Flashazos
De tormentas, apuros y otros menesteres
Como lo expone el presente número de la Revista Mexicana de Comunicación (RMC) el 2009 fue un periodo cargado de vaivenes, tormentas y apuros para los medios de comunicación mexicanos no sólo en el terreno económico sino de manera paralela en los ámbitos tecnológico y político.
Si las telecomunicaciones siendo el área más bonancible de la comunicación actual desaceleraron su crecimiento en forma notoria, nada distinto habría de esperarse para el resto de los medios. Quizás sólo a las dos principales televisoras abiertas, su insaciable voracidad les permitió salir mejor libradas durante un año particularmente azaroso en materia financiera.
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La Fundación Manuel Buendía, asociación civil editora de la RMC , no ha sido ajena a los estragos de la crisis que vive el país y, aunque por momentos ha cimbrado sus programas de trabajo, lo cierto es que ha brindado la oportunidad de saber u recordar o valorar a quiénes nos acompañan y apoyan. Paralelamente nos ha posibilitado refrendar nuestros lazos con varios amigos académicos, periodistas, funcionarios, investigadores y jóvenes universitarios sin cuyas manos solidarias sería imposible seguir navegando en el infinito mar de la comunicación. Y finalmente, los tiempos adversos han abierto la puerta para constatar, por si hiciera falta, el compromiso indeclinable e incondicional de todo el equipo de la Fundación Manuel Buendía. Sabedores de que la batalla no resulta nada sencilla, estamos convencidos de que hay suficiente entrega, vitalidad y entusiasmo para rato.
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Desde hace algunos meses circula un libro que se asoma a los pantanos de la corrupción y a la vez representa una convocatoria a realizar un periodismo sustentado y revelador. Me refiero a La Corrupción Azul de Daniel Lizárraga, reportero de Proceso. En dicha obra subyace una propuesta para hacer o impulsar caminos pocas veces recorridos en nuestro país ¿Cómo cuáles, por ejemplo? Para empezar, la necesidad de aprovechar los recursos de las leyes de accesos a la información.
No son más de cinco reporteros en México quienes, como Lizárraga, han indagado hasta límites inagotables las entretelas sobre los más diversos asuntos públicos, como el que motiva La Corrupción Azul, donde no sólo se muestran sino ante todo se documentan los excesos del poder. Y es que abreva de las mejores herramientas del oficio: el trabajo de investigación, lo cual implica infinidad de tareas: solicitar informaciones de interés público vía la ley, darles seguimiento a todo tipo de respuestas, contrastar en varios frentes y fuentes la misma información solicitada, revisar y escudriñar hasta altas horas cientos o miles de expedientes, detectar los datos o documentos resultantes del acceso a la información, capacitarse en el uso de programas informáticos para extraer datos relevantes, analizar tendencias y extraer conclusiones con las que luego se confronta a los involucrados…
Sería deseable que un periodismo de ese corte, que trasciende la mera declaracionitis para sostenerse en datos y hechos, pudiera desarrollarse con mayor asiduidad en nuestro país.
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A casi cuatro años de aprobada la Ley Televisa en el Senado y a poco menos de 36 meses de anulada en sus aspectos centrales por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, como el amanecer de 2010 aparece una obra que analiza desde ángulos diversos el trasfondo, las directrices y las repercusiones de esa legislación ajena al interés social. La Ley Televisa y la lucha por el poder en México reúne en ocho capítulos las aportaciones de 34 autores – entre investigadores, periodistas, políticos, comunicadores y activistas- que con ojo escrutador y documentado examinan el entramado político de la comunicación electrónica en México.
Coordinado por Rosa Alva de la Selva y Javier Esteinou Madrid, este libro encarna el afán tesonero por contrarrestar la estructura vertical, hermética, desigual y autoritaria del duopolio televisivo, al igual que la persistencia por mantener vivo –e incluso reactivar- el espíritu crítico desde distintos frentes y en trincheras convergentes para encauzar las alternativas comunicativas menos injustas y más dignas.