Detonador de la cultura

El ateneo de la Juventud a cien años de su fundación

José Luis Esquivel

Profesor en la Facultad de Comunicación de la UANL.
Doctor en Periodismo por la Universidad Complutense de Madridy

Sin las figuras que formaron parte del Ateneo de la Juventud que se aventuraron a romper con el pasado a través de un movimiento muy sui generis, el periodismo cultural no habría tenido los alcances que hoy tiene, pues provocó el surgimiento de estupendas publicaciones literarias y los diarios abrieron sus páginas a los nuevos aires de la composición poética, de la crónica, del arte y de la filosofía.

Marshall McLuhan consideraba que los medios de comunicación –y las tecnologías en general– inciden en la incesante transformación de la ecología cultural de las sociedades.

Los efectos de la tecnología –sostenía– no se producen al nivel de las opiniones o de los conceptos, sino que modifican los índices sensoriales, o pautas de percepción, regularmente y sin encontrar resistencia.

Las remediaciones 1 que experimentan los medios de comunicación producen cambios significativos en la ecología cultural de las A la caída del imperio de Maximiliano en 1867, el presidente Benito Juárez se propuso reorganizar la enseñanza en México, por lo cual encomendó a Gabino Barreda aplicar a la educación las teorías del sociólogo francés Augusto Comte, una de cuyas frases (“Saber para prever, prever para obrar”) resplandecía en el bello edificio colonial del antiguo colegio jesuita de San Ildefonso donde empezó a funcionar la Escuela Preparatoria.

El positivismo, que Barreda bebió en París directamente de Comte, fue el modelo impuesto para conferirle una nueva fisonomía al país, pero su decadencia fue notable con el tiempo porque, a fuerza de querer someter todo al estudio de las ciencias y reaccionar contra las humanidades eclesiásticas, se enseñaba cada vez menos las letras y nada de literatura española, reduciendo el latín y el griego al examen de algunas raíces.

La negación de la cultura llevó inclusive a la clase burguesa –que a fines de siglo XIX era la única que tenía acceso a la escuela– a pavonearse de su ignorancia, pues se consideraba a la poesía y al arte formas atenuadas de la locura o pasatiempos de jóvenes, buenos, a lo sumo, para adiestrar su espíritu o su memoria.

Con los nuevos aires culturales entre siglos, expresados en el modernismo de Rubén Darío, es sobresaliente el papel importante que jugaron en México La Revista Azul, de Manuel Gutiérrez Nájera, y La Revista Moderna, de Amado Nervo, con el florecimiento de famosos poetas como Díaz Mirón, Jesús Valenzuela, Manuel José Othón y Luis G. Urbina.

A principios de 1906 Alfonso Cravioto y Luis Castillo Ledón fundaron una revista de jóvenes, Savia Moderna, pero al desaparecer ésta, el arquitecto Jesús Acevedo convocó en su estudio a los precursores del que llegaría a ser el Ateneo de la Juventud, en ese afán renovador de la cultura y lucha contra las teorías del positivismo.

Y serán algunos miembros del Ateneo los que darán mayor prestigio al periodismo cultural y a la crónica: Alfonso Reyes, con Crónica de Francia, en 1925; José Vasconcelos con sus cuatro obras autobiográficas, empezando por Ulises Criollo; y Martín Luis Guzmán con El águila y la serpiente. También Salvador Novo, con La vida en México, aportará lo suyo a este género en aquella lejana época.

Fuentes documentales

José Luis Martínez, nacido en Atoyac, Jalisco, el 19 de enero de 1918 y fallecido el 21 de marzo de 2007 en la Ciudad de México, dentro de su larga trayectoria tiene el mérito de haber dirigido el Fondo de Cultura Económica (1977-1982) y durante su gestión creó la colección “Revistas Literarias Mexicanas”, con el propósito de poner en circulación, en ediciones facsimilares, las principales revistas publicadas en México durante la primera mitad del siglo XX.

Entre 1975 y 1986 fue cronista de la Ciudad de México y desde 1980 dirigió la Academia Mexicana de la Lengua y perteneció también a la Academia Mexicana de Historia, lo que le permitió escribir La Expresión Nacional / Letras mexicanas del siglo XIX, que es una fuente de documentación para pulsar los orígenes de nuestro periodismo cultural, al igual que los estudios monográficos que realizó sobre Ignacio Manuel Altamirano, Justo Sierra, Manuel Acuña y López Velarde.

A él, y a Emmanuel Carballo, así como a Enrique Krauze, a Fernando Curiel y últimamente a Susana Quintanilla (La juventud del Ateneo de México, Tusquets Editores, México 2008) se debe la ponderación y vindicación justa de la Sociedad de Conferencias que funcionó en México en 1907-1908 y culminó con la creación del Ateneo de la Juventud el 28 de octubre de 1909, el cual sólo alcanzó a organizar dos series de conferencias, pero que tuvieron un peso muy significativo en los nuevos tiempos que coincidían con las vísperas del estallido de 1910.

Su éxito, fincado en la fraternidad y en una sana explosión de juventud, se debió a la existencia de un grupo central y otro periférico de latente calidad intelectual: el dominicano Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso, Jesús T. Acevedo, Alfonso Reyes y Ricardo Gómez Robelo en el grupo central, al cual se agregará Julio Torri; y en el periférico José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, Alfonso Cravioto, Eduardo Colín, Carlos González Peña, Mariano Silva y Aceves; y aun como aliados ocasionales Roberto Argüelles Bringas, Luis Castillo Ledón, Isidro Fabela, Nemesio García Naranjo, Rafael López, Manuel de la Parra y Genaro Fernández Mac Gregor.

Alfonso Reyes, fundador de la teoría literaria latinoamericana  y el escritor más complejo y ambicioso de su generación, pronunció tres conferencias en 1907 y una de ellas, compuesta para el primer aniversario de la Sociedad de Alumnos de la Escuela Preparatoria, la consideró el “punto de partida” de su prosa. Y el 26 de julio de 1916, al hablar José Vasconcelos en la Universidad de San Marcos, de Lima, Perú  y referirse al Ateneo de la Juventud (“una generación que tiene derecho a llamarse nueva, no sólo por sus años, sino más legítimamente porque está inspirada en estética distinta de la de sus antecesores inmediatos”), dijo de Alfonso Reyes:

Euforión le llamábamos hace algunos años porque como el hijo de Fausto y la Belleza clásica era apto y enérgico en todo noble ejercicio del alma. Su adivinación de nuevos senderos en la estética, su intnsa labor literaria, su dedicación exclusiva al ideal, se pueden apreciar en libros, opiniones y artículos.

También en Ulises Criollo (1935), Vasconcelos afirma:

Los literatos Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes y Alfonso Cravioto imprimieron al movimiento una dirección cultista, mal comprendida al principio, pero útil en un medio acostumbrado a otorgar palmas de genio al azar de la improvisación y fama perdurable sin más prueba que alguna poesía bonita, un buen artículo, una ingeniosa ocurrencia.
Alfonso Reyes, por su parte, tuvo expresiones sentidas para otros dos grandes del Ateneo, Luis G. Urbina y Enrique González Martínez. Así se lo dijo a Emmanuel Carballo para Protagonistas de la Literatura Mexicana:

Luis, con su rara penetración, nos adivinó, vino hacia nosotros y se mezcló en nuestras filas, nos enseñó a tutearnos con él, reconoció que podía adquirir algo de nuestra frecuentación, y no tuvo empacho en abrir de nuevo los libros para estudiar, modesto y sencillo, en nuestra compañía. Estricto contemporáneo de Rubén Darío, se escucha en él una quejumbre que viene de muy hondo  y muy lejos (la vieja lágrima de su poema), y cruza la marea modernista, solitario y dulce, en su leve esquife romántico. La poesía de Enrique González Martínez maduró en la provincia, es decir, en la soledad, y nos llegó madura a México, cuando él se incorporó al grupo del Ateneo de la Juventud […] En él, como en la figura platónica, la belleza y el bien se confunden en una armonía superior.

Ellos formaron parte del grupo más entusiasta, más unido, más afectuoso, más inteligente; de una de esas pléyades  que marcan la historia de un país o de una literatura y que las generaciones siguientes envidian a través de siglos y fronteras. Ellos iniciaron la tradición intelectual moderna en nuestro país, y si bien su afán crítico socavó la racionalidad porfiriana y abrió paso a la Revolución, nunca se sintieron cerca de la ideología emanada del conflicto armado, de acuerdo con Jorge Volpi, autor de “La imaginación y el poder”, ensayo aparecido en Letras Libres en octubre de 2000.

Cisne ateneista

En Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña: correspondencia 1907-1914, José Luis Martínez, por su parte, señala la importancia del Ateneo de la Juventud como detonador de la cultura en nuestro país.

La Revolución Mexicana y la empresa del Ateneo –escribió el erudito en  este libro– fueron dos movimientos paralelos, uno en el campo más amplio de la transformación política y social del país, y otro en el orden del pensamiento y la formación intelectual de un pequeño grupo que realizaría la renovación y la modernización de la inteligencia mexicana.

La juventud mexicana de esa primera década del siglo XX manifestó un nuevo interés, muy actual y muy amplio, por las cosas del espíritu, por la Grecia antigua, la última filosofía francesa enarbolada por Bergson, la literatura inglesa y el periodismo español.

Hechos al parecer modestos repercutieron en logros de esta evolución cultural y artística, de la que nació la cultura nueva de México, hasta acabar con la influencia del positivismo y después del modernismo con sus ribetes afrancesados. En tal tenor destacan la apertura filosófica que promueve Antonio Caso; los estudios de revaloración de la cultura mexicana que hacen Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, en el campo literario; Jesús T. Acevedo, en la arquitectura colonial y Manuel M. Ponce en la música popular; el surgimiento de una nueva generación de pintores –entre ellos Diego Rivera, el Doctor Atl, Roberto Montenegro, Saturnino Herrán y Francisco Gotilla–; la formación de profesores bien informados, la nueva idea de un ejercicio intelectual y creativo de una crítica, disciplinados y exigentes, y la apertura al pleno aire del mundo.

La acción renovadora, la constitución del grupo y las actividades públicas más importantes ocurrieron en la primera de estas secciones temporales, de 1907 a finales de 1910, durante el fin del Porfiriato. De lo que se hizo después, la Universidad Popular fue un intento por seguir la oleada democrática del maderismo; el reforzamiento y renovación del profesorado de la Escuela de Altos Estudios y de la Preparatoria, fue un esfuerzo por dar permanencia a la renovación intelectual, y el ciclo de conferencias de fines de 1913 será el último canto del cisne ateneísta.

Los siete sabios

El 5 de septiembre de 1916 fue fundada una nueva sociedad de conferencias y conciertos con aspiraciones de ser la edición mejorada del Ateneo de la Juventud, pues Antonio Castro Leal y Alberto Vázquez del Mercado se propusieron propagar la cultura entre los estudiantes de la Universidad de México convocando también a Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez Morín, Teófilo Olea y Leyva, Alfonso Caso y Jesús Moreno Baca, llamados los Siete Sabios de México.

Daniel Cosío Villegas en la introducción de su libro Ensayos y notas escribió un texto sobre esta valiosa generación a la que Krauze llamó “caudillos culturales en la Revolución Mexicana” y no le faltan todavía hoy elogios a tan selecto grupo intelectual.

Sin embargo, el sello del Ateneo de la Juventud y su proyección no tendrían paralelo hasta la fecha en el panorama cultural de nuestro país. De su seno salió el fundador de la teoría literaria latinoamericana (Alfonso Reyes) y junto con Henríquez Ureña, iniciador de la historiografía moderna. Además nos dio la figura más poderosa de la vida intelectual mexicana, trascendental para el despertar de México a la educación y la cultura en general en la persona de José Vasconcelos Calderón (1882-1959). Tras ser rector de la Universidad Nacional, fue designado Secretario de Educación Pública por el presidente Álvaro Obregón, de 1921 a 1924, y de inmediato creó la educación popular en un país con 80 por ciento de analfabetismo. Vasconcelos fundó bibliotecas públicas, celebró con gran éxito la Primera Exposición del Libro en el Palacio de Minería y ofreció a los pintores más famosos los muros de los edificios de la Nación: Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Roberto Montenegro, Juan Charlot, etcétera.

José Vasconcelos agotó un amplio programa de publicaciones alfabetizadotas con dibujos de Ernesto El Chango García Cabral,  y entregó en las manos de la gente la reedición de los clásicos griegos, hasta que, al llegar al poder Plutarco Elías Calles, por cuestiones políticas se alejó de México y  fundó en París la revista semanal  La Antorcha, el 4 de octubre de 1924. Luego se denominó a sí misma semanario “de la nueva generación”, y fue su director Samuel Ramos (1897-1957) quien la amplió haciéndola una revista de cultura moderna general que dejó de aparecer a fines de 1925.

Sin estas figuras inconmensurables que hace cien años se aventuraron a romper con el pasado a través de un movimiento muy sui generis, inclusive el mismo periodismo cultural no habría tenido los alcances que hoy tiene, pues provocó el surgimiento de estupendas publicaciones literarias y los diarios abrieron sus páginas a los nuevos aires de la composición poética, de la crónica, del arte y de la filosofía.

Más adelante, a mitad de siglo XX, nacerían los primeros suplementos culturales como consolidación de las aspiraciones de trascendencia entre las generaciones de escritores famosos, que siempre reconocieron la primera semilla, en este campo, del Ateneo de la Juventud a partir de octubre de 1909.

El anterior artículo debe citarse de la siguiente forma:

Esquivel, José Luis, «Detonador de la cultura», en
Revista Mexicana de Comunicación, Num. 118, México, septiembre/ octubre, 2009

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