Globalización de los satélites

Los satélites de comunicaciones desorbitan sus pretensiones. Han entrado en una fase de compraventas para ampliar sus territorios de cobertura, para fortalecerse empresarialmente y para erigirse en los grandes símbolos de la globalización comunicativa. El consorcio internacional de satélites Intelsat ha comprado la empresa satelital de Estados Unidos PanAmSat, que cuenta con clientes tan destacados como la CNN, MTV, BBC, DirecTV.

Con esta compra Intelsat suplanta del primer lugar al consorcio luxemburgués SES Global, propietario de los satélites Astra, que a su vez había surgido de la división de GE American Communications. Es la lucha por conseguir unas coberturas con las que hacer llegar todo tipo de servicios de comunicaciones, de difusión de plataformas y canales de televisión, radio, servicios telefónicos fijos y móviles, Internet y otros medios a todos los países del mundo.

La nueva entidad dispondrá de 53 satélites con cobertura de 220 países. Deja ya bastante atrás al grupo líder anterior, el SES, que dispone de 35 satélites. Se llega, de ese modo, a una auténtica globalización de las comunicaciones al lograr coberturas plenamente mundiales y de manera simultánea en todos los países o con diversificación de emisiones según los horarios de cada parte terrestre, pero lamentablemente ello no puede tomarse como una mayor democratización o de participación de todos los países como ocurría antes, cuando cada país miembro de un consorcio satelital internacional mantenía una participación accionarial particular. El desarrollo ha llevado a que se pierda esta pequeña propiedad de cada Estado miembro para llegar a la plena privatización en manos de pocos, pero muy fuertes, grupos particulares.

Los países han quedado desbordados por tales planteamientos y ahora quienes gobiernan estos satélites no son los Estados, sino los intereses económicos y estratégicos de las entidades privadas concentradas en muy pocos grupos ubicados en uno o en escasos países; todos los demás se convierten en potenciales consumidores, pero sin posibilidad de participación alguna en las decisiones.

En las compraventas de esos satélites se alza una dimensión nueva. Ya no son las empresas de comunicación las que ejecutan las operaciones, sino los poderosos fondos de inversiones internacionales. Provocan estas operaciones, más que como estrategias comunicativas, como impulsos de sus objetivos comerciales, lo cual, en lugar de marcar una estabilidad en el sector, le deja en una posición de dudosa continuidad. El día que haya otro sector más rentable se irán a él y abandonarán el de las comunicaciones, pues lo único que buscan, por encima de la comunicación, es la rentabilidad económica. Su presencia incrementa el poder de la comunicación, pero también lo dejan un tanto desestabilizado por su eventualidad. Son operaciones de alto riesgo para las empresas de comunicación implicadas y para la sociedad en general

Más allá de la compraventa tecnológica aparece el cambio de distribución de las plataformas de comunicaciones y de servicios. La adquisición de PanAmSat por Intelsat supone que las empresas que distribuían sus servicios por él, ahora pasan a efectuarlo mediante el control de Intelsat. Es un cambio de gran transcendencia ya que cada uno de los consorcios tenía planteamientos y objetivos diferentes y en adelante se cobijará todo según el enfoque de la nueva empresa.

Con esta operación se gana en concentración y mayor control, se pierde en competitividad y pluralismo internacionales y se tiende a eliminar la diversidad de las regiones continentales y países. Puede valer como planteamiento empresarial, pero no como una mejora de servicio ciudadano. Los satélites no son meras tecnologías de distribución de señales, sino que actúan como última instancia de contacto con cada usuario según los parámetros con los que emite y los tratamientos que introduce de todo cuanto recibe de las empresas de las plataformas o de servicios. No es una modificación de contenidos, sino de contextos, de posicionamiento dentro de la cobertura. Cada satélite vende sus servicios a unas empresas u otras, incluso puede otorgar favores a unas en detrimentos de otras. Se convierte en un operador de estrategias y de alguna manera de ideologías al difundir unas plataformas y servicios en lugar de otros.

La distribución por satélite está sometida a un conjunto complejo de mediaciones. Un canal de televisión puede tener su identidad, pero al integrarse en una plataforma se ve situado en un contexto diferente de comunicaciones y pasa a depender de los tratamientos que la plataforma incorpore en su empaquetado. La mediación se incrementa al incorporarse la plataforma a otro contexto más amplio como es el de la oferta de satélites. Cada satélite integra una o varias plataformas pertenecientes a grupos y países diferentes. El satélite es el que establece el empaquetado y la secuencialidad de ofertas de las plataformas y servicios. Incorpora su identidad e imagen. Cuando los usuarios reciben un canal se encuentran con estas mediaciones condicionantes.

Los satélites son el punto final de las mediaciones técnicas y comunicativas que dejan su huella en todo cuanto emiten. Los canales, plataformas y servicios mantienen su peculiaridad, pero al pasar a depender de un consorcio de satélites se modifica también su planteamiento. Tienen que someterse a la nueva orientación del consorcio naciente o emigrar a otro con la misma o diferente cobertura. Se abre un panorama de mayor extensión de sus ofertas a otros países, pero también se ven sometidos a las estrategias del nuevo consorcio.

Las fusiones y vinculaciones se orientan en una dirección bastante diferente de la que dio origen a gran parte de los satélites nacionales o internacionales. Muchos de los satélites nacionales nacieron por iniciativa del Gobierno de cada país o como expansión de los grandes monopolios telefónicos como France Télécom en Francia, Deutsche Telecom en Alemania o Telefónica en España. Eran un desarrollo de los servicios del Estado para establecer nuevos sistemas de comunicaciones. Eran satélites públicos que con la entrada de la espiral de las privatizaciones poco a poco han perdido en gran parte de los países el control estatal para caer en manos de empresas privadas, lo cual ha conducido a unos cambios accionariales con asiduidad. Los Estados como tales se quedan sin un sistema capital de comunicaciones y pasan a depender de los grandes consorcios internacionales. Pero hay comunicaciones como las de la defensa del país que no pueden quedar bajo controles extranjeros. Esto es lo que está llevando a que en gran parte de los países europeos que disponen de satélite propio se frenen y se prohíban las ventas al exterior o se establezcan controles para que el satélite no entre en la órbita de los consorcios globales y mantenga una reserva para estos menesteres.

También las organizaciones de los satélites internacionales como Intelsat, Eutelsat, Arabsat, entre otros, se crearon por el apoyo inicial de los Estados y de las grandes compañías de telecomunicaciones de los países integrados en cada consorcio satelital. Había una participación accionarial pública importante. En la actualidad apenas ha quedado una representación simbólica ya que los procesos de privatización han dejado marginados o fuera a estos Estados y empresas al haber sido sustituidos por otras ajenas al campo de la comunicación. Se ha caído en las garras de los grupos fuertes de fondos de inversión de capital de riesgo especializados en tecnologías y ahora son los que controlan los consorcios satelitales.

El grupo de la plataforma DirecTV había vendido ya en abril de 2004 PanAmSat a tres grandes fondos de inversión asociados: Kohlberg, Kravis y Roberts, conocidos por las siglas correspondientes en los mercados internacionales: KKR. Intelsat, también desde el año pasado, es propiedad de otros fondos de inversión como Apollo y Apax Partners que son los que logran ahora los satélites de ambos consorcios.

Las compraventas o fusiones no terminan aquí sino que siguen la ola de concentraciones. Ya se especula con los cambios de accionariado de consorcios como Eutelsat o New Skies Satellites. Podrían ir a parar a SES Global para recuperar su hegemonía.

Y se disparan las apetencias por la adquisición de los satélites nacionales con coberturas internacionales como Hispasat. De hecho, ya ha habido diversos intentos de compra por parte de Eutelsat y otras compañías, pero los sucesivos Gobiernos españoles se han opuesto a la operación por parte de empresas o consorcios extranjeros ya que ello supondría dejar en manos ajenas dimensiones comunicativas estratégicas. Con la globalización los satélites nacionales cada vez tendrán menor relevancia, pero no podrán perder el valor irrenunciable para las comunicaciones estratégicas de cada país.

Son riesgos que quieren evitarse mediante una legislación adecuada como ha ocurrido en Francia que ya se ha adelantado con una normativa que impide que inversores extranjeros puedan controlar algunos de los sectores considerados como estratégicos, entre ellos los relacionados con las comunicaciones claves del país y en particular de Defensa. Es el intento de salvaguardar unos recursos imprescindibles para el desarrollo del país y el mantenimiento de su independencia soberana.

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid. Correo electrónico: marceb@ccinf.ucm.es

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