¿Nueva? crónica latinoamericana
Por: Jorge Tirzo
No importa si existe un boom, lo innegable es que el género –igual que el periodismo en general– tiene ganas de vivir a pesar de sus condiciones precarias. Probablemente le corresponda al lector decidir si un boom puede serlo sin compensación económica de por medio ni éxito en la lectura a nivel masivo. En el anterior boom, el de Gabo y Vargas Llosa, los protagonistas se volvieron ricos a base de regalías; se volvieron rockstars gracias a la lectura de miles de jóvenes; y se volvieron líderes de opinión debido a su abierta militancia política. Eran otros tiempos. Los cronistas boomers al parecer ni se están volviendo ricos, ni son leídos masivamente, ni son líderes de opinión. Y tal vez, sólo tal vez, así está mejor.
Cuentan historias en una época en la que todos contamos historias. Aportan su mirada personal, en una época en la que todos tenemos perfiles personales para contar lo que nos interesa. Narran –casi siempre– con miles de caracteres, en una época en la que subimos a Internet fotos, videos, audios e incluso textos escritos. Apuestan por textos extensos que requieren de meses de preparación, en tiempos en que los diarios adelgazan y apremian a sus reporteros. Protagonizan un boom de la no-ficción, en una época donde triunfan en ventas los libros de vampiros enamorados y magos adolescentes.
Son cronistas. Whatever it means, if it means something.
Pero no nos equivoquemos. No son cronistas como los de Indias, con un pie en la historia y otro en la propaganda colonial. Tampoco son cronistas modernistas, con un pie en la imprenta y otro en la torre de marfil. Algo tienen de Wolfe y Capote, pero también mucho de García Márquez y Monsiváis. Escriben en un tiempo de crisis profunda para los medios y de cambios totales para el oficio periodístico. Son algo así como Ulises amarrado a su propio barco mientras dura la tormenta y pasan las sirenas.
No son un grupo homogéneo, ni se atienen a manifiesto alguno, ni hay temas recurrentes. Bajo la óptica del análisis literario, son más bien neo-realistas: diálogo directo, descripción detallada, narración polifónica, tutela de los narradores omniscientes. Pero en esa descripción tan simplista cabrían lo mismo Balzac o Bukowski. Algunos escriben sobre los suicidas del fin del mundo, otros sobre los grandes capos del narcotráfico. Unos prefieren retratar a las personas, otros contar la vida de los lugares. Diversidad hay.
El nuevo boom de Gabo
Si tuviera que nombrar una recurrencia entre ellos, cabría en un diminutivo: Gabo. Muchos de ellos han sido alumnos y/o maestros de la ahora llamada Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). Se han leído bien a los new journalists, pero también Relato de un náufrago y Crónica de una muerte anunciada, sin olvidar Cien años de soledad, por supuesto. Esto no quiere decir que Gabo sea un ídolo monolítico, pero si hay que nombrar jerarquías en el pequeño Olimpo de la crónica latinoamericana, el Premio Nobel colombiano ocupa un lugar privilegiado. Pionero, fundador, inspiración, antagonista, padre al que hay que matar, presidente de la FNPI. Todo en uno. Más o menos lo mismo que ocurre en la literatura de ficción. Sin importar si se ama o se odia a Gabo, nadie puede negar su importancia.
Al igual que en la literatura de ficción, Gabo ha colaborado a propiciar un boom. Desde mediados de los noventa, la FNPI ha organizado dos encuentros de Nuevos Cronistas de Indias con periodistas de todos los países de habla hispana. Además, su infinidad de talleres ha propiciado que cada vez más periodistas practiquen el oficio. Si en los años sesenta Gabo ganó la copa del mundo literario como principal goleador, hoy está de vuelta en la cancha como director técnico. O algo así. Pero la historia se repite. Quizás nadie le hubiera llamado boom al boom si antes no hubiera habido publicaciones en España.
Mejor que ficción (Anagrama, 2012) y Antología de crónica latinoamericana actual (Alfaguara, 2012) sembraron la duda: ¿Estamos viviendo un boom de la crónica latinoamericana? A mí, por ejemplo, John Lee Anderson me dijo que sí, que ese boom existe y que quien lo dude puede ir a buscar algo similar a cualquier otra región y no lo encontrará:
No sé quién lo dijo primero, pero yo lo dije sin saber que otro lo había dicho. No es que yo sea un abanderado tratando de vender un producto. Yo sí lo comparo con el boom de la ficción. Estamos frente a un nuevo boom latinoamericano. Lo digo porque yo no sólo me paso la vida aquí. Viajo por América del Norte, Europa donde vivo, África, Medio Oriente, ando en muchas partes del mundo todo el tiempo y no veo un boom parecido.
Sergio González Rodríguez, por el contrario, contestó lo contrario:
No creo que un par de antologías de cronistas publicadas en tiempos recientes configuren un boom: la crónica ha estado y estará vigente al margen de la atención de una o dos editoriales españolas o de los encuentros de auto-validación gremial de grupos de periodistas.
Leila Guerriero salió a buscar la misma respuesta a inicios de 2012 para su reportaje “La verdad y el estilo” publicado en el suplemento Babelia de El País. Algunos le dijeron que sí, que había un boom porque el género nunca atrajo tanto interés. Otros que no, que hasta que no hubiera solvencia económica y un público equiparable al de la ficción, no se podría hablar de un boom. Pasó el año, pasó el encuentro de Nuevos Cronistas de octubre de 2012 en México, y a inicios de 2013, Leila volvió sobre el tema en un artículo llamado “El Periodismo” publicado también en El País:
Creo que no sería aventurado decir que la mayor parte de quienes se reunieron en México tiene más de un trabajo y que, durante los últimos años, han hecho lo que hicieron –dirigir revistas de crónicas, escribir crónicas– con lo único que tenían a mano: la tozudez y la convicción de que valía la pena, con la complicidad de sus editores y a pesar de ellos, con la complicidad de los grandes medios y a pesar de ellos, con buenas compensaciones económicas y a pesar de sus cuentas bancarias. Y todo indica que lo seguirán haciendo a pesar de modas, indiferencias, crisis.
En otras palabras: no importa si ese boom existe, lo innegable es que el género –igual que el periodismo en general– tiene ganas de vivir a pesar de sus condiciones precarias. Probablemente le corresponda al lector decidir si un boom puede serlo sin compensación económica de por medio ni éxito en la lectura a nivel masivo. En el anterior boom, el de Gabo y Vargas Llosa, los protagonistas se volvieron ricos a base de regalías; se volvieron rockstars gracias a la lectura de miles de jóvenes; y se volvieron líderes de opinión debido a su abierta militancia política. Eran otros tiempos. Los cronistas boomers al parecer ni se están volviendo ricos, ni son leídos masivamente, ni son líderes de opinión. Y tal vez, sólo tal vez, así está mejor.
Los nuevos boomers
Leila Guerriero y Martín Caparrós bien podrían encabezar la lista desde el equipo argentino. Por México alinearían Juan Villoro y Fabricio Mejía Madrid. Alberto Salcedo Ramos seguro iría por Colombia y Julio Villanueva Chang por el Perú. Los estadunidenses serían representados por John Lee Anderson y Alma Guillermoprieto como su refuerzo mexico-americano. Me detengo aquí por temor a comenzar a ser prescriptivo.
Los arriba mencionados son los cronistas ya consagrados. Tienen más de dos décadas trabajando en el oficio y publican en los medios más prestigiosos: El País, Gatopardo, The New Yorker, The New York Times o donde se les pegue la gana. Varios de ellos incluso tienen libros enteros de crónica, ya sean relatos extensos o compilaciones.
Les siguen una serie de cronistas cuya trayectoria es sólida y va en ascenso. Marcela Turati se ha ido ganando su lugar gracias a sus crónicas sobre las víctimas de la violencia en México. Lo mismo pasa con Daniela Rea, quien incluso en un medio tradicional como el diario Reforma ha podido posicionar crónicas extensas sobre el mismo tema. El peruano Marco Avilés ha sido editor en Etiqueta Negra y ahora desde Cometa se posiciona como un referente de la crónica. Diego Enrique Osorno y Emiliano Ruiz Parra, colaboradores habituales de Gatopardo, también son cronistas de tiempo completo. Lo mismo ocurre con Federico Bianchini, subeditor de Anfibia, quien incluso fue ganador del premio Las Nuevas Plumas, el primero en su tipo en Iberoamérica.
Pero no son los únicos. Los nombres son múltiples e insuficientes para cualquier espacio. Una buena referencia es la sección “Autores e impulsores de la crónica” del sitio Nuevos Cronistas de Indias publicado por la FNPI. Algunos de ellos son: Joseph Zárate, Gabriela Wiener, Daniel Titinger, Graciela Mochkofsky, Albinson Linares, Ana Teresa Toro, Carlos Salinas Maldonado, Diego Fonseca, Sebastián Hacher, Wilbert Torre, Rocío Montes, Pablo de Llano, Daniel Alarcón, Carlos Dada, Patricio Fernández, Camilo Jiménez, Daniel Hernández y un largo
–larguísimo– etcétera.
Medios donde caben las crónicas
Los medios que publican crónica merecen una mención aparte. Hace unos años, un lugar común era decir que los diarios ya no publican crónicas ni reportajes, por lo que el periodismo narrativo era prácticamente inexistente. No sé si porque la cosa haya cambiado en unos cuantos años o por desconocimiento de quien me lo dijo, pero ese lugar común es falso.
Sin ir más lejos, en la colonia Condesa se edita Gatopardo, una revista a medio camino entre las publicaciones de estilo (tipo GQ y Open) y aquellas donde nació el nuevo periodismo de los años setenta (The New Yorker y la Rolling Stone). Gatopardo, publicada por editorial Mapas, tiene como una de sus editoras a la propia Leila Guerriero y ha publicado a grandes periodistas narrativos como Diego Enrique Osorno y Emiliano Ruiz Parra. Ni siquiera es una revista marginal, como a veces se supone que debiera ser el periodismo narrativo, pues fácilmente se le puede comprar en casi cualquier puesto de periódicos, en los Sanborn’s o en formato digital en la tienda iTunes.
También en el DF se edita Emeequis, encabezada por Ignacio Rodríguez Reyna. Esta revista editada catorcenalmente ha destacado en los galardones periodísticos en México y a nivel internacional. Entre ellos ha ganado el Premio Nacional de Periodismo, el Premio Rostros de la Discriminación, el Premio de Periodismo Rey de España, entre otros. Especializada en temas de política y sociedad, ha impulsado a autores como Humberto Padgett y Alejandro Almazán.
Otra historia sucede con Soho, dirigida por Daniel Samper en Colombia. Si Gatopardo es un híbrido de The New Yorker y Esquire; Soho sería el resultado de fusionar Playboy con una revista de sátira periodística. O quizás sólo se trate de volver a los buenos tiempos de la revista del conejito. Cada mes hay una mujer desnuda en la portada. A veces una mujer desnuda con causa (como una reciente edición sobre el cáncer de mama) y a veces una mujer desnuda simplemente desnuda. Para ellos, el humor es un componente integral del periodismo narrativo, pues sin importar el tema del texto (la discriminación racial, los gustos masculinos por distintos tamaños de senos femeninos o políticos colombianos controversiales, por nombrar alguno), siempre se puede esperar soltar una buena carcajada seguida de datos duros –a veces durísimos–.
Etiqueta Negra se gana una mención especial por lo icónica que ha resultado ser para el auge de la crónica. Dirigida por Julio Villanueva Chang, esta revista ha formado como cronistas y editores a un buen número de periodistas. Marco Avilés, Camilo Jiménez y Francisco Goldman (por nombrar algunos) han pasado por sus páginas. Ha publicado algunos textos ahora de referencia como “El imperio de la Inca Kola”, sobre la bebida gaseosa de dicho nombre que supera en ventas a la Coca Cola al menos en el Perú.
Y si hemos de nombrar un proyecto híbrido y atípico dentro de las revistas impresas, Orsái se gana un lugar por autonomasia. Es una revista hispano-argentina iniciada por Hernán Casciari, quien un día decidió convocar desde su blog a autores para que colaboraran en la fundación de una revista-libro y a lectores que la financiaran. Desde ese entonces, Orsái primero busca los fondos y hasta que está cubierto cierto tiraje, la imprime y la distribuye por toda Hispanoamerica. Luego, ya que todo está pagado, libera sus contenidos en PDF para que cualquier persona pueda leerla aunque no haya pagado. Ahora, además, se ha embarcado en la creación de una pizzería-redacción que lo mismo vende la revista o pizzas de pepperoni.
Internet: el paraíso de la crónica
La red ha sido, al mismo tiempo, el refugio de las publicaciones que ya no pueden pagar la impresión y el nido de proyectos periodísticos que jamás pasaron por una rotativa. Replicante, por ejemplo, solía imprimirse hasta que la crisis económica lo impidió. Actualmente sólo se publica de manera digital a través de su página web. Del otro lado, El puercoespín, Anfibia, Prodavinci y eCícero son ejemplos de medios especializados en crónica que nacieron en Internet y no pretenden pasar por el papel. Eso sin contar que los sitios web de revistas impresas como Gatopardo, Soho, Etiqueta Negra y Orsái a menudo publican versiones más extensas, o crónicas exclusivas para el medio digital. Lo mismo pasa en diarios como El País que a través de sus blogs y sus exclusivas en web ha publicado un buen número de crónicas que jamás han pasado por la imprenta.
Anfibia es un ejemplo destacable debido a su concepto investigativo. Como su nombre lo indica, pretende promover crónicas que hayan sido elaboradas de una manera anfibia: entre un reportero y un científico social; entre un cronista y un artista; entre un activista y un periodista; etcétera; es decir, combinar el relato periodístico con otras disciplinas que aportan enfoques distintos a la narrativa informativa. Ejemplo de ello es el texto “#YoSoy132: La primavera mexicana” escrito por la reportera Daniela Rea en conjunto con Rossana Reguillo, doctora en Ciencias Sociales.
eCícero, por su parte, es una editorial digital de libros de no ficción. En vez de publicar crónicas breves o medianas, como lo hacen los portales estilo revista, eCícero hace lo suyo con crónicas extensas pensadas para leerse en libros electrónicos y tabletas. Por menos de tres euros (algo así como 45 pesos mexicanos), uno puede leer a autores como Diego Fonseca o John Lee Anderson en crónicas largas que no cabrían en ningún impreso y que, al estar formateadas en archivos ePub o Mobi, son idóneas para disfrutar en la tinta electrónica del Kindle o en la portabilidad de un iPad mini.
Con una propuesta totalmente distinta, la Escuela de Periodismo Portatil dirigida por Juan Pablo Meneses es tanto un medio como un centro de capacitación. A través de cursos en línea sobre crónica y géneros afines, Meneses ha promovido la escritura de periodismo narrativo. Después publica muchos de los textos producidos por los participantes. Es un modelo interesante y digno de tener en cuenta para las nuevas dinámicas informativas de Internet.
Sin embargo, al menos hasta inicios de 2013, la publicación digital de crónicas parece seguir una máxima: publicar lo que no cabría en papel o lo que saldría demasiado caro si fuera impreso. Las técnicas narrativas siguen siendo más o menos las mismas del realismo literario, o si buscamos ancestros dentro del periodismo, las del new journalism. Las narrativas multimedia que posibilita la red parecen estar exiliadas del reino de la crónica. Para que una crónica sea crónica, al menos por el momento, tiene que tener como protagonista al lenguaje escrito. Las infografías, los interactivos, el reporteo móvil y los flujos en tiempo real, aún no son partícipes del boom.
Hacia la crónica 2.0
Digámoslo con todas sus letras: el formato de la crónica –al menos como se le entiende comúnmente– es propio de la era de papel. Cuando los periodistas decimos crónica, se entiende que hablamos de algo así como 20 mil caracteres (por lo menos) de texto escrito con herramientas que son comunes a los textos literarios. Las fotos son una especie de bonus track, como un valor agregado que casi siempre elabora una tercera persona. Un cronista es, ante todo, un escritor de textos escritos, no un productor de relatos. ¿Qué pasa en un contexto multimediático como lo posibilita Internet y las nuevas tecnologías de la información?
Hace tiempo circuló en redes sociales un video con un título revelador: “Una revista es un iPad que no funciona”. En él, una bebé juega con su tableta haciendo uso de los comandos gestuales para pasar páginas, agrandar objetos, subrayar, etc. Luego, con un magazine impreso intenta hacer lo mismo. No funciona. Al hacer clic sobre una imagen, ésta no se abre. Al hacer pinch, el tamaño del texto no aumenta. Algo así puede pasarle a la crónica si se queda como está.
La gente está muy acostumbrada a una manera de hacer crónica y en ese sentido hay una especie de nostalgia por las maneras en las que se hacía antes. Lo que ahora llamamos “tiempo real” yo lo entiendo como un camino a construir crónicas de seguimiento que de verdad construyan una narrativa que tenga sentido. El tiempo real va a cambiar las reglas del juego pero le va a permitir al género seguir vivo permanentemente y crecer como una crónica inagotable.
Son las palabras de Olga Lucía Lozano, periodista colombiana, directora Creativa de La silla vacía, uno de los sitios latinoamericanos más innovadores en materia de narrativas y formatos digitales. Para contar los nexos en las cúpulas empresariales, publicaron una especie de Facebook donde uno puede ver quienes son los amigos de los empresarios y los políticos. Para contar la lucha de las víctimas de la violencia en Colombia, montaron el Proyecto Rosa, un documental multimedia que permite seguir a la activista Rosa Amelia Hernández a través de blogs, videos, actualizaciones en tiempo real, infografías, etcétera.
Otro experimento es Radio Ambulante, dirigida por Daniel Alarcón. Su apuesta es por la crónica sonora. En cierto sentido retoma el origen primigenio del género: aquellos relatos que contaban los antiguos hombres alrededor del fuego de forma oral. Pero también hace uso de la portabilidad del podcast y de los dispositivos móviles que permiten capturar audio en casi todo momento.
Los formatos de microblogging y liveblogging surgen también como una alternativa para cronicar sucesos en tiempo real apoyándose en la curaduría de contenidos, las aportaciones de los lectores y la construcción dinámica de la narrativa. Basta mirar el Eskup de El País o los Liveblogs de The Guardian para darse cuenta de que en tales formatos hay un potencial narrativo enorme aún por explorar.
Todos estos ejemplos son la prueba de que cronicar haciendo uso del lenguaje multimediático hipertextual es posible. E incluso imprescindible para los nuevos tiempos.
Lo que la red está planteando es que hay otras maneras de narrar que no son menos ni más profundas que las tradicionales. Nunca fue tan fácil circular la información y tampoco nunca fue tan difícil sobresalir sobre tanta información que se publica diariamente. Hay periodistas que siguen pensando que el periodismo tiene una profundidad que Twitter nunca tendrá. Yo discrepo de eso. Twitter tiene una profundidad que está dada por la posibilidad de asistir a la construcción de una narración sin que nadie te la explique. Twitter, Facebook, los blogs y las páginas refuerzan la idea de que el periodismo puede ser un trabajo individual. Me parece que es una idea linda, que no sólo es un trabajo en equipo, sino también un trabajo que se puede hacer como individuo. El periodismo no está en crisis, ni los periodistas. Están en crisis los medios. Los periodistas están en una fase que debería ser altamente productiva y con muchas facilidades para circular lo que producen.
En el mismo sentido, aunque un poco más severo, Pablo Mancini –periodista argentino autor de Cryptoperiodismo– recomienda a los cronistas “mirar el calendario y descubrir que el siglo XX ya terminó”, y añade:
Actualizar los referentes, ídolos y criterios de calidad. El mayor desafío es construir una narrativa que esté sintonizada con la época en la cual vivimos. Ese fue el acierto de la crónica del siglo pasado. Buena parte del trabajo actual entorno a la crónica está relacionado a la conservación del género. Desde mi punto de vista es más interesante trabajar sobre la experimentación.
Su diagnóstico sobre los cambios que ha sufrido la crónica lo deja claro:
Ha cambiado todo, menos los cronistas. Lo peor que tiene la crónica hoy son los cronistas. Por suerte, los lectores se están haciendo cargo de dar cuenta de los acontecimientos.
Claro que es difícil. Hasta ahora, para ser cronista había que comenzar leyendo. Lo que sea, pero leer. Actualmente eso no basta. Para ser un cronista multimedia habría que navegar infinidad de sitios, los que sean, pero navegar. También haría falta ver miles de películas, leer comics, mirar fotorreportajes, tuitear, gestionar comunidades, conocer los fundamentos de la edición audiovisual y un larguísimo etcétera. Lo de siempre. A nadie debiera sorprenderle que un periodista deba estar en mil cosas al mismo tiempo. Cómo hacer rentable dicho tipo de crónica y cómo organizar equipos de trabajo efectivos es otra historia que está por escribirse. Tampoco es que la crónica 1.0 haya sido especialmente propicia para volverse millonario…
¿Hay nueva crónica?
Tal vez decir boom nos sigue imponiendo porque aún tenemos demasiado cerca el anterior. Tal vez no son dos diferentes, sino dos etapas del mismo. Lo que nadie puede poner en duda es que hay un interés creciente en la literatura de no ficción y/o en el periodismo que usa técnicas de la literatura. Eso siempre es bueno. Pero podría ser ficción.
Si algo cambió en los últimos años, fue todo lo que rodea a la crónica. Hace un par de décadas no había Twitter, ni iPads, ni Skype, ni 4G, ni WiFi, ni YouTube. Las fronteras entre la crónica y el resto del mundo aún están por escribirse. Es un gran momento para que los periodistas –si es que aún queremos llamarnos así– reevaluemos qué técnicas y qué disciplinas queremos incorporar a nuestros textos. Nos queda claro –clarísimo– que el reino de la crónica lo queremos cerca –cerquísima– del hermano reino de la literatura. Perfecto. Pero no se nos vaya olvidar acercarnos a los reinos del cine, la fotografía, las redes sociales, la hiperficción, etcétera. Siempre es bueno ser ciudadano del mundo. O de muchos mundos, en este caso.
En su texto “Tan fantástico como la ficción”, Leila Guerriero termina reflexionando sobre el diálogo que guarda la crónica con la literatura. Yo suscribo ese mismo final y se lo tomo prestado para hacerle un par de modificaciones:
Claro que, si vamos a ser sinceros, no suele haber, en los grandes escritores de ficción, ecos de cronistas majestuosos. Pero hay que ser pacientes. Porque tiempos vendrán en que eso también suceda.
Lo mismo sucederá eventualmente con los grandes directores de cine, los grandes pintores, los grandes artistas digitales, las grandes empresas, etcétera. De nosotros dependerá que la crónica deje de ser un montón de caracteres y vuelva a su principio de relato sobre el mundo.