Cuarenta años después del 68
La comunicación en el Occidente
El mundo occidental se ha caracterizado por el avance de la ciencia, la tecnología y la economía aplicadas al desarrollo del capital donde la plusvalía es lo más importante. Sin embargo, el bienestar alcanzado hasta ahora en tales sociedades ha conducido a un bienestar material pero no psicológico.
Carmen Gómez Mont
Este 2008 resulta un año especialmente significativo al conmemorarse cuatro décadas del movimiento estudiantil de 1968. En ese marco resulta esencial preguntarse sobre sus alcances frente a los acontecimientos que vive el mundo contemporáneo, modelado en gran parte por las ideas de Occidente.
Si el 68 se estableció como un movimiento para cuestionar las bases económicas y sociales de Occidente, hoy día resulta interesante retomar algunos de estos planteamientos a fin de redimensionarlos desde el marco de las tecnologías digitales.
Tales interrogantes son importantes porque la cultura occidental irriga más allá de sus fronteras geográficas a buena parte de las mentalidades del mundo, sin olvidar, desde luego, la existencia de culturas vernáculas que la cuestionan fuertemente.
El mundo occidental se ha caracterizado por el avance de la ciencia, la tecnología y la economía aplicadas al desarrollo del capital donde la plusvalía es lo más importante. Sin embargo, el bienestar alcanzado hasta ahora en tales sociedades ha conducido a un bienestar material pero no psicológico. Estas sociedades han generado a nivel cultural y social un individualismo que gradualmente ha llevado a los ciudadanos a situaciones de aislamiento. A pesar de las expectativas creadas en la economía del mercado, se ha visto que ésta no va a solucionar los problemas que hoy día vive gran parte del mundo.
¿Qué papel tiene la tecnología en este proceso de crisis? ¿Hacia dónde van los inventos y las innovaciones? ¿Hasta dónde pueden facilitar un giro para crear un nuevo tipo de sociedad, esa sociedad que tanto anhelaba el movimiento del 68 y que hasta ahora no se ha visto surgir? Más allá de la fascinación que ejercen las plataformas sociales (Facebbok, Myspace, You Tube), ¿realmente logra superarse el individualismo de los usuarios y formar verdaderas comunidades de aprendizaje? ¿Es suficiente estar conectado para hablar de una nueva ciudadanía?
En el mundo contemporáneo resulta imprescindible evaluar el papel estratégico que tienen la ciencia y la tecnología. Un hecho es contundente: son pocos los humanistas que conocen a fondo sus vericuetos, y son pocos también los jóvenes que estudian las ciencias duras a fin de contar con las bases para, a partir de ellas, crear una sociedad más abierta, más plural y más justa.
Pensar la tecnología de información nos lleva a considerar tres tiempos para comprenderla: pasado, presente y futuro. Aquí nos ejercitaremos en pensar en tiempo futuro. Por ejemplo, mucho se habla en el ámbito virtual del principio de inmersión tecnológica, es decir, del potencial que existe para aproximar la tecnología al cuerpo. Esa es una de las grandes tendencias del proceso de innovación tecnológica que cada día se hace más presente en la sociedad contemporánea, bajo la influencia de Occidente. Las primeras muestras están ahí: teléfonos celulares que van adheridos a la oreja y que tal vez en unos años más ni siquiera sean perceptibles a simple vista. Entonces ya no estaríamos hablando de una inmersión tecnológica sino de una fusión cuerpo-tecnología: embodiement es el concepto exacto en inglés.
Se observa también la proliferación de gadgets que permiten bajar música y por medio de un par de audífonos aislarse del entorno, y tantas otras innovaciones que parecen no tener límite conforme avanza el tiempo.
Lo que vale la pena destacar es que el uso de las TIC incluyen no sólo razones de mercado o de innovación, sino valores, creencias y sentimientos, como bien lo señala James Woodhuyssen. Estas tecnologías reflejan así nuestra forma de ser y de pensar. Sin duda, la manera de usar un celular revela mucho del carácter de una persona: son nuevas formas de crear la identidad personal o grupal. Para ser capaces de ver esa nueva dimensión de la ciudadanía a nivel local y mundial, es fundamental construir una visión crítica de las mismas.
Una de las innovaciones que más revuelo ha causado desde el 2006 se conoce como la camiseta de CuteCircuits; se trata de mandar abrazos por bluetooth vía celular a amigos que tienen puesta una camiseta con sensores. De esa manera se simula el abrazo entre amigos, y se pueden enviar varias veces siempre y cuando quien la reciba tenga puesta dicha camiseta y cuente con el software adecuado. Así estamos entrando en una relación tecnología-sentimientos que realmente es novedosa, por no decir escandalosa.
Aunque hay quienes dicen que no se trata de reemplazar el contacto humano, a la larga se sabe que dicha innovación encontrará múltiples aplicaciones que pueden llegar más allá de sus nobles intenciones originales. Si se parte del hecho de que un ser humano para sentirse bien necesita ser tocado 70 veces al día, ¿podrían esas camisetas resultar ideales para reestablecer el equilibrio emocional en las aisladas sociedades de Occidente?
El problema es que la tecnología y el usuario van quedando enajenados del contexto de creación, de la misma manera que el siglo XIX aislaba al trabajador frente a la máquina de vapor. En esos años se le veía como un medio para proporcionar fuerza de trabajo a la máquina, es decir: como dos manos que hacían mover a los telares, por ejemplo.
Lo que habría que preguntarse, dos siglos después y a partir de los planteamientos del 68, es si al trabajador de la informática realmente se le proporcionan claves para ser más libre ante los sistemas digitalizados o si la tecnología contribuye a formar seres más racionales al introducirlos dentro de la organización lógica racional de los sistemas, como bien lo señalaba ya Heidegger, con las consecuencias de incomunicación y aislamiento que la mayoría de nosotros constatamos en nuestra vida cotidiana.