Armando Ayala: Los 40 años de la revista Contenido
- El periodista ejerce una tarea que para concretarse requiere múltiples talentos, recursos en materiales diversos y suficientes.
- «El periodismo es una orquesta en la que cada uno ejecuta una partitura de acuerdo con su talento e iniciativa».
Por Humberto Musacchio
Publicado originalmente en RMC 84
Armando Ayala Anguiano está al día. Lee los periódicos, pero sobre todo los huele y su fino olfato le dice cuándo hay un asunto que perseguir. Es más, cuándo este viejo lobo huele la sangre, nadie lo verá descansar hasta no capturar a su presa.
El periodista ejerce una tarea que para concretarse requiere del concurso de energías varias, de múltiples talentos, de recursos materiales diversos y suficientes. La suya es una labor eminentemente colectiva, en la que el esfuerzo personal llega a brillar sólo si cuenta con el apoyo de todos los que participan en la hechura de un papel impreso o de un noticiario radial o televisado.
El periodismo es una orquesta en la que cada uno ejecuta una partitura de acuerdo con su talento e iniciativa. En el diario concierto de las redacciones es indispensable que cada quien ocupe su lugar y que se sepa reconocer a los solistas excepcionales. Para impedir que alguno desentone, se requiere del oído privilegiado del buen director, de su sensibilidad para extraer las mejores notas de cada uno y hacer que todos mantengan sus fuerzas en tensión dentro de una rigurosa y creativa armonía.
La revista Contenido cuenta con un director de refinadísimo oído, de una batuta que en los ensayos obliga a repetir una y otra vez esa interpretación hasta que la música alcanza la calidad indispensable para satisfacer al público más exigente y, al mismo tiempo, llegar a la sensibilidad de los legos. Armando Ayala Anguiano es el hombre que le ha impreso perfecta sonoridad a la pequeña gran orquesta que cada mes, desde hace 40 años, elabora y entrega la revista.
El éxito de Contenido no se debe a un golpe de suerte. La fortuna puede ayudarnos a ganar una batalla, pero confiarnos sólo en el azar es la forma más segura de marchar hacia el fracaso. Las razones de cuatro décadas de éxito ininterrumpido de esa revista no son un misterio ni obedecen a fórmulas que se puedan conseguir en las boticas. Para explicarse por qué las cosas le han salido bien a esa publicación, hay que mencionar lo obvio:
Armando Ayala Anguiano está al día. Lee los periódicos, pero sobre todo los huele y su fino olfato le dice cuándo hay un asunto que perseguir. Es más, cuando este viejo lobo huele la sangre, nadie lo verá descansar hasta no capturar a su presa.
Ayala Anguiano es muy exigente en el proceso de reunir la información, de confirmar las fuentes, verificar los dichos y enumerar los hechos.
Cumplida esa primera parte, el director de Contenido resulta implacable con los reporteros a la hora de vaciar los datos, de darles redacción, pues sabe que una mala jerarquia informativa hace gelatinoso el material más duro y que la nota más relevante, en manos de un redactor torpe o descuidado, se puede perder en la máquina de escribir o en la computadora.
Sabe, como decían los viejos de la tribu, que el periodista debe escribir con tanta claridad como si el lector fuera un imbécil, pero sin olvidar jamás que el lector colectivo será siempre más inteligente que nosotros.
Entiende, como pocos, que la redacción debe trabajar mucho para que el lector trabaje poco, pues sabe muy bien que a nosotros nos pagan por escribir, pero a nadie le pagan por leernos.
Cuentan que Juan Rulfo, después de leer el texto de un becario en el Centro Mexicano de Escritores, comentó que a aquellas cuartillas les faltaba calor. Acto seguido tomó su encendedor y les prendió fuego. Creo que Rulfo le copió el método a Armando Ayala Anguiano, quien posee una escalofriante capacidad de decisión para desechar un texto que, como sabe este demonio de la tinta, está condenado al infierno.
En un medio periodístico abundante en opiniones y especulación, en notas rutinarias y entrevistas de banqueta, en meras frases chacaleadas al paso del declarante, una clave no menor del éxito de Contenido está en el hecho de que es y ha sido una revista que tiene como eje al reportaje, al que honra y enriquece al otorgarle la mayoría de sus páginas y la más alta importancia, al cultivarlo como lo que es, el género maestro del periodismo, la razón y la brújula de la práctica profesional, el género de géneros, el único que reúne y resume los recursos y las cualidades de un oficio bien aprendido y bien ejercido.
Con toda su grandeza, Ayala Anguiano no habría escalado tan alto de no haber tenido otra cualidad fundamental: su tino para escoger, preparar y dirigir a un estupendo elenco de solistas que cumplen con esmero la función que les corresponde. Me refiero a su estado mayor, especialmente a dos colegas que me parecen imprescindibles: Elsa R. de Estrada, la jefa de información, y Luis González O’Donell, director ejecutivo a quien hay que agradecer el amoroso acabado de la revista. Elsa es la que suministra a la publicación los ladrillos para hacer cada número; O’Donell es el arquitecto que construye la casa. Con todo mi aprecio por la importancia de la jefatura de información, quiero destacar la tarea de González O’Donell por su dedicación a un trabajo que no tiene la recompensa de ver el nombre en letras de imprenta. Él pertenece a la estirpe de los buenos jefes de redacción, los correctores, cabeceros y todos aquellos que se ocupan del acabado de una publicación y que al hacerlo nos dan una cotidiana e impagable lección de humildad. Para ellos son las críticas si aparece la menor errata, pero nadie los recuerda cuando todo sale bien.
Esos son, en la parte periodística, los generales del estratega que desde el primer número de su revista supieron lo que querían, entendieron que debían formar y mantener un público y para eso han tenido gran cuidado en la preparación de cada número. Una revista mensual exige la planeación, pero el buen periodismo obliga siempre a realizar cambios sobre la marcha, pues se trata de salir en cada número con lo mejor que tenemos en el cajón.
Ayala Anguiano seguramente ha dedicado mucho tiempo a la organización del trabajo, a pulir los sistemas de redacción y corrección y, me consta, ha dado una gran importancia al arte olvidado de la reescritura, pues sabe que a un buen texto se llega con un uso intensivo del borrador y una absoluta impiedad a la hora de desechar la paja.
Todo eso lo sabemos o lo intuimos los lectores de Contenido. Lo que no me explico es cómo, en un medio tan cicatero, Ayala Anguiano optó por dar preferencia al reportaje, un género que no sólo es el más complejo, sino también el más costoso. Precisamente por oneroso dejó de cultivarse en México durante muchos años, en la época en que los editores de periódicos no pretendían servir a los lectores, sino al poder, porque así se servían ellos mismos.
Contenido surgió en 1963, en una época en la que el control gubernamental sobre los medios era absoluto, gracias a la colaboración de los propios dueños y editores de los periódicos y noticiarios, siempre dispuestos a ejercer la autocensura y llegar incluso a la ignominia con tal de complacer al señor Presidente en turno. En ese tiempo, el Estado era el único productor e importador de papel periódico, monopolio que afortunadamente ya terminó. Mediante los boletines de las oficinas de prensa, el régimen priísta no sólo uniformó la información, sino que nos acostumbró a que sólo había una verdad: la del poder. La prensa pudo ser controlada mediante exenciones fiscales, insumos entregados a tarifas preferenciales y negocios paralelos en favor de los empresarios del periodismo. Determinante en ese control era que más de la mitad de la facturación de publicidad, y en ocasiones la totalidad, era con cargo a las secretarías de Estado, empresas paraestatales y otras dependencias públicas; existía el embute, un estipendio que se entregaba a los reporteros, pero que beneficiaba mayormente a las empresas, pues constituía un subsidio directo a las nóminas; las compañías editoras solían no pagar impuestos a Hacienda ni cuotas al Seguro Social; si crecía desmesuradamente la deuda con PIPSA, el monopolio del papel, el gobierno entraba al rescate para hacer quitas y hasta perdonaba el total del adeudo. Cuando todo eso fallaba, lo que era frecuente en un país de empresarios ricos y empresas pobres, entonces el rescate era directo, aunque siempre clandestino: como narcos, funcionarios de segundo o tercer rango entregaban a los dueños o directores maletas llenas de billetes, hecho que intuíamos muchos y que han documentado varios colegas.
Esas eran las condiciones del periodismo mexicano cuando nació Contenido, y la diferencia fue que la publicación, contrariando la práctica de la inmensa mayoría de los medios de entonces, optó por alejarse de los hábitos cortesanos y de las prebendas. Asumió que el marco jurídico nos otorgaba libertad de expresión, la que empleó en forma juiciosa y responsable. Se manejó con prudencia para evitar los zarpazos del poder, pero desplegó una independencia que por momentos ha llegado hasta la arrogancia y que, supongo, en más de una ocasión le costó a la revista la pérdida de anunciantes timoratos.
Parte central de la estrategia de Ayala Anguiano fue no aceptar la tutoría del poder ni la dependencia económica de las fuentes publicitarias del Estado. Los anuncios a lo largo de cuatro décadas han sido fundamentalmente de empresas privadas, lo que al menos teóricamente impedía que un jefe de prensa le diera órdenes o le hiciera sugerencias al director. Otro aspecto que le dio cierto margen de maniobra frente al poder, es que el grueso de los temas no eran directamente políticos, lo que de paso ha sido todo un acierto, pues Contenido es una pequeña enciclopedia de artes, ciencia, deportes, historia, geografía y otras disciplinas. Esos textos ejercieron una función amortiguadora para la fuerza de los reportajes netamente políticos. Por supuesto, cuando ha sido necesario plantarse frente al poder, Ayala Anguiano se lo ha jugado todo y por lo menos una vez –aunque supongo en más ocasiones– estuvo a punto de perder no sólo la dirección de Contenido, sino también su patrimonio personal y la tranquilidad de su familia.
Armando es autor de novelas en las que se palpa la mano nerviosa del periodista, con su afán de veracidad y su prosa fluida. Es, también, el historiador empeñado en mostrar el reverso de la versión oficial, el enemigo de las letras para el mármol, el iconoclasta de la historia de bronce. A lo largo de cuarenta años se las ha ingeniado, primero, para desnudar la prepotencia de los gobiernos en un país sin alternancia y para señalar puntualmente las barbaridades de la familia revolucionaria; hoy, con el país regido por otros colores, Ayala Anguiano mantiene las banderas en alto, las mismas que lo llevaron a realizar un gran trabajo sobre la corrupción, mismo que le valió en 1977 el Premio EFE internacional de Periodismo, aunque como es muy explicable, se le ha negado el Premio Nacional de Periodismo, botín de medios cercanos al poder de ayer y de hoy.
Pero si la mezquindad le ha quitado premios oficiales, durante cuatro décadas ha recibido la mayor gratificación a que puede aspirar un periodista: ser leído. Ha ganado ese reconocimiento con disciplina y pasión por el oficio y, por supuesto, con muy personales cualidades que lo hacen un personaje irreverente e irónico, culto y sobre todo laborioso, pues no ha esperado que un ángel colme sus sienes de laurel, sino que para admiración de estudiantes y profesionales del periodismo, ha preferido forjar en el trabajo diario sus pequeños y grandes logros.
Termino con algo que ha sido determinante para mi respeto y admiración por este hombre al que hoy rendimos homenaje. Tengo con Armando Ayala Anguiano obvias diferencias de enfoque, pero la vida y la profesión me han enseñado que por encima de tendencias políticas, muy por encima de ideologías, importa hacer buen periodismo. He aprendido también que se puede ser un comunicador cumplido y honesto sin renunciar a las convicciones políticas, a condición de cumplir la tarea con veracidad y respeto por las diferencias y los diferentes. Armando Ayala Anguiano nos ha enseñado que, bajo las más difíciles condiciones, desde una heterodoxia sin estridencias, es posible ejercer el oficio con dignidad. Por eso es orgullo del gremio y lección viva de periodismo.