Amenazas al ejercicio periodístico
Sanjuana Martínez
Reportera. Colaboradora de La Jornada y W Radio.
Los periodistas mexicanos se enfrentan a una nueva era profesional. Las violencias que asolan la vida cotidiana en el país, impactan desfavorablemente en la libertad de expresión.
El crimen organizado ha venido a agregarse a los poderes institucionales o de facto que casi desde siempre vienen coartando el ejercicio periodístico y haciendo de nuestra profesión en México una actividad de muy alto riesgo, llevándonos a un poco honroso segundo lugar a nivel mundial.
Asesinatos, secuestros, amenazas de muerte y una auténtica persecución contra quienes se dedican a informar de manera oportuna y veraz sobre temas tan diversos como el tráfico de estupefacientes o la pornografía infantil y la pederastia, han provocado un déficit de noticias.
El narco es un tema que pocos periodistas se atreven a abordar bajo todas sus modalidades. Muchos acontecimientos generados por el narcotráfico sencillamente han dejado de cubrirse o se cubren de manera aséptica y anónima. Los jefes de información de algunos perióadicos han decidido reportear las ejecuciones y sus consecuencias con notas firmadas por “La Redacción” a fin de no personalizar la información publicada.
Los “narcomensajes” llegan a los periodistas en muy distintas formas: balaceras en las sedes de sus medios de comunicación como en El Mañana de Matamoros, leyendas escritas sobre los cadáveres para amedrentar a los periodistas veracruzanos, cabezas depositadas en los locales del diario como el caso de Tabasco Hoy o atentados bomba como el caso del diario Cambio de Sonora que se ha visto obligado a cerrar sus puertas.
En este clima de terror permanente que impera en México en el devenir cotidiano de los periodistas, existen otras variantes de presión, acoso y persecución. En el amplio entramado del crimen organizado que cubre el territorio mexicano están incluidos distintos grupos de poder con muy diversas actividades ilícitas.
La pornografía y la pederastia, la prostitucion forzada, el tráfico de seres humanos, en especial de mujeres y niños, forma parte de manera destacada de las actividades “comerciales” del crimen organizado, que no dedica toda su actividad ni mucho menos al tráfico de drogas. La delincuencia extiende y diversifica sus mercados y hace suyos todos los negocios que florecen en la oscuridad.
Son muchos los millones de dólares que están en juego, los intereses más oscuros de la patología sexual que afecta a algunos miembros del clero mexicano o a personas de tan alta solvencia económica como baja solvencia moral son también actividades susceptibles de explotación económica muy rentable por parte de quienes han preferido vivir “en el lado oscuro”.
La pederastia clerical, un crimen de Estado en la medida en que el Estado no la persigue ni castiga brindándole con ello el marco de impunidad en que se desarrolla y multiplica, representa otro de los grandes entramados de poder cuyos poderosos actores y clientes amenazan el ejercicio periodístico, en especial cuando topamos con la Iglesia Católica, que por siglos se ha erigido en México en el verdadero poder alternativo que, aun habiendo perdido el control sobre los cuerpos, sigue siendo dueña de las almas de la mayor parte de nuestros compatriotas.
¿Por qué en México se publican tan pocos casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes contra menores de edad? Salvando las honrosas excepciones, son contados los medios de comunicación los que se atreven a desvelar los secretos de estos hombres con sotana convertidos en depredadores sexuales, y de sus despreciables protectores.
Hace un año, regresé a México después de 20 años de ausencia. Me sorprendía ver cómo un tema de investigación periodística como la pederastia clerical, que en otros países era asunto de presencia cotidiana en los medios de comunicación, en México se ignoraba de manera soberana. De manera injustificada sufrí la censura en la revista Proceso, el medio en el que laboraba. Luego, el primer impacto fue ver cómo la promoción de mi libro Manto púrpura era rechazado en grandes periódicos nacionales que argumentaban explícitamente que “contra la Iglesia” no se publicaba nada.
La censura era ejercida también por grandes superficies comerciales que sencillamente rechazaron venderlo. Ya no hay Inquisición en México, como antaño, pero perviven las hogueras virtuales en que se inmolan a los discrepantes.
Fue entonces cuando el fanatismo religioso más primitivo que existe en México y que permite la pederastia clerical se hizo presente: empezaron las amenazas de muerte, los seguimientos de coches sospechosos sin placas, el espionaje insolente y toda una operación bajo el cobarde anonimato, dirigida a intimidarme. La Iglesia no está sola, tiene el poder sin cortapisas que le brida el Estado, cuenta con sus acólitos en todos los ámbitos dominantes y está protegida por una estela de impunidad.
Los jerarcas eclesiásticos mexicanos son poderosos y vulneran de manera ostentosa las leyes. Su poder es espiritual pero también palpablemente material. Las autoridades políticas recelan de su influencia en los electores. La Secretaría de Gobernación del muy laico Estado Mexicano encubre los delitos del clero y salvaguarda sus privilegios ilícitos.
Los pretendidamente plurales medios de comunicación temen su poder sobre los lectores, oyentes o televidentes. La Iglesia es quizás el lobby más fuerte y mejor organizado de México. Los miles de pulpitos repartidos por nuestra geografía son la correa de transmisión de los mensajes, laudatorios unas veces, amenazantes o apocalípticos en otras ocasiones, siempre pretendiendo desde las almas recuperar el control perdido sobre los cuerpos, y preservando el poder e influencia de la institución por los siglos de los siglos, amen.
Las represalias de la jerarquía católica a mi trabajo periodístico fueron contundentes: intentaron, nunca mejor dicho, matar al mensajero, creyendo ilusamente que así evitaban la propagación de la información; utilizaron de manera impune la calumnia y azuzaron a sus fieles en mi contra desde sus órganos propagandísticos, en una especie de linchamiento civil. Su ordenanza fue inmediata y retórica: pretendían que retirara mi libro del mercado y que públicamente pidiera perdón al cardenal Norberto Rivera. Haberlo hecho, hubiera significado aniquilar el derecho a la información de todos.
Sin poses heroicas, puedo decir que seguiré con mi trabajo denunciando nuevos hallazgos del contubernio que existe entre la jerarquía católica y los curas pederastas. La estrategia es muy sencilla: cada denuncia va acompañada del respaldo de testimonios y documentos. Se trata de información pura y dura, difícil de rebatir.
Para ejercer el derecho a la información, el derecho a la libertad de expresión o a la libertad de prensa en México es necesario que la denuncia periodística este unida a la indiferencia de las represalias.
Al cubrir ciertas informaciones que tocan a los grupos de poder en México, llámese narcotráfico, corrupción gubernamental, sindical, eclesiástica, militar, policíaca, judicial o de la iniciativa privada; defensa de los derechos humanos de grupos vulnerables como niños, mujeres o indígenas o los nexos entre el gobierno de Felipe Calderón y la ultraderecha religiosa agrupada en células violentas, los periodistas mexicanos tenemos que coexistir con la amenaza.
Quienes se atreven a publicar los casos de pederastia clerical, se enfrentan al hostigamiento y a la presión ejercida desde las cloacas del poder más depravado. La jerarquía católica encubre y defiende a los pederastas, el Estado protege a la jerarquía católica, los jueces no hacen su trabajo, los policías ignoran su deber con las víctimas, las procuradurías incumplen su función y el gobierno hace caso omiso de los crímenes.
Los periodistas tienen que encarar la falta de información en el azaroso camino de la investigación. La jerarquía católica se niega a abrir sus archivos, se opone a denunciar a los curas pederastas, resiste los escándalos a base de descalificaciones contra los periodistas a quienes injuria y calumnia impunemente o contra las organizaciones no gubernamentales que les ayudan. A la opacidad de la Iglesia, se une la falta de transparencia de una institución oscura que goza de privilegios inadmisibles como en el Siglo XIX.
Los organismos internacionales de protección a la niñez excluyen la pederastia clerical en sus estudios y denuncias. No hay cifras, no hay investigación de campo, no hay apoyo psicológico, no hay prevención y no existe la reparación del daño. Los secretos inconfensables de cardenales, obispos y sacerdotes, son en realidad delitos que aparentemente a nadie parecen importarles, aún y cuando se trata del bienestar de los niños, que son el futuro de México.
Peligros y riesgos enfrentan los periodistas para ofrecer la veracidad de la información. Los reporteros somos espiados impunemente. Se nos pinchan los teléfonos, se nos intervienen los correos electrónicos y se nos sigue para averiguar hasta el más íntimo de los detalles de nuestra vida con el fin de encontrar nuestros lados vulnerables y así atacarnos. La Fiscalía especial para la investigación de los delitos contra los periodistas ha resultado ser un estrepitoso fracaso. Una pantalla de humo que no investiga ni consigna y que no es capaz de resolver un solo caso. El gobierno federal utiliza estos instrumentos para no hacer su trabajo, para perpetuar la impunidad con carácter oficial.
La credibilidad en México cuesta mucho a quienes la procuran. Pulitzer decía: “que una prensa libre debería luchar siempre por el progreso social, nunca tolerar la injusticia o la corrupción, luchar contra la demagogia de cualquier signo, nunca obedecer a intereses partidistas, oponerse siempre a las clases privilegiadas y a todas las sabandijas de la sociedad, mostrar comprensión por los pobres y permanecer siempre fiel a la defensa del bienestar publico”.
Los periodistas son titulares y depositarios de la libertad de expresión. En la expresión ejercen su derecho, en la información ejercen el del público a quien la información va dirigida. Por eso, ser periodista implica privilegio y responsabilidad. Privilegio y especial protección porque quien ataca a un periodista ataca los derechos del periodista y los de los lectores; responsabilidad porque el periodista dispone de sus propios derechos y además de otros que no son suyos, de los que es garante. La libertad de prensa es la esencia de la transparencia, y por ello de la democracia, porque una sociedad no informada no es libre. Cuando los grandes grupos políticos, económicos, empresariales, eclesiales o criminales amenazan a los periodistas amenazan a toda la sociedad, a la libertad de todos.
Cuando los periodistas son asesinados, lo son por los enemigos de la libertad y de la democracia, aquellos a quienes en un Estado de derecho deberían perseguir las autoridades. Cuando mueren periodistas, y sobre todo cuando se les mata impunemente, el Estado está fracasando, primero porque no es capaz de suministrar justicia, segundo porque cuando los que mueren son periodistas en vez de servidores públicos, es porque son los informadores, y no el Estado, los que están enfrentando a quienes amenazan las libertades de todos.
Y es que sin periodismo crítico y comprometido están amenazados los derechos fundamentales del ser humano. A la catástrofe de que México es el segundo país más peligroso del mundo donde se ejerce el periodismo se une el cierre paulatino de espacios de libertad de expresión. Los grandes conglomerados de comunicación atienden más a sus intereses y no al bien común de la información. Los monopolios televisivos amenazan la libertad de expresión, mientras la autocensura es el nuevo desafío de los periodistas.
Pero si de amenazas se trata, la amenaza de las violaciones laborales de las empresas de comunicación es monumental. La cláusula de conciencia es violada por los patrones. Los sueldos de miseria amagan el trabajo cotidiano. La investigación periodística es inexiste bajo el argumento de que es cara y lenta. La justicia laboral no defiende los derechos de los reporteros ante los despidos injustificados, el apoyo gremial brilla por su ausencia y los sindicatos de los periodistas son satanizados para beneplácito de los patrones abusivos, enriquecidos a base del expolio a los trabajadores.
Resistir es la clave. El periodista, como dijo Don Quijote, “tiene que ser mantenedor de la verdad aunque le cueste la vida el defenderla.
* Este texto fue leído durante el seminario sobre Derechos humanos y libertad de expresión celebrado en el Club de Periodistas