El país de los hechizos

La política en tacones

Pilar Ramírez

En la pasada temporada decembrina, cuando abundaron las bebidas espirituosas para olvidar la ingente crisis mundial, en muchas ciudades se echaron a andar operativos para detectar a los festejadores que además de brindar en exceso, pertenecen al gremio de los que creen firmemente que el alcohol no les impide conducir. La ciudad de Xalapa, en el estado de Veracruz, no fue la excepción y en una noche de posada, un representante de la ley le indicó a Rafael Figueroa que se detuviera en una céntrica avenida, sacó un cartón rígido del tamaño de una libreta de taquigrafía y le pidió al conductor que soplara. En un extremo estaba la boca del conductor y del otro la nariz del agente de tránsito y por el cartón debía transitar el aire que expelía el primero.

Rafael, Abstemio del Valle Arizpe de toda la vida, obedeció mientras contenía la risa por el alcoholímetro con el que medían su sobriedad; envió su aliento directo a la nariz del policía, quien se dio por satisfecho y con una disculpa masticada a media voz le indicó que se podía ir. El resultado dependería de la capacidad olfativa del agente, pero faltaba más, un alcoholímetro es un alcoholímetro, aunque sea humano y de tercer mundo. Lo que hay que anotar como punto a favor del agente es que si el olor que le llegó vía el cartoncito no era grato, aguantó con estoicismo.

Como pueden ver, el título de la columna no hace referencia a lugares paradisíacos o tradicionales de los que abundan en México, ni a los maravillosos pueblos mágicos que son la delicia turística de propios y extraños, sino de esa habilidad nacional ¿virtud y maldición a la vez? para lograr que los arreglos improvisados devengan permanentes y a la destreza e ingenio para hacer adaptaciones cuando no se cuenta con la tecnología e infraestructura que se requiere en ciertas circunstancias. Hablo de los arreglos o artefactos «hechizos», de esos que abundan en las casas y hacen de un bolígrafo una antena de conejo o de una cinta de pegar buen sustituto de aguja e hilo; para no hablar de los jugadores de futbol «cachirules» que la magia de actas de nacimiento apócrifas los convierte en jugadores juveniles que esquivan el cumplimiento de la edad reglamentaria o de los funcionarios «sabelotodo» que lo mismo pueden estar al frente de un área de energía, de comunicaciones o de agricultura. Como bien lo marca el Diccionario de la Real Academia Española, se trata de productos hechos a mano o de objetos contrahechos, falseados o imitados.

En el sector policiaco es notable la adaptación para sustituir aditamentos. Hace unas semanas, en un incidente de tránsito, los policías a cargo marcaban la escena, no con los pequeños conos amarillos, rojos o naranjas a que nos tienen acostumbrados las series como CSI (Crime Scene Investigation) o Law and Order (La ley y el orden), sino con vasos desechables que colocaban invertidos, los cuales eran marcados con un plumón negro.

Mientras los vasos desechables son utilizados para marcar una escena del crimen, cuando faltan para ser utilizados como vasos, allí están las bolsas de plástico con un popote, que con un buen amarre en la parte superior, le da tres y las malas a cualquier contenedor «topergüer». El crédito de esta adaptación no puede serle escamoteado al Distrito Federal, inventor original de este moderno y antiecológico vaso de dudosísima higiene, pero sumamente popular en tianguis y mercados.

En las áreas de construcción de obra pública, que casualmente abundan por ahora en las ciudades grandes de entidades con gobernadores «wanabe», en lugar de los focos rojos o naranjas usados para señalizar las obras en proceso, se utilizan focos comunes y corrientes con una cubeta pequeña –roja o naranja- que hace las veces de pantalla.

En las carreteras, los operativos de seguridad no se detienen por no contar con los aditamentos necesarios para delimitar los retenes militares. En lugar de los caballetes metálicos o de plástico de primer mundo que vemos en las películas o documentales, unos costales llenos de arena, pintados de amarillo son los postes que unidos por delgados mecates sirven para definir el área en que se colocan los soldados, mientras que unas tiras hechas con neumáticos viejos son los topes que obligan a los autos a disminuir la velocidad. Sin embargo, esta misma temporada navideña nos mostró, que para bien y para mal, las balas que usan las armas del Ejército no son «hechizas», son de verdad, como las que alcanzaron a dos mujeres en el norte del país por no detenerse en un retén militar, una de ellas embarazada y que al parecer sólo buscaba refugio en la estación de soldados.

Periodista y colaboradora de la RMC

El artículo anterior se debe de citar de la siguiente forma:

Ramírez, Pilar, «El país de los hechizos», en Revista Mexicana de Comunicación en línea,
Num. 114, México, enero. Disponible en: Disponible en:
http://www.mexicanadecomunicacion.com.mx/Tables/rmxc/politica.htm
Fecha de consulta: 8 de enero de 2009.

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