Periodismo incómodo – La política en tacones

Por Pilar Ramírez

Fotografía: "Wikileaks" por Artem Rosnovsky @ Flickr

El escándalo mundial que ha generado wikileaks con la filtración de memorandums que ponen al descubierto actos poco éticos, por decir lo menos, de gobiernos o empresas, orilla a nuevas reflexiones sobre la libertad de expresión.

La irrupción de la red de redes dio un vuelco al periodismo por la inmediatez para transmitir información, por la disponibilidad de datos provenientes de casi cualquier parte del mundo y por las severas limitaciones que impuso a los gobiernos en la práctica de contener la difusión de notas adversas a ellos; sin embargo, en los años de existencia de internet no había tenido lugar un hecho periodístico que cimbrara a la política mundial como lo está haciendo Julian Assange con wikileaks.

Julian Assange utilizó un mecanismo simple para allegarse de información: publicó en su portal información anónima o filtraciones sobre comportamientos poco éticos de gobiernos. Wikileaks se convirtió así en un verdadero portavoz ciudadano, lo cual marcó una diferencia importante con otros medios que suelen relegar la participación de la audiencia a las cartas; no robó la información, no la escribió ni interpretó las declaraciones de nadie, simplemente publicó lo que otros le entregaron. Lo anterior quiere decir que muchos ciudadanos –también militares en el caso de Estados Unidos- en un acto de rebelión sustrajeron escritos confidenciales para exhibir comportamientos que consideran impropios o ilegítimos de su gobierno.

La prisión preventiva que hoy sufre Assange, después de haberse entregado a las autoridades británicas, es el resultado de la reacción estadounidense, cuyo gobierno ha sido el más afectado con las filtraciones. Habrá que esperar el curso que toman las acusaciones por violación contra el fundador de wikileaks, mismas que ya se perciben como persecución política ante la dificultad de configurar acciones delictivas basadas en la actividad periodística. Ojalá todos los gobiernos se dieran a la tarea de perseguir a los violadores con el mismo ahínco que lo han hecho con Assange.

Estados Unidos, el país que en muchas ocasiones se ha autonombrado adalid de la libertad de expresión, hoy persigue a un periodista que proveyó a los ciudadanos estadounidenses de información que les permite ver a su gobierno como ejecutor de acciones impropias con tal de conservar su poderío y el papel que se ha dado a sí mismo como guardián mundial de la democracia. Con la ira de Estados Unidos, Assange pasó de ser un periodista multipremiado a delincuente, apoyado por otros gobiernos que salen raspados con las filtraciones y que le sirven de comparsa.

Como triste ejemplo, allí están las declaraciones del responsable de la política interior mexicana que rechazó consecuencias negativas de las filtraciones en la relación bilateral, a pesar del trato humillante que hay detrás de la intención de solicitar datos de la personalidad del presidente y el menosprecio que revelan los comentarios sobre la seguridad y el narcotráfico. El silencio hubiera sido un poco más digno.

Sarah Palin, la ex candidata republicana a vicepresidente y gobernadora de Alaska llama a asesinar a Assange y pide cazarlo como si fuera un terrorista, en tanto un asesor del primer ministro canadiense pide en televisión que lo asesinen.

En el acoso de Estados Unidos a Assange se esgrimen razones de Estado, pero quizá este es también momento de revisar este concepto que ha sido sumamente manoseado y del que se ha abusado repetidamente. La idea de “razón de estado” se le atribuye a Maquiavelo, pero es cuestión de interpretaciones; dice el pensador florentino que “es necesario que un príncipe que desee mantenerse en su reino, aprenda a no ser bueno en ciertos casos, y a servirse o no servirse de su bondad, según que las circunstancias lo exijan”. Esta afirmación se ha considerado equiparable a la razón de Estado, aunque la mayoría de las veces lo que se ve amenazado es un gobierno que aduce peligros para el Estado con tal de justificar las acciones –éticas o deshonestas, legítimas o no, aceptables o inadmisibles- para permanecer en el poder.

Es cierto que las filtraciones de wikileaks le llegaron a la administración Obama en un momento crítico. Se dice que su popularidad es inferior a la de Bush, pero eso no justifica que mate al mensajero.

ramirez.pilar@gmail.com

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