Seguridades sobre la inseguridad
La política en tacones
Pilar Ramírez
Las marchas contra la inseguridad que se realizaron el 30 de agosto pasado dejaron secuelas de diverso tipo. Una muy curiosa es la inclinación de los funcionarios a darle la razón a los manifestantes, pero pretender que no son ellos los increpados. Otra, es el río de tinta que se ha desatado, incluida la aportación que hace esta columna. Entre ese flujo de tinta convertido en palabras sobre papel periódico, me provocó sorpresa leer la interpretación de que las marchas fortalecen al gobierno federal de Felipe Calderón. Trato de verlo con la mayor objetividad, busco aristas y no doy con ninguna que justifique cómo un reclamo de esa dimensión puede ayudar en este momento a cualquier gobierno.
Tampoco puede escapar a la reflexión el hecho de que los consorcios televisivos hayan hecho suya la marcha y que la hayan utilizado para lo que saben hacer mejor: vender su programación, Ni aún el hecho de que la iniciativa privada promueva y apoye la exigencia de más seguridad a las autoridades puede llevar a concluir que se trata de un acto de apoyo al gobierno federal. Existe una diferencia abismal entre estas marchas y la que se llevó a cabo en el 2004. Tampoco falta, como en la propia manifestación, la postura de que es un reclamo de pirruris y secuestrables y por lo tanto merece descalificación.
Hay muchas derivaciones de la protesta. Una muy visible es que resulta útil, sin duda, para mantener ciertos protagonismos y fortalecer posiciones de interlocución entre poderes, cuya fuerza se mide por el éxito de la convocatoria a las marchas y por la capacidad mediática para mantener en la agenda pública el tema. Los dueños de medios están a la cabeza en este punto. Los funcionarios les hacen segunda y están más preocupados por convencer a los medios de que sí trabajan que a utilizarlos como vehículos de enlace con la ciudadanía.
Un buen ejemplo de lo anterior son los noticiarios. Diversas revistas de los grupos editoriales más fuertes del país están insertando ocho páginas en blanco con mensajes en la parte central de la hoja que expresan saciedad ante la violencia y la impunidad, también denuncian la ineficiencia de las autoridades a quienes exigen cumplir con su obligación. Este tipo de hechos alrededor de las marchas nos ofrecen la certeza de que el reclamo es válido pero no falta quien se beneficie de él.
Hay, sin embargo, un aspecto de este movimiento que vale la pena rescatar: la genuina exigencia ciudadana contra la delincuencia; la irritación de los hombres y mujeres que salieron a la calle sin más cálculo político que el de mantener con vida a sus familias; de poder hacer, sin temor, algo tan normal como caminar con libertad por las calles de sus ciudades o circular en sus autos sin temor; esos hombres y mujeres que, con independencia del nivel de sus ingresos y de sus preferencias partidistas, salieron a protestar porque les parece una causa digna de ese esfuerzo.
Estos ciudadanos, muchas veces víctimas de segunda, a quienes nadie entrevista o se conduele de los sufrimientos que han padecido a causa de la delincuencia y la inseguridad, sin espacio privilegiado en los medios, están acudiendo a internet, donde están haciendo circular, con reenvíos y más reenvíos, un correo titulado «Cómo piensa un secuestrador». Con el recurso de la exageración y el cinismo, escrito en primera persona por el secuestrador de la esquina que se dirige a su vecino, el mensaje hace una denuncia sobre las ventajas económicas que reporta esta actividad delictiva gracias a la ineficiencia de las autoridad.
El secuestrador imaginario da las gracias a todos los mexicanos que le permiten dedicarse a esta redituable tarea, a los ciudadanos ingenuos que no saben cuidarse y colocan sus datos en facebook, a las corporaciones policíacas –de las que salieron la mayoría de los secuestradores– por entrenarlos para ser no sólo buenos sino excelentes secuestradores, a la falta de coordinación entre dependencias y entre estados y federación que les garantiza la impunidad.
Aunque la carta parece sólo producto del hartazgo ciudadano, es lamentable que no esté muy lejos de la lógica de un delincuente. Cuando recibí este correo recordé la entrevista que Julio Scherer le hizo a Daniel Arizmendi «El Mochaorejas», incluida en el libro Máxima seguridad. Arizmendi da una explicación estremecedora de la muerte de Raúl Nava, el joven asesinado por su banda: «El padre de Raulito mató a su hijo, como yo, aunque yo no disparara. Tenía el dinero y no quiso darlo. En su contabilidad de hombre rico, el muchacho perdió». Ojalá que los muchos ciudadanos que sólo queremos más seguridad no tengamos que conformarnos con imaginar cómo piensan los delincuentes.
Periodista y colaboradora de la RMC
El artículo anterior se debe de citar de la siguiente forma:
Ramírez, Pilar, «Seguridades sobre la inseguridad», en Revista Mexicana de Comunicación en línea,
Num. 112, México, septiembre. Disponible en: Disponible en:
http://www.mexicanadecomunicacion.com.mx/Tables/rmxc/politica.htm
Fecha de consulta: 11 de septiembre de 2008.