García Márquez

  • El nobel de literatura y su labor como periodista.
  • Las tres aristas de las letras Garciamarquianas.
Fotografía: "Gabriel Garcia Marquez, 2009" por Festival Internacional de Cine en Guadalajara @ Wikimedia Commons

Fotografía: «Gabriel Garcia Marquez, 2009» por Festival Internacional de Cine en Guadalajara @ Wikimedia Commons

Por Omar Raúl Martínez

Publicado originalmente en RMC 78

El cosmos narrativo de  Gabriel García Márquez fluye siempre con una musicalidad cristalina  adherida a la poesía: es un río de imágenes, voces y prodigios que  refrescan, pasman y maravillan.

En Vivir para contarla nos regala una etapa de la historia de su vida con una prosa marinada bajo el horno no
sólo de los recuerdos sino de la introspección –gozosa y a veces tímida o vacilante– en sus  orígenes y razones como hombre de letras. Pero el sazón mayor que subyace en su más reciente obra es precisamente el de periodista-escritor: porque el Gabo no se contenta sólo con sus propias evocaciones y rescata las versiones de su madre, sus familiares, sus amigos, sus conocidos… para delinear un perfil más integral de sí mismo y su trayecto vivencial. En otras palabras: García Márquez jamás desiste de su confesa vocación: el periodismo. De esa suerte, amalgama el ejercicio de la memoria, sus vastas herramientas reporteriles y los recursos natos de la literatura para ofrecernos una especie de autorreportaje. Es decir: un reportaje sobre sí mismo.

El propio Nobel colombiano con plena razón ha descrito al reportaje como la reconstitución minuciosa y verídica del hecho:

El reportaje es el cuento de lo que pasó: un género literario asignado al periodismo para el que se necesita ser narrador esclavizado a la realidad.

Y lo que él nos relata en Vivir para contarla es el cuento novelado de sus primeros 28 años, aunque ciertamente anteponiendo una máxima que lo podría eximir de cualquier cuestionamiento: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.

Memoria

Para quien reconoce, saborea y escudriña las letras garciamarquianas, tres aristas sobresalen en esta obra:

a) Su portentosa memoria y capacidad de observación como herramienta o germen para la escritura.

Así por ejemplo, las reminiscencias se le agolpan al volver a su antigua casa y mirar la cuna donde gabito durmió hasta los cuatro años:

La había olvidado, pero tan pronto como la vi me acordé de mi mismo llorando a gritos con el mameluco de florecitas azules que acababa de estrenar, para que alguien acudiera a quitarme los pañales embarrados de caca. Apenas si podía mantenerme en pie agarrado a los barrotes de la cuna, tan pequeña y frágil como la canastilla de Moisés. Esto ha sido motivo frecuente de discusión y burlas de parientes y amigos, a quienes mi angustia de aquel día les parece demasiado racional para una edad tan temprana. Y más aún cuando he insistido en que el motivo de mi ansiedad no era el asco de mis propias miserias, sino el temor de que me ensuciara el mameluco nuevo. Es decir, que no se trataba de un prejuicio de higiene sino de una contrariedad estética, y por la forma como perdura en mi memoria creo que fue mi primera vivencia de escritor.

 

Letra escrita

b) Su primer acercamiento a las palabras como afluente hacia el mundo literario.

Su añorado abuelo, no sólo lo llevó a descubrir el hielo, sino también lo acercó con la letra escrita a los cinco años tras llevarlo a conocer los animales de un circo que estaba de paso por el pueblo:

El que más me llamó la atención fue un rumiante maltrecho y desolado con una expresión de madre espantosa.

—Es un camello –me dijo el abuelo.

Alguien que estaba cerca le salió al paso:

—Perdón, coronel, es un dromedario.

Puedo imaginarme ahora cómo debió sentirse el abuelo porque alguien lo hubiera corregido en presencia del nieto. Sin pensarlo siquiera, lo superó con una pregunta digna:

—¿Cuál es la diferencia?

—No la sé –le dijo el otro–, pero éste es un dromedario.

[…] Aquella tarde del circo volvió abatido a la oficina y consultó el diccionario con una atención infantil. Entonces supo él y supe yo para siempre la diferencia entre un dromedario y un camello. Al final me puso el glorioso tumbaburros en el regazo y me dijo:

—Este libro no sólo lo sabe todo, sino que es el único que nunca se equivoca.

Era un mamotreto ilustrado con un atlante colosal en el lomo, y en cuyos hombros se asentaba la bóveda del universo. […] En la iglesia me había asombrado el tamaño del misal, pero el diccionario era más grueso. Fue como asomarme al mundo entero por primera vez.

—¿Cuántas palabras tendrá? –pregunté.

—Todas  –dijo el abuelo.

Estructura

c) Su concepción sobre la estructura narrativa y sus nutrientes como sustento vertebral de todo texto.

En abril de 2001, García Márquez sugirió a un grupo de periodistas que nos encontrábamos en un taller impartido por Ryszard Kapuscinski:

—Para aprender a escribir resulta indispensable desarmar los textos de otros autores a fin de ver su tejido interno o las tuercas y los tornillos de su estructura.

En Vivir para contarla detalla las entretelas técnicas de su proceso creativo que bien puede aplicarse al oficio periodístico:

Empecé a leer como un auténtico novelista artesanal, no sólo por placer, sino por la curiosidad insaciable de descubrir cómo estaban escritos los libros de los sabios. Los leía primero por el derecho, luego por el revés, y los sometía a una especie de destripamiento quirúrgico hasta desentrañar los misterios más recónditos de su estructura. Por lo mismo, mi biblioteca no ha sido nunca mucho más que un instrumento de trabajo, donde puedo consultar al instante un capítulo de Dostoievski, o precisar un dato sobre la epilepsia de Julio César o sobre el mecanismo de un carburador de automóvil. Tengo, incluso, un manual para cometer asesinatos perfectos, por si lo necesita alguno de mis personajes desvalidos.

Aparte de ser un deleite, la nueva obra del aracataquense conlleva una lección de vida y una magistral clase de periodismo y de corte literario.

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