Tecnología vs. censura
La política en tacones
Por Pilar Ramírez
La expansión espectacular de internet se ha considerado un hecho positivo debido al enorme potencial que representa para las operaciones comerciales, financieras, de comunicación, educativas y muchas más, aunque, como sucede con el consumo de otros medios, tales ventajas se ven disminuidas si se revisan las preferencias de los internautas al usar la red, pues las aplicaciones destinadas al ocio sobrepasan las laborales o las de conocimiento. Una gran cantidad de usuarios accede a internet para hacer vida social en las redes sociales, ver películas, material pornográfico, videos –opción que se extendió ampliamente con la llegada de YouTube- y usar una gran variedad de juegos.
A pesar de ello, se destaca, casi sin reserva, la utilidad de las nuevas tecnologías de la comunicación. Los gobiernos, sin embargo, han tenido que enfrentar el reto de la transparencia a que los obliga la inmediatez y la mundialización de la información que proporciona internet, y que beneficia incluso a quienes no tienen acceso a la red, pues con el paso de los años se fue dando una relación simbiótica entre los medios. La radio, la televisión y los periódicos impresos se hicieron presentes en la red, al propio tiempo que ésta los proveyó de una gran cantidad de información que antes no les era asequible.
Algunos gobiernos tuvieron que guardar en el cajón el hábito de censurar la llegada de ejemplares de medios extranjeros o de comprar tirajes completos de algún medio independiente, cuando incluían información que no les era favorable o que les era declaradamente adversa, pues con la existencia de la red los antiguos mecanismos de censura ya no funcionan.
En 2007 apareció Wikileaks y en un principio pasó casi desapercibido, muchos de sus cables fueron comentados incluso en el noticiario matutino Primero Noticias por Daniela Escalante, que busca notas curiosas en la red; pero cuando los cables fueron aumentando y los gobiernos advirtieron las fisuras en sus oficinas por la filtración de datos que quizá no ponen en peligro la seguridad de ningún país, pero sí producen raspones diplomáticos, la alerta se encendió.
Julian Assange, el fundador de Wikileaks, pasó de ser periodista del año a terrorista. Ambos, la criatura y el creador, son hoy objeto de persecución y se intenta afanosamente desacreditarlos, especialmente después de que Wikileaks decidió ampliar sus entregas a diarios latinoamericanos. Primero fueron Le Monde, The Guardian, The New York Times, Der Spiegel y El País; ahora se sumaron El Comercio de Perú, Página 12 de Argentina, El Espectador de Colombia y La Jornada de México. Una estrategia ha sido inocular la duda sobre la confiabilidad de la fuente de tales informaciones y se comienza a hablar de cables falsos.
En todo caso, vemos gobiernos preocupados por la difusión y la movilización que puede producir la información que se esparce por la red. No es para menos si se piensa que existen alrededor de mil cien millones de usuarios en el mundo. La página Internet World Stats coloca a China en el primer lugar por el número absoluto de usuarios con 420 millones, pero aunque Estados Unidos tiene 230 millones de internautas, representan 77 por ciento de la población, mientras que en China el porcentaje de penetración es de 36 por ciento respecto al total de habitantes. México se ubica en el lugar 14 con 30 millones y medio de usuarios equivalentes a 27 por ciento.
Facebook desbancó el año pasado a Google como primer sitio en número de visitas, y aunque hablamos de millones de cuentas, la difusión de la información se realiza como en pequeñas colonias, pues los usuarios van ampliando su red por grupos de interés o conocidos por zonas geográficas.
Un ejemplo doméstico lo tuvimos recientemente cuando ocurrió el despido de Carmen Aristegui; rápidamente se distribuyó la información y se formaron grupos de apoyo que llenaban de comentarios cuentas de Facebook y de Twitter, se hacían numerosos reenvíos de correos electrónicos con la información más fresca sobre el caso, los diarios en línea recibieron multitud de comentarios en las notas relacionadas con el hecho y tanto la empresa MVS como las autoridades federales recibieron una buena cantidad de protestas; el activismo en internet potenció su capacidad de difusión con el apoyo de la telefonía celular.
Ocurre algo similar con los acontecimientos internacionales: entre más personas estén interesadas o se sientan afectadas, mayor difusión de la información habrá. Por ello China dejó entrar a Google bajo la condición de filtrar sus búsquedas. Las revueltas en el mundo árabe se desarrollan bajo el signo de la censura. Egipto y Libia bloquearon primero el acceso a las redes sociales y después a internet, en un intento fallido de evitar la mirada del mundo. Otros países ejercen esa censura desde hace años, ya sea con filtración de búsquedas o con la restricción del acceso a internet. Estos hechos han propiciado iniciativas para contar con software libre que reduzca la dependencia de los activistas de licencias y patentes para difundir información.
El hecho que salta a la vista es el temor que existe a la información y a su rápida difusión en la red, tanto en los regímenes totalitarios como en los democráticos. El pasado 15 de febrero el Congreso español aprobó la polémica Ley de Economía Sostenible, mejor conocida como “Ley antidescargas” que incluye la opción de cerrar sitios web bajo el argumento de la protección a los derechos de autor, los opositores a la ley argumentan que se abre el camino a la censura. ¿Los desarrollos tecnológicos podrán colocar diques inquebrantables a la censura? ¿Cuáles serían los límites? Se manifiestan nuevas aristas de este debate.
Información Bitacoras.com…
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