El asesinato de Amado Ramírez
Jorge Meléndez Preciado
Periodista de El Financiero y El Universal.
Hoy se discute y se escribe, para bien, de la excelente película El violín de Francisco Vargas. Con más de 30 premios internacionales, elogiada por la crítica mundial, admirada entre artistas y productores, impulsada en México por múltiples fuerzas, es una muestra más que el cine nacional de los últimos tiempos trata asuntos importantes, vitales pero es prácticamente desconocido.
Hace poco vi en la Cineteca Nacional un par de documentales interesantes: Muxes, acerca de la vida homosexual, muy respetada y hasta elogiada, en Juchitán, y Lucio, el guerrillero de la esperanza, donde se recrea la vida del rebelde Cabañas. Una semana y fuera. No hubo mayor distribución.
Eso mismo sucede a una buena cantidad de filmaciones mexicanas. Para quienes deseen en serio informarse, entender cuál es la situación del llamado séptimo arte –que es mucho más que eso–, por fortuna tenemos a la mano el octavo libro de Jorge Ayala Blanco: La herética del cine mexicano (Océano). El autor de 20 obras diversas, empezó un análisis puntual de esta sociología, antropología y sicoanálisis social, con la por desgracia agotada, Aventura del cine mexicano (Era), y fue avanzado letrísticamente hasta la hache. El próximo año, sin duda, vendrá la “I” (¿Insolencia? ¿Intrascendencia? no sabemos).
Son cerca de trescientos ensayos de películas. Entre ellas la provocadora Batalla en el cielo de Carlos Reygadas y la ocurrente Temporada de patos de Fernando Eimbcke, o las casi desconocidas pero sumamente trascendentes: SOBA de Alan Coton y Voces de la Guerrero de Adrián Arce.
En cada ocasión, ya sean estas u otras más comerciales como La última noche de Alejandro Gamboa, el análisis es a fondo, utilizando los instrumentos más diversos: poesía, filosofía, novelistas importantes, autores y teóricos del cine y, por fortuna, algo que poco hacen los críticos de esa especialidad: cuáles son los movimientos de cámara, la estructura del guión, las maneras de resaltar una escena, en fin, lo que debe importar para comprender un momento, secuencia o la armazón total de la cinta.
Para que un filme recupere sus costos, necesita que asistan a las salas tres millones de espectadores, “¡la más alta del mundo fílmico!”. Algo realmente imposible pues aún con una distribución amplia y una publicidad intensa, no se ve cómo. Y algunas tienen posibilidades de ir adelante, por la venta en el extranjero. Así pues, no le falta razón al tocayo cuando dice que las nuevas generaciones de cineastas serán los que empiecen con su ópera prima y casi seguramente esa será su ópera póstuma. Y es que se pueden, anualmente, financiar por el Estado 20 proyectos para 200 en lista de espera. Y la bola crece.
En el caso de Rubén Gámez sucedió que realizó La fórmula secreta –un jitazo entre la intelectualidad– y finalizó con Tequila –una borrachera fílmica patrocinada por una marca de agave.
Todo ello porque los gobiernos mexicanos, desde la administración de Carlos Salinas, se han puesto de hinojos ante la Motion Pictures Asociation of America, la corporación que maneja la nueva industria. Por lo tanto, ¡muera el cine nacional!, ya que primero es el TLC y las organizaciones internacionales que nos rigen.
“Hereje viene de elegir… rechazando someterse al poder de las iglesias y poderes dominantes”, dice Ayala Blanco. Y en una clase en la FCPS aseguró: “Cuando escribo lo que me gusta es pinchar globos”. Algo que hace muy bien en el doble sentido de la acepción.
El siguiente es un ejemplo de cómo debe de citar este artículo:
Meléndez Preciado, Jorge, 2007: «El asesinato de Amado Ramírez»,
en Revista Mexicana de Comunicación en línea, Num. 107, México, septiembre.
Fecha de consulta: 12 de septiembre de 2007.