El ubicuo Monsi
Cumpleaños número 70
Jorge Meléndez Preciado
Una buena cantidad de homenajes, números especiales de los pocos suplementos culturales que existen y secciones en revistas; entrevistas al por mayor y textos hasta en Quién, donde presentan escritos breves y fotos suyas –entre ellas la famosa en la cantina La Ópera, al lado de José Luis Cuevas, Fernando Benítez y Carlos Fuentes–, fueron algunos de los muchos reconocimientos a los 70 años de Carlos Monsiváis. En casi todos los artículos se hace énfasis en su labor de cronista, aunque también se recuerdan las múltiples actividades que realiza en diferentes ámbitos.
Claro que sabía de la existencia del ídolo de la Portales. Aunque la primera vez que lo traté fue en un viaje a Atlixco, Puebla, donde estaba encerrado (1973) Ramón Danzós Palomino, durante el gobierno de Luis Echeverría, por andar rescatando tierras para los campesinos. Ramón, quien había sido candidato a la Presidencia de la República por el PCM (1964) y era el dirigente principal de la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC), fue amigo de mi hermano Hugo Tulio, quien dirigía la revista México Agrario. Éste me llamó un día para ir a visitar a Danzós y me dijo: irán también Hugo Gutiérrez Vega y Carlos Monsiváis.
De Coyoacán los dos Hugos y yo viajamos al Metro Portales a recoger a Monsi. Fuímonos hasta Puebla y luego para Atlixco. En el camino menudearon las ironías de Carlos, la voz actoral de Gutiérrez Vega (ya convertido a la izquierda luego de su paso por la rectoría de la Universidad Autónoma de Querétaro) y las malas palabras de Tulio. Yo iba un tanto expectante: me encontraba ante quienes ya tenían fama y peso en sus actividades.
No fue sencillo ver al líder nacido en Sonora. Únicamente dos visitas fueron permitidas y quienes acordamos pasaran eran Hugo Tulio y Monsi. El primero por la cercanía con Ramón y el segundo porque hizo la crónica de quien luchaba para que las parcelas de los pequeños agricultores no fueran acaparadas por los terratenientes.
En cierto momento, dado el nerviosismo de la policía, hubo un amague de represión a los cuatro. Absurdo. Pero ya sabemos cómo se las gastan los llamados azules. Nos fuimos de inmediato y en el camino siguió la conversa. Ese día supe que Carlos y Hugo Tulio fueron contemporáneos en la UNAM. Desde entonces se conocían y tenían reuniones no tan frecuentes, pues andaban en actividades diferentes.
A partir de ese año, el hombre de los lentes y el pelo alborotado me enviaba al periódico Oposición del PCM, donde yo coordinaba la sección cultural, una serie de libros, entre otros los editados por el Departamento de Bellas Artes del Gobierno de Jalisco, uno de ellos, Amor perdido. En su dedicatoria anotó: “Piedad para la errata. Querido Jorge: No te fijes. De eso se trata. De crónicas humildes en un libro anónimo. Tu franciscano amigo, Carlos. Marzo 77. Año del presupuesto heroico”.
Un poco después, inicié la compra de una revista semanal que seguramente pocos recordarán: Personas, dirigida por René E. Claire. Varios escritos monsivaianos disfruté. Eran momentos donde los grandes medios todavía no abrían bien sus puertas y, muchos, teníamos que buscar publicaciones no tan importantes para decir lo que otros medios censuraban y/o temían. Además, como bien señaló durante años Renato Leduc, en “esas revistillas pagaban mejor que en los grandes cotidianos”. Lo segundo, por cierto, continúa hasta el momento.
También logré dirigir una media plana cultural en Ovaciones de la tarde. Los periodistas más conocidos entonces ahí, eran Héctor Pérez Verduzco, con una columna de espectáculos “El chisme grueso” (¡ya se imaginarán a que alturas llegaba!, aunque nada comparado con los fabiruchazos y similares) y Matarili Liri Lon, que trataba asuntos policíacos. Pero el verdadero éxito era la página tres, el llamado Playboy de los pobres. Aparecían, obvio, nenas con poca ropa y buena figura.
En la sección colaboraban varios amigos de El Nacional, el fallecido Jesús Luis Benítez, El Booker y el gran José Agustín, entre muchos otros. Le pedí una entrevista a Carlos. Aceptó mediante la entrega anticipada de las preguntas. Ya tenía mucha chamba el genio. Resultó la búsqueda del tesoro en aguas profundas. Hasta que llegó el día y fui a recoger el cuestionario a su domicilio portaleño. Por increíble que parezca, tardó unos 15 minutos haciendo correcciones a las correcciones, lo cual mostró lo cuidadoso que es en la elaboración de sus textos.
En el segundo aniversario de El Búho, suplemento cultural de Excélsior, le propuse a René Avilés Fabila que invitáramos a Monsi. Sabía yo de la distancia entre uno y otro, sobre todo porque Avilés ha atacado a Carlos en varios periodos y periódicos. Aceptó siempre y cuando yo me encargara del asunto. Luego de hablarle en varias ocasiones (casi siempre una voz femenina respondía), pude hacer contacto. Me contestó para mi asombro que sí. Lo que hizo fue la traducción de poemas de un estadunidense (no recuerdo el nombre; Carlos lo retendrá en su asombrosa memoria). Lo importante era tener al colaborador de casi todas las revistas, especialmente cuando se inician, junto a varios destacados para mostrar la apertura que necesitaba dicho semanario.
En 1994 fue el levantamiento del EZLN. Unos cientos fuimos invitados a reunirnos en lo que se llamó Aguascalientes, Chiapas, con la dirección de ese movimiento. Yo asistí con Joel Ortega. Llegando a nuestro destino, luego de unas 18 horas en microbús, en uno de los cuales iba Ruth Zavaleta, a la entrada nos encontramos a Monsiváis. El terreno era de lo más inhóspito. Además, había llovido los días anteriores. Carlos tuvo que usar una vara larga como bastón para moverse. Sin ninguna atención principal, en las mismas condiciones que vivimos todos, con su infaltable libreta en la mano y sus ironías constantes fue el de siempre. Quien va al encuentro de lo nuevo, lo desconocido, lo diferente.
Propuse, después, al entonces rector de la Universidad Autónoma de Puebla (BUAP la llaman), Enrique Doger Guerrero, entregarle el doctorado honoris causa al autor de Los rituales del caos. Aceptó de inmediato y complacido. Planeamos comer en el DF para ver fechas y detalles. La cita fue en un restaurante de la Del Valle. Pasamos a casa del actor ocasional (Los caifanes, Mundo raro y otras), Enrique Condés Lara y yo. A exigencia de Monsi (pues Doger como siempre llegó retrasado) empezamos a comer y resolver las cuestiones. Cuando apareció Doger ya todo estaba concluido. No hubo solemnidad ni agradecimientos forzados.
El día de la ceremonia en Puebla –otra vez Puebla–, el discurso del escribidor de Entrada libre fue magnífico: arrancó la ovación unánime. Luego una comida adonde llegaron varios de sus cuates, entre ellos Braulio Peralta.
En los textos que he leído por estos días, supe que Monsi fue letrista de rock junto con José Agustín y Sergio Arau, lo que tal vez inspiró a éste para dejar la caricatura y formar Botellita de Jerez. Pero casi nadie recuerda que en la película Tivoli (Alberto Isaac, 1974) hay un chachachá de Carlos que más o menos dice así en una de sus partes: “Casas chicas, residencias, dinero, fama e influencias, de todo eso quiere más”. Es el caso típico y fibroso de un político corrupto, como la mayoría que tenemos, a quienes satiriza constantemente el multicitado. Curioso: muchos de esos sujetos respetan, temen y hasta admiran a Monsi.
Una alumna y después adjunta en la FCPyS me comentó que los viernes es día de cine club en la casa de la Portales, a la que he ido en diversas ocasiones, y sólo una vez entrado a la enorme (en serio) biblioteca, que está a la derecha de la puerta principal. ¿Será que no soy de sus amigos más cercanos y por eso se me ha negado esa oportunidad de ver las películas escogidas del retirado poeta?
Cafés, cantinas, restaurantes. No son los refugios del tan comentado Señor.
Por todo, felicidades Carlos Monsiváis.
Periodista de El Financiero y El Universal.
Correo electrónico: jamelendez@prodigy.net.mx