grijelmo sino para reforzar su análisis y su línea de pensamiento, cualquier familiar de un desaparecido puede constatar, porque lo ha sentido en su carne y en sus vísceras, que hay imágenes que opacan los discursos y a cualquier palabra, por entrañable que parezca.
Estas imágenes están enraizadas en la memoria y en los sentimientos; son las pulsiones de la vida y del espíritu que se anclan y terminan por alentar, en el sentido más literal del vocablo: dan aliento al recuerdo del ser querido. Un desaparecido suele mantener durante años una presencia sin subterfugios, una inmanencia buscada, alimentada, sostenida, apuntalada, construida por la lucha de los suyos que, de esa manera, recuperan la vigencia de ese ser concreto e iluminan el camino con el acompañamiento vital del ausente.
A diferencia de autoridades que son proclives a apostar al olvido y a la desmemoria colectiva, hay en los familiares y en las organizaciones civiles un reclamo constante de justicia, una respuesta profunda a la realidad de poderes que en la práctica buscan administrar un trabajo de muerte, según la categoría que el filósofo camerunés Achille Mbembe instala en su análisis de la “necropolítica”.
Citado por Carlos Fazio en su más reciente libro, “Estado de Emergencia / de la guerra de Calderón a la guerra de Peña Nieto” habla de una macabra operación oficial que se apoya en la instrumentalización generalizada de la existencia humana y la destrucción material de cuerpos y poblaciones humanas “juzgados como desechables y superfluos”.
El libro Cuerpos sin Duelo / Iconografías y teatralidades del dolor, de Ileana Diéguez, es una apuesta a decir, mostrar, exhibir (con lenguajes novedosos y entendibles) las violencias extremas que se han enseñoreado en nuestro tiempo. Pero no se adueña solo de un mero trabajo iconográfico, sino busca desentrañar los significados del libreto que han trazado quienes quieren dominar a las sociedades y a los individuos mediante el horror. “¿Cómo entender la realidad de los cuerpos rotos que, más allá de la muerte, son utilizados para transmitir mensajes de poder?”.
Hay que congratularse de que exista un trabajo tan puntual sobre una temática tan terrible, que si bien nos perturba y provoca, siempre nos da razones para adentrarnos en conocerla, desentrañarla, asumirla y luchar para cambiarla. Estamos frente a una obra indispensable, escrita con el rigor de la investigación y el seguimiento solidario del caminar de los familiares de muertos, desaparecidos y torturados, pero no solo académica y literaria, volcada hacia los resortes del arte y la teatralidad genuinos, sino siempre tomando el pulso y la didáctica de los sentimientos en una lucha esperanzada por construir un mejor futuro.
“Cuerpos sin duelo”…. Pero con memoria… Eso entiendo que Ileana misma se encarga de confirmarnos a través de más de 400 páginas de una obra ejemplar y de gran calado que debería invitar, concitar, incitar, provocar a todos a superar el enojo personal, las condenas verbales que cohabitan con la pasividad de facto, para que nos convirtamos en un país de indignados. Pero de indignados informados, analíticos, activos, solidarios, organizados.
Ileana Diéguez aporta una generosa dosis de congruencia que nutre el espíritu, que impregna la conciencia con la verdad y que nos da un buen empujón hacia el futuro que soñamos.
Diégez, I. (2013). Cuerpos sin duelo. Iconografías y teatralidades del dolor. Córdoba: Documenta / Escénicas