El Ejército y la comunicación social

Vigentes, las palabras del autor de «Red Privada» a 27 años de su muerte

Fotografía: "Ceremonia conmemorativa del Día del Ejército Mexicano" por Gobierno Federal @ Flickr

Por Manuel Buendía

El Ejército es parte del gobierno, sí; el Ejército es una de las instituciones nacionales, sí; teóricamente se pueden aplicar principios y métodos de la Comunicación Social a un Ejército, sí. Pero nadie hasta ahora se ha atrevido a decir cómo.

La comunicación social es uno de los elementos constitutivos del poder. Una especie de axioma político expresa que los vacíos del poder no existen. Es decir, cuando ese espacio se crea, inmediatamente es ocupado por intereses apócrifos y aun adversarios respecto de los que corresponden al poseedor original y legítimo del poder. En un Estado, en un gobierno, si por descuido o deficiencia se produce un vacío de poder  –transitorio, restringido a una área específica–, tendrán que enfrentarse las consecuencias: ese espacio habrá sido prontamente ocupado por elementos que sirven a intereses ajenos, si no es que contrarios a aquéllos que deben representar y proteger el Estado y el gobierno.

Si entendemos, pues, que la Comunicación Social es un elemento constitutivo del poder, la consideramos indispensable para el buen funcionamiento de las instituciones en un país moderno.

Si se le suprime, si se le omite en las estructuras gubernamentales, se producirá entonces uno de los ejemplos clásicos de vacío de poder.

En este orden de ideas, los medios de comunicación masiva se definen como parte del instrumental de poder en un país.

El estudio de las ciencias y técnicas que atañen a la Comunicación Social debiera ser una alta prioridad para cualquier país; pero especialmente para uno como el nuestro, situado, ahora, casi súbitamente, en una encrucijada de peligros externos y riesgos internos que sólo será posible enfrentar si se preserva la solidaridad y la unión entre los mexicanos, al menos entre las mayorías populares.

Y nada pone más cerca de la destrucción esa unión y esa solidaridad que el sometimiento al constante bombardeo de la propaganda adversa, a través de medios que sirven a designios opuestos a nuestro interés nacional.

En México hay una notoria deficiencia respecto al estudio de la comunicación masiva, como ciencia y técnica, enfocado a la preparación de comunicadores que sirvan a las instituciones del Estado, a los organismos del gobierno nacional, a las agrupaciones de obreros, campesinos y profesionales, a los partidos políticos, etcétera.

Proliferan, en cambio, bufetes, despachos, asociaciones que se dedican al diletantismo en estas materias, y que frecuentemente incurren en el encubrimiento de la penetración extranjera.

La Comunicación Social  –comprendidas en este concepto las cuatro acciones básicas: información, publicidad, propaganda y relaciones públicas–  debería ser tomada, insisto, como una alta prioridad nacional, porque de ella depende en gran medida la gestión democrática de la sociedad en que vivimos.  […]

 

Seguridad nacional

Seguramente ustedes conocen el origen de esta frase:

“En una guerra, el primer muerto es la verdad”.  Nunca tan certera esta aseveración como ahora, cuando la guerra fría, siniestro heraldo de la guerra caliente, estremece de temor a la humanidad.

La manipulación informativa en diversos episodios –el trágico incidente del avión coreano, la invasión a Granada, las matanzas en Líbano, la guerra Irán-Iraq, la invasión de Afganistán, etcétera–, muestra que para los efectos de la disputa entre potencias, nosotros no sólo estamos en el hemisferio occidental, entendiendo esto como parte del globo terráqueo, sino que vivimos dentro del hemisferio que domina la propaganda de Estados Unidos. Estamos encerrados bajo una campana hemisférica, como animales de laboratorio, objeto de experimentos conductistas.

Sin duda, todas estas consideraciones  –ese es al menos mi punto de vista–  atañen el vasto temario de la seguridad nacional. Y creo que de algún modo  –aunque con argumentos deficientes, lo admito–  he expuesto algunas ideas que relacionan la existencia misma del poder y el ejercicio de éste con la Comunicación Social.

Veamos ahora si resulta válido decir que el Ejército Mexicano no puede sustraerse al conocimiento, desarrollo  y aplicación de este conjunto de ciencias, de técnicas, de tecnologías, estrategias y acciones tácticas que se derivan de esas dos palabras: Comunicación Social.

Comencemos por recordar las siguientes palabras del Presidente Miguel de la Madrid:

El esfuerzo de comunicación es una de las grandes tareas del gobierno. El gobierno democrático particularmente, debe obrar con el mayor consenso posible, y para lograrlo se necesita comunicación; se necesita exponer lo que el gobierno piensa; y fundar y explicar cómo actúa; [se necesita también] tener la capacidad de informar por qué no se puede actuar en cierta forma, o por qué [después] no se puede lograr algo que el mismo gobierno propuso.

Estas palabras del Presidente son de una lógica impecable. Ampliada, simplemente diríamos que no puede haber ninguna parte grande o pequeña del gobierno, que se sustraiga a la necesidad que está planteando su jefe. La imperiosa necesidad de la comunicación. Esto, por supuesto, no sólo no puede excluir al Ejército, sino que lo involucra principalísimamente, como parte tan destacada que es del gobierno.

Y el Presidente dice para qué quiere la comunicación el gobierno, todo el gobierno: para alcanzar el consenso popular, para mantenerse en él, para que ese consenso popular sea el verdadero sustento de las acciones de un gobierno que tiene a gala llamarse democrático.

¿Qué parte del gobierno o, más concretamente, qué funcionario, cuál secretario de Estado puede decir que su quehacer no requiere el consenso popular?

No será ciertamente en el Ejército Mexicano donde eso se puede decir. Sería una aberración histórica.

Nadie puede negar que el hombre, la imagen y el prestigio del Ejercito Mexicano están construidos no por el número de tanques y aviones que tengan, sino por el consenso popular.

En efecto, nombre, prestigio, imagen y aun eficacia del Ejercito se sustentan básicamente, irrenunciablemente, en el afecto, el respeto y el apoyo del pueblo.

Destrúyase esta aseveración y se atentará también contra el origen, tradición, presente y futuro del Ejército Mexicano.

En otros países, hay ejércitos que declaran no necesitar el consenso del pueblo, y así se comportan. Pero no se parecen al Ejército Mexicano.

Si el Ejército Mexicano involuciona, si se encierra en sí mismo, tarde o temprano se convertirá en una casta. Este sería un riesgo o una trayectoria que ustedes tendrían que aquilatar; pero no serían los únicos. Me estoy refiriendo a los observadores civiles que nos mantenemos muy atentos a todas las manifestaciones que se dan en nuestro Ejército.

 

Comunicadores institucionales

Desde mi punto de vista, pues, parece obvio que el Ejercito debe conocer, investigar, desarrollar, aplicar y evaluar ciencias y técnicas de eso que llamamos Comunicación Social.

Pero estoy muy consciente de que hablar de comunicación aplicada al Ejército es algo fundamentalmente distinto a manejar este concepto respecto a una institución civil.   Y también sería una temeridad de mi parte venir a dar recetas a ustedes. Tengo muchos años de experiencia en el campo civil, pero ni uno solo en el castrense.

No puedo, entonces, hacer la traducción de un lenguaje a otro. Esta tiene que ser tarea de especialistas bilingües. Es decir, de especialistas que se hayan formado en ambos campos, o que empiecen a formarse a partir de hoy.

Lo que ahora me he propuesto ha sido plantear ideas primarias, que tal vez resulten germinales, si es que aquellos de ustedes en cuyas manos están las decisiones, coinciden conmigo. De otra suerte, sólo habremos invertido unos cuantos minutos en un grato ejercicio de comunicación interpersonal, pero sin mayor trascendencia a lo social.

Para entender a fondo la cuestión, es necesario no violentar el orden lógico de los conceptos.

Si se quiere hablar seriamente de Comunicación Social en una institución, lo primero que se necesita es establecer una política.

Por política entendemos, en ese caso, la expresión de la voluntad superior de llevar a cabo la empresa, con todas sus consecuencias; entendemos también la concreción de metas y propósitos ideales, así como el señalamiento, en términos altos, de los métodos y sistemas que harán viable el propósito.

Una política estará bien planteada sólo si de ella pueden derivarse los programas. De las acciones programáticas se siguen estrategias generales y las acciones tácticas, para emplear un par de términos típicamente castrenses.

La política de Comunicación Social y sus programas tienen que ser cuidadosamente previsores, y establecer prioridades. Por ejemplo, una de estas preferencias tendría que ser, seguramente en todos los casos, el programa de formación de recursos humanos.

Formar buenos comunicadores institucionales podría resultar una misión tan difícil como formar buenos soldados.

Todas las tareas específicas en el ámbito de la Comunicación Social –redactar artículos y boletines; concebir, esquematizar, dirigir y lograr publicaciones; tomar fotografías; producir programas de radio; manejar una cámara de cine o una de televisión–, requieren capacidad, imaginación, valor, pero sobre todo dominio de una técnica y, más altamente, profesionalismo.

En suma: conocimiento y práctica de un arte aplicado a un propósito político, conocimiento de principios científicos y aptitud para el manejo tecnológico. En fin, nada hay más lejano de la improvisación y del simple aficionismo, que los exigentes desafíos de la Comunicación Social.

Yo me imagino que el sobresaliente acto de honradez o la hazaña de valentía de un soldado debieran ser conocidos no sólo dentro del Ejército sino en una vasta extensión de la opinión pública. Pienso en lo bueno que sería hacer llegar a la televisión escenas de soldados rescatando a niños, a mujeres y a ancianos de una inundación.

Creo que sería muy conveniente hacer resaltar en radio, prensa, TV y cine la labor de los soldados que llevan agua potable a regiones casi desérticas, cuyos pobladores literalmente morirían de sed sin este auxilio. Imagino en los medios la información  –escrita, gráfica y cinética–  acerca de lo que realizan las brigadas de médicos, enfermeras y alfabetizadores del Ejército en lo profundo de la sierra de Guerrero. Visualizo exposiciones  –estáticas y audiovisuales–  que lleven a los soldados de un remoto cuartel en Baja California lo que están haciendo sus hermanos destacados en la frontera del Sureste, o a la inversa…

En fin, algo, partes de todo esto se ha hecho, se está haciendo, se hará. Pero no de modo ordenado y sistemático. No de un modo científico y no dentro del avanzado desarrollo tecnológico que sí han alcanzado otras instituciones.

Esa es la diferencia. Creo que todos la apreciamos fácilmente.

Pero llegar a los hechos es muy difícil, aun si se tuviera la voluntad superior de hacerlo. El Ejército es parte del gobierno, sí; el Ejército es una de las instituciones nacionales, sí; teóricamente se pueden aplicar principios y métodos de la Comunicación Social a un ejército, sí. Pero nadie hasta ahora se ha atrevido a decir cómo. Con un cómo que respete la idiosincrasia de nuestro Ejército; que tome en cuenta sus altos deberes y las inocultables diferencias que éstos establecen respecto a otras instituciones del campo civil. Un cómo que, en su exposición, demostrara haber tenido su autor una fina percepción de todas las cuestiones políticas que en ello están involucradas.

En resumen, yo sólo vine a hablar a ustedes de Poder, Comunicación y Seguridad Nacional. Y sólo de paso, a sembrar unas cuantas inquietudes.

 

2 comentarios a este texto
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