Ensalada invernal
Juego de ojos
Por Miguel Ángel Sánchez de Armas
Será por el siniestro clima que nos azota o por el inclemente avance de la edad, no lo sé, pero mis conexiones sinápticas están chisporroteando y no hay manera de enfocarlas en alguno de los urgentes temas que la sociedad espera sean aclarados por los columnistas como el que firma JdO. Así que con la licencia que me dan mis pacientes y fieles lectores, esta semana desahogaré una ensalada de temas breves que se han ido quedando en el tintero. Vale.
Lechuga. Creo que nunca he visto actuar a Demián Bichir, pero me da gusto que sea candidato a un Oscar de la academia. Como padre de una actriz, entiendo el valor que tienen esos símbolos: pueden estar confeccionados con latón de segunda mano, pero representan el reconocimiento de los pares. Me gusta la frescura y el sentido de humor con que Demián se conduce en las entrevistas, pero en lo que no estoy nada de acuerdo es en lo que dijo hace poco (cito de memoria): “Este premio no va a resolver ningún problema de México, pero para mi será muy importante”. ¡No, carajo! Como no me canso de sermonear a mis alumnos, en la medida en que cada quien cumpla con sus obligaciones y se empeñe en ser el mejor sin necesidad de que nadie lo vigile, estamos creando un país mejor. Como dice mi abuela, nadie puede ayudar si primero no se ayuda a sí mismo. Así que tu Oscar, Demián, si lo obtienes, ayudará a resolver un grave problema nacional, el de la autoestima que hoy parece tener como ejemplo sólo al panbol. (Nota bene: se dice que cuando se creó la estatuilla había la intención de llamarla “Hombre de hierro”, mote que no pegó. Y entonces una señora Herrick que trabajaba en la Academia comentó que el mono se parecía a su tío Oscar… y ya sabe usted qué pasó.)
Jitomate. Leo a Martín Caparrós en Letras libres (“El regreso de Robin Hood”, diciembre de 2011) y se me ponen de punta los vellos desde el cogote hasta la zona sagrada. El gran entrevistador, el periodista implacable, el pelón de mirada feroz que partió a la India en busca de Sai Baba, el riguroso maestro de literatura y periodismo que una vez declaró ante sus alumnos: “Me gusta salir a hacer una crónica porque me parece que me pongo primitivo, que recupero ese atavismo del cazador que sale a ver qué encuentra”, ése mismo, ¡se compró una Kindle! ¡Oh manes, está próxima la decadencia de Occidente! Pero esto no es lo peor: agobiado por el remordimiento de su debilidad, a lo largo de muchas cuartillas justifica su felonía con argumentos alambicados que van desde el precio bajo del aparatejo (¡hágame el refabrón cavor!) hasta su capacidad para almacenar tres mil libros… que sin duda podrá leer simultáneamente, je. He colocado veladoras para que desde el monte sagrado de los libros se lance un rayo que funda la batería de la Kindle de Martín Caparrós antes de que su traición se convierta en mal ejemplo y cunda entre una juventud de por sí ayuna de valores. A ver dónde lee entonces.
Aceite y vinagre. Se ha publicado que el venerable Museo del Orsay irá a los tribunales para demandar a una empresa de lencería. Esto no es un happening para airear el mohoso ambiente del repositorio y atraer a los jóvenes que ni por equivocación ponen pie en esos templos, no. La historia es que un ramillete de frescas, guapérrimas, correteables (y alcanzables) chicas llegó a la galería. Las zagalas se quitaron los abrigos y danzaron entre los provectos visitantes que según testimonios en youtube para nada se escandalizaron. Era un ardid publicitario. Aaah, pero los severos patronos de la institución, cual personajes de Intolerancia (1916, dirigida por David Wark Griffith), desempolvaron los cilicios, aceitaron el potro, alinearon la dama de hierro y se lanzaron a la caza de las inmorales que mancharon el recinto. Al cierre de esta edición no era claro si además de cárcel y multa para las pecadoras y sus patrocinadores la directiva del Museo del Orsay organizaría un Tedeum y procesiones de desagravio. Y si esto pasa en la capital del amor, ya podemos imaginar lo que está sucediendo en otras partes.
Hierbas finas. Yo no estoy de acuerdo con Silva Herzog en su denuesto de los camaradas del PT que andan por los rincones con vestiduras rasgadas, crujir de huesos y ceniza en el pelo por el óbito de Kim Jong Il, heredero del llorado Kim Il Sung. Chucho es demasiado joven para comprender el dolor que asaetea el alma de los viejos cuando sienten que la historia se les escapa entre los dedos nudosos. Pero hablemos del verdadero amado líder, el padre de la República de Corea que durante felices años condujo a las masas en lo ideológico, lo técnico y lo cultural con su “revolución continuada”, el mismísimo que recibía en el palacio de Pyongyang a delegaciones de intelectuales y periodistas que peregrinaron para dar fe de la nueva luz. Recuerdo que la ruta Pyongyang – Pekín – Praga – Harare – Habana fue más célebre que el Camino de Santiago. En el frescor del Nivel, del Negresco, de La Castellana y otros santuarios, escuché de queridos amigos míos, hoy ya enviados especiales al más allá, aventuras que dejaban chiquito a Ulises y hacían de Miguel Strogoff un mandadero. Y supe de espectaculares hazañas del gran líder. Recuerdo dos en particular. En la provincia de Hwanghae, Kim Il Sung visitaba a floricultores en crisis por la sequía, la falta de créditos y la competencia desleal de los odiados capitalistas del sur. Pero el líder comprendió que el problema no era económico, de producción o del clima, sino del deterioro del celo revolucionario. Así que los arengó durante varias horas y su homilía revivió la llama de la revolución, con lo que las flores se multiplicaron y medraron en color y perfume. Poco después el amado líder se presentó en una cooperativa editorial en donde encontró un panorama sombrío. Las revistas y periódicos perdían lectores; los libros languidecían en los anaqueles. De nuevo el gran hombre detectó las causas: los redactores, los fotógrafos, los poetas y los diseñadores habían caído en la autocomplacencia y en el personalismo pequeñoburgués. Kim Il Sung procedió a corregirlos y como padre amoroso los llevó por el camino de la autocrítica revolucionaria, con lo cual regresaron al mercado y capturaron lectores en las provincias más alejadas. Así que más respeto a las nostalgias revolucionarias, señores analistas.
Sal y pimienta. Un video que muestra a cuatro marines orinando sobre cadáveres de supuestos talibanes tiene con el grito en el cielo a los fariseos del planeta. Dura poco menos de un minuto, y en el audio se alcanzan a escuchar las risas de los jóvenes. Uno de ellos dice que “a esos compas les hacía falta una ducha”, mientras se sube el zíper y se aleja satisfecho por el deber cumplido. En Washington, los funcionarios del gobierno que ordenó la invasión, los legisladores que aprobaron los millones de dólares que ha costado y los supervisores de Abu Ghraib y Guantánamo se mesaron los cabellos y se rasgaron las túnicas por el brutal espectáculo. Y quizá desde el santo rescoldo en donde reposan, los prohombres Polk, Roosevelt, Truman, McNamara, LeMay, Dulles, et al, se hayan sumado a la indignación por un episodio que empaña sus hazañas patrióticas (bombardeo atómico al Japón, cien mil muertos con bombas de napalm, guerra no declarada en Vietnam, política del interés sobre la amistad, declaratoria de inferioridad racial para todo americano no estadounidense, guerra contra México y un largo etcétera). Y todo porque unos muchachos que no terminaron la secundaria en Alabama o Kentucky se condujeron como millones de los wasp que ven en los demás pueblos a seres inferiores dignos de ser meados. ¿Exagero? Creo que no. Seguro estoy que esos chavos están en una celda de Fort Bragg preguntándose qué fue lo que hicieron mal. Después de todo son herederos de soldados como el coronel John Pickett, quien reportó en una de sus cartas que los mexicanos eran, “[una raza] de mandriles degenerados… ladrones… asesinos… villanos y parias…”, además de proponer: “no creo necesario abundar en las enormes ventajas que la Confederación obtendría de los ilimitados recursos agrícolas y minerales de México, así como de la posesión de la invaluable vía del Istmo de Tehuantepec… Los españoles son ahora nuestros aliados naturales y en alianza con ellos podemos tomar posesión del Golfo de México y llevar a cabo el reparto de este magnífico país”. O esta otra joya del presidente con apodo de osito, Teodoro Roosevelt, en uno de sus libros, a propósito de quienes pedían respeto a los pueblos originarios que eran masacrados: “Es verdaderamente estúpido, inmoral y perverso y puede entorpecer el proceso de una conquista que podría llevar a continentes enteros a convertirse en naciones civilizadas y florecientes. Todos los seres humanos con mentalidad sana y amplia deben rechazar la idea de que esos continentes se deben reservar para las tribus dispersas y salvajes, cuya vida es poco más o menos tan sin sentido, miserable y feroz que la de las bestias con las que conviven”. El tío José o el tío Adolfo habrían suscrito esta manera de pensar. Así que ¿por qué tanto escándalo por unos pobres muchachos en uniforme que sólo repetían una conducta aprendida?
Aceitunas. En Nevada, las relaciones sexuales sin condón son ilegales; en Harrisburg, Pennsylvania, es contra la ley mantener relaciones con un camionero en el compartimiento de herramientas; la ciudad de Newcastle, Wyoming, prohíbe la misma actividad en los refrigeradores de las carnicerías y los severos padres de la Patria mantienen en Washington D.C. la prohibición de hacer el amor en cualquier postura que no sea la de cara a cara; el estado de Washington prohíbe el contacto íntimo con una virgen en cualquier circunstancia, ¡incluyendo la noche de bodas! Estados en donde el sexo oral es ilegal y se penaliza: Alabama, Arizona, Florida, Idaho, Kansas, Luisiana, Massachusetts, Minnesota, Mississippi, Georgia, Carolina del Norte y del Sur, Oklahoma, Oregón, Rhode Island, Utah, Virginia y Washington D.C. Estados en donde una erección evidente a través de la ropa (y denunciada, supongo) constituye una infracción: Arizona, Florida, Idaho, Indiana, Massachusetts, Mississippi, Nebraska, Nevada, Nueva York, Ohio, Oklahoma, Oregón, Dakota del Sur, Tennessee, Utah, Vermont, Washington D.C. y Wisconsin. En Willowdale, Oregón, es un delito que un marido susurre “palabras sucias” a su esposa durante el coito, mientras que en Clinton, Oklahoma, es ilegal masturbarse mientras se observa a una pareja hacer el amor en un auto. Y se pone mejor: la ciudad de Kingsville, Texas, castiga el apareamiento de puercos en el perímetro del aeropuerto; en Fairbanks, Alaska, un bando municipal veda los de alces en las aceras de la ciudad, y en la muy liberal California el condado de Ventura impide que los perros y gatos se hagan el amor (no se especifica si cruzados o con su misma especie) sin un permiso del Cabildo.
Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
8/2/12
@sanchezdearmas
www.sanchez-dearmas.blogspot.com
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