Por la inteligente gestión del conocimiento

Octavio Islas

En años recientes, ante los umbrales de una sociedad de la información, primero, y después del conocimiento — frecuentemente postergada por los egoístas intereses de aquellas naciones que han conseguido imponer la economía de la guerra y el petróleo–, las empresas, gracias a las terquedad de algunos gurús del pensamiento administrativo han comprendido la importancia que admiten factores intangibles en la creación y desarrollo del valor de la imagen de marca, particularmente la información y el conocimiento.
Neil Postman, reconocido como uno de los pilares intelectuales de la ecología de los medios, en el discurso que dictó el 27 de marzo de 1998 –“Cinco cosas que necesitamos saber sobre el cambio tecnológico”– en el Congreso Internacional sobre Nuevas Tecnologías y Persona, organizado por la jerarquía católica estadounidense, en la ciudad de Denver, Colorado, afirmó, atinadamente, que los apologetas de la “Era de la Información” pregonan que “mientras mayor información tengamos, mejor resolveremos los problemas significativos, tanto los personales como los problemas sociales a gran escala”. Y añade:

Pero ¿qué tan cierto es esto? Si hay niños que mueren de hambre en el mundo no es porque haya información insuficiente. Hemos sabido por un largo tiempo cómo producir suficiente comida para alimentar a todos los niños en el planeta. ¿Cómo es que dejamos que muchos mueran de hambre? (…) Esta era de la información puede volverse una maldición si estamos ciegos como para no poder ver verdaderamente dónde descansan nuestros problemas..
Alfons Cornella, autor de Futuro presente. El futuro es atreverse hoy. 101 ideas-fuerza para entender las próximas décadas (2006, Ediciones Deusto), coincide con el argumento referido de Postman, y denuncia que la mayoría de las empresas han comprendido el potencial económico del conocimiento en términos muy egoístas:

se preguntan qué hacer para que el conocimiento no se les escape, qué hacer para conservar lo que saben sus expertos, y cómo capturar lo que sabe la organización. Palabras todas ellas (escapar, conservar, capturar, etcétera) que evidencian una especie de miedo o inseguridad de la organización a controlar ese activo económico que es el conocimiento. (…) El paradigma actual en la gestión del conocimiento parece basarse en que éste es una cosa, un stock que hay que gestionar y, peor, aún, que el propietario de esa cosa es la organización, que por ello paga a los empleados.
Es indispensable ubicar el humanismo como tema fundamental en toda reflexión y discusión sobre la “gestión y/o administración del conocimiento. Reconocer al empleado como persona –no cosa–. Las empresas deben entender que una persona no se encuentra obligada a dar sus conocimientos. La persona aporta sus conocimientos si así quiere. Cornella, por tanto, concluye que la administración y gestión del conocimiento deben ser reformulados. El tema por discutir, entonces, es la gestión de los conocedores.
La gestión de los conocedores en la organización naturalmente se proyecta como asignatura pendiente para, entre otros, los expertos en temas de comunicación estratégica, pues, como advertía Habermas, el conocimiento finalmente es acción comunicativa.

En nuestro agitado México, la perspectiva de futuros posibles parece contagiada por las inercias y vicios de un imaginario político que no hemos sido capaces de renovar. En la agonía del sexenio reparamos en el próximo informe de gobierno, las dudas sobre el desfile del 16 de septiembre y los temores que genera la radicalización discursiva de López Obrador. El futuro permanece en suspenso.
El cultivo del conocimiento debería ser asunto prioritario a discutir en empresas y organismos públicos, si consiguiésemos librarnos de la fatalidad que nos abruma al concebir nuestro tiempo en plazos sexenales. Sin comunicación productiva no hay futuro. La “productividad” de toda acción comunicativa no sólo representa tema de conocimiento sino de elemental supervivencia. En nuestra incipiente y costosa democracia nos hemos empeñado en anular el futuro.
El siguiente es un ejemplo de cómo debe citarse el anterior artículo:

Islas, Octavio, 2007: «¿Por la inteligente gestión del conocimiento?»,
en Revista Mexicana de Comunicación en línea, No. 105, México, julio:
Consulta realizada el 25 de julio de 2007.

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