Comunicación idiomática
Mariano Cebrián
Los idiomas juegan un papel importante y complejo en la comunicación dentro de la Unión Europea y en las relaciones de ésta con otros países. La diversidad lingüística es una de las características de la Unión Europea. Esto impone barreras para los intercambios comunicativos entre todos los países miembros, pero lo que se pierde en fluidez se gana en diversidad cultural.
La Unión nació como una organización básicamente económica, la cual se ha ido integrando como una unidad política a través de los diversos tratados, aunque todavía no ha logrado crear una Constitución que refuerce su cohesión. No es un país sino una unión de 27 Estados, cada uno con su cultura y en gran parte con uno o varios idiomas.
De hecho, dentro de la Unión Europea se reconocen 23 idiomas oficiales. Es una diversidad que enriquece lingüísticamente la cultura, pero también acentúa los problemas de comunicación y entendimiento. Las mismas realidades tienen diversos términos y éstos no siempre coinciden con el campo de significados que alcanzan en cada idioma. De ahí que en cada país se entienda de manera diferente aquello que se quiere designar con una palabra anglosajona y que luego hay que traducirla a otros idiomas. Donde mayores dificultades se plantean es en los acuerdos jurídicos entre Estados miembros o entre sus empresas, instituciones y habitantes. Surgen litigios de interpretación porque en cada idioma el término empleado puede abarcar realidades distintas. Para resolverlo hay que llegar a acuerdos sobre las versiones en cada uno de los idiomas antes de firmarlos. Otra cuestión es la validez ante los jueces de unas versiones y otras, cuando cada parte firmante entiende de manera distinta lo que en un momento firmó.
La torre de Babel de la Unión Europea obliga a mantener un sistema ingente de intérpretes y traductores de unos idiomas a otros, pero sin reciprocidad ya que no todos los traductores del inglés al italiano, por ejemplo, lo hacen del italiano al inglés. Hay reuniones de representantes de los 27 países en las que existen más intérpretes que personas reunidas, lo cual supone un gasto añadido enorme; por ejemplo, para una reunión de un fin de semana se ha llegado a gastar unos 250 mil euros en interpretación.
Hay que considerar, además, que los servicios de interpretación son diferentes a los de las traducciones. No es lo mismo la interpretación simultánea de una reunión, que la traducción de los documentos expuestos. Además, cada uno de los documentos generados en las reuniones requiere la traducción a todos los idiomas oficiales. Para algunas situaciones se establece la oficialidad del inglés y del francés porque son los idiomas de mayor implantación en Europa, pero los demás países no se sienten confortados y reclaman que los suyos también sean oficiales.
Cada vez más se requiere ser un políglota para moverse y comunicarse con agilidad dentro de la Unión. La propia institución trata de dar soluciones fomentando el intercambio de estudiantes entre los países, e incluso intentando crear un Espacio Superior Europeo de la Educación para homologar los estudios de todos los países miembros, con el fin de que los profesores y estudiantes puedan realizar sus actividades en cualquiera de los países. Pero una cosa es la voluntad y otra la realidad. Las diferencias idiomáticas conllevan generalmente distancias en las culturas. Las costumbres de los países del norte son muy diferentes a las de los países del Mediterráneo o a las de los países del centro. La historia y la geografía han distanciado mucho a unos pueblos de otros y la Unión Europea no puede aproximarlos fácilmente. Se trata de conseguir unos elementos comunes para una mejor comunicación y a la vez mantener las diferencias para un mayor enriquecimiento. La unión no está reñida con las diferencias entre los pueblos y personas.
La diferencia con Estados Unidos es clara; mientras que ahí todos los estados mantienen el mismo idioma y, por tanto, las personas pueden viajar de un estado a otro sin dificultad, en la Unión Europea hay que hacer unas fuertes inversiones para que los ciudadanos de un país puedan comunicarse con los de otros. Es una ventaja económica notable.
Donde más se aprecian las diferencias es en el desarrollo de las industrias culturales en el campo de los libros, la música, el cine, la televisión, la radio y la Internet. Mientras en Estados Unidos una producción de cualquiera de estos campos se realiza y se distribuye en un único idioma, el inglés, y cubre todos los estados, en la Unión Europea, estas producciones llegan proporcionalmente a muy pocas personas.
Las tiradas de ejemplares de los libros se ven muy mermadas porque sólo alcanzan potencialmente a los hablantes del mismo idioma. Esto ha llevado a la traducción a diversas lenguas, pero sólo de las obras que pueden lograr un atractivo para los lectores de otros países. Las traducciones por muy precisas y creativas que sean, no siempre atinan con el campo de significaciones y de connotaciones que el autor original ha querido dar a sus obras con los términos elegidos. Cuanto más originales y creativas sean las obras –como sucede con las de poesía–, más valor pierden en las traducciones, salvo algunas excepciones en las que la traducción está realizada por otro poeta que conoce el alcance significativo de los términos en ambos idiomas.
La industria discográfica también tiene sus peculiaridades. Aunque la música es universal y vale para todos los países, la letra de las canciones obstaculiza su comprensión entre los destinatarios. A los demás países llegan sólo aquellas canciones cuyo valor musical está por encima del significado de las letras, pero son esporádicas, excepto las interpretaciones en inglés que están más generalizadas por los demás países debido a la intensa penetración de la música de Estados Unidos. Para resolver esta situación, algunas casas discográficas elaboran y adaptan las traducciones a la música para que los intérpretes puedan intervenir en canales de televisión de países diferentes con la versión específica del idioma en el que emita el canal.
En la industria cinematográfica, los problemas se resuelven generalmente con traducciones y versiones en diversos idiomas, pero esto sólo se hace con los productos que se consideran que pueden tener mayor atractivo, mientras que la mayoría quedan reducidos sólo al ámbito de cobertura del mismo idioma. Todo ello requiere costos añadidos de versiones o al menos de rotulaciones en cada uno de los idiomas que no siempre son bien aceptadas; en España, en particular, las películas subtituladas son escasamente seguidas, al contrario de lo que sucede con las traducidas mediante excelentes voces en español.
Las producciones televisivas adquieren otras dimensiones. Los canales públicos de unos países aparecen en las plataformas de satélites con coberturas para los demás países europeos, pero no van dirigidos a todos los europeos sino a los miembros del propio país que se encuentran en otros lugares y a los conocedores del idioma. Esta situación es buen reflejo, por una parte, de los países preponderantes y, por otra, de la diversidad idiomática. Los canales se exhiben tal como cada empresa los ha generado. En algunas producciones se ofrecen opciones de selección de idiomas al estilo de lo que se hace para la distribución mundial de películas en DVD.
La radio apenas ha creado unos cuantos programas en común con algunos países y siempre sometidos a traducciones. También aparecen ciertas emisoras, especialmente las públicas, en las ofertas de las plataformas de satélites con los mismos cometidos que los de televisión, pero en este caso no se ensayan las traducciones por la ininteligibilidad entre el idioma original y la superposición de la voz traductora. Esta dificultad obstaculiza la organización de grupos paneuropeos de cadenas de radio para emitir los mismos contenidos a varios países.
La lucha que la Unión Europea ha emprendido para tener una presencia competitiva en la Internet, choca de nuevo con las diferencias idiomáticas de sus países miembros. La Unión trata de hacer frente a los equipos y herramientas, al hardware y software, a los buscadores y a los servidores lanzados por Estados Unidos y Japón, pero sus aportaciones en estos campos apenas pueden implantarse más allá de sus fronteras por la diversidad idiomática. Tiende a inclinarse por el uso del inglés para sus informaciones, pero lamentablemente se olvida de otros idiomas que ampliarían su presencia en el ciberespacio como ocurre con el español, debido al peso mundial de la comunidad de habla hispana que alcanza ya los 450 millones de usuarios.
La diversidad lingüística es una de las características de la Unión Europea. Esto impone barreras para los intercambios comunicativos entre todos los países miembros, pero lo que se pierde en fluidez se gana en diversidad cultural.
Las diferencias idiomáticas son algo consustancial a los orígenes de cada país europeo: constituyen un papel básico de su identidad cultural aunque supongan también un costo superior. Estados Unidos cuenta con el beneficio de un único idioma para su desarrollo económico, pero los países miembros de la Unión Europea, entre la inclinación por la homogeneización económica o por la diversidad cultural, han apostado y seguirán defendiendo su propio idioma por la identidad que les otorga.