Pinceladas del oficio informativo Por Manuel Buendía

  • Análisis del fenómeno del columnismo en México.
  • Texto en el que Manuel Buendía traza los ingredientes centrales del reportaje.

Manuel Buendía

Por Manuel Buendía

Múltiples fueron las reflexiones que Manuel Buendía expuso en torno a vertientes diversas del quehacer informativo de nuestro país. Con el afán de recordarlo el próximo 30 de mayo a 13 a¤os de su desaparición física, RMC presenta algunas de esas consideraciones cuya frescura y actualidad las hacen una referencia de interés.

Primero, se reproducen cuatro de sus columnas -omitiéndose sólo algunas líneas coyunturales que nada dicen al lector actual- sobre los linderos pol¡ticos y compromisos del oficio periodístico, y acerca de las confusas facetas del derecho a la información.

Luego, se publica el fragmento de una entrevista al autor de «Red Privada», que apareció en marzo de 1980 dentro de las p ginas de la Revista Mexicana de Relaciones Públicas, y donde analiza el fenómeno del columnismo en México. Y al final, de su archivo personal se rescata un breve texto en el que traza los ingredientes centrales del reportaje.

Disfrutemos, entonces, las siguientes pinceladas periodísticas de Manuel Buendía.

 

Caricatura orwelliana

En México hay irrestricta libertad de prensa, inclusive para aquéllos que de vez en cuando tratan de hacer análisis críticos respecto a conductas del gobierno y sus personajes. Pero los de este grupo de periodistas -cada vez más pequeño- deben estar dispuestos a pagar -como una especie de impuesto al valor agregado- una cuota de regaños, invectivas, insultos y aún amenazadas veladas.

Tal sanción se decreta según juzga leve o grave la falta el Big Brother, un funcionario de quinto nivel que es en México como la caricatura -muy deteriorada- del personaje orwelliano.

Los periodistas toman esto como un riesgo propio del oficio. El que no quiera ver fantasmas, que no salga de noche; el que siembra vientos, recoge tempestades; con la vara que mides…, etcétera, etcétera.

En efecto, nadie que exprese opiniones críticas, puede aspirar a la impunidad total.

Mucho se parecería al pugilista que subiera al ring con la absurda y pretenciosa creencia de que sólo él va a asestar golpes. Por otra parte, no hay frustración mayor para el autor de un análisis que recibir la indiferencia como única reacción de los lectores.

Tampoco deben esperar los críticos que el gobierno se comporte como un punching-bag, al que es posible asestar cualquier cantidad y calidad de golpes, sin que exhale siquiera un quejido.

Del mismo modo que los individuos, el gobierno tiene derecho a la legítima defensa. Aún más: un individuo puede renunciar a este derecho y entregarse al martirio; pero al gobierno no le está permitido ese camino de la santidad.

Sobre todo un gobierno que se reputa democrático tiene la obligación de salir en defensa de sus tesis, sus acciones, sus programas y, por supuesto, de la conducta de sus funcionarios. Así se enriquece la vida política del país y se establece un diálogo útil con algunos estamentos de la sociedad civil, por lo menos.

Pero todo es cuestión de estilos. Para poner un ejemplo, habría que recordar el episodio ocurrido en julio y agosto del a¤o pasado. La revista Nexos publicó un análisis, hecho por varios autores, acerca de la crisis y el modo como la enfrenta el nuevo gobierno. […]

Diversos analistas -con peso específico por su propia capacidad profesional- defendieron los puntos de vista del gobierno. Se publicaron ¡ntegras esas opiniones. Para el gobierno hubo entonces la ganancia legítima de una acción inteligente y, por tanto, eficaz. Para la sociedad civil todo este conjunto de análisis, hecho desde ambos lados de la mesa, contribuyó a darle valiosos elementos de juicio, como ayuda para entender y actuar dentro del fenómeno más importante de la década.

El ejemplo contrario lo representa ese personaje cuyo proceder recuerda inevitablemente -pero en una estrafalaria versión- al Big Brother, de Orwell. […] Cada país parece estar deseoso de descubrir en qué medida y dentro de sus propias estructuras sociales, pueden haberse cumplido aquellas predicciones.

En México vivimos unas relaciones sociales fundamentalmente sanas respecto a la manifestación de las ideas. Por eso se vuelve más resaltante la actividad de quienes de tarde en tarde, pretenden asumir versiones o, mejor dicho, lamentables caricaturas -a ratos, con su pizca cómica- del Big Brother orwelliano.

Uno se imagina a este producto meshica -erigido per se en defensor a ultranza del gobierno-, cuando en las ma¤anas va por la calle del reloj con su paso y talante levemente canónicos, pasando revista y distribuyendo consignas a sus pistoleros intelectuales.

Estos lo aguardan al filo de la banqueta, hábilmente disfrazados con ropa vieja, gafas muy oscuras y un pequeño bote en las manos. El Big Brother, que a esa hora ya checó a cada uno de los periodistas sospechosos de escribir algo contra el gobierno, se acerca a éste o a aquél de los disfrazados. Le arroja unas monedas en el bote -el santo y seña secreto para no llamar la atención de los transe£ntes-, y le murmura por lo bajo: «Hay que pegarle a Fulano».

Entonces, el receptor de la consigna abandona rápidamente su sitio en la banqueta y corre a tundir la maquinilla. Al día siguiente aparece la «paliza intelectual», generalmente a cargo de alguien que se avergüenza de firmar con su verdadero nombre.

En ocasiones señaladas, el propio Gran Vigilante asume la «responsabilidad histórica» de escribir él mismo. Entonces pueden leerse disparates verdaderamente históricos, como la carta publicada el 3 de enero, en respuesta a una «Red Privada» de 24 horas antes.

Se decía de Gerard Ford que a consecuencia de haber jugado futbol americano sin casco, no era capaz de hacer cosas complicadas, como mascar chicle y caminar al mismo tiempo.

A nuestro personaje -por causas que ignoramos- le resulta imposible pensar en la redacción de una carta y, al mismo tiempo, cuidar el sobre. El resultado de esta incapacidad fue que puso como remitente a un «Ingeniero Germán Aranda», vecino de Villaflores, Chiapas.

El secretario de Comunicaciones debe agradecer la intención de atribuir un milagro a uno de los sistemas de correo más lentos del mundo. Sólo a nuestro incunable personaje se le pudo haber ocurrido que el «ingeniero Aranda» leyó el diario el día 2 de enero en su residencia de Villaflores -aquí nomás en Chiapas- y por el correo de esa misma noche alcanzó a hacer llegar su respuesta, para que se publicara en la edición del día 3.

La parte no cómica de la carta está en el juicio macartista que hace sobre la dolorosa peregrinación de campesinos chiapanecos, en agosto del año pasado, y en la injuriosa expresión que les dirige llamándolos «teatrales marchistas».

Pero, como decían los clásicos: «Quod natura non dat…»

 

Periodismo y patriotismo

Para los mexicanos llegó la mala hora en que nos quedamos viendo unos a otros y pregunt ndonos: «¿Qué hacemos?» También llegó la buena hora en que cada quien adquiere conciencia de que, esta vez sí, el país peligra y que no vale gritar: «­Sálvese quien pueda!»

A Guadalajara fui la semana pasada para hablar en la Ceremonia de graduación de 20 estudiantes de comunicación social en la Universidad del Valle de Atemajac. ¿Cómo dirigirse a un grupo de jóvenes a quienes el diploma escolar provee de ilusiones y llena de ímpetus «para triunfar en la vida»? ¿Debería decirles: «Han tenido ustedes la pésima ocurrencia de egresar cuando el país ha comenzado a dejar de existir?» O tal vez, ¿podría haberles manejado la inofensiva imagen del bache, o del infarto que debemos tomar agradecidamente como corazonada, o la teoría de que el Fondo Monetario Internacional es nuestro aliado?

Preferí hablarles de ejemplos en el periodismo y del compromiso personal que es, en esencia, este oficio. De algún modo me estaba dirigiendo también a mis amigos y colegas de Jalapa, Monterrey, Guanajuato, Hermosillo, Morelia, Oaxaca y otras ciudades de provincia a donde he asistido para coloquios con ellos. Pensaba también en los alumnos de la UNAM. Y en cada uno de mis compañeros de reporterismo a lo largo de los últimos 35 años. […]

 

Pues bien, la crisis no sólo es numismática o «de caja». No han hecho la crisis sólo quienes traicionaron al país con los dólares, sino también los caciques.

Pero volvamos al discursito de Guadalajara. Aquellos 20 muchachos tuvieron que escuchar -repito- el relato de ejemplos que han ayudado y ayudan ahora mismo a que este reportero se forme profesionalmente y se confirme en su vocación.

Y les hablé de patriotismo. ¿No es acaso la hora en que todos deberíamos estar revisándonos la conciencia? Les explicaba mi relación con un maestro, don Francisco Martínez de la Vega, y dije:

Pero el más elevado ejemplo que tiene para dar mi maestro, es su patriotismo.

Cursi palabra demodée, murmurarían algunos exquisitos. Palabra esencial, diríamos nosotros aquí. Todos y cada uno de nosotros.

En este hombre un espejo de patriotas. De la estirpe de aquellos mexicanos que acompañaron a Juárez en las más duras jornadas por la salvación de la República y de aquellos formidables pensadores y soldados de las armas y del intelecto que ayudaron a forjar la Revolución, alcanzó el privilegio de la amistad personal, el respeto y al afecto del mexicano más grande de nuestro siglo: Lázaro Cárdenas.

En el patriotismo de este hombre, de este auténtico maestro forjador de periodistas modernos y combatientes, deben ustedes abrevar. Léanlo, síganlo, imítenlo. Es el mejor ejemplo que deseo, con vehemencia, proponerles.

Y finalmente, esto que tal vez el lector encuentre disculpable porque vivimos días atroces en que las emociones nos desbordan:

En fin, jóvenes colegas, ojalá sepan bien en qué se han metido, porque el periodismo es ante todo un compromiso personal.

A principios de esta semana, con mi amigo León García Soler examinábamos la negra situación del país. Y como ocurre cuando uno cree estar en situaciones límite, tratábamos de mirar hacia el fondo de la historia, y nos hacíamos preguntas como ésta: ¿Qué le pasa a este país enorme, bellísimo, telúrico, que de pronto, en unos cuantos meses, pierde el paso y se precipita no ya en un bache como torpemente aún afirman por ahí, sino en un pavoroso barranco?

¿Por qué sentimos que la verdadera crisis de México no es un problema de caja, como quiso hacernos creer, simplistamente, un señor secretario, sino una aut‚ntica conmoción de estructuras, y lo que nos falta no es un dólar sino un líder? ¿Dónde están aquéllos dirigentes revolucionarios, incultos la mayoría, pero intuitivos, providenciales, lúcidos y eficaces? ¿Acaso ser  cierto eso de que «la pasta de los mexicanos está cada vez peor hecha»?

¿Respuestas? Claro está que no las teníamos… excepto una que me dio León: «Mira -me dijo-, esos caudillos lo fueron porque respetaban el compromiso personal. Si era necesario, se morían por haber entregado la palabra al compadre Fulano, o al general Zutano; pero no daban un paso atrás. Así era antes…».

Pues bien, rescatemos el principio del compromiso personal.

La estructura económica del país se está cayendo a pedazos y obviamente amenaza cuartear las estructuras social y política. El problema es de magnitud tal que rebasa la capacidad de imaginación de quienes no habíamos visto nada peor o siquiera igual en los últimos cuarenta y tantos años.

Pero como me decía un ciudadano: Precisamente porque falta poco para que nos cargue… por esa misma razón poco falta para que emerjamos de la crisis.

Mal estaba el país en 1938 cuando la Revolución rescatada cometió la magnífica osadía de expropiar el petróleo a las compañías europeas y norteamericanas. Sí, pero entonces México tenía a Lázaro Cárdenas.

¿Qué hacer entonces, muchachos? ¿Acaso ya no hay esperanza? ¿Por ventura esta noche en vez de ser el romántico velar de las armas de los nuevos Quijotes del periodismo, ser  un velatorio fúnebre?…

Yo no puedo hacer otra cosa que poner en las manos de cada uno de ustedes una antorcha con capacidad para arder, para incendiar y para iluminar, pero por el momento sin fuego. Ustedes son los que van a acercarle la pequeña pero definitiva flama que convierta esa masa oscura e inerte en magnífica bola de fuego.

La antorcha es una frase (¿y qué otra cosa podría ser sino palabra, verbo, fermento original, causa de la vida?).Y la frase es una consigna: el compromiso personal. Tomen hoy, en lo íntimo de su conciencia, un compromiso personal. Frente a la bandera de la Patria; frente a los ojos de sus maestros, de sus padres y de cada uno de los seres que aman, asuman un compromiso personal, individual, intransferible.

Juren ser patriotas y limpios y valientes y eficaces. Juren ser fieles a México. Juren borrar de su vocabulario una palabra: rendición.

Y si ustedes prometen esto y lo cumplen; y si otros mexicanos jurasen igual, y también lo cumplieran, mañana mismo en la Patria amanecería otra vez la esperanza.

Difusión y confusión: ¿derecho a qué?

La moda es que todo ciudadano pueda -y deba- echar su cuarto a espadas en la discusión de la iniciativa presidencial sobre cambios en la Constitución como un primer paso hacia la reforma política. Para agobiar más a los diputados, podría planteárseles, por ejemplo, esta pregunta: ¿Qué piensan  hacer con esa confusión que se ha formado en torno al «derecho a la información»?En las páginas 7 y 8 de la exposición de motivos, los términos «difusión» e «información» se manejan equívocamente, y el resultado de las repetidas anfibologías alcanza a la cuartilla 39, en donde la adición de una frase deja muy bello al Artículo 6o. constitucional… si no fuera por las dudas que el juego semántico ya sembró en el ánimo del lector.

Así comienza este pequeño enredo: «[…] Se hace necesario garantizar en forma equitativa a los partidos nacionales la disposición de los medios que les permitan difundir con amplitud sus principios, tesis y programas, así como los análisis y opiniones que formulen respecto a los problemas de la sociedad. Para este fin se estima conveniente establecer como prerrogativa de los partidos políticos, su acceso permanente a la radio y la televisión, sin restringirlo a los periodos electorales.»

Hasta aquí, todo va bien. Con precisión se emplea la palabra «difundir». Pero en el párrafo siguiente comienzan los mareos: «Esta prerrogativa de los partidos tiene el propósito de dar vigencia en forma más efectiva al derecho a la información, que mediante esta iniciativa se incorpora al Artículo 6o. (de la Constitución).»

En primer lugar, «difusión» tiene un significado unívoco, es decir, sólo puede ser interpretada esta palabra en un sentido. «Información», en cambio es multívoca; o sea que puede tener varias interpretaciones.

Como el uso consolida el significado de las palabras, en este caso no se puede ignorar que «derecho a la información» para todo mundo significa recibir información veraz, oportuna y suficiente. Recibir es una cosa, y dar, o sea difundir, otra bien distinta. ¿No le parece?

Con el párrafo inmediatamente posterior, la confusión sube de punto: «Siendo los partidos políticos entidades fundamentales en la acción ideológica y política, el ejercicio de su derecho a difundir sus ideas en los medios de comunicación social, se traducir  en el mayor respeto al pluralismo ideológico y cobrar  plenitud la libertad de expresión y su correlativo derecho a la información.»

Como usted ve, ahora se habla de un «derecho a difundir» y se le traduce por «derecho  a la información», con el agravante de que a éste se le llama «correlativo» de la «libertad de expresión». Pero la «libertad de expresión» obviamente implica la libre difusión de las ideas. Entonces -para que a la anfibología no se agregue el pleonasmo-, la «información» mencionada aquí como «derecho correlativo», lógicamente es la prerrogativa de recibir información veraz, oportuna y suficiente.

Todo esto desemboca en una adición al Artículo 6o. constitucional, cuyo texto completo quedaría así:

«La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, los derechos de terceros, provoque algún delito, o perturbe el orden público; el derecho a la información ser  garantizado por el Estado».

Espléndido! Numerosos comentaristas han elogiado este nuevo artículo, tan hermoso como quedaría si lo aprueban las cámaras federales y locales. Pero ¿en verdad el «derecho a la información» se incorpora como una nueva garant¡a constitucional para todos  los ciudadanos mexicanos? En este caso, ¿se expedirá una ley reglamentaria, para que podamos hacer uso de tal derecho, y, como en Estados Unidos, pregunta que hagamos al gobierno, éste deba contestárnosla «pero ya»?

Por el contrario -como repetidamente lo dice la exposición de motivos-, ¿este «derecho a la información» es «prerrogativa de los partidos políticos» y solamente de éstos?

O en fin de cuentas, no se trata sino de un «derecho a la difusión».

¨Sería conveniente dejar así, como se propone, el Artículo 6o. constitucional; pero tambi‚n modificar el Artículo 41, para incluir ahí el «derecho a la difusión»?

La extraña criatura

Durante una conferencia en el Club de Periodistas, el desconcierto que existe respecto a cuatro famosas palabras, fue comparado con las angustias de aquel individuo que logró tener un hijo después de inyectarse hormonas de chimpancé.

Cuando la señora entró al quirófano, el presunto padre quedó en la antesala fumando un cigarrillo tras otro y estrujándose las manos empapadas de sudor. De pronto, las puertas del quirófano se abrieron y una enfermera salió a toda prisa, pidiendo a gritos una soga.

–¿Qué fue? -le preguntó el desesperado individuo.

–­Una reata! ­Que dice el doctor que traigan pronto una reata! -seguía exclamando la enfermera. Los mozos y afanadoras corrían por todas partes, hurgando en cajones y closets.

–Por piedad, díganme ya qu‚ fue: ¿Niño o niña? -volvió a implorar el impaciente padre.

Pero nadie le hacia caso. Aquello era un pandemonium.

Salió entonces el médico cirujano y partero, con el tapabocas cubriéndole la mitad del rostro.

–¿Qué diablos pasa con la reata que pedí? -exclamó iracundo.

Entonces el padre primerizo se le colgó de la bata ligeramente ensangrentada y le rogó:

–Por amor a Dios, doctorcito, dígame qué fue…

Recuperado el tono profesional, el doctor le contestó:

–Lo sabremos cuando podamos bajarlo de la lámpara.

En situación parecida a la de aquel preocupado sujeto se encuentran quienes todavía no saben cuál es el significado exacto de las palabras «derecho a la información».

Después de que las cámaras de diputados y senadores discutieron y aprobaron la iniciativa presidencial, al Artículo 6o. de la Constitución se agregó: «El derecho a la información ser  garantizado por el Estado». Pero habida cuenta de lo que dice la exposición de motivos y de las nuevas dosis de oscuridad que lograron agregar algunos de los participantes en el debate, bien a bien nadie puede estar seguro de la verdadera naturaleza de esa «criatura».

En cuanto al sexo, tal vez podría llegarse a un acuerdo provisional en estos términos: ser  declarada hembra, si se trata solamente de un derecho a la difusión y de una prerrogativa de los partidos. Y macho, si llega a aclararse que es un derecho de todos los ciudadanos a recibir -principalmente del gobierno- información oportuna, veraz y suficiente.

El sábado se publicó una brevísima declaración de don Jesús Reyes Heroles en el sentido de que todavía falta elaborar una ley y un reglamento que precisen la naturaleza de aquella reforma constitucional y le den vigencia.

Ley y reglamento serían entonces como la soga que todo mundo trata de hallar para lanzar y bajar de la lámpara a la extraña criatura. Así todos lograremos verla de cerca y sabremos exactamente qué es.

 

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