Periodismo en línea

  • Los medios que sólo publican en la red no tienden a cambiar las costumbres del periodismo tradicional.
  • La primera señal del exceso de información es la multiplicación de las fuentes.
    Fotografía: "Carrera de Periodismo " por Periodismo Digital@ Flickr

    Fotografía: «Carrera de Periodismo » por Periodismo Digital@ Flickr

Por Francis Pisani

Publicado originalmente en RMC 65

Usar la red, publicar en la red, son todavía objetivos lejanos para algunos de nosotros. La red, sin embargo, es, tiene que ser, algo más que un objetivo. Es un medio, y una vez que tenemos acceso a ella y la podemos utilizar, la pregunta es: ¿cómo hacerlo? O, dicho más brutalmente: ¿y ahora qué? Una consideración se perfila cada vez con mayor claridad: tratar de trasladar el periodismo de siempre a la red nos condena al fracaso.

Con el afán de contribuir a que encontremos respuestas, trataré de analizar las implicaciones de cuatro preguntas más precisas: ¿Cuál periodismo? ¿Cuál escritura?¿Cuál interactividad? ¿Cuál modelo económico?

 

¿Cuál periodismo?

Antes de entrar en los aspectos más concretos de la manera en que la red transforma la profesión periodística, vale detenerse brevemente en un aspecto esencial e ignorado: el exceso de información.

En la época justo anterior a la nuestra –pero todavía vigente–, el principal problema para el periodista era dar a conocer al público aquello que las autoridades públicas y privadas querían guardar en secreto (“todo lo demás es publicidad”, como dijera un precursor). Mientras más podíamos publicar, mejor. El mayor periódico de Estados Unidos, The New York Times, se vanagloria de presentar “All the news that’s fit to print”.

El mundo cambia, sin embargo. Hemos pasado, sin que los periodistas nos hayamos dado cuenta, de una sociedad carente de información a sociedades conectadas, en las que la información sobra. Hay tanta que pierde sentido y utilidad.

El drama con la red es que si bien no crea el problema, lo agrava. Hay más fuentes de información, y ya no tenemos acceso nada más al periódico, la radio o la televisora de nuestra localidad sino a decenas, centenares de medios de nuestro país o del resto del mundo. Lo peor –pero sólo en ese sentido– es que todos los internautas somos fuentes de información: tenemos la capacidad de contribuir al flujo y aumentar su caudal.

La red es un factor fundamental en la famosa sobrecarga de información (information overload).1 Muy pocos quieren abordar el problema con seriedad. Sin embargo, no debemos perderlo de vista.

No hay solución fácil, pues todavía es necesario publicar eso que los poderes privados y públicos quieren guardar en secreto. Pero en un momento en que los medios a nuestro alcance modifican el ejercicio de nuestra profesión, vale la pena guardar en mente este problema de la sobreabundancia informativa. La primera señal del exceso de información es la multiplicación de las fuentes.

Hemos crecido en un mundo en donde la información pública nos es dada por los periodistas que trabajan en los medios de comunicación masiva. A veces escogen los temas o los ángulos, otras veces reportan lo dicho por las autoridades gubernamentales, políticas, empresariales y –en el mejor de los casos– la sociedad civil. Pero toda noticia pública pasa por su filtro.

Esta situación ya quedó atrás por dos razones: la primera es que la Coca Cola, el Pentágono, los zapatistas y la Coparmex tienen su sitio, y cualquier usuario puede encontrar en él la posición oficial de dicho organismo o grupo.

La segunda es que la actividad preferida de los internautas es comunicarse entre sí. Una joven mexicana estudiante de derecho en Veracruz puede dialogar con un palestino o un israelí. Tiene acceso directo a los autores y puede difundir lo que ellos le comunican.

El tema se ha discutido desde el inicio de la web, pero está alcanzando proporciones insospechadas. Esto sucede, por ejemplo, con el florecimiento de sitios en donde la información no proviene de medios tradicionales. Así sucede con ciertas organizaciones no gubernamentales, que realizan un trabajo serio en un área bien conocida para ellas, que va desde el seguimiento de las crisis internacionales (CrisisWeb)2 hasta el sida (Aegis.org)3 o el ambiente (Scorecard.org).4

La lista es larga: el papel de los periodistas irá decreciendo; la información será cada vez más fragmentada; la demanda de interactividad aumentará, así como el intercambio de información entre usuarios.

¿Cómo no formular preguntas con un panorama así? La primera consiste sencillamente en preguntarse qué sobrevivirá de la voz de los periodistas. ¿Cuál es el futuro del periodismo? Katherine Fulton, fundadora de The Independent, uno de los semanarios independientes más interesantes de Estados Unidos, convertida en consultora para distintas compañías de medio, lo dice de esta forma:

La arrogancia de los periodistas, que creen ser los únicos capaces de encontrar la información y de escribir de manera creíble, acabará por hundirnos.

Las incertidumbres tienen el mérito, como ha señalado Fulton, de definir los campos en los que es posible ejercer cierta influencia: ¿cómo integrar en la producción de información a las comunidades a las cuales se dirigen los medios tradicionales? ¿Cómo ayudar a los usuarios a interesarse por lo que sucede en el mundo, más allá de sus círculos de intereses inmediatos? ¿Qué modelo económico permite a las empresas de información funcionar en este universo de los nuevos medios?

Lo que más se resiste a los cuestionamientos, sin embargo, es el meollo mismo de la actividad periodística. Se ha hablado mucho de multimedia y del interés de crear sitios web capaces de remitir a los usuarios a los soportes tradicionales, que sí ganan dinero. Pero la gente se niega a meterle mano al artículo (the story) y al arte de narrar (storytelling). No obstante, en un universo de comunicaciones caracterizado por el exceso de información, resulta urgente preguntarse si los narradores y sus historias siguen siendo la mejor manera de darle sentido al extraño y complejo mundo que nos rodea.

 

¿Cuál escritura? ¿Cuál nota?

La resistencia manifestada frente a la definición de qué es una fuente aceptable de noticias y, a fin de cuentas, de qué es un/a periodista no es nada comparada con la negación casi total frente a los cambios en la naturaleza de la nota.

Internet es un medio aparte, distinto del impreso. Pero medios de comunicación y periodistas siguen editando y publicando notas escritas para otro medio como si no hubiera diferencia entre el papel y la pantalla.

La justicia, por lo menos, sí ha hecho caso de la diferencia. En un fallo rendido el 11 de julio del 2001, el juez Sydney Stein, de Nueva York, determinó que las casas editoras no tienen automáticamente el derecho a publicar en la red los libros adquiridos para su edición en papel. Stein reconoce que el medio electrónico posee características –“las señales electrónicas enviadas por Internet”– que lo distinguen de “las palabras impresas en papel”.5

A la luz de este fallo, resulta fascinante echar un vistazo a un par de estudios realizados sobre la lectura de periódicos en la red. El más conocido corrió a cargo de la Universidad de Stanford y el Instituto Poynter, y fue publicado el 3 de mayo del 2000.6

Conclusión chocante desde la perspectiva del multimedia: lo que atrae al usuario es el texto. El estudio se dedicó a seguir los movimientos oculares de un grupo de usuarios, y halló que el lector de noticias en la red empieza mirando los elementos textuales que encuentra en la pantalla, y sólo después regresa a las imágenes.

Al comparar dicho estudio con otro realizado por el mismo Instituto Poynter diez años atrás, los autores explican que:

Los lectores de periódicos impresos miran primero el elemento gráfico principal de la página, y enseguida desplazan sus ojos hacia el titular más grande de la misma. El estudio Stanford-Poynter de lectura en línea encontró que los usuarios con frecuencia se fijan primero en los resúmenes de noticias o en los títulos.

 

Una investigación anterior, realizada en 1997 por Jakob Nielsen, llegaba a conclusiones similares.7 Nielsen había descubierto asimismo la primacía del texto, algo que debe llamar la atención. Pero añadía una observación fundamental:

La gente rara vez lee una página web palabra por palabra; más bien la recorre con la vista (scan), y se detiene en palabras y frases individuales.

Un texto que se puede recorrer con la mirada debe tener ciertas características:

  1. Títulos y subtítulos explicativos, más que divertidos o inteligentes.
  2. La nota debe empezar por la conclusión, para que el lector sepa rápidamente qué le deparará la lectura.
  3. Son útiles las listas de puntos (bullet points; o sea, una lista como ésta) destacados con claridad.
  4. Los artículos deben ser cortos.
  5. El uso de enlaces hacia páginas adicionales ofrece mayor profundidad y no afecta la legibilidad.
  6. Los enlaces hacia sitios exteriores brindan credibilidad.

Al aplicar todos esos criterios, Nielsen obtuvo mejorías significativas en la legibilidad del texto, las cuales cifraba en 159%.

La existencia de estos estudios lleva a preguntarse por qué los medios electrónicos siguen ofreciendo notas que pocas veces cumplen con estos requisitos. Los medios que sólo publican en la red no tienen más justificación que la pereza que nos caracteriza a los periodistas en general (es difícil cambiar de costumbres).

Los diarios tradicionales que ponen su contenido en línea pueden invocar el hecho de que la red, por ahora, no trae ganancias visibles. Por tanto, ningún trabajo adicional se justifica. Hoy dicho argumento es fuerte por dos razones: en la mayoría de los casos, el contenido es enteramente gratis; y la publicidad en su forma actual reditúa poco. Pero las formas publicitarias específicamente concebidas para la red están mejorando, y la introducción de material de paga en al menos una parte del sitio es hoy día casi inevitable.

Notas redactadas con los criterios mencionados podrían aumentar las ganancias por publicidad, así como llevar a los usuarios a utilizar más secciones que cuesten (archivos, por ejemplo).

No se le ha dedicado suficiente atención a la manera en que escribimos las notas para publicación en la red, cuando éstas son el vehículo principal de la información. Las cosas deberán cambiar algún día. Pronto.

 

¿Cuál interactividad?

Una de las palabras mágicas que, sin pensar mucho, utilizamos a propósito de Internet es interactividad. De hecho, la palabra se refiere tanto a la posibilidad de responder a las preguntas programadas que nos hace una computadora como a la facultad que nos es dada de alterar el desarrollo de una historia.

El problema para los periodistas es que, junto a la facilidad de lectura que es menester introducir en las historias que publicamos en la red, deberíamos entender la interactividad antes que nada como un nuevo tipo de relación con nuestro público.

Curiosamente, la lección parece haber sido entendida ya por buena parte de los periódicos de Estados Unidos, según revela una encuesta publicada en julio del 2001 y realizada por el Pew Center for Civic Journalism, que interrogó a 512 diarios estadunidenses cuya distribución supera los 20 mil ejemplares.8 Según el 70% de ellos, la principal diferencia entre la web y los medios publicados sobre papel radica en la interactividad que es necesario establecer, en el sitio Internet, entre los lectores-internautas y los encargados de la redacción.

El 63% de estos editores de prensa asegura que ya incluye la dirección electrónica de los autores de los artículos publicados en línea (51% incluye asimismo el número telefónico profesional de dichos periodistas, situado al final de cada artículo publicado en papel). Y se proponen ir más lejos, al dejar que los lectores sugieran ideas de notas o participen con información recopilada por su cuenta. Algunos ya han hecho participar a periodistas especializados en ciertos temas para animar debates con los lectores-internautas.

Los avances son a la vez lentos y notables. Vale dejar que nuestras lectoras escojan el tamaño de una nota, el enfoque que más les conviene, o permitirles acceder a los apuntes tomados mientras realizábamos el reportaje. El problema central es que no podemos pretender tener el monopolio de la palabra. También debemos dejar que el público participe más de lleno en la producción de las noticias y los comentarios, como lo hacen Slashdot.org para la tecnología y Plastic.com con la actualidad político-cultural.

 

Las bitácoras-el

Las bitácoras electrónicas (bitácoras-el) merecen una atención particular por parte de los periodistas. Después del correo electrónico (correo-el) y las mensajerías instantáneas, los usuarios de la red están adoptando una nueva forma de expresión que aprovecha cabalmente las nuevas tecnologías para comunicarse a partir de sensibilidades compartidas. En inglés ésta se llama weblog o blog (de Web-based log). La llamaremos bitácoras-el.

Según el caso, los blogs son diarios íntimos, registros, bitácoras o una mezcla de todo lo anterior, que los interesados escriben día con día –incluso hora con hora– y que publican de forma instantánea y automática gracias a programas especiales.

Las primeras versiones se remontan varios años atrás. Dave Winer, programador y desarrollador de una de las aplicaciones más utilizadas (Manila),9 publica el suyo desde el 7 de octubre de 1994 (los archivos pueden ser consultados).10 El e-journal (diario-el) de Dan Gillmor, cronista estelar del San Jose Mercury News, se encuentra en línea desde octubre de 1999.11

El fenómeno nació en los medios tecnófilos, pero va ganando terreno en otros ámbitos, en particular en el de la vida cultural y política. Esto se debe a que, así como pueden ser diarios íntimos (o escritos salpicados de consideraciones muy personales), los blogs sirven muchas veces de guía en el ciberespacio. Entrañan una manera de clasificar la información existente, a la cual remiten mediante enlaces hipertextuales. Gilmor o Winer, por ejemplo, destacan lo interesante o problemático que han encontrado en la red e incluyen siempre las ligas que permiten a sus lectores verificar por su cuenta lo relatado.

De ello se desprenden dos características fundamentales, que explican buena parte del éxito de los blogs: en el mejor de los casos, permiten que profesionales o amateurs ilustrados compartan con el público sus pasiones y conocimientos. Los mejores no tienen dificultad para encontrar un público atento. Y como casi siempre invitan a los usuarios a responder, a discutir entre sí, alientan la comunicación horizontal (al igual que el correo-el y las mensajerías instantáneas). La cantidad de blogs registrados rondaba los 150 mil a mediados del 2001.12 Conforme sigan proliferando, el debate sobre su significado y valor subirá de tono.

Todavía se está buscando la forma ideal, en la intersección entre lo íntimo y lo público. Las personas pueden encontrarse a partir de sus afinidades. Dar con un blog atractivo sirve de puerta de acceso a información valiosa que ni las redacciones de los periódicos ni los motores de búsqueda saben hallar.

Los periodistas comienzan a practicar el blog como un medio de expresión más libre, que complementa sus artículos tradicionales. Además de Dan Gillmor, un caso en el ámbito de la cultura y la política es el de Catherine’s pita.13 Si logran conservar el rigor profesional al que están acostumbrados y añadir un cierto tono y puntos de interés más personales, podrían perfilar con los blogs una parte sustanciosa del nuevo periodismo que precisa la red.

La idea, para cualquier periodista que adopte este modo de pensamiento, es pasar de la relación formal que los medios tradicionales mantienen con sus lectores a una relación en la cual todos participan de manera más activa.

Uno de los problemas es cómo mantener la calidad periodística a la cual han permitido llegar las formas tradicionales. Esto nos lleva a otra pregunta, no menos importante: ¿dónde se puede refugiar el periodismo de calidad en la web?

Conclusión posible para cualquier internauta honesto: no hay diferencia de calidad entre medios tradicionales y la red. Pueden ser igualmente malos o buenos. Y la presión de la comercialización se deja sentir en todas partes.

 

¿Cuál modelo económico?

De la misma manera que hace falta encontrar una forma de expresión, una retórica adecuada al nuevo medio que es la red, es preciso inventar un nuevo modelo económico para que quienes publican contenidos en ella logren sobrevivir y prosperar.

Lo nuevo para los periodistas es que el modelo económico los involucra directamente. En una empresa de medios tradicionales, no hace falta saber mucho del teje y maneje financiero de la misma. A la mayoría de nosotros nos basta con saber que hay una separación entre Iglesia y Estado, como dicen en Estados Unidos, y recibir el salario prometido.

El cambio radical en la red es que las ganancias pueden depender ya no del éxito de un paquete de información –como un periódico, una revista o un programa de televisión o radio–  sino de las notas individuales. Si las notas se venden una por una, como sucederá con el mecanismo de los micro o nanopagos, quien no venda corre el riesgo de ser eliminado y quien venda bien gozará de una extraordinaria posición de fuerza en el seno de la redacción y/o la empresa.

Otro factor contribuye a esta evolución: los equipos que dirigen sitios web se han constituido de manera distinta a lo que es común en los medios tradicionales. Con cierta frecuencia, los fundadores son periodistas que han entendido el poder y la potencialidad de la red antes que los altos ejecutivos de la empresa en la cual trabajan. Por ello se ven propulsados hacia los sillones directivos. El fenómeno es más nítido aún con las publicaciones que sólo existen en la web. La cultura que se va imponiendo es una cultura con diferencias menos marcadas y jerarquías más discretas, y en la cual el intercambio y la comunicación horizontal son mucho más valorados.

Así, tres cosas quedan claras:

  1. El primer modelo de contenido gratis, pagado por la publicidad, ha fracasado.
  2. Los medios están buscando y empiezan a practicar alguna fórmula de cobro para el contenido en línea.
  3. En un futuro no muy lejano, una buena parte del contenido dejará de ser gratis, pero la mayoría de los sitios utilizará fórmulas mixtas.

Ahora revisemos las cosas con mayor detalle.

 

¿Pagar o no pagar? ¿Cobrar o no cobrar?

Lo único cierto en la situación de crisis que atraviesan los medios de comunicación a mediados del 2001 es que muchas empresas van a intentar cobrar por el contenido (o parte de él) que publican en la red.

La caída de los presupuestos publicitarios desde el último trimestre del 2000 explica la decisión pero, en el fondo, el motivo es tan sencillo que pudo ser resumido en una sola pregunta: ¿quién entonces va a pagar por la información?14

El fracaso de los banners no significa el fracaso de la publicidad en línea. Nuevas fórmulas y nuevos criterios han aparecido, y muchos analistas esperan un rebote en el 2002. Un pronóstico alentador que sin embargo no basta, lleva a formular el interrogante de manera un poco diferente: ¿quién pagará la diferencia?

Nadie pagará por un contenido que puede conseguir sin costo con un clic o dos, y no resulta tan fácil publicar el contenido por el cual la gente sí está dispuesta a proporcionar su tarjeta de crédito en un universo donde la información sobra.

Los dos casos de mayor éxito son The Wall Street Journal15 (WSJ) y Consumer Reports.16 Las informaciones del WSJ tienen un valor económico inmediato para gente con recursos. Consumer Reports, por su parte, es una organización sin fines de lucro, que no incluye publicidad por considerar que le impediría dar la información independiente que constituye su fuerza. Ha explicado con toda claridad que si los usuarios no pagaran, no podría estar presente en la web.

La dificultad de fondo es la convicción dominante entre los usuarios de que la información debe ser gratis. Lo difícil es empezar a cobrar.

 

¿De micropagos a nanopagos?

Entre las múltiples soluciones propuestas para financiar la publicación de contenido en la red, los micropagos –pagos inferiores a 10 dólares– merecen una atención especial.

La expresión fue acuñada por Ted Nelson, quien propuso, entre otros conceptos exitosos, hipertexto e hipermedia. Parte de una idea sencilla: como la red permite alcanzar a auditorios considerables, y como en Internet el costo de reproducción casi es de cero, el contenido (ya sea artículos de diario, anuncios o piezas musicales) puede venderse por unos centavos. Un artículo de un periódico cuesta hoy en día entre dos y tres dólares.

Los micropagos no funcionan y nunca funcionarán, dice en esencia Clay Shirky, una de las autoridades cada vez más prestigiosas en cuestiones de Internet. Su argumento principal radica en destacar que los usuarios no quieren saber nada de ellos:17 Desafortunadamente, los obstáculos que enfrentan los micropagos no son problemas de tecnología o de interfaz sino de aprobación de los usuarios.

No hay más solución que aquellas que ya han pasado la prueba en el mundo real: reunir unidades baratas para venderlas en paquete; ofrecer una tarifa fija de suscripción que permita saber cuánto paga cada quien y establecer un calendario sencillo; o los subsidios, que consisten en hacer que alguien más pague por un producto que no es muy caro, por ejemplo un anunciante.

Los micropagos son definidos con frecuencia como aquellos que se sitúan por debajo de los 10 dólares. Tal vez haría falta proponer la fórmula de los nanopagos, precisando que se refieren a los que se cuentan en centavos.

Cuando la alternativa es entre pagar y no hacerlo, incluso un pago mínimo es desalentador (en particular cuando es complicado). Pero las cosas cambiarán cuando debamos elegir entre diferentes formas de pagos y diferentes montos, algunos que se miden en dólares y otros, en centavos.

Una vez más, lo importante para los periodistas no es el precio de venta sino el hecho de que la unidad de intercambio deja de ser una obra colectiva (el periódico o la revista) y es ahora una obra individual, o sea la nota o el reportaje.

En diez años tendremos un mezcla de suscripción y micropago. Janine Warner, consultora, ex directora de operaciones de ZDnet Latin America, hace notar: Al vivir en Miami, soy suscriptora del Miami Herald (y el Nuevo Herald) pero no tiene sentido para mí tener una suscripción al periódico de la ciudad de Michigan en la que nací. Sin embargo, compraría con gusto una nota sobre un acontecimiento excepcional o una que menciona a algún miembro de mi familia.18

 

Aportación voluntaria

Ahora bien, si la unidad de venta es la nota, los periodistas –o algunos de ellos– se verán tentados a establecerse por su cuenta. En un principio, por lo menos, la publicidad será elusiva y quienes se aventuren por este camino se encontrarán directamente con una de las contradicciones fundamentales de la web: cuesta mucho menos poner algo en línea y comunicarse con centenares de millones de usuarios en el mundo entero que hacer lo mismo a través de los medios tradicionales, pero aun así hace falta algo de dinero y la ruta para conseguirlo no está clara.

Para los sitios pequeños, sin embargo, aquellos que consiguen relacionarse con una comunidad de gente interesada y motivada, la contribución voluntaria se perfila como un complemento valioso.

Plastic.com, tercer sitio del grupo que tuvo que cerrar Feed.com y Suck.com, está tratando de sobrevivir gracias a las contribuciones de sus usuarios, tanto en contenido (ellos mandan casi todas las notas) como en dinero. Buena parte de la página de entrada está consagrada a un aviso que dice: “Sus donaciones permitirán que Plastic siga funcionando”. Luego de apretar un botón, el usuario es invitado a mandar su aportación voluntaria. La necesidad confirma ser madre de muchas invenciones. En este caso: la limosna electrónica.

Plastic adoptó la medida en un momento grave de crisis, y es poco probable que consiga de esta manera todo el dinero que necesita.

Este tipo de financiamiento se llama shareware, en referencia al hardware y/o software, e indica una mercancía compartida (to share es compartir). El concepto viene de los desarrolladores que ponen sus programas en la red y piden a los usuarios (forzándoles la mano en ciertos casos) que paguen si les gustan o los usan.

 

Conclusiones

Este panorama de lo que se hace en Estados Unidos no nos debe hacer olvidar la realidad de México. Dos puntos son de particular importancia: ¿qué es la libertad de expresión en la era digital? y ¿cómo enfrentar la brecha digital?

Dentro de la lucha para ampliar la libertad de expresión, tenemos que integrar una agenda que se ocupe de la libertad de expresión digital. Esto requiere un ajuste mayúsculo: junto con el derecho de publicar lo que encontremos (en la red como en cualquier medio), debemos conquistar todavía el derecho del acceso a la información digitalizada. Las instituciones privadas y públicas del país toman sus decisiones con base en dicha información. Es menester obligarlas a que los datos que sustentan sus decisiones sean públicos, a que nos den acceso a los datos tanto en papel como digitales.

Llegaron las máquinas pero la cultura no ha cambiado, y las mismas instituciones que las usan siguen considerando a la información como un producto que no se sienten obligadas a compartir. Lo que más impresiona al leer las historias de computer-assisted reporting (periodismo asistido por computadora) en Estados Unidos es la información a la que pueden acceder los periodistas, más que lo que hicieron con ella. El esfuerzo realizado por la organización Periodistas de Investigación tiene como consecuencia el que cada vez hay más periodistas que saben usar la computadora y la red para trabajar mejor y más a fondo. El siguiente paso es transformar la mentalidad de las autoridades públicas y privadas para que nos den mejor acceso a la información de la cual disponen.

Hoy en día predomina la percepción de que la brecha en materia de tecnologías de la información es cuestión de acceso a la red. Como si todos los que tienen acceso pudieran surfear hasta llegar al nirvana, o si el camino del paraíso estuviera empedrado con ancho de banda.

Lo anterior lo explica el programador y consultor Wayne Marshall, en el número de junio pasado de la revista Linux Journal.19

“El problema no es la brecha digital, es la brecha de la información”, manifestó Janine Warner. “Creo que la penetración de Internet será mayor y sin duda más rápida que la de la televisión o el teléfono”. La preocupación de Warner es que:

Cuando la gente tenga acceso a la red encuentre algo de valor, una información relevante y no sólo retransmisiones por enésima vez de viejas telenovelas estadunidenses como Dallas.

El estudio publicado por Jupiter Media Metrix el 4 de junio del 2001, que indica que apenas cuatro sitios (AOL Time Warner, Microsoft, Yahoo y Napster) absorben la mitad del tiempo pasado en línea por los internautas estadunidenses, invita a preguntarse cuál es el interés de tener acceso. Los esfuerzos realizados y el dinero ofrecido por AOL y Microsoft para reducir la brecha digital deberían llamar la atención, ya que, de cierta manera, indican el tamaño del territorio que les resta por conquistar.

Wayne Marshall va incluso más allá cuando afirma: La retórica de las brechas es apenas la nueva vestidura de las viejas taxonomías de prejuicio, que han procurado dividir el mundo entre creyentes y paganos, ilustrados y salvajes. Desde una perspectiva histórica, este tipo de sistema de creencias en vez de ayudar por lo general ha devastado a quienes empleaban dichas designaciones.

Todos sabemos que la falta de acceso a la información también es un problema en buena parte de las sociedades del mundo desarrollado. Pero hay algo más preocupante: quienes tienen acceso pocas veces consiguen una información útil y relevante. ¿Quién necesita todo eso que está allá afuera? Los poderosos pagan para que les filtren las noticias y se la entreguen en forma manejable.

Hay brechas, sin duda, y asimismo diferencias. Las situaciones son distintas, los problemas se manifiestan de manera a veces contradictoria, pero queda claro que en la era de la información todos tenemos un problema con esa misma información. Algunos por falta de acceso, otros por exceso de datos.

El reto para todos es tener información y disponer de los instrumentos para transformarla en conocimiento. Los periodistas tienen que contribuir.

 

Notas

1) Véase David Shenk, Shenk Data Smog: Surviving the Information Glut, Harper, San Francisco, 1998.

2) CrisisWeb: http://www.intl-crisis-group.org/

3) Aegis.org: http://www.aegis.org/

4) Scoregard.org: http://www.scorecard.org/

5) Newsbytes: E-Book Not A Book By Any Other Name – Court: http://www.newsbytes.com/news/01/167952.html

6) El estudio de Stanford-Poynter: http://www.poynter.org/eyetrack2000/

7) Jakob Nielsen, “How Users Read on the Web”: http://www.useit.com/alertbox/9710a.html

8) Estudio del Pew Center for Civic Journalism: http://www.pewcenter.org/doingcj/research/r_interact.html

9) Manila Software: http://manila.userland.com/

10) Dave Winer: http://davenet.userland.com/

11) Dan Gillmor: http://web.siliconvalley.com/content/sv/opinion/dgillmor/weblog/

12) Sección Web logs de Yahoo:

http://dir.yahoo.com/Social_Science/Communications/Writing/Journals_and_Diaries/Online_Journals_and_Diaries/Web_Logs/

Sección Web logs de Google:

http://directory.google.com/Top/Computers/Internet/On_the_Web/Web_Logs/

13) Catherine’s pita: http://catwoman.pitas.com/

14) “If Information Wants to Be Free… Then Who’s Going to Pay for It?”: http://www.dlib.org/dlib/may00/kaser/05kaser.html

15) The Wall Street Journal: http://www.wsj.com

16) Consumer Report:

http://www.consumerreports.org/

17) Clay Shirky, “The Case against Micro- Payments”: http://www.oreillynet.com/pub/a/p2p/2000/12/19/micropayments.html, es una respuesta a un artículo de Jakob Nielsen, “The Case for MicroPayments”: http://www.useit.com/alertbox/980125.html y http://www.useit.com/alertbox/991226.html

18) Entrevista telefónica – Janine Warner: http://www.janinewarner.com

19) Wayne Marshall – Algorythms in Africa– Linux Journal: http://www2.linuxjournal.com/lj-issues/issue86/4657.html

El presente texto es una versión abreviada del artículo aparecido en el libro Explorando el Ciberperiodismo Iberoamericano, editado recientemente por el ITESM Campus Estado de México y CECSA. Se publica con la autorización de los editores.

El autor es Director de Latino Tek.com, servicio en español sobre tecnologías de información. Columnista y corresponsal de El País, de España; Reforma, de México; y LeMonde, de Francia. Doctor de La Sorbonne en París. Correo electrónico: fpisani@best.com

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