Viernes
La política en tacones
Por Pilar Ramírez
Hace pocos días Mayela García, incansable luchadora por los derechos de las mujeres, hizo un comentario en las redes sociales cargado de impotencia: “El día de hoy acompañamos a Blanca, mujer de 40 años, quien por razones de pobreza y exclusión no sabe leer ni escribir, violentada por su pareja durante años, finalmente tuvo que huir de su domicilio para salvar su vida. Ayer su hija de 16 años murió de leucemia, su ex pareja realizó gestiones en el hospital para que no se le permitiera la entrada y entregaron el cuerpo al padre. Blanca no pudo ver a su hija, pero su amor de madre es tal que logró saber dónde se encontraba el cuerpo de la pequeña. La tristeza y la indignación son tan grandes que no caben en el corazón”.
A menudo, en este espacio se ha comentado el problema de la violencia contra las mujeres, es también tema recurrente en notas periodísticas de los medios escritos o electrónicos, sin embargo, sólo nos acercamos realmente a él cuando adquiere un nombre, un rostro o una historia. Sólo percibimos con nitidez la violencia que a diario padecen muchas mujeres como Blanca cuando nos enteramos de su historia, porque es hasta entonces que podemos imaginar el maltrato que tuvo que padecer y los límites a los que llegó la violencia para orillarla a tomar la decisión de huir del hogar como un acto de sobrevivencia. A la soledad, la pobreza y la desesperanza se sumó el dolor de sufrir la muerte de su hija, acrecentado por la imposibilidad de acompañarla en el final de su vida. Su ex pareja le asestó un golpe adicional a los muchos que ya le había dado, y quizá más cruel, al impedirle despedirse de ella y sepultarla.
Lamentablemente hay muchas Blancas en todo el país. Pese a los cambios legislativos, la violencia en contra de las mujeres va en aumento y se recrudece en zonas rurales e indígenas. Reportes oficiales señalan que persiste la violencia física, sexual y económica, pero también va en aumento la violencia psicológica porque “es la que no deja huella ni marcas físicas”.
Con frecuencia, las mujeres sufren doble violencia: a manos de sus agresores y por parte de las autoridades encargadas de impartir justicia. Un caso reciente que está en los medios es el de Karen Joanna Sánchez, la joven estudiante de la UNAM asesinada por asfixia por un “amigo” y en cuyo caso la ministerio público (es una mujer) se niega a reconocer el delito como un feminicidio. Este tecnicismo legal, aparentemente inofensivo, haría una gran diferencia en el castigo para el asesino, pues si se juzga sólo como asesinato la pena sería de 30 años, mientras que si se determina que fue un feminicidio cometido por un agresor que tenía con la víctima una relación afectiva o sentimental el castigo podría alcanzar 60 años de cárcel. Lourdes Cruz Pérez, la agente del Ministerio Público asignada al caso dice simplemente que “no está convencida” de que se trate de un caso de violencia feminicida, a contrapelo de lo que señalan los hechos y lo que estipula el protocolo correspondiente a la investigación de estos casos y puesto en vigor desde 2011 en el Distrito Federal.
En otros casos, a la doble violencia se suma el escarnio, como ocurrió hace pocas semanas a dos mujeres del municipio de Tonalá, en el estado de Jalisco. A consecuencia de un altercado fueron detenidas por policías municipales, quienes las golpearon desde el momento de la detención; antes de llegar a la comisaría se detuvieron en un terreno solitario para golpearlas, acallaban sus quejas con amenazas de violación. Una vez que llegaron a la estación de policía continuaron los golpes, lo cual fue grabado por otro policía con un celular y el video se subió a internet.
¿Qué es el poder? se pregunta Giovanni Sartori y responde que el poder es una relación: “un individuo tiene poder sobre otro porque le obliga a hacer lo que de otra forma no haría. Robinson Crusoe, solo en la isla donde naufragó, mientras esté solo no tiene ningún poder, únicamente lo adquiere cuando llega Viernes”.
En la desigualdad de género, históricamente a las mujeres les ha tocado ser Viernes, muchas veces ellas mismas no logran reconocerlo. Va siendo hora de que quienes sí lo vemos contribuyamos a ponerlo de manifiesto, a hacer visible esa relación de poder abusivo. Hoy existen recursos legales para enfrentarlo, pero es necesario que las mujeres por sí mismas o con ayuda aprendan a exigir sus derechos, especialmente el de vivir sin violencia. Cuando veamos a mujeres como Blanca dispuestas a sufrir menos y con la resolución suficiente para confrontar a su victimario habremos dado un buen paso. Esa determinación sólo llegará cuando las mujeres perciban verdaderamente el respaldo institucional, cuando haya menos ministerios públicos como Lourdes Cruz y cuando el sistema de impartición de justicia no admita a policías como los de Tonalá.
ramirez.pilar@gmail.com
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