Dime a quién le debes y te diré para quién trabajas. La construcción social de la deuda

  • Alguna vez se ha preguntado realmente para quién trabaja. No se confunda en responder quién le paga por su trabajo.

Deuda

Por Raúl López Parra

Aunque en apariencia usted trabaja para la persona o entidad que le paga un salario a cambio de una jornada para realizar un cierta labor, la renumeración que recibe ya está comprometida en pagar algo. Lo mismo aplica si usted trabaja por su cuenta o tiene un negocio propio.

Es decir, usted trabaja porque tiene que pagar, de lo contrario, si fuera una persona 100% libre de deudas realmente no tendría la necesidad de hacerlo. Seguramente ha escuchado las expresiones «estar necesitado» o «tener la necesidad».

Nos vemos necesitados del trabajo porque tenemos un deber que cumplir con uno mismo y con los demás. Ya sean estos deberes la manutención personal o de su familia, pagar la renta de la casa o el crédito hipotecario, el auto, pagar los servicios de luz, teléfono, agua, internet, por supuesto los impuestos, y todo lo que tenga que pagar.

Se nos ha dicho que uno trabaja para ser independiente y comprarse lo que uno desea, pero en los hechos, la mayoría trabajamos no para comprar, sino para pagar lo que uno debe.

En teoría, sólo hasta que hemos cubierto nuestras deudas es cuando estamos en posibilidades de comprar. No hace falta ser un Nobel de Economía para inferirlo, pero los trucos conceptuales nos hacen pensar, o quieren que pensemos lo contrario.

La Real Academia de la Lengua nos dice que comprar significa «obtener algo con dinero». Y pagar es el «Dicho de una persona: Dar a otra, o satisfacer, lo que le debe».

La clave está en la posesión de dinero. Cuando no tenemos el suficiente para comprar, entonces pedimos un crédito o nos otorgan uno sin pedirlo.

¿No tiene dinero? No se preocupe, le ofrecemos lo que quiera a meses sin intereses o con intereses «chiquitos». Con esta promesa nos seducen en los centros comerciales, en los bancos y los vendedores con el fin de satisfacer nuestros deseos de compra. Por ello se inventaron las tarjetas de crédito, para comprar lo que nuestros ingresos no pueden pagar. El motor del consumo es la deuda. Léase el crédito. El país más consumista del mundo es Estados Unidos y también es uno de los más endeudados. El país más ahorrativo del mundo es China y ahora se ha convertido en el banquero global.

Si usted piensa que compró algo usando un crédito, vea con más detalle. Se acaba de comprometer en pagar, después, lo que se le ha dado por adelantado. Ha comprado una deuda. Lo que aparentemente usted piensa que compró no le pertenece aún, pese a que ya lo esté usando. La casa no es suya si es que sigue pagando la hipoteca. El banco se la puede quitar en cualquier momento si usted no cumple con los pagos acordados.

Realmente compramos algo cuando liquidamos la transacción de forma inmediata: esto ocurre sólo cuando tenemos el capital suficiente para pagar lo que queremos sin pedirle prestado a nadie. Las personas que tienen capital (es decir dinero) son consideradas ricas, bien acomodadas y pudientes, porque pueden comprar todo lo que está en venta y (en ciertos casos hasta lo que no se vende).

Pero como el 95% de las personas no disponemos del efectivo suficiente para comprar los bienes y servicios que deseamos, entonces es cuando solemos recurrir al crédito. Y qué pasa cuando no pagamos, si nos declaramos en bancarrota y hemos perdido hasta los calcetines. Pues para ello se inventaron los deudores solidarios o fiadores.

Un fiador es la persona (s) que responde por otra de una obligación de pago, comprometiéndose a cumplirla si no lo hace quien la contrajo, de acuerdo con la definición de la RAE. Por ello, piénselo dos veces antes de decirle sí a su amigo o familiar que le ha pedido ser su fiador, con el dicho de que sólo debe estampar una firmita que está solicitando el banco.

Las deudas están para pagarse. Incluso en el más extremo de los casos, cuando uno no tiene para pagarlas, «alguien tiene que pagar las deudas de uno». Y si el deudor es un país que ha caído en suspensión de pagos, serán las generaciones futuras las que tendrán que cumplir las obligaciones con todo y los intereses. Vender empresas estatales, privatizar servicios, comprometer los recursos naturales, implementar reformas económicas, todo con tal de cumplir.

«Pagar las deudas» no sólo es una declaración económica, si no moral, según nos explica David Graeber, anarquista y profesor de Antropología en la London School of Economics en su libro «Deuda, los primeros 5 mil años». Graeber es uno de los principales opositores a los organismos financieros internacionales que imponen severas medidas económicas a los países en desarrollo. Su obra es una interesante aproximación para entender el concepto de la deuda desde una construcción social, más que como un mero tema económico.

Quien está libre de deudas es visto como una persona saludable, boyante y valiente, de ahí la expresión «el que nada debe nada teme». La personas sin deudas son dignas de admiración. Es raro encontrar a quien no debe nada en este mundo. Incluso los hijos están en deuda con sus padres.

Los consejeros financieros nos suelen hablar de la importancia de «tener finanzas sanas». Nuestras finanzas se pueden enfermar. Los morosos y endeudados tienen finanzas enfermas de gravedad. A ellos se les ve como personas poco confiables, seres caídos en desgracia, hasta parias. «El que mucho debe mucho teme».

¿Por qué el temor? Porque nuestros acreedores pueden hacernos un daño psicológico, físico y moral con el fin de obligarnos a pagarles. No pierda de vista que usted previamente les ha hecho un daño material al no cumplir con pagar su deuda.

La Secretaría de Hacienda hizo una de las mejores y más atemorizantes campañas publicitarias de la historia para «motivar», por la buena o por la mala, a los contribuyentes para que cumplan con sus obligaciones. Hacienda nos dice que si paga como debe, Lolita le dará las gracias, pero si no lo hace entonces conocerá la furia de Dolores.

Los impuestos son el tipo de deudas que hemos adquirido sin haber pedido nada prestado. Tenemos una deuda sólo por el hecho de nacer. No se preocupe, si usted es menor de edad sus padres son quienes pagan las cuentas, ya le tocará cuando se convierta en contribuyente. Pero debería estar feliz por pagar impuestos, a cambio de sus contribuciones usted recibirá servicios públicos de calidad. Eso está escrito en el folleto de la oficina fiscal.

En otros casos nos convertimos en deudores por coerción, cuando se ejerce violencia física o simbólica contra nosotros. Los grupos mafiosos saben perfectamente cómo usar este tipo de deuda. Los cobros «por protección» son un ejemplo. «Si no quieres que te haga daño tienes que pagarme», suelen exigir con el persuasivo discurso de un arma. Si la víctima no paga, sufrirá un daño en su integridad personal o en sus posesiones.

En la antigüedad, cuando los pueblos poderosos conquistaban a los más débiles por medio de las armas, éstos tenían que pagarles tributos, de lo contrario, el poderoso podría ejercer violencia y destruir al débil. La historia económica de la humanidad ha girado en torno al concepto de la deuda, más que del dinero.

“Si la historia muestra algo, es que no hay una mejor forma de justificar las relaciones fundadas en la violencia, que hacer que esas relaciones parezcan morales, renombrándolas en el lenguaje de la deuda, sobre todo, porque hace que parezca que la víctima es quien está haciendo algo malo», nos explica Graeber.[1]

Por miles de años, refiere Graeber, los ejércitos conquistadores les han dicho a los pueblos conquistados que les deben algo, es decir, que les deben sus vidas porque no los han matado.

En la medida en que el mundo moderno se ha civilizado (es decir, se han sofisticado las prácticas coercitivas), la agresión armada de un país contra otro puede ser tipificado como crímenes de lesa humanidad, conflictos que pueden ser juzgadas en cortes internacionales. Las formas de cobrar las deudas han cambiado.

Graeber nos ofrece un ejemplo ya muy conocido por todos los que hemos nacido en alguno de los pueblos endeudados de Latinoamérica. La mayoría de los países en desarrollo que tienen deudas con el Fondo Monetario Internacional son aquellos que en el pasado han sufrido agresiones militares o fueron conquistados por países europeos.

Las revoluciones del Siglo XX iniciaron, en cierto modo, como una protesta por el pago de deudas consideradas injustas y leoninas para los países. Todos los movimientos revolucionarios tienen como eje principal cancelar las deudas y redistribuir la riqueza, apunta Graeber.

Y en el terreno religioso, la deuda también tiene connotaciones negativas. En la tradición judeo-cristiana, el diablo es el principal usurero o prestamista. Los hombres hacen «pactos con el demonio». Satanás siempre quiere comprarnos nuestra alma y a cambio nos ofrece una una vida plena de satisfacciones materiales. «Vendiste tu alma al Diablo», pues tienes que pagarle en tu otra vida. Los pobres deudores se irán al cielo y los usureros al infierno.

Innumerables son las películas en las que se representa el pacto con el diablo como la firma de un contrato que contiene cláusulas ilegibles. No es gratuito que los banqueros y prestamistas sean vistos como seres diabólicos, pero también se les considera un mal necesario.

Paradójicamente, cuando alguien nos presta en el momento en que más lo necesitamos, estas personas son vistas como ángeles salvadores, o héroes. Pero cuando nos cobran se convierten en seres incómodos.

En ocasiones el deudor ya no quiere ser deudor pero no puede salir de su condición cuando enfrenta deudas impagables. Esto ocurre cuando le cobran intereses sobre intereses. Anatocismo le llaman los economistas. En un sistema ilógico. Usted sigue debiendo a pesar de que ya haya cubierto hasta tres veces el monto del capital original que le fue prestado. Sin embargo, bajo el libre albedrío usted tuvo la culpa por pedir prestado. Cayó en la seducción de disfrutar hoy y pagar mañana.

Hay expertos deudores que viven de lo ajeno, cuyas prácticas lindan en los límites del robo. Un robo muy sofisticado. «Debo no niego, pago no tengo», y hazle como quieras.

En términos de Graeber, es como si alguien nos apuntara con una pistola para pedirnos prestado, no hay cómo negarse pero tampoco cómo cobrarle. Un ejemplo es Estados Unidos. Tiene el ejército más poderoso del planeta. Sus principales acreedores extranjeros son países en donde tiene bases militares, Japón, Corea del Sur, Alemania, Taiwán, Tailandia, los países del Golfo. China es una excepción y es el país que ha comprado  la mayor deuda de Estados Unidos en bonos del Tesoro.

Pero ninguno de estos países le puede imponer condiciones de pago a la Superpotencia. Hasta entre los deudores hay clases. Cuando el deudor es débil es fácil cobrarle, pero si el deudor está armado la situación se complica.

Cuando usted solicita un crédito para abrir un negocio o emprender un proyecto productivo encontrará pocos entusiastas que quieran prestarle. Todo préstamo implica un riesgo de no recibir el pago, por ello siempre es más fácil prestarle a quien no lo necesita. A las personas con más dinero les cuesta más barato contratar un crédito.

Endeudarse es visto como algo necesario en un mundo donde los recursos son limitados, pero a la vez es indeseable cuando se pide más de lo que se puede pagar.

El mundo es una tensión entre ricos y pobres que, si lo ve de otra forma, es un conflicto entre acreedores y deudores.[2]

La próxima vez que reciba su salario, piense por un momento qué porcentaje de su ingreso ya está comprometido en pagar deudas. Reste esa cantidad a su ingreso total y el resultado será su excedente, es decir, su capital. Sólo entonces podrá decir que tiene dinero para comprar. Lo más recomendable es que lo guarde y lo ahorre para acumular capital. Recuerde siempre: todo cuesta más barato cuando se paga en efectivo.

Si ha llegado hasta este punto de la lectura, entonces me considero en deuda con usted, sólo que no sé cuándo le pueda pagar.

[1]GRAEBER, David. Debt: The first 5,000 years . Melville House. Brooklin-London. 2014

[2] GRAEBER, Idem, pág 37.

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