Una revisión al debate.

Siete investigadores de la comunicación en el primer número de RMC.

 

RMC ejemplar Núm. 133

RMC ejemplar Núm. 133

La Revista Mexicana de Comunicación (RMC) ha tenido un papel importante en el desarrollo del campo, siendo un vehículo de difusión, divulgación y popularización de muchos de los productos de la indagación académica. Poco a poco han surgido y se han consolidado unas pocas revistas científicas del campo, pero la RMC  ha permanecido como un intermediario de gran valía entre los investigadores y diversos públicos, especializados y no especializados, tal como prometía el Editorial del primer número. Desde 1988 a la fecha han ocurrido muchos, grandes y pequeños, desarrollos que han propiciado que la investigación mexicana de la comunicación haya aportado elementos de conocimiento e información para comprender y eventualmente incidir en los acontecimientos mediáticos. Y la RMC ha sido un vehículo de diseminación informativa y debate de los sucesos y las ideas de

la mayor importancia.

 

Por: Enrique  E.  Sánchez  Ruiz

Cuando comenzó la Revista Mexicana de Comunicación, el mundo estaba atravesando por una serie de transformaciones importantes, de las cuales México no se podía escapar. Hubo una crisis económica que a nuestro país le pegó muy fuerte, desde 1982. A los ochenta se les llamó incluso la década perdida. Durante ese decenio, con la llegada al poder de Margaret Thatcher en Inglaterra y Ronald Reagan en Estados Unidos, y más en general el acceso al poder de una nueva derecha, advino a la hegemonía global el llamado neoliberalismo: nueva religión secular que reinaría por varias décadas en el mundo. Paradójicamente, ante esa década de crisis del capitalismo, terminamos pidiendo más capitalismo. Éste, continuó sufriendo crisis mayor o menormente agudas y profundas, hasta la actualidad.

En septiembre de 1988 apareció el primer número de Revista Mexicana de Comunicación y al año siguiente se cayó el Muro de Berlín. Desde luego que no asumo ningún tipo de causalidad, pero este hecho influyó en las formas de escritura en todo el mundo: en términos simbólicos este hecho histórico significó para muchos el fracaso del comunismo y de su base teórica, el Marxismo (desde luego, en su versión dogmática, oficial, estatalista) y, complementariamente, el triunfo del capitalismo y su credo: el neoliberalismo. Significó para Francis Fukuyama y seguidores coyunturales el fin de la historia, ante el predominio final del sistema capitalista en lo económico y de la democracia liberal en lo político.

Durante los decenios anteriores, los sesenta y en especial los setenta, en el mundo el pensamiento crítico, con algún grado de influencia marxista, tenía no sólo una relativa aceptación, sino una gran influencia, particularmente en las ciencias sociales practicadas en el ámbito de las universidades públicas. Se dice  –y con razón–  que las ciencias sociales tendieron a ser bastante sobreideologizadas. Pero sí tendría yo que hacer una diferencia entre versiones dogmáticas de las teorías sociales críticas, mismas que solamente debía uno citar y con eso evitarse el tener que realizar investigación empírica, y otras que, sin dejar atrás completamente el aspecto de crítica social (y crítica epistemológica, teórica, metodológica), más que partir de convicciones, partían de preguntas. Una vez que se cayó el Muro de Berlín, ocurrió el Consenso de Washington y se terminó la historia: ocurrió una sobreideologización de signo contrario, hacia la derecha, en el mundo.

La Revista Mexicana de Comunicación tuvo, como muchos otros órganos de divulgación cultural, ciertas presiones ideológicas en términos de los nuevos sentidos de la escritura crítica. Afortunadamente, en líneas generales nunca operó la espiral del silencio sobre la RMC y se ejerció el análisis crítico con la mayor libertad.  Si bien el objetivo principal de la revista fue “abrir un espacio periódico en donde la reflexión, el análisis y la discusión contribuyan a esclarecer el papel que los medios masivos juegan en el conjunto de la sociedad mexicana”, como afirmaba el Editorial del primer número, también desde el principio se abrió un espacio para la reflexión “metacomunicacional”, es decir: aquella sobre la propia investigación sobre los medios.

El primero de julio de 1988, la Fundación Manuel Buendía invitó a un grupo de jóvenes investigadores de la comunicación a sostener una conversación sobre las condiciones en que se ejercía tal labor a fines de los ochenta: qué temas se favorecían, qué enfoques teóricos y metodológicos, qué estilos y formas de hacer en lo individual y en lo colectivo; qué avances, retrocesos, barreras, etcétera, caracterizaban a la investigación mexicana. Asistieron Javier Esteinou, director del Taller de Investigación de la Comunicación (Ticom) de la UAM Xochimilco; Rubén Jara, en ese entonces director del Instituto de Investigación de la Comunicación A.C. (me parece que al momento recién separado de Televisa); Fátima Fernández Christlieb, Investigadora del Centro de Estudios de la Comunicación de la Facultad de Estudios Políticos y Sociales de la UNAM; Antonio Paoli, Investigador de la UAM Xoxhimilco; Guillermina Baena Paz, titular de la Coordinación de Ciencias de la Comunicación de la FCPyS de la UNAM; Raúl Trejo Delarbre, miembro del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y quien esto escribe, que en ese momento era presidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, además de investigador del Centro de Estudios de la Investigación y la Comunicación (CEIC) de la Universidad de Guadalajara. Quien coordinó la mesa redonda fue José Luis Gutiérrez Espíndola, quien fungía como subdirector editorial de la naciente Revista Mexicana de Comunicación. Fue un intercambio espléndido. En realidad, en la medida en que hubo más bien una gran complementariedad en las opiniones vertidas, más que un debate, fue una placentera conversación de amigos, sobre un tema de interés común para todos/as.

Enfoque emergente

El primer tema sobre la mesa fue el asunto de la sobreideologización de la investigación. Pareció haber consenso en que ésta efectivamente estaba disminuyendo en los claustros académicos, es decir: se hablaba de la sobreideologización de izquierda. Pero varios de los que ahí estábamos opinamos que algún grado de ideología era inevitable, “en el sentido de que todos nosotros tenemos percepciones del mundo, posiciones políticas más o menos compartidas que en alguna forma permean nuestro trabajo de investigación”, como afirmé en mi primera participación. Sin embargo, los asistentes al debate no habíamos notado todavía que estaba surgiendo una nueva sobreideologización en el emergente predominio del discurso neoliberal como nuevo espíritu de los tiempos, o especie de clima de opinión reinante, que lo ha sido durante los últimos decenios. Se mencionó el enfoque emergente de las mediaciones sobre el cual algunos asistentes manifestamos nuestro temor, casi convicción, de que estaba por constituirse en una nueva moda. Sin embargo, también se señalaron las posibilidades de que, quitando los aspectos de superficialidad de cualquier simple moda, hubiera nuevas aportaciones y enriquecimientos en la comprensión de la operación de los medios (a pesar de que uno de los planteamientos más elaborados, el de Jesús Martín Barbero, llamaba a desplazar las preguntas, “de los medios a las mediaciones”). Efectivamente, el mediacionismo, acompañado por el enfoque de estudios culturales, lideraron una moda intelectual latinoamericana durante los noventa y la primera década del nuevo milenio, haciendo aportaciones importantes, pero también produciendo algunos efectos no muy positivos. Aunque tal enfoque favoreció una visión relativamente más compleja de los procesos de flujos y recepción de los mensajes mediáticos hacia los receptores, en la medida en que diluyó las posibles consecuencias sociales de los mensajes de los medios, entre tantas mediaciones, apropiaciones, actividad, negociaciones, resemantizaciones, etcétera. El que los procesos de influencia social fueran muy complejos y que no era muy fácil determinar los efectos sobre las audiencias, se convirtió en un lugar común que tuvo incluso consecuencias políticas. Por ejemplo, cuando se recurrió a la Suprema Corte de Justicia para la determinación de un probable delito electoral por parte de Vicente Fox y de un grupo empresarial, por el uso intensivo de mensajes mediáticos a favor del candidato del PAN en 2006, Felipe Calderón Hinojosa, la conclusión de la Corte fue una paráfrasis del lugar común que recitaban muchos académicos de la comunicación, sin el recurso directo a la investigación empírica, con diseños complejos. Vicente Fox era inocente y los medios seguían siendo “hermanitas de la caridad”, porque no se podía determinar la influencia mediática con tantas mediaciones.

Recuerdo que en aquella reunión comenté a mis colegas un hallazgo de investigación al que recientemente habíamos llegado Raúl Fuentes y yo, habiendo realizado un análisis histórico estructural de la investigación de campo sobre comunicación: que estábamos en una situación de triple marginalidad. La investigación científica, marginal con respecto a las prioridades del desarrollo; las ciencias sociales en un segundo grado de marginalidad, al no considerárseles capaces de producir tecnología (estoy sobresimplificando aquí); y los estudios sobre comunicación, marginales de los apoyos y el estatus académico, político y social. Un indicador, aunque no el único, era por ejemplo el de los apoyos a proyectos de investigación por parte del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).

Hace un año, mi colega Raúl Fuentes realizó una actualización de ese estudio y encontró una reducción relativa de la marginalidad de nuestro campo a partir de diversos indicadores de participación. Un aspecto que ha mejorado nuestro estatus entre las ciencias sociales, es que quienes las practican han caído en la cuenta de que los medios (tanto los tradicionales como las nuevas modalidades tecnológicas), son parte fundamental de los procesos políticos, sociales, culturales y económicos.

Hoy en día ya no se puede pensar la política sin el recurso y la participación de los medios, que son no solamente arenas, sino también actores, de donde se les denomina con la expresión de moda de poderes fácticos. Muy pronto quizás los colegas de otros campos de lo social, también nos convencerán de que los medios si  producen efectos (ya sea de corto, o de mediano o de largo plazo, y desde luego entre múltiples factores intervinientes) en sus audiencias.

Otro tema que se trató en la reunión fue el de la incidencia social y política (académica, incluso) de la investigación. Se mencionó la poca interacción de los investigadores y sus productos (informes, artículos, libros) con quienes toman decisiones, tanto en el sector privado como en el sector público, quizás otro nivel o aspecto de nuestra múltiple marginalidad. Con diferentes niveles de exigencia, pero hubo consenso en que hasta el momento, salvo el caso de la investigación aplicada, realizada por empresas para empresas o dependencias con fines específicos e inmediatos, había muy poco contacto entre lo que indagaban los investigadores y los grandes  –y pequeños–  problemas nacionales (o, en su caso, los regionales).

RMC ejemplar Núm. 9.

RMC ejemplar Núm. 9.

En líneas generales, se aceptó que hay diferentes tipos de investigación, las cuales por cierto no son mutuamente excluyentes, que significan a su vez diferentes niveles de aplicación y vinculación: Un tipo de investigación, que yo seguiría sosteniendo que es fundamental, es aquella que busca simplemente reducir ignorancia e incertidumbre. La historia de la prensa  –que yo creo no ha sido agotada por la investigación existente–  puede ser que no tenga una aplicación inmediata, pero nos dota de memoria histórica. Reduce nuestra ignorancia. Otro tipo de investigación puede realizarse, por ejemplo, con fines de capacitación; habría muchos temas de investigación de gran utilidad en el proceso de educación de los periodistas, incluyendo, por cierto, la de la historia de la prensa donde ellos ejercen o ejercerán. Pero también hay investigaciones de diferente envergadura y profundidad que pueden buscar explícitamente, por ejemplo, ser insumos para los procesos de toma de decisiones y establecimiento e instrumentación de políticas públicas. Otras investigaciones buscan transformar la realidad no desde el Estado, sino desde otros campos sociales como la propia sociedad civil. Este tema se liga a la vez con otro que se trató en la reunión: el de si es posible o deseable que la investigación se planee y se pacte desde alguna cúpula que a su vez dictamine su legitimidad.

A partir de las organizaciones del campo, como AMIC, Coneicc o la Amedi, se han hecho esfuerzos valiosos en todos estos años por concertar esfuerzos en algunos temas y áreas, pero ya sabemos que no puede dictaminarse y decidirse cupularmente lo que debe indagarse. En los encuentros periódicos y coyunturales de estas y otras entidades se suelen discutir algunos de los grandes temas nacionales, que a veces se tornan en modas y, ni modo, también a veces se cae en los excesos (temas y orientaciones excesivamente analizados, mientras que otros son olvidados o guardados en el cajón de las antigüedades).

Espíritu crítico

Los organismos gubernamentales también, con alguna frecuencia, pueden intervenir en dirigir la atención hacia algunos temas y aspectos a dilucidar. Pero creo que no debe caerse en mecanismos de control autoritario de la investigación científica.

En fin. Desde los tiempos pioneros, que posiblemente estaban ya terminando cuando la RMC nació, y comenzaban tiempos de mayor producción y vinculación (cuya evaluación variará, dependiendo del grado de exigencia: no hay parámetros absolutos para estas cosas), yo creo que hemos avanzado mucho. Hemos ido recuperando el espíritu crítico de los años sesenta y setenta, sin caer  –creo yo– nuevamente en el vacío de los dogmatismos y los autoritarismos.

A pesar del predominio del credo neoliberal y de las políticas que pretendían entregar todo, incluyendo la educación pública y la investigación científica a las manos invisibles del mercado, ha sido posible que la investigación haya podido ser realizada, la mayor parte del tiempo gracias a esfuerzos y sacrificios personales de los sujetos, pero cada vez más en virtud de apoyos y subsidios gubernamentales y universitarios. Porque a las universidades públicas y privadas (por lo menos en algunos casos, como el del TEC de Monterrey en algunos de sus campus) les interesa mantener algunos indicadores altos, por ejemplo aquellos de número o proporción de profesores en el Sistema Nacional de Investigadores (SNI), o en el Programa de Mejoramiento del Profesorado (PROMEP), en el caso de las públicas, les ha interesado mejorar relativamente las condiciones para la investigación. La proporción de profesores con maestrías y doctorados se ha elevado bastante desde 1989 y nuestra presencia por ejemplo en el SNI ya es más significativa. Entonces, hemos remontado relativamente nuestra marginalidad múltiple, aunque haya todavía mucho por hacer. Otro aspecto que se señaló en aquella ocasión fue el alto centralismo de nuestra investigación, mismo que también se ha podido ir remontando a través del tiempo.

La Revista Mexicana de Comunicación ha tenido un papel importante en el desarrollo del campo, siendo un vehículo de difusión, divulgación y popularización de muchos de los productos de la indagación académica. Poco a poco han surgido y se han consolidado unas pocas revistas científicas del campo, pero la RMC  ha permanecido como un intermediario de gran valía entre los investigadores y diversos públicos, especializados y no especializados, tal como prometía el Editorial del primer número. Algunos investigadores mantuvimos la costumbre de escribir un informe parcial de indagación (artículo) más pormenorizado y de mayor extensión, publicable en una revista académica para la difusión y discusión de orden más especializado, junto con una versión un tanto más corta, para su publicación en RMC. Con alguna frecuencia, ha resultado que la versión de RMC era mayormente citada, según testimonios de algunos colegas. Desde la publicación de aquel debate a la fecha, han ocurrido muchos, grandes y pequeños, desarrollos que han propiciado que la investigación mexicana de la comunicación haya aportado elementos de conocimiento e información para comprender y eventualmente incidir en los acontecimientos mediáticos. Y la Revista Mexicana de Comunicación ha sido un vehículo de diseminación informativa y debate de los sucesos y las ideas de la mayor importancia. Por todo ello, ¡Feliz Aniversario!

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