Periodismo y militancia: Luis Suárez y Juan Rejano
- Cuando era mal visto que los periodistas se incorporaran a los partidos políticos, especialmente a los de izquierda, Luis Suárez no se arredró.
- Suárez hizo del periodismo una trinchera para decir muchas de las cuestiones que trataron de acallarse por todos lados.
Por Jorge Meléndez Preciado
Publicado originalmente en RMC 83
Con Luis Suárez me unieron grandes coincidencias y algunas discrepancias, por eso lo evoco con afecto y pasión. La vida, a fin de cuentas, no es de los incondicionales, sino de los que se arriesgan y, obviamente, cometen errores.
Cuando era mal visto que los periodistas se incorporaran a los partidos políticos, especialmente a los de izquierda, Luis Suárez no se arredró. Ello porque en innumerables publicaciones la mano de Estados Unidos estaba presente. Algunos compañeros aseguran que en Excelsior, antes de la llegada de Julio Scherer, era evidente que muchas informaciones no sólo las proporcionaba el vecino del norte, sino, incluso, las dictaba. Pero no era el único caso. Infinidad de medios recibían línea –y seguramente apoyo económico– de la Unión Americana.
Militante de toda la vida por el socialismo, Suárez hizo del periodismo una trinchera para decir muchas de las cuestiones que trataron de acallarse por todos lados. Seguramente por ello tuvo ese trato especial con Fidel Castro, quien veía en el hispano-mexicano a un aliado confiable. Lo fue siempre, hasta el final de sus días, tanto así que murió siendo presidente de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP), la cual tuvo su inicio en México, pero con apoyo importante del régimen castrista.
Luis fue también un miembro activo de la Organización Internacional de Periodistas (OIP), con sede en Praga, Checoslovaquia. Ésta, de mayor edad que la agrupación latinoamericana, posibilitó que una buena cantidad de mexicanos –de Renato Leduc a Juan Duch, pasando por Francisco Martínez de la Vega– pudieran conocer naciones que vivían en el socialismo realmente existente, países que buscaban su liberación en África o algunos otros que se encontraban luchando por su emancipación (Vietnam, entre otros).
Años donde la Guerra fría, entre la desaparecida URSS y EU, era lo predominante. Luego vino la disputa chino-soviética, en la cual la mayoría de los mexicanos que tecleaban se inclinó por la patria de Lenin. Claro, también Cuba se puso del lado de los soviéticos y eso pesó en la difusión de las ideas.
En un congreso de la FELAP, en Cuba, el mismo año que se discutió en ese país el asunto de la deuda externa, viajamos una delegación de periodistas mexicanos a la tierra de Nicolás Guillén.
A nombre de la Unión de Periodistas Democráticos (UPD) íbamos Elías Chávez –presidente de la organización– y este refugiado –que era vicepresidente de la misma–. Luis Suárez fue postulado para la secretaría general de la Felap. La delegación mexicana –Chávez y Meléndez– no votó en favor de esa candidatura porque Luis, que era miembro de la Unión, jamás nos enteró que se le propondría en dicha cartera. La situación fue tensa, desagradable, amarga para los tres.
Luego que terminó la sesión, Suárez, amablemente, nos invitó a Elías y a mí a tomar un trago en uno de los bares del hotel Habana Libre. Explicó su interés en trabajar en el ámbito internacional, la necesidad de que la UPD se sumara a ese esfuerzo, lo imprescindible que era México como sede de la agrupación latinoamericana y la posibilidad de avanzar en el proceso de defensa de los periodistas.
Recuerdo esto, porque desavenencias como la relatada no impedían que un hombre íntegro, que creyó en sus ideales, trabajó incansablemente por ellos, luchó sin cesar por abrir las mentes y los corazones de muchos, ganara a fin de cuentas.
Con Luis Suárez me unieron grandes coincidencias y algunas discrepancias, por eso lo evoco con afecto y pasión. La vida, a fin de cuentas, no es de los incondicionales, sino de los que se arriesgan y, obviamente, cometen errores. Algo que debe quedar presente para muchas generaciones temerosas de romper con los cánones que les quieren imponer sus jefes. La rebelión, la gran maestra de la existencia.
Otro grande, Juan Rejano
¿Cuántos periodistas y escritores se formaron en la Revista Mexicana de Cultura? Sería bueno hacer un recuento en alguna tesis profesional. Yo mismo ingresé al suplemento dominical de El Nacional con algunos textos totalmente prescindibles, quemables (mejor no, por aquello de la contaminación, preferible triturarlos para reciclar el papel).
Recuerdo que hace más de dos décadas, en la cantina Salón Palacio, los sábados nos reuníamos luego de cobrar nuestras colaboraciones: Manuel Blanco, Gerardo de la Torre, René Avilés Fabila, José Agustín (ocasionalmente), Jesús Luis Benítez, Xorge del Campo, Alfredo Cardona Peña, Otto Raúl González, Salvador Camelo, Dionosio Morales y muchos más. De los nuevos poetas estaba el chileno Jaime Quezada –quien regresó a su país y no supe más de él– y José Luis Colín. Éste se autonombraba poeta infrarrealista. El término me causaba gracia, más que asombro.
Hoy que leo Putas asesinas (Anagrama), del recién fallecido Roberto Bolaño, en su primer cuento viene a cuento el maestro Juan Rejano.
Me lamento, seriamente, de no haber conocido a Bolaño. Pero me doy cuenta de que la generosidad de Rejano fue infinita. Hombre que siempre militó en el Partido Comunista Español, sin miedo a nada.
Un día me comentó don Juan: “Dejé ir a las reuniones del partido porque en México muchos de sus militantes se volvieron ricos. Llegaban en carros grandes. Yo, humilde, iba en camión”.
Juanito dejó en su antología Alas de tierra, una poesía de primera.